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Europa, ante el abismo de la guerra: así se pueden leer las cartas marcadas de Putin
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Europa, ante el abismo de la guerra: así se pueden leer las cartas marcadas de Putin

Desde la perspectiva del Kremlin, la semana de encuentros diplomáticos en diferentes formatos —aunque en esencia bilaterales EEUU-Rusia— no ha producido una respuesta satisfactoria para el ultimátum que hicieron público el pasado 17 de diciembre

Foto: Foto de archivo de un tanque ruso en la región de Rostov, Rusia. (Reuters/Sergey Pivovarov)
Foto de archivo de un tanque ruso en la región de Rostov, Rusia. (Reuters/Sergey Pivovarov)

La situación en Europa no pinta bien. En su comparecencia ante los medios del viernes 14 de enero, el ministro de asuntos exteriores ruso, Sergei Lavrov, indicó que la paciencia de Rusia “se ha agotado”. Desde la perspectiva del Kremlin, la semana de encuentros diplomáticos en diferentes formatos —aunque, en esencia, bilaterales EEUU-Rusia— no ha producido una respuesta satisfactoria para el ultimátum que hicieron público el pasado 17 de diciembre, en el que establecían sus "líneas rojas" de seguridad para la OTAN, incluyendo la no-expansión hacia el este. Cuatro días después, el presidente ruso, Vladimir Putin, advertía que, si sus demandas no eran atendidas, Rusia tomaría “las medidas de represalia técnico-militar apropiadas”.

Ucrania es el teatro de confrontación bélica más probable y uno de los asuntos centrales de la disputa diplomática de Moscú con EEUU y los otros 29 miembros de la Alianza Atlántica, además de Suecia y Finlandia. Pero, conviene tener muy presente, ni las consecuencias de la crisis ni las tensiones se circunscribirán al territorio ucraniano. Tanto la diplomacia rusa como el ecosistema de análisis que rodea al Kremlin están dando señales bastante explícitas de su voluntad de escalar lo suficiente como para doblegar la voluntad de la comunidad euroatlántica.

Foto: Borrell durante su viaje a Ucrania. (Reuters/Maksim Levin)

Un par de ejemplos de analistas rusos de referencia y con buen acceso. Dmitry Súslov, experto del Club Valdai, en un artículo publicado por el diario 'Kommersant', propone que Rusia acompañe su desafío con “pasos prácticos que aumenten cualitativamente el precio para EEUU y la OTAN de su rechazo a respetar las bien definidas líneas rojas rusas […]. El primero es el aumento de la tensión militar […], es necesario dejarles claro que mantener la política de ‘puertas abiertas’ […] debilitará de forma significativa su seguridad, hasta el punto de amenaza de guerra”. Maxim A. Suchkov, director en funciones del Instituto de Estudios Internacionales de la MGIMO (que colabora Ministerio de Defensa ruso), es menos explícito, pero advierte que los grandes costes económicos que acarreará una posible intervención militar rusa se traducirán también “en una incómoda realidad de seguridad para otros”.

En Europa, prevalece la incertidumbre sobre qué hará Rusia, pero existe una cierta complacencia con la perspectiva de una crisis periférica circunscrita al este y quizás al sur de Ucrania que Bruselas podrá contemplar desde la barrera y modular su respuesta únicamente en clave de sanciones. Este no parece, en absoluto, el escenario más probable. Rusia conoce de antemano esta respuesta y cabe suponer que ya tiene previsto cómo contrarrestarla o dificultarla explotando las divisiones entre los Estados miembros y en el seno de cada uno de ellos con respecto a la cuestión rusa. Solo un ejemplo de la asimetría de percepciones: así, mientras que en Bruselas se asume como una evidencia que el gasoducto Nord Stream 2 (NS2) no se aprobará si Rusia ataca Ucrania —y se supone que este es uno de los ases en manos europeas—, visto desde Moscú, la impresión es que un ataque a Ucrania, que incluya el sabotaje o corte del suministro, hará mucho más probable que el Nord Stream 2 reciba luz verde por parte de Berlín. En Bruselas harían bien, pues, en evaluar todo tipo de escenarios de escalada desde acciones asimétricas, híbridas y encubiertas hasta riesgos convencionales e, incluso, de intimidación nuclear.

Foto: Putin en una reciente reunión del Ministerio de Defensa. (Reuters/Pool/Sputnik)
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Si Rusia decide avanzar en la confrontación, a medida que se sucedan los acontecimientos y se eleve la tensión, se puede anticipar que la diplomacia y la maquinaria mediática rusa incrementarán exponencialmente su actividad con la intención de confundir y ofuscar la respuesta y el debate occidental. Por eso, resultará importante que no se pierdan de vista los aspectos fundamentales de la crisis. Lo que Rusia está exigiendo bajo amenaza de agresión bélica es una reconfiguración de la arquitectura de seguridad europea que reconozca de forma explícita su derecho inalienable a un área de control exclusivo sobre una serie de países. Es decir, el nudo gordiano de la discusión —y por lo que la demanda rusa resulta inaceptable e inasumible para EEUU y para Europa— es el reconocimiento o no de la plena soberanía e independencia de Ucrania y otros países que, a tenor de lo que pide Moscú, deben aceptar su condición de meros peones o vasallos.

Sergey Ryabkov: “Es hora de que la Alianza retorne a las fronteras de 1997”

Cuántos países y qué grado de soberanía conservaría queda abierto a interpretación. En su entrevista del 27 de diciembre con uno de los propagandistas estrella de la TV rusa, Vladimir Solovyov, el ministro Lavrov hizo alusión a la OTAN “como un proyecto puramente geopolítico destinado a tomar control de los territorios que parecían sin dueño ["территории которая казалась 'бесхозной"] por el colapso del Pacto de Varsovia y de la Unión Soviética”. Su segundo en el ministerio, Sergey Ryabkov, insistió en la misma línea en una de sus muchas declaraciones durante la reunión bilateral con su homóloga estadounidense, Wendy Sherman, en Ginebra el 9 de enero. “Es hora —dijo— de que la Alianza retorne a las fronteras de 1997”. Es decir, al momento de la firma del Acta Fundacional OTAN-Rusia. Esta demanda podría traducirse en resultados concretos diversos —aunque la Alianza siempre ha respetado sus principios y disposiciones—, pero es una indicación clara y explícita de que la cuestión no atañe solo a Ucrania y de que, como mínimo, la seguridad de Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia, Croacia, Montenegro, Rumanía y Bulgaria también están potencialmente en el menú a ojos del Kremlin.

No hay ningún miembro de la Alianza que abogue por usar la fuerza contra Rusia

Rusia no afronta ninguna amenaza militar real y sigue disfrutando de la disuasión que genera el mayor arsenal nuclear del mundo. Que Rusia rechace negociar sobre medidas de transparencia y control de armamentos y lo ciña todo a la exigencia de que no haya ninguna cooperación con cualquier país exsoviético es un buen indicio de por dónde van las verdaderas preocupaciones de Moscú. No hay ningún miembro de la Alianza que abogue por usar la fuerza contra Rusia. Tampoco hay actores políticos parlamentarios o extraparlamentarios en ninguno de ellos que apueste por esa vía. Tampoco entre las comunidades de análisis o comentaristas periodísticos. La OTAN es un club que ofrece una poderosa garantía de seguridad —el paraguas norteamericano— y una cláusula de defensa colectiva, pero no en clave ofensiva. De ahí que, ante la agresividad rusa, se haya reactivado con fuerza el debate en Suecia y Finlandia sobre una posible integración a la OTAN. Del otro lado, por el contrario, son frecuentes —prácticamente cotidianas— las salidas de tono retórico e insinuaciones amenazantes más o menos explícitas o incluso incendiarias de todo tipo de actores políticos. Por consiguiente, esta es una crisis —y quizás una guerra— elegida por Rusia con vistas a cambiar el 'statu quo' unilateralmente y por la fuerza. Solo hay un país en Europa dispuesto a desatar una guerra contra uno o varios vecinos por redefinir el equilibrio de fuerzas en el continente.

Foto: Maniobras de la OTAN. (EFE/Marcin Bielecki)

Ninguna de las cuestiones que la diplomacia rusa ha puesto sobre la mesa (ampliación OTAN, misiles de alcance intermedio en Europa) estaba en ninguna agenda, así que cabe preguntarse por el 'timing' elegido para lanzar este desafío. La guerra en el Donbás va, fundamentalmente, del control estratégico de Ucrania, pero también, como vemos, del equilibrio de poder y arquitectura de seguridad europea. Y aquí se plantea una aparente, quizá no paradoja, pero sí circunstancia significativa que debería motivar alguna reflexión. Rusia plantea ahora la crisis porque percibe una ventana clara de oportunidad con Occidente, pero, al mismo tiempo, porque por vez primera considera que el tiempo corre en su contra en Ucrania.

La presión del reloj

A ojos del Kremlin, la situación en Ucrania no avanza ahora de forma favorable a sus intereses. En la primavera de 2014 con la anexión de Crimea y, sobre todo, con la intervención militar encubierta en el este, Rusia interpretó que consiguió “detener” el tiempo o un desarrollo desfavorable. Moscú solo lee los asuntos ucranianos en clave de su rivalidad con Europa y EEUU y, en consecuencia, la crisis del Maidán suponía “perder” Ucrania. Para el Kremlin, la población de cualquier régimen afín a sus intereses geopolíticos, y particularmente las del espacio postsoviético, carecen por completo de voluntad propia. Es decir, si un malestar socioeconómico se traduce en protestas, eso significa invariablemente que se está produciendo una revolución de color instigada por la inteligencia angloamericana.

La reciente crisis en Kazajistán, aunque todo apunta a que jugará a favor de los intereses estratégicos rusos, es tan solo el último ejemplo de este potente sesgo de confirmación y que, además, apunta a dos aspectos que podrían resultar muy peligrosos para la seguridad de Europa. El primero, la posibilidad de que la inteligencia y comunidad estratégica rusa sea ya incapaz de distinguir entre su propaganda conspiranoica y la realidad de los hechos. El segundo, que siendo el principal —en ocasiones exclusivo— suministrador de la información que recibe el presidente Putin, eso refuerce aún más su mentalidad de fortaleza asediada. Todo ello no hará sino complicar el contexto de seguridad europea y la acción de la Unión Europea, en particular, que tiene serias dificultades para entender que las percepciones y el proceso de pensamiento en Moscú no tienen nada que ver con el de Bruselas.

Foto: Tropas rusas en la ceremonia de retirada de la OTSC. (EFE)

Volviendo a Ucrania, desde principios de noviembre, Rusia comenzó a dar muestras de su voluntad de “redefinir” sus líneas rojas en Ucrania. Así, de una genérica oposición a la incorporación de Ucrania a la OTAN o la UE se pasó a una demanda explícita de ninguna relación o cooperación con Kyiv en una suerte de finlandización del país. De ahí cabía interpretar que el Kremlin percibía que el tiempo empezaba a correr en su contra. Es decir, injertando artificialmente un conflicto armado en el Donbás había sido capaz de bloquear cualquier aspiración exterior ucraniana, pero la evolución de los acontecimientos bajo la presidencia de Volodimir Zelenski —particularmente durante estos últimos meses— corría ahora en su contra y resultaría, quizás, irreversible a medio plazo.

En esta percepción influyen varios aspectos, entre otros, la determinación de Zelenski de desmontar la aún existente arquitectura de influencia del Kremlin en Ucrania a través de la figura de Víktor Medvedchúk, de cuya hija Darya, Putin es padrino. También se ha mencionado la creciente cooperación militar con Turquía —que incluye la venta de drones Bayraktar TB2 que resultaron decisivos en la guerra de Nagorno Karabaj de septiembre-noviembre de 2020—; o con Reino Unido y Polonia. Rusia quería, pues, cambiar el desarrollo de los acontecimientos en el teatro ucraniano que interpretaba en clave de otanización 'de facto'.

Foto: Cartel de la película 'Granit'.

Por otro lado, y de forma simultánea, Rusia percibe un EEUU debilitado por su fractura interna y crecientemente desinteresado de los asuntos europeos y eurasiáticos. La relevancia del Indo-Pacífico para EEUU resulta comprensible y razonable, pero su insistencia pública en ello, acompañada de pasos decididos como la retirada de Afganistán —que tiene sentido estratégico, más allá de la calamitosa operación de evacuación— incentiva la acción del Kremlin y potencialmente de otros adversarios en el Oriente Medio. Es decir, si uno manifiesta su creciente “desinterés” por Europa, Eurasia y Oriente Medio, eso incentiva a Rusia (y otros) a subir su apuesta. Como han repetido estas semanas muchos comentaristas rusos: Rusia está dispuesta a ir a la guerra por Ucrania, EEUU y el resto de los aliados europeos, no. De esta manera, la falta de cintura diplomática obliga a una constante rectificación —el 'tour' europeo de Wendy Sherman es eso— y, además, puede también propiciar desarrollos desfavorables en el Indo-Pacífico. Es decir, si lo que sucede aquí afecta seriamente a la credibilidad de EEUU, eso también puede incentivar, por ejemplo, a China a testar la determinación de Washington en Taiwán.

Foto: El portavoz del Pentágono, John Kirby, en rueda de prensa. (EFE)

A un EEUU, pues, algo desorientado y fracturado, se añade, una Alemania ensimismada y con un Gobierno que muestra claras fisuras en este asunto y sobre el que el Kremlin parece confiar en su capacidad de influencia a través de su bien engrasada red de compañeros de viaje en el SPD, la CDU y otros partidos y foros alemanes; y una Francia en pleno proceso electoral y aún resentida por la cuestión del Aukus. Solo el Reino Unido —aunque con un Gobierno inmerso en diversas crisis domésticas—, o Suecia y Finlandia —pero solo en clave de defensa de sus territorios nacionales— podrían representar algún desafío para Rusia. Esa es la ventana de oportunidad que identifica el Kremlin y que está claramente dispuesta a aprovechar.

Asimismo, Rusia ha aprovechado su ultimátum para ningunear a la UE. Hace meses que Moscú apuesta al no reconocimiento de Bruselas como interlocutor político y a mantener solo la relación con algunos Estados miembros, singularmente Alemania. Si bien, el rechazo de reactivar el formato de Normandía —que incluye también a Ucrania y Francia— es un mensaje también muy claro para el nuevo canciller alemán. Ningunear a la UE, jugar con las divisiones europeas y forzar a una negociación bilateral con EEUU puede contribuir, además, a la erosión del vínculo transatlántico. Entre sus muchas trampas retóricas, Moscú enmascara esta posición con una supuesta simpatía por la denominada “autonomía estratégica europea”. Deseamos una Europa autónoma —suele afirmar la diplomacia rusa—, pero ahora no lo es y, por consiguiente, no tiene sentido tratar estas cuestiones con ellos si la decisión la tomará finalmente Washington. La trampa es tan evidente que sorprende que tantos europeos caigan cándidamente en ella.

Foto: Rueda de prensa de los jefes de la diplomacia europea y rusa en febrero de 2021 en Moscú. (Reuters/Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia)

Con la participación de la OTAN en las negociaciones de esta semana, EEUU ha evitado que Rusia jugara a la carta de la división también dentro de la Alianza. Rusia, por cierto, también estaba apostando al no reconocimiento de la OTAN. En ese sentido cabía interpretar, por ejemplo, las declaraciones en tono despectivo del ministro Lavrov refiriéndose al secretario general, Jens Stoltenberg, como un “mánager” de la secretaría de la organización. Stoltenberg, por cierto, ha dado otra muestra esta semana de su habilidad para tejer complicidades entre los aliados y de su capacidad de liderazgo en circunstancias francamente adversas para la Alianza. En cualquier caso, vista la determinación de Rusia para emplear desacomplejadamente su brazo militar para alcanzar sus objetivos estratégicos en Europa, los europeos harían bien en entender que el debate real no es entre defensa UE o defensa OTAN, es entre tener defensa y no tenerla; y no hay alternativa creíble al paraguas militar de la Alianza Atlántica. Si no se comprende esto, frente a una Rusia crecientemente agresiva y revisionista los riesgos serán mayores y el abismo de la guerra sobrevolará Europa cada vez con más fuerza.

* Nicolás de Pedro, 'senior fellow', The Institute for Statecraft, Londres @nicolasdepedro

La situación en Europa no pinta bien. En su comparecencia ante los medios del viernes 14 de enero, el ministro de asuntos exteriores ruso, Sergei Lavrov, indicó que la paciencia de Rusia “se ha agotado”. Desde la perspectiva del Kremlin, la semana de encuentros diplomáticos en diferentes formatos —aunque, en esencia, bilaterales EEUU-Rusia— no ha producido una respuesta satisfactoria para el ultimátum que hicieron público el pasado 17 de diciembre, en el que establecían sus "líneas rojas" de seguridad para la OTAN, incluyendo la no-expansión hacia el este. Cuatro días después, el presidente ruso, Vladimir Putin, advertía que, si sus demandas no eran atendidas, Rusia tomaría “las medidas de represalia técnico-militar apropiadas”.

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