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Lula quiere implantar un nuevo orden mundial. No va a salir tan fácil (ni hay dinero para ello)
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Brasil deja atrás la era bolsonaro

Lula quiere implantar un nuevo orden mundial. No va a salir tan fácil (ni hay dinero para ello)

En su primer año al frente de Brasil, el presidente brasileño ha pasado pasó 63 días viajando y ha visitado 24 países, entre ellos España

Foto:  El presidente de Brasil interviene en un acto. (Reuters / Ueslei Marcelino)
El presidente de Brasil interviene en un acto. (Reuters / Ueslei Marcelino)

"España y Brasil son dos grandes democracias que se enfrentan al extremismo, la negación de la política y los discursos de odio, alimentados por noticias falsas. Nuestra experiencia frente a la extrema derecha, que opera en coordinación internacional, nos enseña que es necesario unir a todos los demócratas. No podemos transigir con el totalitarismo ni dejarnos paralizar por la perplejidad y la incertidumbre ante estas amenazas". Con este alegato a favor de la democracia, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva ha recibido a Pedro Sánchez en Brasilia, el 6 de marzo.

No se ha tratado de una mera reunión de cortesía diplomática. Por su volumen, las inversiones españolas en Brasil son consideradas estratégicas. Con más de mil empresas en el mercado brasileño, como Telefónica y el Banco Santander, España se ha consolidado como el segundo inversor del país, solo por detrás de Estados Unidos. Su presencia en la banca, las telecomunicaciones y el sector energético, entre otros, es expresiva. En total, España ha invertido más de 54.000 millones de euros en el país tropical. "Brasil es un destino muy atractivo para las empresas españolas, especialmente las que se ocupan de la transición energética y también de la mitigación y lucha contra el cambio climático", ha reconocido Pedro Sánchez.

Además de los asuntos relacionados a los intereses de los dos países, Lula no ha perdido la ocasión para condenar los ataques de Israel contra la población de Gaza y ha vuelto a tildarlos de genocidio. Citando el famoso Guernica de Pablo Picasso, he pedido de nuevo la creación de un Estado palestino y que este sea reconocido por la ONU. El encuentro bilateral, que ha culminado con la firma de varios acuerdos de cooperación científica, es parte de la intensa agenda internacional de Lula, que acaba de volver de la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).

El mandatario brasileño asumió el pasado mes de diciembre la presidencia del G20 por primera vez y ha marcado una serie de prioridades para la reunión de noviembre en Río de Janeiro. El listón está muy alto: pretende eliminar la desnutrición en todo el planeta; tasar a las grandes fortunas; frenar la deforestación y el cambio climático; conseguir un alto el fuego en la Franja de Gaza; e incluso enviar una misión de paz a Haití… Parece que el exsindicalista quisiera salvar el mundo, pero la cuestión de fondo es si tiene quorum suficiente para convencer a los países más ricos del globo, que todos juntos representan el 85% PIB mundial, más del 75% del comercio mundial y alrededor de dos tercios de la población mundial.

Lula quiere centrar la cumbre del G20 en intentar arrebatarle el poder absoluto a los cinco países con derecho de veto en la ONU

Fiel a su trayectoria política, Lula desea dejar su marca en el G20, implementando una agenda social sólida. No hay que olvidar que este político de 78 años conoció el hambre cuando era niño y que el Partido de los Trabajadores consiguió sacar a Brasil del Mapa Mundial del Hambre de la FAO, durante el mandato de Dilma Rousseff. La idea ahora es lanzar una Alianza global contra el hambre y la pobreza. Lula también quiere centrar la cumbre del G20 en la reforma de la gobernanza internacional, es decir, va a intentar arrebatar el poder absoluto de los cinco países con derecho de veto que integran el Consejo de Seguridad de la ONU. Además, quiere dar la vuelta a otras instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial, con la mirada puesta en la financiación de los países más pobres, con tipos de interés más accesibles y menos contrapartidas. El fin último, en sus palabras, es garantizar que todos los ciudadanos del mundo puedan comer bien y vivir con dignidad.

Razones no le faltan. En 2022, entre 691 y 783 millones de personas padecieron el hambre, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Además, alrededor de 2.400 millones de personas, es decir, el 29,6% de la población mundial, no tiene acceso constante a los alimentos y está condenada a vivir en situación de inseguridad alimentaria moderada o grave. Eso acontece en un planeta que, en realidad, produce los alimentos necesarios para el sustento de todos, según destacan fuentes del Gobierno brasileño.

Para cambiar esta realidad, se ha creado un grupo de trabajo que tiene la tarea titánica de conseguir los fondos suficientes para financiar unos desafíos tan ambiciosos. "La Alianza es un mecanismo práctico para movilizar recursos financieros y conocimientos desde donde son más abundantes y canalizarlos hacia donde más se necesitan, apoyando así la ejecución y ampliación de la escala de acciones, políticas y programas a nivel nacional", señala el ministro de Desarrollo y Asistencia Social, Familia y Lucha contra el Hambre, Wellington Dias.

Estas palabras rimbombantes, sin embargo, se chocan contra el muro de la realpolitik. ¿Cómo convencer a los países más ricos del planeta a renunciar a un pedazo de su tarta para reducir la desigualdad? Informes de los principales organismos internacionales revelan que sería necesaria una financiación de al menos 78.000 millones de dólares al año para que el Mapa del Hambre de la FAO dejara de existir y para reducir la pobreza global hasta el año 2030, según los objetivos de desarrollo sostenible establecidos por la ONU.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su encuentro con el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, en el Palacio de la Moncloa este miércoles. (EFE/Javier Lizón)

Con estas premisas, a finales de febrero se celebró en São Paulo la primera reunión de ministros de Finanzas y presidentes de los Bancos Centrales del G20. Como era esperado, Brasil defendió una tributación global mínima para los más ricos. "Necesitamos hacer que los multimillonarios de todo el mundo paguen la parte que les corresponde en impuestos. Además de buscar avanzar en las negociaciones en curso en la OCDE y las Naciones Unidas, creemos que un impuesto mínimo global sobre la riqueza podría constituir un tercer pilar de la cooperación fiscal internacional", dijo el ministro brasileño de Hacienda, Fernando Haddad.

Contrariamente a lo que podría esperarse, no estaba solo. El ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, apoyó explícitamente esta propuesta y afirmó que Francia está comprometida a avanzar con este tipo de impuestos. Además, el secretario ejecutivo del Ministerio de Finanzas, Darío Durigan, aseguró que el impuesto a los superricos ha recibido apoyo de varios países europeos.

Diferentes organismos internacionales revelan que la desigualdad aumentó sensiblemente después de la pandemia. Desde 2020, los cinco hombres más ricos del mundo han duplicado su fortuna, mientras que el 60% más pobre ha perdido su poder adquisitivo, según datos de la ONG Oxfam. Pero algo parece estar cambiando. En enero de este año, un grupo de 250 millonarios y empresarios escribió una carta abierta a los jefes de Estado que participaron en el Foro Económico Mundial de Davos, en la que pedían pagar más impuestos. Son en su mayoría herederos de grandes fortunas de 17 países, aunque la mayoría reside en los Estados Unidos y el Reino Unido. Entre ellos destacan Abigail Disney, cineasta y activista, y Valerie Rockefeller. Una encuesta realizada por la empresa Survation revela que el 74% de estos ricachones apoya una subida de impuestos sobre el patrimonio para ayudar a mejorar los servicios públicos.

En este escenario, el presidente de Brasil parece decidido a elevar el debate hacia otro nivel y cambiar los equilibrios de poder para superar el actual bipolarismo y contribuir a la creación de un mundo multipolar. En cierto sentido, es lo mismo que intenta hacer Vladimir Putin. La diferencia es que, en vez de las bombas, Lula usa la diplomacia. Lo dejó claro a mediados de febrero en Etiopia, durante la 37ª Cumbre de la Unión Africana, que reunió a jefes de Estado y miembros de Gobierno de los 54 países del continente africano. "Durante mucho tiempo fuimos conocidos en todo el planeta como países pobres, como países del tercer mundo, como países subdesarrollados, como países en desarrollo. No señor, ahora somos la economía del sur global. Queremos darnos la oportunidad de hacer que el sur global, que tiene parte de lo que el mundo necesita hoy, puede ocupar su espacio en la economía, la política y la cultura mundial", defendió Lula en aquella ocasión.

Los críticos con Lula le acusan de ser un Biden de los Trópicos, y de promover políticas económicas anticuadas e ineficaces

Sin embargo, no siempre el camino de la diplomacia la ha dado buenos resultados. En el caso de la guerra entre Israel y Hamás, Lula ha suscitado una enorme polémica al acusar a Israel de genocidio por su actuación en Gaza, algo que le acerca a Pedro Sánchez. Ambos mandatarios sufrieron la reprimenda de Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel, por sus críticas explícitas a la ofensiva israelí contra la población palestina. En el caso de Lula, hubo un agravante, ya que comparó la ofensiva del Ejército israelí al exterminio de los judíos perpetrado por el mismísimo Hitler. Estas declaraciones han generado una avalancha de críticas dentro y fuera de Brasil.

Al margen de las diatribas sobre las guerras en Gaza y Ucrania, está quedando cada vez más claro que Lula 3, como llaman el tercer mandato del exsindicalista, intenta establecer nuevos fundamentos para la política exterior brasileña. Es un giro de 180 grados tras los cuatro años de aislamiento de la era Bolsonaro, que fue tildado de paria internacional. En su primer año en el poder, Lula pasó 63 días viajando por el mundo con el fin de reposicionar Brasil en el mapa de influencias geopolíticas. En 12 meses visitó 24 países, entre ellos España.

Por lo pronto, ya se habla de "utopía tropical" en la política exterior latinoamericana. Es el título del documental que acaba de ser lanzado en Brasil y que tiene como protagonistas al asesor especial de Lula y exministro de Relaciones Exteriores, Celso Amorim, y al político estadounidense Noam Chomsky. El largometraje ofrece una reflexión sobre las transformaciones políticas en el continente y, principalmente, en Brasil. "Aunque en Utopía Tropical pintamos un retrato de las últimas décadas, la película habla precisamente de la necesidad de estar alerta, trabajando juntos por una sociedad más justa, que respete y dé voz a la diversidad, la naturaleza y los pueblos indígenas", destaca el cineasta João Amorim, hijo de Celso Amorim.

No está claro si Lula conseguirá ganar la batalla contra los dogmas neoliberales y la resistencia de las grandes potencias. Sus detractores le acusan de estar mayor, de ser un Biden de los Trópicos, y de promover políticas económicas anticuadas e ineficaces. "Brasil va a ser la próxima Venezuela", repetían hasta el cansancio los bolsonaristas durante la campaña electoral de 2022. "Brasil no cumplirá la meta fiscal. El Gobierno gasta más de lo que arrecada y el ministro de Hacienda no tiene la mínima noción de lo que hay que hacer", sentenció en octubre del año pasado Eduardo Bolsonaro, el hijo del expresidente, que es diputado federal.

Los datos macroeconómicos contradicen las previsiones más agoreras de la oposición y de los economistas. Brasil está prosperando más de lo esperado. En 2023, el PIB creció un 2,9%, gracias sobre todo al sector agropecuario (15,1%) y a las exportaciones (9,1%). El consumo interno (3,1%) también tuvo un papel discreto. "El enfriamiento de la inflación también fue importante. Combinando el aumento de la masa salarial y los ingresos por transferencias gubernamentales, quedó en manos de las familias una masa de recursos que llevó a un aumento del consumo", explica Rebeca Palis, coordinadora de Cuentas Nacionales del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).

Tras años de decadencia, Brasil ha vuelto a integrar el grupo de las 10 mayores economías del mundo. Incluso ha superado a Canadá y ahora ocupa el noveno lugar de esta lista. Las voces más críticas hablan de suerte, al igual que lo hicieron en 2011, cuando Brasil alcanzó la sexta posición en este ranking. En aquella época, el argumento era que Lula se había limitado a surfear la ola de las materias primas, cuyos precios aumentaron un 15% anual entre 2003 y 2010, según datos del FMI. Otra demostración de su buena estrella sería el descubrimiento en 2006 de enormes yacimientos petrolíferos en la costa de Río de Janeiro y de São Paulo. En su momento, fue considerado el principal hallazgo de los últimos 30 años.

"Si es verdad que tengo suerte, el pueblo debería elegirme para siempre", replica irónicamente Lula. El tiempo dirá si el presidente petista, que estuvo encarcelado durante 580 días por un delito de corrupción que siempre negó haber cometido, es realmente un hombre afortunado o más bien un hábil estratega o, como destacan sus admiradores, "el mayor estadista que ha visto el mundo desde Nelson Mandela".

"España y Brasil son dos grandes democracias que se enfrentan al extremismo, la negación de la política y los discursos de odio, alimentados por noticias falsas. Nuestra experiencia frente a la extrema derecha, que opera en coordinación internacional, nos enseña que es necesario unir a todos los demócratas. No podemos transigir con el totalitarismo ni dejarnos paralizar por la perplejidad y la incertidumbre ante estas amenazas". Con este alegato a favor de la democracia, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva ha recibido a Pedro Sánchez en Brasilia, el 6 de marzo.

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