Después del veto alemán, ¿puede el Eurofighter competir con el F-16 y el Rafale en mercados internacionales?
El fin del veto que tenía Alemania a la exportación de Eurofighter a países como Arabia Saudí o Turquía abre nuevos mercados internacionales para el caza europeo.
"Una venta de armas casi nunca es solo una venta de armas", reza un viejo aforismo en el ecosistema de la defensa. Es muy corriente, por no decir ineludible, que los contratos militares lleven aparejadas cuestiones políticas, presiones diplomáticas e intereses cruzados. Y es lo que estamos viendo con la muy probable venta de aviones de combate Eurofighter a Arabia Saudí tras el levantamiento del veto alemán. Un movimiento que afecta a países tan dispares como Francia, Reino Unido, Turquía, Grecia o Estados Unidos, mostrando la interconexión de la defensa global.
En el mercado occidental de aviones de combate hay tres modelos, con una excepción, que se reparten el mercado. Son el Eurofighter, el Rafale y el F-16. La excepción no es otra que el F-35, ese avión que "no servía para Europa" y cuya mera mención —ya saben eso del innombrable— levanta olas de polémica en nuestro país. Otros aviones que entran o podrían entrar en la competencia, como el sueco Gripen, los F-15 o Super Hornet norteamericanos, tienen una cuota de mercado sensiblemente inferior por diversas circunstancias.
Una de las operaciones más complicadas que estamos viviendo en la actualidad es la de un nuevo paquete de Eurofighter para Arabia Saudí. Riad ya era un buen cliente del consorcio europeo y había recibido 72 ejemplares entre 2009 y 2017, de los que prácticamente todos continúan en servicio. Las intenciones saudíes eran hacerse con un paquete adicional de 48 ejemplares, para lo que en marzo de 2018 se firmó un MOU o acuerdo de entendimiento en este sentido.
Todo parecía ir bien y en la industria europea reinaba la satisfacción, cuando ocurrió lo inesperado. El 2 de octubre de 2018, el periodista disidente Jamal Khashoggi era asesinado en el consulado saudí en Estambul y se encontraron vínculos del crimen con el régimen de Riad. Esto, junto a la postura árabe en la guerra civil yemení, enfureció al Gobierno alemán, sobre todo al Partido Verde, que impuso un veto a la venta de armas a la petromonarquía. El caza europeo fue la primera víctima de la decisión.
Eurofighter de Arabia
El disgusto en la industria europea fue monumental. La decisión alemana suponía que, de facto, todos los socios perdían unas importantes opciones de negocio por la decisión política de uno de ellos. Para Reino Unido, que tradicionalmente ha liderado las ventas en Arabia, esto era inadmisible. La contrariedad saudí se materializó de inmediato en un interés por el caza francés Dassault Rafale. Mientras que el material europeo debe recibir luz verde de todos los socios, la francesa Dassault o la estadounidense Lockheed Martin solo necesitan el visto bueno de su gobierno. Es más, cuando interesa, sus máximos dirigentes —y esto es notorio en el caso francés— se involucran a fondo en las ventas ejerciendo al máximo la diplomacia militar.
Pero ocurre que los tiempos geopolíticos, las perspectivas industriales y los propios gobiernos cambian. El actual Gobierno alemán ya no ve problemas para vender estos aviones a Arabia Saudí y ha retirado sus objeciones. Las expectativas renacen. Riad siempre ha utilizado las adquisiciones de armamento como un instrumento político más, con independencia de sus necesidades reales en materia de defensa. Como no tiene problema de recursos, se puede permitir ir comprando a varios proveedores con los que, además del propio producto, les interese un acercamiento político. Sin embargo, su fuerza aérea ya utiliza dos modelos de avión de combate, el Eurofighter junto a más de 200 F-15 (sin contar aquí los 81 anticuados aviones de ataque Tornado).
En este escenario, adquirir una nueva plataforma como el Rafale, además siendo de similares capacidades y características al que ya tienen, no tendría justificación ni económica (nueva línea logística) ni militar; tan solo política. Por eso, todo hace indicar que al final los nuevos aviones serán del consorcio europeo y una señal de ello es que en el World Defense Show, la feria de defensa que se realiza estos días en Riad, la participación de Eurofighter (de la mano de BAE Systems) ha sido enorme: tres aviones británicos y dos saudíes, junto a una maqueta a tamaño real de la futura última generación.
El culebrón turco
Lo de Turquía y sus intentos para modernizar su aviación de combate es todo un culebrón en el que ellos mismos se han metido. Lo de verdad curioso es que, desde el primer momento, tenían muy claro el camino —algo que no siempre ocurre— pero errores o decisiones políticas lo complicaron todo.
Ankara siempre ha deseado, y sigue deseando, el F-35, único caza de quinta generación operativo en el mercado. De hecho entró en 2002 como socio de tercer nivel en el Programa JSF (Joint Strike Fighter), que se había aprobado a mediados de los 90 y de donde saldría el F-35. Para ello desembolsó más de 1.000 millones de dólares (ellos dicen que fueron 1.400 millones), una cantidad que sigue en litigio. Todo parecía ir bien. Con sus retrasos y problemas el embrión del F-35 seguía su curso y Turquía estaba tan comprometida que hasta encargó y construyó una plataforma gemela del buque español Juan Carlos I, que se diseñó para poder operar con este avión.
Sin embargo, en marzo de 2020 ocurrió algo impensable. Fue la decisión del presidente Erdogan de adquirir el sistema ruso de misiles antiaéreos S-400, pese a las advertencias de Washington. Para la Casa Blanca eso suponía una línea roja y la respuesta fue el veto para suministrar aviones F-35. Era algo más que evidente, pues no podían consentir que su avión furtivo estrella volase en un entorno con sistemas S-400, probablemente con técnicos rusos por allí y registrando todos los datos sensibles del avión. Pese a la protesta turca, todo el entorno OTAN lo entendió y nadie movió un dedo al respecto.
Por qué el presidente Recep Tayyip Erdoğan tomó semejante decisión sin volverse atrás es un misterio, aunque circulan varias teorías. Lo importante es que, de un día para otro, dejó a su fuerza aérea en precario, al quedarse a día de hoy tan solo con 48 aviones F-4 Phantom, modernizados por Israel pero ya desfasados, junto a 157 F-16C de versiones intermedias, Block 40 y Block 50+. Para ellos esto no es suficiente. Aquí entra en juego el factor griego y los Estados Unidos.
El factor griego
El problema grave que tiene Turquía no le viene por un avión u otro, le viene por el tradicional enfrentamiento y tensiones con el vecino griego. Una tensión que se traslada a la defensa y que hace que ambos se estén midiendo constantemente su capacidad de disuasión. Todo refuerzo militar de uno será de inmediato replicado por el otro.
Si Turquía dispone de Phantom (en rol secundario) y F-16 en gran número, Grecia disponía hasta hace poco de 33 F-4 Phantom modernizados (también en papel secundario), 40 Mirage 2000, solo una parte con ciertas modernizaciones y unos 115 F-16 C/D en varias versiones, desde algunos Block 30 a versiones intermedias como los Block 50, Block 52, Block 50+ y Block 50M. En resumen, bastante equilibrados.
Todo se rompe cuando Turquía se vio privada del F-35. La reacción griega fue aprovechar el momento y hacerse con un nuevo avión que desequilibrara la balanza. Así optó por el Rafale francés, primero con seis unidades de segunda mano con algunas modernizaciones y después con 18 ejemplares nuevos que serían de la versión F3, lo que no está nada mal y les permitirá deshacerse de los Mirage 2000 más antiguos. Desequilibrio conseguido.
El remate de la jugada griega vino después cuando el gobierno estadounidense, a finales de enero de este mismo año, aprobó venderles 40 F-35A más equipamiento adicional, todo por unos 8.600 millones de dólares. De dónde va a sacar Grecia el dinero para pagar todos los programas de defensa en los que se ha embarcado es otra cuestión; pero el golpe a Turquía es demoledor: su archienemigo se hace con el avión que les fue vetado.
La mano del Pentágono
No hace falta explicar que ahora la situación de la Türk Hava Kuvvetleri (o Fuerza Aérea Turca) raya lo angustioso. En un giro rocambolesco de los acontecimientos acude al rescate Estados Unidos que, con una mano le quitan el F-35 y con la otra autorizan la venta de 40 nuevos F-16 y el paquete de modernización Viper para 79 de los antiguos. Todo por 23.000 millones de dólares. Dirán ustedes que es casualidad, seguro que sí. Pero Turquía levantó el veto a la entrada de Suecia en la OTAN el 24 de enero de este año y la venta de los nuevos F-16 se autorizó el 26, dos días después.
Los aviones nuevos serían del Block 70, la versión más avanzada del modelo y que cuenta, entre otras muchas ventajas, con el radar APG-83 de tecnología AESA, muy superior a los APG-66 y APG-68 de las versiones anteriores. También cuenta con sistemas mejorados, como el Auto GCAS (Automatic Ground Collision Avoidance System), un gadget que permite al avión recuperarse sin la intervención del piloto si hay riesgo de estrellarse contra el suelo. Además, está preparado para mejores armas, utilización de depósitos conformados y otras mejoras. La modernización Viper lo que hace es llevar aviones antiguos a un estándar similar, que no igual, a los Block 70/72 y es algo a lo que los griegos también han accedido.
Lo de los Block 70/72 y Viper está muy bien, pero es el premio de consolación. Los turcos necesitan un nuevo modelo de avión y lo necesitan con urgencia. Ya deberían tenerlo. Y aquí aparece el Eurofighter. Si tienes un potencial enemigo, no es suficiente utilizar sus mismas armas, porque serán bien conocidas y sabrá contrarrestarlas. Por eso no les vale solo con los F-16.
¿Qué alternativas tendría Turquía? Un modelo como el Gripen queda descartado, pues, aunque moderno y de buenas capacidades, no llega a las del Rafale o Eurofighter. De hecho, en los concursos donde participa suele ser el primero en caer. El francés tampoco sería la opción, pues ya lo eligió Grecia con anterioridad. Parece que solo queda el europeo, que se perfila como el próximo encargo.
El problema es que Turquía lleva tiempo jugando a ser el verso suelto de la OTAN y a hacer constantes feos a la Unión Europea, por lo que cualquier cosa es posible. Y todo esto, se preguntarán, ¿qué tiene que ver con Arabia Saudí? La respuesta está en los plazos.
Turquía tiene mucha prisa y se baraja un pedido de 40 aviones. Si a esto le sumamos los posibles (casi seguros) 48 saudíes, más los de los programas Quadriga alemán y Halcón español, más las modernizaciones de varios de los socios, la cadena de fabricación del Eurofighter puede quedar muy estresada. Esto se traduciría en plazos de entrega más dilatados y eso a Turquía le viene fatal. Desde luego la carambola del caza europeo es considerable.
"Una venta de armas casi nunca es solo una venta de armas", reza un viejo aforismo en el ecosistema de la defensa. Es muy corriente, por no decir ineludible, que los contratos militares lleven aparejadas cuestiones políticas, presiones diplomáticas e intereses cruzados. Y es lo que estamos viendo con la muy probable venta de aviones de combate Eurofighter a Arabia Saudí tras el levantamiento del veto alemán. Un movimiento que afecta a países tan dispares como Francia, Reino Unido, Turquía, Grecia o Estados Unidos, mostrando la interconexión de la defensa global.
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