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Bienvenidos a la República Islámica de Erdoganistán
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"el golpe ha sido una bendición de dios"

Bienvenidos a la República Islámica de Erdoganistán

Purgas masivas, detenciones, islamistas patrullando las grandes ciudades... El presidente turco aprovecha el golpe para afianzar su poder. Sus seguidores de a pie, también

Foto: Un simpatizante de Erdogan grita consignas tras la bandera. (Reuters)
Un simpatizante de Erdogan grita consignas tras la bandera. (Reuters)

“Siempre hemos tenido el temor de que esto acabase desembocando en una república islámica. Ese momento ha llegado”. Es lo que nos dice una militante del Partido Comunista de Turquía que, por razones obvias, prefiere no decir su nombre, y que horas después del golpe ha optado por marcharse con su hija al pueblo de su familia en la costa mediterránea. “Estambul ya no es un lugar seguro”, afirma.

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A esta activista política no le preocupan tanto, por ahora, las detenciones de “elementos golpistas” como la visión de decenas de miles de turcos en las calles, tal y como pidió el presidente Erdogan como respuesta al golpe, al grito de: “¡Alá es grande!”. Sus temores podrían no ser infundados: el sábado por la noche, grupos de islamistas armados con bastones salieron a amenazar a aquellas personas que bebían alcohol en las terrazas del área de Moda, en el distrito de Kadiköy, una de las más modernas y secularizadas de Estambul. Y nadie duda de que, si antes de la asonada la voluntad de las autoridades de actuar contra estos movimientos era escasa -por ejemplo, después de que varios de ellos agredieran a unos fans de Radiohead que bebían cerveza en Ramadán, Erdogan se limitó a declarar que “ambos habían actuado mal”-, ahora son ellos quienes controlan la situación.

Entre los 6.000 detenidos, según el ministro de Justicia, hay muchos militares, pero también miembros de la fiscalía y la judicatura

De lo que no cabe duda es de que el Gobierno turco está aprovechando la situación para deshacerse de unos cuantos enemigos políticos. Entre los detenidos -en torno a 6.000, según el ministro de Justicia-, hay muchos militares, pero casi la mitad de ellos son jueces y fiscales. Y resulta llamativa la insistencia de Erdogan en culpar al movimiento del teólogo Fethullah Gülen de la intentona. El presidente turco ha prometido “erradicar el virus” de los gülenistas, a quienes ya se califica oficialmente de "organización terrorista". La celeridad con que las autoridades están actuando contra estos elementos deja claro que las listas de personas a arrestar estaban elaboradas desde hace meses.

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"Como persona que ha sobrevivido a varios golpes militares a lo largo las últimas cinco décadas, las acusaciones de cualquier implicación en la intentona me resultan especialmente insultantes y las rechazo categóricamente", se apresuró a responder Gülen, líder de una organización comparable en algunos aspectos al Opus Dei, dedicada también a la búsqueda de influencia política a través de la formación de élites. El movimiento Hizmet ('servicio') de Gülen cuenta con millones de seguidores en Turquía, muchos de ellos en puestos clave de la Administración estatal, especialmente en el ámbito judicial y de los servicios de inteligencia de la policía y la gendarmería.

​"Un golpe escenificado"

La defensa esgrimida por el teólogo no carece de solidez: su movimiento fue uno de los más represaliados tras el último golpe de Estado, que tuvo lugar en 1997 contra el Gobierno islamista de Necmettin Erbakan. El propio Gülen, de hecho, se exilió en Pensilvania por temor a que los militares le juzgasen por traición. Teniendo en cuenta que las fuerzas armadas turcas siempre se han considerado a sí mismas las garantes del laicismo turco, el que un sector tan amplio del ejército esté infiltrado por los seguidores de Gülen, o se haya aliado con aquellos, como asegura Erdogan, suena bastante improbable.

Pero Gülen ha ido aún más lejos. “Hay una ligera posibilidad de que fuera un golpe escenificado”, ha dicho el clérigo desde su residencia en Pensilvania. Tal y como sucedieron los hechos, con los seguidores de Erdogan lanzándose a las calles, reduciendo a los soldados y desbloqueando el aeropuerto al tiempo que cazas 'leales' derribaban los helicópteros de los golpistas, parece salido de la imaginación de un guionista de películas de acción. Pero ese, el del autogolpe, es un escenario en el que no cree ninguno de los partidos de oposición turcos, los cuales, a pesar de su rechazo al Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan, han condenado sin excepción la intentona golpista y defendido la necesidad de defender el sistema democrático en Turquía.

Una opción plausible es que el Gobierno tuviese información de que se estaba fraguando un golpe pero no supiese cuándo y, previendo su fracaso, dejó que tuviera lugar

Una opción más plausible, que se va imponiendo entre muchos observadores, es que el Gobierno turco tuviese información de que se estaba fraguando un cuartelazo, pero no supiese exactamente para cuándo, y, consciente de la dificultad de que erste triunfase y contando con la lealtad garantizada de un sector del ejército, permitió que ocurriera, para justificar la posterior caza de brujas a la que estamos asistiendo. Desde el mismo minuto en el que se iniciaron los movimientos de tropas, el MIT, el servicio de inteligencia de Turquía, sabía que lo que estaba teniendo lugar era un golpe, y comenzaron a trabajar para hacerlo fracasar.

Eso ayuda a explicar cosas como el que varias decenas de boinas moradas (el equivalente turco de los boinas verdes) tratasen de asaltar el hotel de la costa mediterránea donde se estaba alojando Erdogan y fuesen repelidos por los guardaespaldas del presidente, en teoría mucho peor armados. El mandatario turco, al parecer, había sido evacuado horas antes del lugar. En el momento de escribir estas líneas, algunos de estos boinas moradas se han retirado con sus armas a las montañas de Marmaris, donde se ha lanzado una operación militar para darles caza.

De aliados a enemigos acérrimos

Durante mucho tiempo, Gülen y Erdogan fueron aliados estrechos. Mientras los fiscales del primero sentaban en el banquillo a gran parte de una cúpula del ejército hostil a los islamistas en el poder, en ocasiones con pruebas amañadas, dentro del macrojuicio conocido como caso Ergenekon, el Ejecutivo iba poniendo en marcha una batería de medidas islamizadoras que el primero aprobaba, desde la multiplicación de las mezquitas y el personal religioso a las restricciones al alcohol, las primeras condenas por 'blasfemia' o la reforma del sistema educativo para fomentar la enseñanza religiosa desde edad temprana. Fueron estas medidas las que acabaron desembocando en la llamada revuelta de Gezi de la primavera de 2013, que tenía como trasfondo el rechazo al autoritarismo islamista de Erdogan. Derrotada esta, el poder de los conservadores se multiplicó exponencialmente.

La ruptura con Gülen, sin embargo, se produjo por las negociaciones con el PKK, a las que el teólogo se oponía, y por las que trató de que sus fiscales juzgasen al jefe de los servicios de inteligencia, Hakan Fidan, un leal a Erdogan. Así, la obsesión actual del presidente con Gülen es de carácter vengativo: fueron oficiales gülenistas de la gendarmería quienes destaparon varios convoyes del MIT que transportaban armas destinadas a grupos yihadistas en Siria, y, sobre todo, fueron policías y fiscales gülenistas quienes lanzaron las operaciones anticorrupción de finales de 2013 contra el entorno del entonces primer ministro, incluyendo a su hijo Bilal Erdogan, y que estuvieron a punto de tumbar su Gobierno.

La obsesión actual de Erdogan con Gülen es vengativa: fueron gülenistas quienes destaparon la entrega de armas turcas a yihadistas sirios, y quienes lanzaron las operaciones anticorrupción contra el Gobierno

Desde entonces, la persecución contra el Hizmet ha sido encarnizada, incluyendo encarcelamientos, destituciones, la expropiación de empresas y bancos y el cierre de periódicos, el último de ellos el sábado mismo. Al convertir a los gülenistas en el nuevo enemigo público, gran parte de su trabajo en la fiscalía fue desacreditado. Los oficiales del ejército condenados en el caso Ergenekon, por ejemplo, fueron puestos en libertad. Algo percibido por alarma por el Gobierno turco, que, sin embargo, no podía hacer otra cosa. Hasta ahora.

“El golpe ha sido un regalo de Dios, porque eso nos da una razón para limpiar nuestro ejército”, afirmó Erdogan el sábado. Tal vez no sean oficiales gülenistas, como afirma el presidente, pero el Ejecutivo turco no tiene ninguna razón para fiarse de ellos. Los arrestos han ido ganando profundidad: entre los detenidos, se encuentran el propio asistente militar jefe de Erdogan, el coronel Ali Yazici, y el general Bekir Ercan Van, comandante de la base aérea de Incirlik, que EEUU utiliza en sus misiones de bombardeo contra el Estado Islámico. Mientras tanto, aquellos que suscriben la misma ideología islamista que Erdogan -“el pueblo”, según la denominación presidencial, que se opuso a los tanques entre cánticos religiosos- van a seguir ganando fuerza en Turquía.

En 2011, en una entrevista con 'The Wall Street Journal', el historiador de Princeton especializado en Oriente Medio Bernard Lewis afirmó: “En 10 años, Irán podría convertirse en Turquía, y Turquía en Irán”. En aquel momento, parecía una exageración.

“Siempre hemos tenido el temor de que esto acabase desembocando en una república islámica. Ese momento ha llegado”. Es lo que nos dice una militante del Partido Comunista de Turquía que, por razones obvias, prefiere no decir su nombre, y que horas después del golpe ha optado por marcharse con su hija al pueblo de su familia en la costa mediterránea. “Estambul ya no es un lugar seguro”, afirma.

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