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Anticiparse a la tormenta: bienvenidos al oficio más estresante del mundo
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Anticiparse a la tormenta: bienvenidos al oficio más estresante del mundo

En una nueva realidad en la que la economía europea depende más del clima que nunca, un oficio ha adquirido un papel protagonista: la meteorología

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Líderes políticos en Bruselas reciben a diario en su despacho un informe con los últimos pronósticos meteorológicos para saber si los depósitos de combustibles aguantarán todo el invierno. Comandantes rusos y ucranianos consultan sus servicios climáticos nacionales antes de planificar movimientos militares cuyo éxito o fracaso depende en muchos casos de la lluvia y el frío. Agricultores alemanes, cuyas cosechas se han visto diezmadas por el verano más caluroso jamás registrado, estudian las predicciones de temperaturas para 2023. Comunidades de vecinos de toda España permanecen atentas a la sección del tiempo del telediario para determinar si pueden permanecer un día más sin consumir un gas a precio de oro.

Son escenas propias de una Europa en la que la crisis energética, sumada a los primeros coletazos del cambio climático, ha otorgado al clima una importancia con pocos precedentes en su historia moderna. Los gélidos inviernos de 1946 y 1947 paralizaron el continente, gran parte del cual se encontraba en ruinas tras la Segunda Guerra Mundial, lo que desató las alarmas e impulsó a Washington a lanzar el Plan Marshall. Las décadas de prosperidad y consumo de combustibles fósiles posteriores acostumbraron a las sociedades europeas a una era en la que los problemas relacionados con los fenómenos climatológicos habían quedado relegados a un discreto segundo plano. Pero, este año, estas mismas sociedades han despertado en una nueva realidad. The Economist resumía de forma solemne esta transformación en un reciente análisis: "La crisis energética de Europa ha traído consigo el retorno de la economía basada en el clima".

Foto: Barcos encallados en la orilla del río Doubs, en la frontera entre Francia y Suiza. (EFE/Laurent Gillieron)

En esta nueva realidad, un oficio ha adquirido un papel protagonista: la meteorología. Conforme el riesgo climático se ha disparado en Europa y el resto del mundo, las predicciones sobre condiciones atmosféricas futuras se han convertido en un codiciado recurso. Un informe publicado por Spherical Insights & Consulting apunta a que el tamaño del mercado mundial de servicios de pronóstico meteorológico crecerá de los 2.140 millones de dólares actuales a un total de 3.610 millones para 2030. Mari Pangestu, directora general de Políticas de Desarrollo y Asociaciones del Banco Mundial, sentenció durante la pasada COP27 que "los datos climáticos son datos económicos", un reflejo de hasta qué punto la ciencia climática se ha vuelto una parte integral de los procesos de toma de decisión.

Este creciente interés ha traído consigo una expansión, en ocasiones drástica, del volumen de trabajo y áreas de especialización para los profesionales dedicados a la ciencia climática. "Antes, a los meteorólogos nos gustaba que hubiera fuertes borrascas, porque nos ponían el foco encima. Ahora ya no hace falta nada de eso, porque todos los días tenemos algo pasando", relata el veterano meteorólogo español Mario Picazo en entrevista con El Confidencial.

Carlo Buontempo, director del Servicio de Cambio Climático de Copernicus, el programa de la Unión Europea de observación y monitorización de la Tierra, no esconde los desafíos a los que se están enfrentando los profesionales dedicados a la predicción meteorológica y la ciencia climática. "La sociedad nos está solicitando datos sobre el clima a un nivel sin precedentes en nuestras vidas", indica a este periódico. "Estamos sometidos a una presión considerable, especialmente de cara al principio de invierno", agrega.

El invierno más temido

Aunque el cambio astronómico de estación se produce el 21 de diciembre, el invierno meteorológico comenzó el pasado jueves 1 de diciembre. Ese mismo día, la Comisión Europea fijó un objetivo intermedio para el consumo de gas tras un año en el que los estados miembros han exprimido cada recurso posible para llenar sus reservas. Para el 1 de febrero, los depósitos de los Veintisiete deberían estar, como mínimo, al 45% de capacidad para evitar su agotamiento al final de la temporada invernal.

En un contexto geopolítico de guerra, en el que la reducción del flujo de gas ruso hacia Europa ha hecho garantizar que el suministro se convierta en un asunto de seguridad nacional, determinar cuánto será necesario consumir para calentar los hogares resulta de vital importancia. Por ello, los meteorólogos del continente llevan meses trabajando incansablemente para intentar formular una respuesta lo más acertada posible.

Sin embargo, esta labor cuenta con un enorme grado de complejidad al estar plagada de incertidumbres y factores que podrían alterar drásticamente el resultado final. "La predicción estacional es un proceso muy diferente al de predecir el tiempo que hará mañana. Se trata de analizar cómo procesos lentos y de baja frecuencia, como la química del océano, el grosor de la capa de hielo, la cantidad de nieve, etcétera, afectarán el balance climático de la Tierra", dice Buontempo. El desafío que afrontan los profesionales del campo de la meteorología es el de poder proporcionar un mensaje con estos datos que sea lo más preciso e informativo posible a pesar de no poder ser específicos. "Nadie puede decirte en septiembre si va a nevar en Navidad", sentencia el experto.

Foto: ¿Estamos ante una gran ola de frío? Qué pasa con el vórtice polar y de qué se habla al referirse a su ruptura (EFE/Antonio García)

El consenso científico actual es que es probable que este invierno vaya a ser más cálido de lo habitual. Sin embargo, esto no significa que no vayan a producirse eventos de frío extremo. "La gente dice 'ah, entonces no va a haber frío ni nevadas', y es todo lo contrario", comenta Picazo. "Incluso el invierno de Filomena acabó siendo uno más suave de lo normal", agrega. De hecho, los servicios meteorológicos europeos llevan avisando desde hace meses de la posibilidad de que se produjera una ola de frío al comenzar la estación, una predicción que ahora está cerca de convertirse en una inevitabilidad.

El rápido descenso de las temperaturas impulsó de nuevo esta semana los precios de los futuros del gas holandés, la medida que sirve de referencia para Europa. El alza desde el inicio de noviembre ya supera el 54% en un mercado que continúa mostrando una enorme volatilidad en la que uno de los factores más determinantes, sino el más importante, es la proyección meteorológica.

Energía cada vez más ligada al clima

La conexión entre clima y energía no es ninguna novedad. El sector energético utiliza rutinariamente pronósticos meteorológicos para valorar los niveles óptimos de adquisición y producción de electricidad, dado que los picos y descensos de la temperatura y la humedad provocan picos y descensos en su consumo (y sus costos).

Sin embargo, desde el fin de la mayoría de los confinamientos por la pandemia y, especialmente, a raíz de la invasión rusa de Ucrania, la escasa oferta energética ha provocado que la planificación de estas operaciones se vea cada vez más afectada por los caprichos meteorológicos. El ya mencionado caso del gas es el más paradigmático de esta nueva realidad, pero no es la única razón por la que eléctricas y Gobiernos dedican cada vez más esfuerzos a observar el clima.

Foto: Imagen: EC Diseño.

Las energías renovables suministran una cantidad cada vez mayor de energía a Europa, lo que genera problemas si el viento no sopla o el sol no brilla. "Los comerciantes de energía llevan décadas atentos a nuestras predicciones, pero ahora es más importante que nunca. Porque no se trata únicamente de predecir el pico de la demanda de consumo de energía, sino también el potencial para la generación de electricidad de fuentes eólicas, solares o hidráulicas", explica Buontempo. Este año, la energía hidroeléctrica ha vivido uno de sus peores años en el continente, después de que un caluroso verano secara los embalses y ríos de los que dependen las represas.

Un informe reciente de la Organización Meteorológica Mundial, una de las ramas de las Naciones Unidas que más relevancia han adquirido en los últimos años, destaca que los servicios de predicción climática son una de las claves para garantizar la resiliencia y la eficiencia de nuestros sistemas energéticos en el futuro. "Las evaluaciones de riesgos que abordan la planificación y la alerta temprana de eventos adversos que afectan el suministro y la demanda de energía pueden ayudar a las poblaciones a anticipar, absorber, adaptarse y recuperarse de los impactos adversos", plantea el documento.

Buscando certezas entre la incertidumbre

La mayor demanda de información meteorológica coincide con dos factores contradictorios: nuestra capacidad de predecir el tiempo y el clima ha mejorado enormemente en las últimas décadas, pero el cambio climático ha provocado que los fenómenos meteorológicos sean más imprevisibles, frecuentes y extremos que nunca.

El pasado mes de septiembre, el servicio meteorológico italiano identificó que una violenta tormenta podría provocar inundaciones en la Toscana, pero esta se desvió súbitamente hacia la región vecina de Las Marcas, devastando decenas de municipios con niveles récord de precipitaciones —en 6 horas cayó una cantidad de lluvia equivalente a 5 meses en la zona— y dejando un saldo final de 11 muertos. "A pesar de los avances tecnológicos a nuestro alcance, es imposible predecir exactamente dónde caerá una cantidad tan intensa de lluvia", explicó entonces al Corriere della Sera Bernardo Gozzini, Laboratorio de Modelización y Seguimiento Ambiental.

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Un análisis de la Agencia Europea del Medio Ambiente publicado en febrero de este año reveló que los fenómenos meteorológicos extremos como tormentas, olas de calor e inundaciones supusieron pérdidas económicas de alrededor de 500.000 millones de euros a lo largo de los últimos 40 años en Europa, además de provocar la muerte de entre 85.000 y 145.000 personas. Son cifras que van camino de acelerarse tras un 2022 en el que el continente ha experimentado el verano más tórrido de los últimos siglos. "Hoy en día los impactos meteorológicos extremos son constantes, ya sean sequías, olas de calor, grandes borrascas o inundaciones masivas", apunta Picazo.

Muchos profesionales de la meteorología, no obstante, ven en la reciente obsesión con los imperativos del clima, amplificada por la guerra de Ucrania, un rayo de esperanza tras décadas de oídos sordos a las reiteradas advertencias sobre el calentamiento global y el resto de fenómenos asociados. "Creo que la sociedad está en medio de una importante transición y nosotros jugamos un rol especialmente importante en este momento", valora Buontempo. "Aunque sentimos esta nueva presión, prefiero centrarme en el lado positivo de que ofrecemos información útil que puede ser utilizada para mitigar las consecuencias", agrega. "No estamos completamente a oscuras", concluye.

Líderes políticos en Bruselas reciben a diario en su despacho un informe con los últimos pronósticos meteorológicos para saber si los depósitos de combustibles aguantarán todo el invierno. Comandantes rusos y ucranianos consultan sus servicios climáticos nacionales antes de planificar movimientos militares cuyo éxito o fracaso depende en muchos casos de la lluvia y el frío. Agricultores alemanes, cuyas cosechas se han visto diezmadas por el verano más caluroso jamás registrado, estudian las predicciones de temperaturas para 2023. Comunidades de vecinos de toda España permanecen atentas a la sección del tiempo del telediario para determinar si pueden permanecer un día más sin consumir un gas a precio de oro.

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