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¿Vigilar el vecindario cercano o pensar en un ‘Global Europe’? El dilema exterior de la UE
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NUEVA CONSTELACIÓN GLOBAL

¿Vigilar el vecindario cercano o pensar en un ‘Global Europe’? El dilema exterior de la UE

La Unión Europea se está centrando mucho en su vecindario, pero la nueva “constelación global” le obliga a adaptarse y a no renunciar a atraer a las potencias intermedias

Foto: Una bandera de la UE durante la cumbre de la OTAN en Vilna. (Reuters)
Una bandera de la UE durante la cumbre de la OTAN en Vilna. (Reuters)

En junio de 2016, cuando los británicos votaron a favor de abandonar la Unión Europea, el club comunitario perdió a un socio con una visión y una estrategia global. Quitando a Francia, con muchas limitaciones, y Países Bajos, y sin tener en cuenta el potencial perdido de España, la Unión no tiene muchos otros países con una visión heredada que pueda considerarse global. La UE no solamente perdía atractivo para el resto del mundo con la salida del Reino Unido, perdía a un país que en la sala siempre aportaba una perspectiva global de las discusiones y que tenía muchas herramientas a su alcance para ayudar al club a lograr sus objetivos.

Desde entonces se ha instalado en Bruselas un cierto pesimismo, que ha ido evolucionando en una especie de realpolitik europea. Frente al auge imparable de China y la competencia entre el gigante asiático y Estados Unidos, el rol de Europa está en centrarse en su vecindario más cercano e intentar salvaguardar su “autonomía” en un contexto cada vez más complejo. Mientras algunas voces avisaban de que la Unión no se puede “encerrar en sí misma”, la idea que ha ido echando raíces estos últimos años es que hay que enfocarse en el espacio más cercano a Europa. Las recientes crisis, como la guerra en Ucrania y la situación en Oriente Próximo, han reforzado esta tendencia, reduciendo el interés europeo por el resto del mundo.

Foto: La valla en la frontera entre Hungría y Serbia. (Thomas Devenyi)

Así, la pérdida de un socio con una visión global sin que nadie haya ocupado su lugar, aunque España haya utilizado su presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea para intentar reforzar los lazos con América Latina, y el aumento de las crisis en el vecindario cercano han hecho que la UE sea más “regionalista” en su visión exterior. Todo ello se produce en el marco de un aumento de la conciencia europea respecto al declive del poder de la Unión, que está llevando precisamente a que la postura más regionalista de su política exterior se centre en aspectos que se identifican tradicionalmente con esa idea de “declive”, como por ejemplo es una política exterior centrada en la gestión migratoria. Cuando Afganistán se derrumbó lo que más preocupó a muchos ministros de Asuntos Exteriores fue una posible crisis migratoria, no el poder desestabilizador en la región de la toma de poder de los talibanes.

Sin embargo, ese aumento del enfoque en la cuestión regional no se ha traducido en un incremento necesario de la estabilidad. Las relaciones con el vecindario están centradas en la cuestión de la migración, como se ha demostrado con el cierre de varios acuerdos con varios Estados norteafricanos, como Túnez y Egipto, siguiendo un modelo de cooperación ya probado en Marruecos y Turquía. El modelo de apoyar a “hombres fuertes” o dictadores a cambio de que eviten las salidas de inmigrantes hacia la Unión Europea tiene en todo caso muchas limitaciones.

placeholder Líderes europeos durante una visita a El Cairo para cerrar un acuerdo. (EFE)
Líderes europeos durante una visita a El Cairo para cerrar un acuerdo. (EFE)

Mirada exterior

Pero es que además, lejos de proteger a Europa del declive, ese enfoque únicamente en el vecindario, y únicamente centrado en frenar la inmigración, no frena, sino que acelera el declive. La riqueza de Europa depende del comercio con socios terceros, de mantenerse abierta, de buscar alianzas alternativas. Incluso la idea de una “autonomía estratégica” depende necesariamente de tener lazos a nivel global. No se trata de una especie de autarquía europea, sino de una no dependencia de un único socio exterior, y eso, lejos de conseguirse reduciendo las relaciones comerciales, solamente se puede conseguir extendiéndolas, diversificándolas, especialmente teniendo en cuenta el interés europeo por cuestiones como las materias primas críticas necesarias para la transición ecológica.

La acción en el Sahel muestra tanto las carencias europeas en su vecindario como algunas de las tendencias que frenan a Europa a nivel global. Desde hace años los socios europeos cuentan con misiones en esta región para frenar la insurgencia yihadista, pero una serie de golpes de Estado han acabado reduciendo mucho la presencia de los europeos después de que las nuevas juntas militares hayan exigido la salida de las fuerzas europeas. Y en el Sahel ha jugado un papel fundamental dos elementos que están conectados y que son un reto para la Unión Europea a nivel global: por un lado la desinformación rusa y china, y por el otro el resentimiento por el legado colonial de Europa, alimentado en muchas ocasiones por Moscú y Pekín con el objetivo de desestabilizar.

Foto: Un soldado francés espera frente a un helicóptero en Ndaki, Mali. (Reuters)

En demasiadas ocasiones la Unión Europea tiene la tendencia de aplicar un modelo, una estrategia, a todos sus socios. Eso se ha visto en el contexto de la guerra de Ucrania: se quería forzar a los socios de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) a un lenguaje duro de condena contra Rusia, haciendo sentir a los socios latinoamericanos una falta de interés por parte de los europeos en los lazos con la región, que llevaban abandonados muchos años. Las prioridades europeas no tienen por qué ser las prioridades del resto del mundo y el ‘eurocentrismo’ hace daño a la estrategia global de Europa, reforzando muchos de los mitos y de la particular ‘leyenda negra’ de potencia colonial y arrogante que arrastra la Unión.

Como explica Stefan Lehne, analista del think tank Carnegie, la Unión Europea debe empezar a tener “estrategias específicamente diseñadas” para distintos países, prestando especial atención a los que Ivan Krastev, uno de los pensadores europeos más influyentes de los últimos años, ha identificado como a “los poderes medianos”, es decir, aquellos Estados miembros que no son súper-potencias pero que van a ser claves en lo que Lehne identifica como “la nueva constelación global”, como son Brasil, India o Egipto. Son países que no comparten muchos intereses, ni necesariamente una visión global, pero sí son países que quieren ser tratados como actores relevantes y necesitan un trato específico, diseñado para sus intereses concretos en relación con Europa en una relación que tiene que ser bidireccional.

La UE es consciente de que no solamente debe mover ficha en la cuestión narrativa, sino tiene que reaccionar a nivel global a la influencia dura, especialmente en forma de dinero, que Pekín pone sobre la mesa. Ante la iniciativa china de la Nueva Ruta de la Seda, la Comisión respondió con el conocido como “Global Gateway”. La idea es comunicar que la ayuda de Pekín puede parecer caída del cielo, pero que tratar con un socio como China conlleva muchos riesgos para países más pequeños, mientras que Europa ofrece una cooperación más transparente y centrada en el desarrollo de estos países terceros y de sus lazos comerciales, y no con la voluntad de convertirlos en dependientes geopolíticos. Es un primer esfuerzo por reaccionar, aunque no suficiente.

placeholder Bandera europea frente a la Comisión en Bruselas. (EFE)
Bandera europea frente a la Comisión en Bruselas. (EFE)

​Mundo bipolar

En los últimos años Europa ha duda sobre cómo actuar ante la promoción de una bipolaridad del mundo por parte de Estados Unidos. La Unión ha ido oscilando entre la llamada “doctrina Sinatra”, es decir, intentar ir por libre, sin verse totalmente supeditada a la política exterior americana, y entre el alineamiento con Washington, especialmente a raíz de la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 y la reafirmación de Estados Unidos como el único garante real y práctico de la seguridad europea.

Nadie duda en Bruselas de que no hay siquiera la posibilidad de elegir entre Estados Unidos y China. Todas y cada una de las veces Europa tendrá que decantarse hacia Washington, por valores, por intereses y por visión compartida respecto a muchos elementos. Pero también existe la sensación de que el discurso americano de los últimos años no ayuda a sacar a la Unión de sus errores del pasado en política exterior. Como explica Lehne, la idea de “democracias contra autocracias” que está promocionando la Casa Blanca, y la reacción del etéreo “Sur Global” a las cumbres de democracias organizadas por Washington muestran que buena parte de lo que se pueden considerar socios estratégicos de la Unión Europea se sienten incómodos con esas etiquetas.

Para frenar la sensación de declive que preocupa a muchos en la Unión la clave es entender que Europa no va a volver a ser el centro del mundo, ni siquiera de “su” mundo. No se puede contruir la idea de la “fortaleza europea” y creer que la Unión puede mantenerse como ha estado hasta ahora, porque precisamente esa Unión que se quiere proteger depende completamente de tener una visión exterior. La marcha de los británicos puede haber dejado al club sin esa visión global innata, pero necesita desarrollar su propia visión global si quiere protegerse del declive.

En junio de 2016, cuando los británicos votaron a favor de abandonar la Unión Europea, el club comunitario perdió a un socio con una visión y una estrategia global. Quitando a Francia, con muchas limitaciones, y Países Bajos, y sin tener en cuenta el potencial perdido de España, la Unión no tiene muchos otros países con una visión heredada que pueda considerarse global. La UE no solamente perdía atractivo para el resto del mundo con la salida del Reino Unido, perdía a un país que en la sala siempre aportaba una perspectiva global de las discusiones y que tenía muchas herramientas a su alcance para ayudar al club a lograr sus objetivos.

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