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Merkel y los villanos: las complejas relaciones de la canciller con China, Rusia y Turquía
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Ha dejado pasar muchos desplantes

Merkel y los villanos: las complejas relaciones de la canciller con China, Rusia y Turquía

Su carácter conciliador frente a los autócratas, que ha llegado a verse como lucrativo e inspirador, está en cuestión y puede entenderse como interesado, contradictorio y, a la larga, contraproducente

Foto: Merkel y Putin, durante un encuentro sobre Libia este enero. (Reuters)
Merkel y Putin, durante un encuentro sobre Libia este enero. (Reuters)

Ética y bolsillo: valores e intereses. Ésa es una disyuntiva constante en la política exterior alemana. Bien lo sabe Angela Merkel, que durante muchos años ha logrado un difícil equilibrio, al promover los negocios internacionales del DAX 30 y, a la vez, denunciar los atropellos de los derechos humanos y defender la democracia más allá de sus fronteras. Pero 2020 se ha cruzado en su camino. La opacidad con la que China ocultó los inicios de la pandemia, los abusos de Pekín en Hong Kong y Xinjiang, el envenenamiento con Novichok del opositor ruso Alexéi Navalni y la agresividad turca en el Mediterráneo oriental están haciendo imposible a la canciller mantener su pragmatismo equidistante. Su postura, que ha llegado a verse como lucrativa e inspiradora, puede acabarse entendiendo como interesada, contradictoria y, a la larga, contraproducente.

Pocos líderes en Europa, y en todo Occidente, saben poner rápidamente al teléfono a los presidentes de China, Rusia y Turquía. Cuando las cosas se tuercen con el coronavirus, con Ucrania o Bielorrusia, con Siria, Nagorno-Karabaj o Libia, es Merkel quien habla con Xi Jinping, Vladímir Putin y Recep Tayyip Erdogan. Pero, ¿es realmente efectivo su recurso inapelable al diálogo con estos autócratas? ¿Vale su carácter conciliador y proclive a la negociación frente a los hechos consumados y la testosterona? ¿Pueden deslindarse los intereses comerciales de la mayor economía europea de las decisiones en política exterior de su Ejecutivo?

Foto: Un hongkonés, durante las protestas del año pasado. (Reuters)
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China: Hong Kong, los uigures y el covid-19

2020 iba a ser el gran año para Alemania y China. Berlín llevaba meses preparando cuidadosamente su presidencia rotatoria del Consejo Europeo, de julio a diciembre de este año. El clímax iba a llegar en septiembre, cuando estaba previsto que se celebrase en Leipzig (Alemania) una cumbre UE-China con los líderes de los 27 y el presidente chino. Allí se iba a rubricar, con gran pompa, un acuerdo bilateral de protección de inversiones que iba a convertir al bloque en socio preferente del gigante asiático.

Pero la cumbre no tuvo lugar. Apenas hubo una videoconferencia. El acuerdo tampoco se alcanzó. Y parece difícil que se logre finalmente un texto consensuado y ambicioso para diciembre, fecha tope para Bruselas. La UE se ha mostrado decepcionada por la falta de voluntad de Pekín por dar un paso adelante. Europa exige reciprocidad -que las empresas europeas puedan hacer en China lo que las chinas tienen permitido en Europa- y Pekín no quiere dar ese salto cualitativo. La presidenta de la Comisión Europea (y exministra de Defensa de Merkel), Ursula von der Leyen, aseguró que China tenía mucha tarea pendiente.

El acuerdo se fue al traste por la falta de avances en lo económico, pero el lado europeo estaba viendo cada vez menos políticamente digerible un acuerdo con China en el contexto actual, independientemente de la letra del texto. La imagen de Pekín ha caído enteros en los últimos meses por la represión política en Hong Kong -donde ha acabado con la independencia judicial y la libertad de expresión- y en Xinjiang, en donde se estima que un millón de miembros de la minoría étnica musulmana uigur están en campos de concentración. Pero también por la creciente agresividad con Taiwán y por la sensación de que Pekín ocultó la gravedad del coronavirus en los primeros compases de la pandemia, lo que impidió atajarla a tiempo. Además, sigue negándose a que expertos internacionales se desplacen a Wuhan para una investigación independiente y ha elevado su aportación financiera a la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya cuestionada en su imparcialidad, aumentando las dudas sobre su independencia.

Foto: Tedros Adhanom, director de la OMS, y Xi Jinping. (Reuters)

Estas razones también han llevado a Merkel a distanciarse de China en los últimos meses, emborronando, a un año de abandonar el poder, uno de los pilares de su legado: su acercamiento político y, sobre todo, comercial a China. En sus quince años en Cancillería, ha viajado en doce ocasiones al gigante asiático siempre acompañada por un selecto grupo de empresarios. La canciller ha ayudado a que grandes trasnacionales como Volkswagen, Siemens, Mercedes y BASF hagan negocios multimillonarios en la segunda mayor economía del mundo.

Un ejemplo de este distanciamiento es el viraje de Alemania en el espinoso asunto del 5G. Si el Gobierno alemán, con Merkel a la cabeza, empezó defendiendo la posibilidad de que la china Huawei participase en el despliegue de este nuevo estándar de telecomunicaciones en su territorio, ahora está maniobrando para que, en la práctica, quede fuera de juego. Tras defender la importancia del libre mercado y la necesidad de adoptar cuanto antes las últimas tecnologías, el borrador de la nueva Ley de Seguridad en las Telecomunicaciones del gobierno no impide la participación de Huawei, pero la limita cualitativamente en la práctica. Según el diario económico 'Handelsblatt', la legislación prevé un control técnico y un examen político de cada proveedor de elementos críticos de las redes de telecomunicaciones.

placeholder Foto de archivo del opositor ruso Alexei Navalni. (Reuters)
Foto de archivo del opositor ruso Alexei Navalni. (Reuters)

Rusia: Navalni y el Nord Stream 2

Para Merkel, la Rusia de Putin siempre ha sido un interlocutor difícil, pero un interlocutor. La canciller no se planteó cortar el diálogo ni siquiera en 2014, cuando Moscú se anexionó militarmente la península ucraniana de Crimea y armó y financió una guerrilla separatista en el este de Ucrania. Apoyó expulsar a Rusia del G8 e imponer una serie de sanciones desde Europa que siguen vigentes, pero mantuvo el contacto. De hecho fue ella principalmente, aunque llevó de la mano al entonces presidente francés, François Hollande, la que un año más tarde sentó a la mesa a Putin y al presidente ucraniano, Petró Poroshenko, para que sellaran los Acuerdos de Minsk.

Merkel ha aguantado mucho de Putin (quizá más que de nadie) y no sólo en política exterior, donde la canciller ha recibido desplantes e indiferencia por parte del presidente ruso al abordar las crisis de Siria, Libia o, más recientemente, Bielorrusia. También en cuestiones que afectaban directamente a Alemania. En 2016, el Bundestag sufrió un grave ciberataque que los expertos aseguran que fue lanzado desde Rusia, pero Moscú negó la mayor. Y el año pasado un excombatiente checheno y confidente de diversos servicios secretos occidentales fue tiroteado a plena luz del día en Berlín. El autor de los disparos, detenido poco después, era un agente ruso. Pero para el Kremlin todo era un montaje.

Foto: Xi Jinping y Vladimir Putin. (Reuters)

¿Qué motivos puede tener Merkel para aguantar esta conducta? Por un lado, están los vínculos históricos de Alemania y Rusia, en lo cultural y lo humano. Como las relaciones entre España y Marruecos, no son siempre sencillas. Está además la convicción de que la zanahoria es siempre mejor que el palo, una tesis que respaldan la canciller y su gobierno.

Pero también está el mero negocio. El ejemplo más evidente y más polémico es el Nord Stream 2. Se trata de un gasoducto que conecta directamente ambos países a través del mar Báltico y que, además de un seguro de energía barata para el sector privado alemán, es un balón de oxígeno para Gazprom, la gasista estatal rusa. El proyecto, que está cercano a completarse pese a la oposición de Washington -que ha impuesto sanciones extraterritoriales contra las empresas implicadas- y varios socios europeos, supone un importante revés financiero para Ucrania, que según una estimación va a dejar de percibir anualmente 1.800 millones de euros en concepto de impuestos de paso.

Pero la paciencia de Merkel parece haberse acabado con el caso Navalni. El envenenamiento con Novichok del líder opositor ruso ha impactado a la canciller, que ha exigido a Rusia cooperación y una investigación profunda y transparente de lo sucedido, porque sólo el Estado ruso posee este agente nervioso. El Gobierno alemán ha advertido que el empleo de armas químicas no puede quedar "sin consecuencias" y ha avanzado conversaciones con sus socios europeos para una "respuesta conjunta". Será el momento de comprobar si la canciller habla en serio y está realmente dispuesta a romper la baraja. La suspensión del Nord Stream 2 sería un buen comienzo.

Turquía: El Mediterráneo oriental y la crisis de los refugiados

Merkel ha vuelto a apostar por el diálogo en el último frente que se le ha abierto, la crisis en el Mediterráneo oriental entre Turquía y Grecia. Las prospecciones en busca de hidrocarburos de Ankara en aguas disputadas han elevado la temperatura en la región. Numerosos barcos de guerra de uno y otro lado patrullan la zona y se ha advertido de la posibilidad de que un error humano pueda desatar un conflicto armado.

La canciller ha vuelto a hacer gala aquí de su habilidad para los equilibrios, defraudando a Atenas y provocando escepticismo dentro de la UE. Y en la última cumbre europea se ha salido con la suya. Merkel ha apostado por evitar la confrontación con Turquía, sacrificando la posibilidad de erigir un frente común europeo. Ha insistido en que hay que mostrar "solidaridad" con Grecia, pero buscar a la vez una solución diplomática al conflicto. La canciller no ha tomado partido por su socio comunitario -como han hecho otros miembros del bloque-, sino que ha querido ejercer de mediadora, mandando a su ministro de Exteriores, Heiko Maas, a hablar con las dos partes, como si fuesen dos iguales. Equidistantes.

Detrás de este esfuerzo diplomático se encuentra su interés por mantener a Turquía en la OTAN, pero también su necesidad, por motivos de política interna, de que Ankara mantenga su compromiso de acoger en su territorio a los refugiados que llegan de Siria e Irak, impidiendo que avancen hacia Europa. Porque Merkel no quiere otra crisis como la de 2015, en la que mantuvo las fronteras de su país abiertas y permitió la entrada de un millón de personas, pero sufrió un gran desgaste político y provocó una profunda crisis interna dentro del bloque conservador alemán (y el despegue de la ultraderecha). Eso no puede repetirse. No a un año de las elecciones.

Ética y bolsillo: valores e intereses. Ésa es una disyuntiva constante en la política exterior alemana. Bien lo sabe Angela Merkel, que durante muchos años ha logrado un difícil equilibrio, al promover los negocios internacionales del DAX 30 y, a la vez, denunciar los atropellos de los derechos humanos y defender la democracia más allá de sus fronteras. Pero 2020 se ha cruzado en su camino. La opacidad con la que China ocultó los inicios de la pandemia, los abusos de Pekín en Hong Kong y Xinjiang, el envenenamiento con Novichok del opositor ruso Alexéi Navalni y la agresividad turca en el Mediterráneo oriental están haciendo imposible a la canciller mantener su pragmatismo equidistante. Su postura, que ha llegado a verse como lucrativa e inspiradora, puede acabarse entendiendo como interesada, contradictoria y, a la larga, contraproducente.

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