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Por qué fue Pedro Sánchez a Brasil mientras se pactaba la ley de amnistía
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Por qué fue Pedro Sánchez a Brasil mientras se pactaba la ley de amnistía

La visita del presidente a Lula y a Boric tiene una lectura en clave de política nacional. Al mismo tiempo, subraya la partida que se está jugando de fondo y cuál será el papel de los apoyos internacionales en su futuro

Foto: Pedro Sánchez, en las obras del metro de Sao Paulo. (EFE/Isaac Fontana)
Pedro Sánchez, en las obras del metro de Sao Paulo. (EFE/Isaac Fontana)
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El momento político español es peligroso. Las dinámicas extranjeras, esas que llaman trumpistas, y que están transformando Occidente, nos han alcanzado de lleno. En nuestro país no hay un enfrentamiento entre un partido sistémico y otro extrasistémico, sino que está protagonizado por las dos grandes formaciones: PSOE y PP. Aquí aparecen los mismos fosos, las mismas divisiones ideológicas y el mismo enfrentamiento radical que en otros lugares. Y no se trata tanto de las opciones que se defienden, sino de que las relaciones están quebradas y los puentes rotos. La hostilidad va en aumento y cada parte responsabiliza a la contraria.

Este es un punto de partida que cualquier análisis sobre la escena nacional no puede pasar por alto. En ese contexto, Pedro Sánchez ha viajado a Brasil y Chile justo en el instante en el que el acuerdo sobre la amnistía se iba a anunciar. Tiene un sentido político.

La versión socialista

Brasil es un país con notables y sólidos vínculos económicos con España. Además, se está impulsando el improbable acuerdo de Mercosur, en el que España es parte activa frente a las resistencias francesas. Hay interés, además, en que los países progresistas de América Latina se vinculen más con Europa y resistan a las tendencias conservadoras que también operan en la región.

Pero, además de estos aspectos, la visita a ambos países poseía un componente simbólico interpretable en clave nacional. En Brasil, el presidente subrayó algunos de los elementos principales de su discurso. Escribió en la red social X que había trasladado a Lula Da Silva "el firme compromiso de España con los valores democráticos y el apoyo a las instituciones brasileñas frente a los ataques de los extremistas". Comentó que en nuestro país, como en Brasil, hay quienes no han aceptado el resultado de las elecciones y subrayó el buen momento nacional, ya que "la economía española lideró el crecimiento en las economías avanzadas en 2023: un 2,5%, superando, como Brasil, todas las expectativas".

Todos estos mensajes tienen sentido en la medida que el Brasil de Lula y la España de Sánchez comparten enemigo: la extrema derecha. Este viernes, en Chile, Sánchez insistió en la existencia de una internacional ultraderechista que se opone al feminismo, que niega el cambio climático y que incluso censura obras culturales. El presidente español y Gabriel Boric, además, coincidieron en la receta para combatirla: la lucha contra la desigualdad y las políticas públicas.

"Von der Leyen alerta del peligro de la extrema derecha al ser escogida cabeza de lista del Partido Popular Europeo. ¿Estaba Feijóo allí, no?"

Mientras el PSOE tiene una agenda progresista, de mejora de nuestro país y que busca disminuir la desigualdad, aseguró Sánchez, el PP ha abierto la puerta de muchos gobiernos a Vox: "El peligro no es únicamente la ultraderecha, sino sus socios necesarios, como es el PP".

El marco último es el siguiente: el PP está jugando con bazas trumpistas como las noticias falsas o exageradas, está tensando la cuerda para hacer caer al Gobierno por caminos extraparlamentarios y se apoya en insultos y en insidias. La lucha contra la amnistía no es más que parte del juego de Steve Bannon trasladado a la política española. Hace un par de días, mientras Sánchez visitaba a Lula, desde Ferraz se tuiteaba: "Von der Leyen alerta del peligro de la extrema derecha al ser escogida cabeza de lista del Partido Popular Europeo. ¿Estaba Feijóo allí, no?". Esa es la versión socialista.

La lectura del PP

La posición de Génova no es muy diferente. Alberto Núñez Feijóo acudió, en las mismas fechas, a Bucarest, a la convención del Partido Popular Europeo, donde fue elegida Ursula von der Leyen como candidata.

Habría mucho que comentar sobre ese extremo, no solo por la cercanía del PP con Manfred Weber o por el respaldo dudoso que Von der Leyen consiguió, sino por las brechas que se están abriendo en el lado conservador, con Viktor Orbán marchándose al ECR, el grupo de Giorgia Meloni, y abandonando el PPE, con Marine Le Pen yendo por su cuenta y con su grupo y con el propio Partido Popular sacudido por sus diferencias internas. Son señales de cambios cuyos efectos reales se concretarán tras las elecciones.

Feijóo señaló la inmoralidad de que “un primer ministro europeo consiga su investidura a cambio de la impunidad judicial”

En Bucarest, Feijóo afirmó que "un Gobierno europeo va a dejar impunes delitos gravísimos contra el corazón de la UE, entre ellos terrorismo, malversación de dinero público y la declaración de independencia de una parte de un Estado miembro". En esencia, lo que Feijóo trasladó fue el ataque al Estado de derecho y a la independencia del poder judicial que está sufriendo España, así como la inmoralidad de que "un primer ministro europeo consiga su investidura a cambio de la impunidad judicial". Solicitó el respaldo de su grupo y de la UE para evitar que ese ataque radical a las instituciones tuviera éxito.

En esencia, lo que Feijóo describió fuera, que es lo mismo que cuenta en España, es el intento trumpista de Sánchez de acabar con el orden constitucional, de impedir que los jueces tengan el papel que las leyes les atribuyen y de subvertir la España que se acordó en la Transición para dirigirla hacia un régimen poco democrático. Y todo esto coronado por los recientes escándalos de corrupción.

La experiencia de Zapatero

Ambas posturas aluden a los peligros para la democracia que supone el partido contrario y la amnistía ha encajado en ese mismo marco: para los socialistas, se trata de un camino de solución forjado en el diálogo y en la reconciliación que no es aceptado por aquellos que contribuyeron a crear el problema, y que tratan de combatirlo con mentiras y descalificaciones. Para el PP, es la expresión máxima de cómo el Estado de derecho decae.

Pero, bajo esa capa discursiva, hay también una lectura del momento político. Los de Sánchez cuentan con el Ejecutivo, pero la mayoría parlamentaria es frágil y tienen al poder judicial enfrente. En esa situación de difíciles y permanentes equilibrios, el PP ha optado por la confrontación continua, a veces en términos agresivos, como estrategia de desgaste incesante que provoque, cuando lleguen las elecciones, sea el momento que sea, el desplome de su adversario electoral.

Esta posición táctica ya fue utilizada en otra época, la de los gobiernos de Zapatero, por parte de los populares. Su utilidad fue escasa, ya que perdieron las siguientes elecciones. Le sirvió para mantener su base movilizada durante la primera legislatura, pero no para alcanzar el Gobierno. Y el momento de su triunfo llegó cuando le hubiera tocado de todos modos en un sistema bipartidista: cuando la recesión hizo insostenible la gestión de Zapatero.

Foto: Carles Puigdemont, en un acto del Consejo por la República. (EFE/David Borrat)

No obstante, tampoco deben minusvalorarse los efectos a largo plazo. Todo el desgaste que sufrieron los socialistas durante esos años se cobró un precio: el malestar con el Gobierno estalló de una manera muy intensa en 2011 y llevó a los socialistas a un resultado tremendamente negativo. La tarea de los populares no surtió efecto en un primer instante, pero cuando lo hizo, el golpe para el PSOE fue muy notable.

Ambas cosas son posibles ahora, en una situación general más complicada que entonces: la hostilidad del PP y su alianza con Vox pueden hacer más improbables las alianzas con otros partidos, y, por tanto, su llegada al Gobierno, pero si las circunstancias internacionales no son buenas y España sufre una crisis, el PSOE puede caer a plomo.

Lo de fuera

No es una advertencia menor, porque los dilemas internacionales son ahora todavía mayores que entonces. Además de dos guerras y del nuevo papel de China y los BRICS, hay elecciones europeas a la vuelta de la esquina y las estadounidenses se celebrarán a final de año, con todas las alteraciones que puede derivarse de los resultados de esos comicios. Europa está en crisis existencial y EEUU quiere definir cómo mantendrán su hegemonía, que se ha vuelto muy complicado. Tampoco conocemos cuáles son las recetas económicas que se aplicarán en este nuevo tiempo, ni cuáles van a ser los términos de la respuesta europea a este desafío de época.

Son estas nuevas respuestas las que decidirán buena parte de la política nacional. No es extraño, pues, que Sánchez se apoye cada vez más en el exterior, apele a la lucha contra la extrema derecha internacional y se signifique como un líder que la puede poner freno. La habitual actividad foránea de Sánchez no solo tiene que ver con intereses nacionales y con aspiraciones privadas.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Javier Martín)

Las opciones de perdurar del Gobierno de España dependen más aún de lo que pase fuera, y del apoyo que recibamos, que de lo que decida Junts. Hay más riesgo fuera que dentro, que ya es decir. Será muy importante, por lo tanto, contar con un sostén internacional que permita un mayor margen de acción para el gobierno español. Si la política exterior siempre es importante para un país mediano, en esta ocasión lo será todavía más.

En todo caso, en un entorno fragmentado, como es el occidental, las tácticas políticas que se utilizan (por ambas partes) resultan peligrosas, ya que juegan decididamente la carta divisoria de la sociedad. Son las que tenemos y nada hace pensar que vayan a detenerse, ni aquí ni fuera. La cuestión es si son útiles para algo o si terminan polarizando excesivamente a una parte de la población, la ya convencida, y acaban por arrojar fuera de la política a muchos ciudadanos, con el nuevo escenario que eso abre. Desde luego, lo que sí generan es que los asuntos cruciales de la época queden fuera del debate: en 2024 hemos vuelto al marco de discusión de 2016-2017, corrupción y procés.

El momento político español es peligroso. Las dinámicas extranjeras, esas que llaman trumpistas, y que están transformando Occidente, nos han alcanzado de lleno. En nuestro país no hay un enfrentamiento entre un partido sistémico y otro extrasistémico, sino que está protagonizado por las dos grandes formaciones: PSOE y PP. Aquí aparecen los mismos fosos, las mismas divisiones ideológicas y el mismo enfrentamiento radical que en otros lugares. Y no se trata tanto de las opciones que se defienden, sino de que las relaciones están quebradas y los puentes rotos. La hostilidad va en aumento y cada parte responsabiliza a la contraria.

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