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El semáforo roto: la división interna del Gobierno alemán provoca irritación en la UE
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¿Cuál es la solución?

El semáforo roto: la división interna del Gobierno alemán provoca irritación en la UE

La división dentro del Gobierno alemán está provocando algunos problemas en Bruselas. En Berlín los liberales se mueven como si el Ejecutivo de Scholz estuviera en su tiempo de descuento político

Foto: El canciller alemán Olaf Scholz interviene en la Conferencia anual de Seguridad de Múnich. (Reuters/Wolfgang Rattay)
El canciller alemán Olaf Scholz interviene en la Conferencia anual de Seguridad de Múnich. (Reuters/Wolfgang Rattay)

Alemania ha sido durante décadas fuente de autoridad y ejemplo en Europa. Crecimiento, autoría económica y moral en tiempos de la crisis del euro, liderazgo de facto de la Unión en las manos de la canciller Angela Merkel y, en general, una balsa de estabilidad. El cuadro ahora mismo es muy diferente: Italia y España han evitado que la Eurozona entre en recesión arrastrada por los malos datos económicos de Berlín, la industria alemana se ahoga y, ahora, los socios europeos empiezan a irritarse ante el bloqueo en el que periódicamente entra el Gobierno federal, cada vez más dividido y más inestable, que a un año y medio de las próximas elecciones parece estar ya en tiempo de descuento.

El último capítulo ha sido el relacionado con la votación de las nuevas normas europeas de responsabilidad corporativa, la conocida como due diligence o CSDDD. En diciembre, la presidencia española del Consejo de la Unión Europea cerró un acuerdo con el Parlamento Europeo con el que se reforzaban los requisitos para las grandes empresas y se establecían multas en caso de incumplimientos en materia de respeto al medioambiente o a los derechos humanos. España consideraba que tenía una mayoría suficiente. Y de hecho, la tenía.

El asunto se debía aprobar en una reunión de embajadores representantes permanentes adjuntos de los Veintisiete ante la Unión Europea este mes de febrero. Sin embargo, la presidencia belga del Consejo de la UE acabó retirándolo de la agenda.

Si los españoles tenían una mayoría suficiente cuando lo acordaron con la Eurocámara, ¿qué había pasado para que los belgas llegaran a la conclusión de que no podía salir adelante y que era mejor retirarlo? Lo que había pasado era Alemania.

Foto: Hans-Georg Maaßen, en 2018. (Reuters/Axel Schmidt)

Desde hacía algunas semanas, los liberales del FDP, parte de una coalición, conocida como la 'coalición semáforo', con los socialdemócratas (SPD) y los verdes (Grüne), se habían empezado a revolver contra el acuerdo. Christian Lindner, ministro de Finanzas y líder de FDP, junto a su colega de partido, el ministro de Justicia, comenzaron a movilizarse, enviaron cartas a sus colegas europeos pidiendo tumbar un acuerdo que, todavía oficialmente, Alemania apoyaba. Al otro lado de la mesa, en Berlín, Robert Habeck, vicecanciller y ministro de Economía, apoya la directiva CSDDD. ¿Solución? Alemania debe abstenerse en el Consejo. Y con la abstención alemana el texto no podía salir adelante.

Este fenómeno es muy conocido en Bruselas. Los diplomáticos saben que cuando en Alemania hay un Gobierno de coalición, existe el riesgo de que tras una larga reunión en la que el representante alemán ha estado callado todo el tiempo, en el último momento abra el micrófono y diga 'nein', tumbando todo lo que se ha discutido hasta entonces. Esto se debe, en parte, al diseño descentralizado del proceso de decisión en temas europeos del Gobierno alemán.

Foto: El presidente de Argelia, Abdelmadjid Tebboune, saluda al vicecanciller alemán, Robert Habeck. (Reuters)

Lo explica Ignacio Molina, investigador principal del Real Instituto Elcano, en una reciente publicación del think tank español. "En Alemania, por su parte, el sistema está mucho menos centralizado y triangula en torno al 'principio de canciller' en lo relativo al liderazgo político; el 'principio departamental' para cada una de las carteras responsables de las diversas políticas públicas y el 'principio colegial' para la consulta interministerial.

Eso lleva a veces al problema del llamado 'voto alemán' o, más bien, del 'no voto' cuando hay discrepancias entre dos departamentos y la dinámica de la coalición no permite imponer el criterio de uno sobre otro", señala Molina.

El daño para Alemania es importante, y tanto en la representación permanente del país en la UE como en el Gobierno lo saben. "Daña nuestra fiabilidad como socio y nuestro peso en Europa", aseguró tras conocerse el cambio de postura respecto a la CSDDD la ministra de Asuntos Exteriores y uno de los líderes de Los Verdes, Annalena Baerbock. Y, sobre todo, el caso de la votación sobre CSDDD no es un caso aislado.

Hace justo un año Alemania amenazó con tumbar un acuerdo ya cerrado políticamente para prohibir la venta de coches de combustión a partir del año 2035 y obligó a que la Comisión Europea aceptara una solución de compromiso para incluir los automóviles que utilicen combustibles sintéticos, en los que el entonces líder de la Comisión en este dosier, el holandés Frans Timmermans, no creía. A pesar de que el acuerdo original ya alcanzado incluía reservas para los combustibles sintéticos, Volker Wissing, ministro de Transportes de Alemania, miembro del FDP, obligó a que fueran más concretos.

Especialmente irritante para sus socios europeos es el momento en el que Alemania se enzarza en una batalla interna: tanto la cuestión del CSDDD, como con los motores de combustión interna, el cambio de posición llegó después de que la presidencia del Consejo de la UE, que representa a todos los Estados miembros, y la Eurocámara, hubieran llegado ya a un acuerdo político en los conocidos como "trílogos".

Habitualmente, una vez se cierra un pacto en estas negociaciones, se da por hecho que hay un compromiso político al que no se debe dar marcha atrás, ya que puede romper los equilibrios alcanzados en las negociaciones interinstitucionales.

Inestabilidad en Berlín

El problema está lejos de ser exclusivo de Bruselas y de las votaciones en el Consejo. La sensación es de que existe mucha inestabilidad en Berlín, vinculado a lo que se considera un liderazgo débil por parte del canciller Olaf Scholz. Las elecciones se deben celebrar en octubre de 2025, pero los socios de Gobierno, especialmente los liberales del FDP, actúan ya de forma desleal con el canciller, y muchos les ven como una oposición interna al Gobierno.

Bijan Djir-Sarai, secretario general del FDP, ha explicado en público y con toda claridad su voluntad de formar parte de un Gobierno con los conservadores de la CDU/CSU, que va primera en las encuestas. Lindner, también en público, ha achacado los malos datos en las encuestas para su partido a formar parte de un Gobierno impopular. En los últimos días, la divergencia entre el FDP y el resto del Gobierno se ha hecho mucho más visible. Las costuras de la coalición también quedaron a la vista de todos a raíz de la crisis provocada por la decisión del Constitucional, situado en Karlsruhe, de tumbar un fondo especial de 60.000 millones de euros.

Precisamente, algunos culpan al FDP y a sus malas perspectivas de los últimos volantazos del Gobierno, tanto en el asunto de la CSDDD como en el de los coches de combustión. Ambos son medidas europeas que pueden preocupar a su electorado, ya que el FDP se presenta como un partido proempresas y dirigido a las clases acomodadas menos preocupadas por la transición ecológica. A juzgar por las últimas encuestas, que vuelven a situar al partido de Lindner por encima del umbral que le permitiría entrar en el Bundestag en octubre de 2025, la operación está teniendo éxito.

Alemania ha sido durante décadas fuente de autoridad y ejemplo en Europa. Crecimiento, autoría económica y moral en tiempos de la crisis del euro, liderazgo de facto de la Unión en las manos de la canciller Angela Merkel y, en general, una balsa de estabilidad. El cuadro ahora mismo es muy diferente: Italia y España han evitado que la Eurozona entre en recesión arrastrada por los malos datos económicos de Berlín, la industria alemana se ahoga y, ahora, los socios europeos empiezan a irritarse ante el bloqueo en el que periódicamente entra el Gobierno federal, cada vez más dividido y más inestable, que a un año y medio de las próximas elecciones parece estar ya en tiempo de descuento.

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