Afilar las armas económicas para la próxima: qué nos ha enseñado la guerra de sanciones a Rusia
Tras un año de guerra económica con Rusia, la eficacia de la campaña de sanciones de Occidente está siendo objeto de escrutinio
Tras un año de guerra económica con Rusia, la eficacia de la campaña de sanciones de Occidente está siendo objeto de un intenso escrutinio. Por un lado, la escala sin precedentes de las medidas está privando a Rusia de sus activos exteriores y de muchas tecnologías importantes. Por otro lado, las consecuencias globales imprevistas de las sanciones pueden estar contribuyendo al relativo aislamiento de Occidente en su apoyo a Ucrania. La economía rusa, por su parte, parece más resistente de lo que muchos analistas habían previsto. Evaluar la eficacia de las sanciones es, por tanto, un poco como leer un horóscopo: hay una historia en él para quien quiera encontrarla.
Sin embargo, una cosa está clara: como el resultado de la guerra de Rusia contra Ucrania se decidirá probablemente en el campo de batalla, el apoyo de Occidente se está centrando en fortalecer la resistencia militar-industrial de Ucrania, así como en debilitar la de Rusia. Las sanciones ya contribuyen a esta tarea de un modo u otro, por ejemplo, privando al Kremlin de los ingresos que necesita para hacer la guerra. Pero la estrategia de sanciones de Occidente necesita ahora evolucionar más ampliamente, y orientar sus medidas hacia las formas en que Rusia consigue material bélico y sus componentes.
Además, los europeos deben tener en cuenta el largo plazo. La disuasión económica seguirá estando en el centro de cualquier estrategia de sanciones. Pero la Unión Europea y sus Estados miembros deberían aprender de los fracasos de esa disuasión en esta guerra y empezar a afilar sus herramientas económicas para el próximo gran conflicto. De hecho, esta preparación en tiempos de paz para las sanciones en tiempos de guerra debería convertirse en un objetivo clave de la estrategia industrial europea.
La brecha tecnológica
El margen de acción y presión es fundamental para la eficacia tanto de la disuasión económica como de las sanciones en tiempo de guerra. El complejo militar-industrial del Kremlin sufre un importante desfase tecnológico y un alto nivel de dependencia de componentes occidentales. La estrategia de Rusia tras su anexión ilegal de Crimea en 2014 consistió en eliminar progresivamente las importaciones extranjeras (especialmente las procedentes de miembros de la OTAN) para equipamiento militar. Sin embargo, una investigación de RUSI sobre los sistemas de armas rusos recuperados de Ucrania encontró al menos 450 componentes vitales fabricados en el extranjero, en su mayoría procedentes de empresas de microelectrónica estadounidenses. Desde entonces, Vladímir Putin ha pasado a una economía de guerra con el objetivo de producir a gran escala el equipo militar necesario, pero las fuerzas rusas siguen dependiendo de las tecnologías occidentales avanzadas y de doble uso.
Esto indica que el actual régimen de sanciones aún no ha aprovechado plenamente la brecha tecnológica. Una de las formas en que el Kremlin sigue haciéndose con componentes occidentales es reutilizando aparatos electrónicos básicos de consumo, como frigoríficos y tostadoras, para uso militar. Otra forma más preocupante son las ventas militares directas de Irán, Corea del Norte y China, especialmente si el gobierno estadounidense tiene razón en su evaluación de que China está considerando la posibilidad de prestar ayuda letal —como artillería y munición— a Rusia. Este tipo de apoyo parece improbable a gran escala, dados los costes económicos en los que probablemente incurriría Pekín. Pero la "amistad sin límites" de Putin y Xi Jinping asegura que no puede descartarse. Así pues, impedir que China arme a Rusia debe seguir siendo una prioridad para Occidente.
Mientras tanto, el Kremlin sigue aprendiendo trucos para romper las sanciones de los parias de Teherán y Pyongyang, y en los campos de batalla de Ucrania todavía hay montones de tecnología occidental a partir de equipos rusos. También hay cada vez más pruebas de envíos de material militar a través de centros en Turquía y de productos de doble uso a través de China y Hong Kong.
Es urgente tapar estos agujeros en el régimen de sanciones occidental. Estados Unidos ha endurecido sus controles a la exportación de cientos de aparatos de consumo básico. También ha aumentado la presión diplomática y coercitiva sobre empresas y gobiernos de Turquía, Omán, Emiratos Árabes Unidos y Asia Central. En Europa, a las medidas contra las entidades iraníes que suministran material militar a Rusia podrían seguir pronto nuevas competencias para sancionar a empresas y Estados extranjeros que no estén dispuestos a tomar medidas drásticas contra la elusión de las sanciones en sus territorios. Pero la aplicación y el cumplimiento de estas medidas seguirán siendo inevitablemente un interminable juego de la lotería.
Por tanto, la disuasión económica no solo debe ser audaz y creíble en sus amenazas de sanciones, sino que también debe ofrecer oportunidades de cooperación. Con respecto a China, por ejemplo, la rápida disminución de las perspectivas de mejora de las relaciones basada en un cambio de comportamiento en Pekín está socavando la disuasión económica global de Occidente: ¿por qué debería China cambiar su enfoque si cree que las relaciones se deteriorarán de todos modos? Una disuasión y una preparación sólidas pueden y deben ir de la mano de una visión positiva de la interdependencia con China, como ha señalado recientemente la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen.
Seguridad económica en tiempos de paz: mantener la ventaja
Sin embargo, la guerra económica con Rusia demuestra que las espadas más afiladas del arsenal occidental son las ventajas tecnológicas clave de doble uso. Una doctrina europea de seguridad económica debe garantizar que estas ventajas no solo se mantienen, sino que se refuerzan con herramientas de política industrial y de control estratégico de la tecnología.
Una forma de mantener las ventajas tecnológicas en apoyo de la disuasión es impedir que los rivales accedan a tecnologías clave. Esto puede resultar ineficaz o incluso contraproducente en el caso de Rusia, dada la influencia que podrían ejercer las aportaciones tecnológicas vitales. Y la fuerza innovadora de China y su agenda de fusión de la industria militar-civil requieren un enfoque cuidadoso y controlado.
Washington, por ejemplo, está intentando cortar el acceso de China a los semiconductores avanzados, ya que, junto con Japón y Países Bajos, EEUU controla un importante punto de estrangulamiento en su producción. Los recientes controles a la exportación anunciados por estos tres estados sobre equipos de fabricación de semiconductores a China eran un medio para impedir que Pekín desarrolle capacidades avanzadas de supercomputación, inteligencia artificial y cuántica, que según Washington podrían traducirse en ventajas militares y económicas decisivas.
Las conversaciones con estrategas estadounidenses indican que son conscientes de que se la juegan: si China consiguiera hacer propia la tecnología, se perdería el punto de estrangulamiento. Pero, debido a la complejidad de los equipos de fabricación de semiconductores avanzados y a los ecosistemas de innovación occidentales profundamente arraigados en ellos, esa apuesta puede salir bien.
Una estrategia europea de seguridad económica que vigile cuidadosamente los canales tecnológicos con China y, cuando sea necesario, restrinja las transacciones, el comercio o el compromiso es vital en un mundo en el que el potencial de la guerra económica no hace más que crecer. Para ello será necesario reforzar el control de la inversión extranjera directa en sectores estratégicos y controlar las exportaciones sensibles; pero la política industrial también debería apoyar esta tarea estratégica, no solo limitando las dependencias de la UE (como las identificadas por la Comisión Europea), sino también reforzando y blindando las ventajas tecnológicas y las interdependencias de Europa que puede verse obligada a utilizar con fines disuasorios o incluso bélicos (como los equipos de fabricación de semiconductores, los equipos médicos, la robótica industrial, la maquinaria especial y las piezas de aviación).
Esto requiere nada menos que un salto en el pensamiento europeo sobre seguridad económica. Pero la disuasión económica y la guerra económica son dos caras de la misma moneda. Si los europeos se toman en serio la primera cara de la moneda —cosa que deberían hacer dados los dramáticos costes del fracaso de la disuasión con Rusia— entonces también tienen que tomarse en serio la segunda cara. Los puntos de estrangulamiento tecnológico y las interdependencias por sí solos no evitan ni resuelven los conflictos, pero se suman a un balance de pérdidas y ganancias. Esto subraya la necesidad de promover y proteger las ventajas comerciales y tecnológicas clave en tiempos de paz para prepararse para las sanciones en tiempos de guerra.
*Análisis publicado en el European Council on Foreign Relations por Tobias Gehrke y titulado Economic peacefare: Lessons for the future of European sanctions strategy
Tras un año de guerra económica con Rusia, la eficacia de la campaña de sanciones de Occidente está siendo objeto de un intenso escrutinio. Por un lado, la escala sin precedentes de las medidas está privando a Rusia de sus activos exteriores y de muchas tecnologías importantes. Por otro lado, las consecuencias globales imprevistas de las sanciones pueden estar contribuyendo al relativo aislamiento de Occidente en su apoyo a Ucrania. La economía rusa, por su parte, parece más resistente de lo que muchos analistas habían previsto. Evaluar la eficacia de las sanciones es, por tanto, un poco como leer un horóscopo: hay una historia en él para quien quiera encontrarla.