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La Unión Europea ha ganado la batalla del gas contra Putin, pero no la guerra
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El verdadero reto llega en 2023

La Unión Europea ha ganado la batalla del gas contra Putin, pero no la guerra

La escasez y los apagones pueden haber desaparecido de la lista inmediata de preocupaciones, pero el verdadero reto será volver a los niveles de reservas actuales el año que viene

Foto: Protesta contra la invasión de Ucrania en Praga. (EFE/Martin Divisek)
Protesta contra la invasión de Ucrania en Praga. (EFE/Martin Divisek)

Fue un giro argumental que hace meses parecía imposible. Tras más de un año sufriendo unos costes del gas natural sin precedentes, los europeos vieron la semana pasada cómo el precio mayorista de este combustible pasaba brevemente a números negativos en el índice de referencia holandés. Durante una hora, los proveedores del hidrocarburo estuvieron dispuestos a pagar cerca de 16 euros a cualquier cliente que se quedara con el equivalente a 1 megavatio hora (MWh). ¿El motivo? Gran parte de los depósitos europeos están al límite de su capacidad y los buques metaneros que transportan gas natural licuado (GNL) hacen fila en los puertos sin poder descargarlo. A 50 días del temido invierno, no hay donde meter más gas.

Este breve episodio puntual no quita el hecho de que el precio medio al contado del gas continúe rondando en estos momentos los 50 euros por MWh, más del doble de la era previa al inicio de la crisis energética que comenzó en 2021. Sin embargo, sí es una muestra del éxito de la campaña europea de aprovisionamiento del combustible, que ha pulverizado su objetivo manifiesto de llenar un 80% sus depósitos para el 1 noviembre, rozando en su lugar el 95%. Países como Francia, Alemania y Polonia están, en esencia, llenos de gas hasta el tope.

Esfuerzos constantes a nivel europeo en la diversificación de suministro, un aumento drástico en los flujos de GNL desde Estados Unidos, la destrucción de la demanda industrial por los precios insostenibles y un clima más caluroso de lo habitual este otoño son los principales responsables de este hito que ofrece a los Veintisiete un considerable escudo frente al arma energética que Vladímir Putin está utilizando con el objetivo de que los países europeos dejen de respaldar a Ucrania en su resistencia a la invasión rusa. Hoy en día, incluso los pronósticos más apocalípticos apuntan a que, en lo que respecta a este invierno, la batalla europea por el gas está ganada.

Sin embargo, en el horizonte existen, inevitablemente, más inviernos cuya prognosis es mucho más preocupante. Si bien las decenas de metaneros haciendo fila en nuestras costas demuestran la capacidad de la UE de movilizarse y aprovisionarse, también revelan una debilidad evidente. Y es que nuestro continente no cuenta con la suficiente capacidad de almacenamiento o regasificación para enfrentar una crisis energética de estas dimensiones durante un periodo extendido de tiempo. La escasez y los apagones pueden haber desaparecido de la lista inmediata de preocupaciones, pero el verdadero reto será volver en 2023 a los niveles de reservas actuales sin contar con el suministro ruso del que la UE gozó gran parte de este 2022.

Sin ayuda de Moscú

Russell Hardy, CEO de la compañía energética Vitol, resumía recientemente a CNBC el problema en ciernes. “Tendremos un invierno más difícil el año que viene, porque la producción que está disponible para Europa en la primera mitad de 2023 es considerablemente menor a la producción que teníamos en la primera mitad de 2022”, señaló a CNBC. Pese al inicio de la invasión de Ucrania el pasado 24 de febrero y a la oleada de sanciones contra Moscú, los países de la UE continuaron comprando gas ruso en grandes cantidades durante los meses posteriores. De hecho, pese a los elevados precios, los Veintisiete a menudo realizaron compras a un ritmo mayor al de la antesala de la guerra.

Era una situación absurda propia de una realidad no menos absurda: tras décadas de dependencia, la UE necesitaba el gas de Rusia para protegerse del posible corte del gas de Rusia. La dinámica continuó hasta el mes de junio, cuando Gazprom, la gigante estatal rusa encargada de comercializar el combustible, comenzó a reducir drásticamente el flujo a través del Nord Stream, el principal gasoducto en dirección a Europa. Esta disminución continuó agravándose hasta el eventual cierre completo del grifo el pasado mes de septiembre, coronado posteriormente por el espectacular sabotaje que lo dejó inutilizado y cuya autoría sigue siendo investigada.

El resultado final es que los flujos diarios desde Rusia hacia la UE se han reducido en torno al 80%, lo que supone un desafío mayúsculo de cara a rellenar los depósitos después de que se vacíen de forma considerable a lo largo de este invierno. Más del 40% del gas almacenado actualmente en Europa procede de Rusia, un proveedor con el que los Estados miembros ya apenas pueden contar. La caída repentina de los precios se revertirá con la misma vertiginosidad tan pronto como la demanda vuelva a aumentar en 2023. Esto es especialmente cierto por el hecho de que el continente se verá forzado a adquirir la mayoría de su combustible en los mercados internacionales de GNL.

Foto: Ilustración: Marina G. Ortega.
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El combustible licuado ha sido, en gran medida, la salvación de Europa este año, pero, aunque países como Alemania han lanzado una carrera a contrarreloj para aumentar su capacidad de regasificación —y, por lo tanto, de importación— de GNL, el gran problema yace del lado de la oferta. Los grandes productores del hidrocarburo, incluido EEUU, han dejado claro que no existen balas de plata que conlleven un aumento considerable en el suministro el próximo año, lo que significa que continuará siendo limitado sin importar la mejora de la capacidad europea. “Sabemos que, en realidad, no hay grandes proyectos nuevos de GNL en línea a nivel mundial en 2023. Por lo tanto, no se espera que aumente el suministro”, indicó a Fortune Tatiana Mitrova, investigadora del Center on Global Energy Policy de la Universidad de Columbia. “Parece estar casi garantizado que el próximo año será peor”, sentenció.

El temido despertar chino

Por si fuera poco, es posible que Europa pierda el año que viene al que ha sido su inesperado aliado en la batalla energética contra Rusia: el Gobierno chino de Xi Jinping.

La política de covid cero del mandatario —recién reelegido en el 20.º Congreso del Partido Comunista Chino— ha provocado estragos en el gigante asiático. Con gran parte de la población sometida a largos confinamientos, la actividad económica china se ha visto reducida de forma dramática en 2022, provocando a su vez una caída considerable en la adquisición de GNL. Durante el verano, las compras de este combustible en China se redujeron un 14%, la mayor caída desde que el país comenzó a importar el hidrocarburo licuado en 2006.

Ante la falta de demanda nacional, las compañías energéticas chinas a menudo recurrieron a revender su suministro de GNL a otros clientes internacionales. Entre enero y agosto de 2022, según la AIE, estas compañías revendieron un 30% más del combustible en el mercado global del que compraron durante el mismo periodo. Esto supuso un soplo de aire fresco para los países que necesitaban más combustible, una circunstancia que fue principalmente aprovechada por los Veintisiete.

Pero este viento a favor podría revertir el rumbo y convertirse en un dolor de cabeza para Europa este 2023. Un despertar de la economía china devolvería al país su sed de gas natural, provocando un rebote similar —aunque a menor escala— al que dio comienzo a la crisis energética en 2021 debido al desequilibrio entre oferta y demanda. "Una de las razones por las que Europa ha podido absorber tanto GNL es que China experimentó un lento crecimiento económico este año", indicó Fatih Birol, líder de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), en una conferencia en Japón a finales de septiembre. "Si la economía china se recupera, será difícil que Europa atraiga tanto", agregó.

Foto: La nueva cúpula del PCCh rodea a Xi. (Reuters/Tingshu Wang)

Pese a las nubes negras en el horizonte, existen resquicios de esperanza para la UE. El rebote chino, por ejemplo, está lejos de estar garantizado. El Gobierno de Xi Jinping no ha dado señal alguna de que vaya a renunciar a su estrategia de covid cero, imponiendo nuevos confinamientos a gran escala la semana pasada ante un aumento repentino de los contagios de coronavirus. Del mismo modo, los múltiples pronósticos que apuntan a la posibilidad de un invierno más cálido de lo normal en Europa podrían implicar una reducción del gas consumido durante la estación, facilitando el llenado de los depósitos el próximo año.

Ante todo, los Veintisiete han dado muestras durante este año de estar dispuestos a cambios radicales para afrontar la crisis de suministro, incluyendo la posibilidad de compras conjuntas de gas para evitar la competencia entre los Estados miembros. La guerra sigue su curso y Rusia continuará, mientras tenga la capacidad, ejerciendo toda la presión posible sobre Europa, pero quien ya ha ganado una batalla bien puede ganar una segunda. Como indicó recientemente Chris Giles, editor de Economía del Financial Times: “Nadie debería alegrarse de estar pagando más por la energía este invierno, pero la señal del precio ha hecho su trabajo. Ha obligado a Europa a adaptarse”.

Fue un giro argumental que hace meses parecía imposible. Tras más de un año sufriendo unos costes del gas natural sin precedentes, los europeos vieron la semana pasada cómo el precio mayorista de este combustible pasaba brevemente a números negativos en el índice de referencia holandés. Durante una hora, los proveedores del hidrocarburo estuvieron dispuestos a pagar cerca de 16 euros a cualquier cliente que se quedara con el equivalente a 1 megavatio hora (MWh). ¿El motivo? Gran parte de los depósitos europeos están al límite de su capacidad y los buques metaneros que transportan gas natural licuado (GNL) hacen fila en los puertos sin poder descargarlo. A 50 días del temido invierno, no hay donde meter más gas.

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