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La cuenta pendiente del Ejército español: sueldos bajos y plantillas bajo mínimos
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Suboficiales a 1.500 €/mes

La cuenta pendiente del Ejército español: sueldos bajos y plantillas bajo mínimos

Las Fuerzas Armadas españolas tienen en la actualidad casi 126.000 militares en activo y unos 14.000 en la reserva. El eterno problema es la escasez de recursos y personal

Foto: Paracaidistas, durante un asalto aéreo. (Juanjo Fernández)
Paracaidistas, durante un asalto aéreo. (Juanjo Fernández)
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Se celebra el 12 de octubre. Fiesta nacional y tradicional desfile militar. Oficialmente, toca elogiar al Ejército, alabar la brillantez de la parada y sacar a relucir eso de que es de las instituciones mejor valoradas por los ciudadanos. Sin embargo, tras los aplausos a la Legión y la cabra o los vítores a la Guardia Civil, la realidad de nuestra defensa tiene algunas cosas que mejorar, entre ellas, un capítulo del que apenas se suele hablar: la gente que está detrás de las armas.

Cuando hablamos de la situación de la defensa y de los ejércitos, casi siempre pensamos en las necesidades de medios, sobre todo en los programas ‘estrella’, que involucran ingentes cantidades de dinero, tecnologías sofisticadas y retornos industriales. Hablamos con facilidad de fragatas y submarinos, cazas y aviones de transporte, blindados y artillería. Sin embargo, se nos olvida con frecuencia que el capítulo más importante y que más de debería cuidar no es el que necesita acero o aluminio.

Foto: El F-35A. (USAF)

Las Fuerzas Armadas españolas tienen en la actualidad casi 126.000 militares en activo y unos 14.000 en la reserva. Para ellos, se destinó en este año una partida de poco más de 4.900 millones de euros que, para 2023, será de 5.490 millones.

El sueldo de los militares se establece en cuatro tramos en función del empleo. En líneas muy generales, podemos decir que un suboficial percibe al mes entre 1.500 y 2.000 euros. Un capitán, entre 2.200 y 2.400, y un teniente coronel con mando de batallón, que es responsable de unos 500 hombres, ronda los 3.000 euros. Tampoco hay que olvidar que los sueldos conllevan varios complementos en función del destino, responsabilidad o riesgo.

placeholder Personal de Seguridad Interior (contraincendios) en el buque Cantabria. (Juanjo Fernández)
Personal de Seguridad Interior (contraincendios) en el buque Cantabria. (Juanjo Fernández)

Si tenemos en cuenta que un suboficial pasa tres años de academia y un oficial cinco y que, durante su fase de estudios, los primeros salen con una titulación oficial de técnicos superiores y los segundos con un grado, los salarios establecidos no son, para nada, exagerados. A este salario tan ajustado se une un montón de condicionantes que, a la hora de valorar trabajo y retribución desde fuera, no son percibidos en su justa medida.

La disciplina militar y las exigencias del servicio condicionan muchos aspectos de la vida personal de los militares, algo que todos saben cuando entran en la milicia pero que sigue estando ahí con el paso de los años. Aunque los regímenes horarios y de vida varían mucho según los destinos —y por eso existen esos complementos—, los militares se ven obligados a continuos cambios de residencia y a pasar muchos días fuera de sus casas. Hay ejercicios periódicos todos los años en los que, por ejemplo, se pasan 15 días seguidos en un campo de maniobras como San Gregorio, que no es precisamente ir de hotel. Al final, suman cerca de 50 días durmiendo en el suelo.

Más se agudiza este aspecto en la Armada, donde los días de mar se acumulan. Un destino en un buque significa entre 80 y 90 días de mar al año, sin contar misiones internacionales o maniobras especiales. Son muchos días seguidos con un ritmo de trabajo en el que el tiempo libre es escaso. No hablemos cuando tocan misiones internacionales. Una misión de Policía Aérea como las que España realiza en los países bálticos o más recientemente en Bulgaria supone como mínimo tres meses. Una misión como Atalanta, de lucha contra la piratería en el Cuerno de África, son seis meses navegando, y de igual duración es, por ejemplo, la misión en Líbano o la actual en Malí.

Además, está la cuestión del riesgo. Es su trabajo y lo sabían cuando entraron a formar parte del ejército, pero hay que tener en consideración que un piloto, cada vez que sale a volar con su avión de combate, se juega el tipo porque sus parámetros de vuelo, por mucho —y es así— que prime la seguridad, no son los mismos que en la aviación civil ni las aeronaves son iguales. Cada vez que un soldado sale de patrulla por las carreteras de Marjayoun, al sur del Líbano o cerca de Koulikoro, en Malí, se está jugando no volver, y cada vez que un marinero maneja armas y sistemas sofisticados, asume un riesgo y una responsabilidad muy grandes.

placeholder Teniente Núñez (izq.) y capitán Alcalá, pilotos del Ala 15. (Juanjo Fernández)
Teniente Núñez (izq.) y capitán Alcalá, pilotos del Ala 15. (Juanjo Fernández)

Se podrá discutir mucho sobre esto y decir que hay muchos otros profesionales que trabajan a turnos, pasan días fuera de casa y asumen riesgos, es verdad. Pero hemos tenido la oportunidad de hablar muy a menudo con jóvenes soldados o marineros a los que, a pesar de cobrar un ajustado sueldo de 1.000 euros al mes, se les ve trabajar con profesionalidad, ganas e interés. Para ellos, es un trabajo que les gusta. Luego te cuentan que sus aspiraciones a futuro son entrar en la Guardia Civil o Policía Nacional y ya, si se produjera un golpe de suerte, en una policía local o autonómica. Esto no ocurre porque sí, y es que las diferencias de sueldo y nivel de vida son escandalosas.

Problemas de personal

Manejar los recursos humanos es muy difícil y es algo que se cuida —o debería cuidar— en todas las empresas. La que no lo hace termina desperdiciando el talento, un talento que, en el caso de los militares, ha costado mucho dinero crear. Pensemos tan solo en el caso más fácil de visualizar, como es el de los pilotos. Por ello, cuando muchas veces se producen esas fugas de talento, hay que plantearse por qué ocurren y por qué gente con vocación deja el ejército.

Luego está el caso de los soldados que lo deben abandonar forzosamente a los 45 años. Es una situación que no se puede analizar a la carrera ni desde un único punto de vista. Es cierto que a los soldados se les dan muchas oportunidades para quedarse, con cursos para pasar a suboficiales, por ejemplo. También es cierto que todos conocían a la perfección las condiciones, plazos, exigencias y límites de sus carreras cuando entraron. También es una realidad que hay muchos destinos en que la edad es una barrera difícil de soslayar. Imaginemos un fusilero de un batallón mecanizado. La exigencia física es muy grande y llega un momento en que los años pesan más que el fusil, más el lanzagranadas y el equipo.

Con este tema se producen a veces situaciones dramáticas, donde las circunstancias personales superan cualquier otra consideración, además de que hay destinos donde ocurre justo todo lo contrario. Por ejemplo, en puestos de mantenimiento, donde la exigencia física no es grande, el valor de los años de experiencia es incalculable. Ese talento no se puede desaprovechar y aunque ya se contemplan esas situaciones, tal vez se podrían incrementar esas plazas.

placeholder Columna de blindados VEC del Regimiento Farnesio 12. (Juanjo Fernández)
Columna de blindados VEC del Regimiento Farnesio 12. (Juanjo Fernández)

La casuística en los temas de personal es grande. Siempre nos hemos referido a aspectos generales y es un tema difícil de solucionar en una estructura tan compleja como la militar. Pero se le debería dar una vuelta a todo este asunto y tratar de mejorarlo.

Carencias crónicas

De las carencias en cuanto al material hemos hablado mucho. El estado de las fuerzas armadas, en lo relativo a este aspecto, ha ido de mal en peor. Cada año las inversiones se recortaban más y más, mientras el material sigue envejeciendo, se avería y necesita recambios. Todo esto es un tema que el personal militar ha sufrido con disciplina, supliendo muchas veces la escasez de recursos con iniciativa e imaginación. Hay muchos ejemplos de ello. Pero se ha estado llegando al límite donde no solo se perdía número de efectivos, sino capacidades. Y esto es muchísimo más grave.

Hay que reconocer que en lo que se ha visto de los presupuestos para 2023 hay un cambio de tendencia que se debe mantener. Pero si bien a los grandes programas y a algunas carencias se les presta atención —aunque artillería, zapadores e ingenieros, por ejemplo, siguen en el limbo— no hay que olvidar lo que hemos llamado ‘las pequeñas cosas’ que son igual de imprescindibles.

Hay que cuidar aspectos que afectan directamente al soldado, como un vestuario adecuado, cascos ergonómicos, chalecos antifragmentos eficaces y equipo en general. No es raro ver soldados que se complementan su equipo con material que se pagan ellos mismos, porque el que se les facilita o no es de la calidad adecuada o simplemente no ha llegado. Pero no se trata solo de equipo. También son tiendas de campaña —las hay buenas, pero no llegan a todo el mundo—, material diverso de campamento y sobre todo, vehículos ligeros y camiones. Muchas veces, en maniobras, los problemas están en conseguir un ‘ligero’ o un camión, porque su número es demasiado ajustado. Todo esto ataca directamente a la moral de la tropa y no contribuye a la buena imagen que se da en el exterior.

placeholder Operaciones aéreas con helicópteros en el Juan Carlos I. (Juanjo Fernández)
Operaciones aéreas con helicópteros en el Juan Carlos I. (Juanjo Fernández)

En la Armada hay que mejorar la habitabilidad de los barcos, aunque sean antiguos como las fragatas F-80 o los de la clase Galicia, porque van a tener que seguir en la brecha durante unos cuantos años y la gente se tira seis meses a bordo. Ya dijimos una vez que a veces un barco con un radar sofisticado o unos letales misiles, queda inmovilizado por una cuestión de fontanería.

Por último, sería muy conveniente realizar un incremento en las plantillas. En primer lugar, hay que pensar que no todos los militares están en unidades de combate. Hay muchos destinados en UME, Guardia Real, Ministerio, embajadas y cuarteles generales internacionales, como OTAN. Además, está el tema de la necesaria conciliación familiar, que resta personal disponible.

Con todo, las compañías de infantería y la dotación de los buques, por no hablar de las plantillas de pilotos, están bajo mínimos. Esto en condiciones de trabajo diario no se nota tanto —sobre todo desde los despachos en Castellana—, pero cuando la unidad se va de misión o el buque zarpa de maniobras, las cifras mandan y el barco no navega si le falta gente. Hay que hacer a veces encaje de bolillos y llevar gente agregada de otras unidades para completar las cifras.

La paradoja está en que la parte positiva siempre es la más castigada: la calidad del personal. Nuestros oficiales, suboficiales y tropa están muy bien formados y preparados. Tienen iniciativa y allá donde van y trabajan con ejércitos de otros países, quedan en buen lugar. La US Navy, por ejemplo, no tiene ningún reparo en integrar una de nuestras fragatas entre sus unidades, porque saben que funciona y que su nivel de adiestramiento es igual o mejor que el suyo. Este activo es el que jamás hay que perder.

Se celebra el 12 de octubre. Fiesta nacional y tradicional desfile militar. Oficialmente, toca elogiar al Ejército, alabar la brillantez de la parada y sacar a relucir eso de que es de las instituciones mejor valoradas por los ciudadanos. Sin embargo, tras los aplausos a la Legión y la cabra o los vítores a la Guardia Civil, la realidad de nuestra defensa tiene algunas cosas que mejorar, entre ellas, un capítulo del que apenas se suele hablar: la gente que está detrás de las armas.

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