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Combates en la tercera fase: en la reconquista ucraniana, la velocidad sí importa
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Recargando la recámara

Combates en la tercera fase: en la reconquista ucraniana, la velocidad sí importa

Desde el inicio de la invasión, Ucrania ha liberado más de 77.700 kilómetros cuadrados de los hasta 200.000 km² que Rusia llegó a ocupar (incluyendo el Donbás y Crimea). Más de 1.620 ciudades, pueblos y otros asentamientos

Foto: Soldados ucranianos, en la línea del frente en Zaporiyia. (Reuters)
Soldados ucranianos, en la línea del frente en Zaporiyia. (Reuters)
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Hay varias contrarreloj activas en la guerra de Ucrania. Está la financiera, con ambos bandos luchando una dura batalla por mantener sus economías a flote —la ucraniana, asediada por la invasión; y la rusa, por las sanciones—. También hay una geopolítica, que está poniendo a prueba la paciencia de los aliados de Kiev, volcados económica y políticamente en el conflicto, y los de Moscú, cada vez más preocupados por la retórica nuclear de Vladímir Putin. Y, de fondo, una social, en la que se mide la templanza de los ucranianos para resistir un invierno de penurias y el miedo de los rusos a alzarse contra una operación militar especial que tienen prohibido criticar. Pero la cuenta atrás que va a dirimir la evolución de la guerra a corto plazo es más prosaica: ambos bandos andan cortos de munición. Y esto está afectando a sus estrategias en esta tercera fase de la guerra.

Para Ucrania, la situación es muy delicada y, probablemente, supone más riesgo para sus objetivos que para los de Moscú. Completamente dependiente del suministro armamentístico internacional, los aliados de Kiev llevan semanas advirtiendo de que sus depósitos de munición son finitos. Ucrania ya ha lidiado con episodios de escasez de material bélico en otros momentos de los nueve meses de guerra, lo que en ocasiones ha limitado su capacidad para responder al despliegue ofensivo ruso. A principios de verano, Ucrania estaba gastando unas 6.000 salvas de artillería por día, frente a las 20.000 de Rusia, según los informes del think tank RUSI.

Foto: Zelenski visita Jersón. (EFE)

Pero, desde hace semanas, medios occidentales citan a funcionarios de defensa que alertan de una caída de sus reservas de munición a niveles “incómodos”, como lo definió una fuente a The Wall Street Journal. Algunos, incluso, estarían pidiendo a Ucrania que modere la velocidad de uso. Y cuanto más crezcan los problemas de la OTAN para pertrechar al Ejército ucraniano, más aumentarán las presiones para buscar una salida negociada a la contienda. El peligro más inminente para el alto mando ucraniano es que la escasez de proyectiles puedan llevar a que se congelen las líneas de combate, se enquiste la ocupación y se fuerce a Kiev a sentarse, con cierta desventaja, a una eventual mesa de negociación.

En este contexto, el ritmo de reconquista ucraniano va a ser crucial en las próximas semanas por dos factores primordiales.

El primero: cuanto más rápido avancen las tropas de Kiev, más resolutivo será el apoyo de los países de la OTAN, que depende del entusiasmo de sus opiniones públicas para hacer política y electoralmente rentable la cooperación militar y financiera en momentos de inestabilidad económica global. Aunque el discurso de la Alianza Atlántica y de su secretario general, el noruego Jens Stoltenberg, es de resuelto respaldo a la causa ucraniana, al final del día son cada uno de los gobiernos de la organización los que, según su agenda nacional, deciden su nivel de ayuda y compromiso.

Estados Unidos está rascando en sus almacenes para tratar de mandar más material bélico y de soporte —como radiadores y generadores eléctricos— y ha llegado a varios acuerdos con terceros países, como Corea del Sur, para suministrar a Ucrania, lo que hace que cada vez haya más dudas sobre cuánto tiempo se puede mantener este esfuerzo y para qué. La misma semana que Rusia anunció su retirada de la ciudad de Jersón, la única capital de provincia que logró controlar desde su invasión el 24 de febrero, el jefe del Comando Conjunto estadounidense, Mark Milley, apostaba por que Kiev aprovechara sus recientes éxitos militares para sentarse a negociar con ventaja.

Foto: Escenas del frente de Jersón, Ucrania. (EFE/Stanislav Kozliuk)

“Cuando existe una oportunidad de negociar, cuando se puede alcanzar la paz, aprovéchala. Aprovecha el momento”, dijo Milley durante una intervención en el Economic Club de Nueva York. El máximo general estadounidense felicitó al Ejército ucraniano por superar todas las expectativas de militares y expertos. Pero cree que una victoria militar total no es viable y ha expresado en las reuniones con el presidente Joe Biden su temor de apoyar una guerra de desgaste en la que se pierda mucho sin lograr cambiar las líneas del frente, explicaron fuentes conocedoras de estas conversaciones a medios como CNN y The New York Times. Una visión que no comparte la mayoría del Gobierno norteamericano, ni el propio presidente Biden, pero que puede crecer según pasen los meses.

Y segundo: cuanto más rápida sea la contraofensiva, menos posibilidades hay de enzarzarse en prolongados episodios de intercambio de fuego de artillería que para Ucrania son difíciles de sostener en el tiempo. Ucrania necesita moverse para no perder la inercia de avance y, con ella, el impulso occidental que alimenta su músculo bélico.

77.700 km2 liberados

Esto ya sucedió en la primera fase de la guerra. Antes de la gran contraofensiva en la zona norte del país, muchas voces occidentales pedían sentarse a conversar con el Kremlin para poner fin a la guerra. La guerra relámpago de Vladímir Putin había fracasado, pero sus tropas ocupaban grandes partes del territorio en el este y sur del país, y todavía amenazaban el norte. Pero el retroceso de los invasores de las zonas ocupadas en las provincias de Kiev y de Cherníhiv en apenas 19 días (del 16 de marzo al 4 de abril), fue la primera señal de que Kiev estaba en condiciones no solo de defender, sino de recuperar la iniciativa bélica. Esto forzó el primer gran volantazo de la invasión, cuyos objetivos pasaron de la desnazificación total del país y derrocar al Gobierno de Kiev, a concentrar sus esfuerzos en el Donbás y el sur del país.

Pero el verdadero golpe sobre la mesa de Ucrania fue la contraofensiva en Járkov, óblast nororiental que hace frontera con Rusia. Durante varios meses, en gran parte de la primavera y el verano, la guerra se convirtió en lo que muchos asesores temían. Una guerra de desgaste con fuerte intercambio de artillería y bombardeos en los que Ucrania llevaba las de perder. Los ucranianos llevaban desde mayo empujando las líneas rusas, que en un primer momento habían quedado establecidas a las afueras de la ciudad —que, como Kiev, también fracasaron en conquistar de forma relámpago—. Hasta finales de agosto, los ucranianos apenas habían emprendido la liberación de los pueblos cercanos a la capital. Hasta que la línea rusa crujió.

En apenas nueve días, del 6 al 15 de septiembre, las tropas rusas retrocedieron más de 8.500 kilómetros cuadrados. Sus líneas, desperdigadas a lo largo de cientos de kilómetros, eran demasiado delgadas y se batieron en retirada ante el empuje ucraniano. La operación no solo supuso una inyección de moral tras meses de un frente casi estático, sino que también borró de golpe y plumazo muchas de las dudas de Occidente sobre la capacidad militar de Ucrania a pocos meses de empezar el otoño. Si julio había sido el primer mes en el que ninguno de los seis países más grandes de Europa (Reino Unido, Francia, Alemania, España, Italia y Polonia) ofreció nuevos compromisos bilaterales, según un análisis de seguimiento del Instituto Kiel; para septiembre, las promesas militares habían regresado de nuevo al menú diplomático.

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La contraofensiva en Járkov, que ha continuado apuntalándose con nuevas victorias con las que Ucrania casi ha recuperado completamente el control de la provincia y avanza hacia la vecina Lugansk (Donbás), no puede entenderse sin la contraofensiva en Jersón. Esta ha sido la reconquista que ha avanzado más lentamente desde su anuncio oficial, el 29 de agosto. Un pistoletazo de salida público que forzó a Rusia a actuar en consecuencia, trasladando muchas de sus tropas desde Járkov a defender el frente sur. Esto dejó desprotegido el frente en el noreste, lo que fue aprovechado por el Ejército ucraniano para avanzar rápidamente y romper las líneas enemigas. Moscú había caído en una trampa.

Así, la contraofensiva de Jersón es la más larga que ha emprendido Kiev (49 días desde el 29 de agosto), pero los avances reales no se han sentido hasta la última semana, con la retirada de Moscú de la orilla occidental del Dniéper anunciada el pasado 11 de noviembre. Más de 4.800 kilómetros cuadrados en apenas dos días. Esto lleva la cuenta total de territorio liberado a 77.700 km2 de los hasta 200.000 km2 que Rusia llegó a ocupar (incluyendo el Donbás y Crimea). Más de 1.620 ciudades, pueblos y otros asentamientos, según informó el viernes pasado el jefe de Gabinete de Zelenski, Kiril Tymoshenko. Teniendo en cuenta solo el territorio ocupado por Rusia a partir del 24 de febrero, Kiev ha logrado liberar algo más del 52% (el 39% del total máximo, contando Crimea y Donbás). Rusia, sin embargo, sigue ocupando más de 119.900 km2 de territorio ucraniano, casi un 20% de sus 604.000 km2.

Avanzar, ¿a toda costa?

Tras la liberación de Jersón, el frente sur se ha convertido en un costoso combate de fuego artillero a ambos lados del río. Rusia ha aprovechado este respiro para redistribuir las tropas que había desplegado para defender la capital de la provincia y sus últimos bastiones en la orilla occidental del Dinéper. Según las últimas informaciones, el Alto Mando ruso ya ha desplazado unidades para reforzar sus posiciones en Lugansk, Donetsk y el este de la región de Zaporiyia. Los focos de batalla seguirán probablemente concentrados en Bakhmut y ciudades aledañas, como Avdiivka, que llevan meses resistiendo la lenta pero insistente embestida rusa, liderada por mercenarios, expresidiarios y nuevos reclutas coordinador por el grupo Wagner. También prosiguen los esfuerzos de los invasores por conquistar el enclave de Vuhledar y los pueblos cercanos.

Por su parte, Ucrania continúa a la ofensiva en dos frentes clave. El primero en el óblast de Lugansk, donde llevan semanas tratando de romper las líneas de contacto rusas en el eje Svatove-Kreminna. La segunda, en el frente de Zaporiyia/Jersón. Aquí los expertos creen que Kiev podría tratar de ejecutar una pinza apuntalando el avance a través de la zona oriental de Zaporiyia, en perpendicular con localidades de Melitópol y Mariúpol, al tiempo que busca una manera para hostigar a los rusos desde la parte occidental del Dniéper. El río otorga una efectiva defensa a los invasores, así que los generales ucranianos están estudiando sus opciones para continuar el avance hacia el sur, con la península de Crimea —anexionada unilateralmente por los rusos en 2014— siempre como objetivo simbólico en el horizonte. En ninguno, por ahora, parece que haya indicios de un avance rápido en el corto plazo.

Pero la nueva disposición de los bandos, especialmente en el frente sur, también cambia la aproximación estratégica de la artillería. Ucrania ha ampliado enormemente el rango de acción de sus cañones y cuenta con los Himars (84 km) o los Tochka-U, apropiados de Rusia (120 km), con los que Crimea ya estaría en el campo de tiro. Ataques como el de principios de septiembre contra la base aérea rusa de Saki en la península a más de 220 kilómetros de las posiciones ucranianas apuntaban, sin embargo, a posible armamento o munición que no habría llegado de manera oficial, como los misiles ATACMS, que pueden ser disparados por Himars y tienen un rango de hasta 300 kilómetros. Kiev lleva tiempo intentando que Estados Unidos le proporcione estos obuses, pero Washington se ha pronunciado en reiteradas ocasiones en contra ante la posibilidad de que el Ejército ucraniano los use para atacar territorio ruso.

Foto: La complejidad para trasladar material pesado, como estos carros T-80 rusos, es enorme. (EPA)

Por eso en Kiev hay preocupación. Hay mucho material comprometido por llegar y los expertos creen que podrán resistir hasta el próximo año. Pero la actual disposición de los frentes hace que se necesite de mucha potencia de fuego y eso significa municiones. La cadena de suministro está limitada desde el fin de la Guerra Fría y hace tiempo que EEUU y Europa racionalizaron sus inventarios en un momento en el que la guerra contra el terrorismo requería de armas de precisión y cibernéticas. Occidente no estaba preparado para una guerra convencional de estas proporciones. Y la industria bélica se muestra reacia a hacer inversiones sin una señal de estabilidad en la demanda, que puede o no llegar.

“La OTAN tampoco tenía planeado luchar guerras como esta, y con eso me refiero a guerras con un uso muy intensivo de los sistemas de artillería y muchas municiones de tanques y cañones”, advirtió Frederick Kagan, analista del American Enterprise Institute, a Foreign Policy.Nunca almacenamos reservas suficientes para este tipo de conflicto”.

Hay varias contrarreloj activas en la guerra de Ucrania. Está la financiera, con ambos bandos luchando una dura batalla por mantener sus economías a flote —la ucraniana, asediada por la invasión; y la rusa, por las sanciones—. También hay una geopolítica, que está poniendo a prueba la paciencia de los aliados de Kiev, volcados económica y políticamente en el conflicto, y los de Moscú, cada vez más preocupados por la retórica nuclear de Vladímir Putin. Y, de fondo, una social, en la que se mide la templanza de los ucranianos para resistir un invierno de penurias y el miedo de los rusos a alzarse contra una operación militar especial que tienen prohibido criticar. Pero la cuenta atrás que va a dirimir la evolución de la guerra a corto plazo es más prosaica: ambos bandos andan cortos de munición. Y esto está afectando a sus estrategias en esta tercera fase de la guerra.

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