Es noticia
Repartir comida entre alarmas antiaéreas: los 'riders' de la guerra de Ucrania
  1. Mundo
Contraste en las calles del conflicto

Repartir comida entre alarmas antiaéreas: los 'riders' de la guerra de Ucrania

La invasión rusa de Ucrania está dejando imágenes sin precedentes, propias del choque anacrónico de una guerra sacada directamente del manual del siglo XX con la realidad tecnológica de la tercera década del XXI

Foto: Andreiy, 'rider' de 30 años, posa junto a una estatua cubierta en Lviv. (A.M.V.)
Andreiy, 'rider' de 30 años, posa junto a una estatua cubierta en Lviv. (A.M.V.)

Amanece en Lviv, ciudad del oeste de una Ucrania en guerra. Inmediatamente, una oleada de jóvenes recién despertados se calza sus uniformes, se echa las mochilas al hombro, sale a la calle, sube a sus vehículos y se dispone a patrullar las calles a la espera de las órdenes que dicte el comando central. Por el camino hacia su primer destino, es probable que se crucen con otros uniformados, los que van de camuflaje y tienen Kalashnikovs en mano. Desde que los misiles empezaron a llover sobre el país, son la segunda profesión más visible en las vías públicas de la urbe. La primera sigue siendo la de los protagonistas de esta historia. Son los repartidores a domicilio, los ‘riders’ en tiempos de guerra.

La invasión rusa de Ucrania está dejando imágenes sin precedentes, propias del choque anacrónico de una guerra sacada directamente del manual del siglo XX con la realidad tecnológica de la tercera década del XXI. Un helicóptero ruso es derribado por el misil de un MANPAD y un dron graba la escena mejor de lo que cualquier director de Hollywood podría soñar. Una joven ucraniana explica sonriente en TikTok cómo manejar un tanque enemigo recién capturado. Día tras día, el Ejército de Ucrania recibe millones de euros en donaciones a través de criptomonedas. Y en Lviv, decenas de miles de personas llegan cada día huyendo del frente en la crisis de refugiados más severa desde la Segunda Guerra Mundial e, inmediatamente, pueden pedir con su móvil una pizza cuatro quesos de Domino’s a través de Glovo, Bolt y otras aplicaciones similares.

placeholder Foto: A.M.V.
Foto: A.M.V.

Entrevistas con cerca de dos decenas de 'riders' en Lviv cuentan la historia de la nueva anormalidad. En cuanto estalló el conflicto, el 90% de los negocios de la ciudad cerró sus puertas. Pero, poco a poco, las han ido reabriendo, especialmente los restaurantes pequeños y de comida rápida, el principal coto de caza de los repartidores. Este sector, como en el resto del mundo, explotó en Ucrania a raíz del covid-19 y ahora encadena la mayor pandemia en un siglo con la que amenaza con convertirse en la peor guerra europea desde 1945.

Reparto sin domicilio

En el país, se ha pasado directamente de la época dorada del ‘delivery’ a la era del reparto a domicilio a personas que acaban de perder el suyo. “Muchas veces, cuando entrego un pedido, veo matrículas de otras ciudades en los coches aparcados a las puertas del apartamento”, describe uno de los repartidores, que prefiere no dar su nombre. A Yura, de 20 años, le ha tocado en varias ocasiones repartir comida a familias que están esperando jornadas inagotables en la saturada estación de trenes de Lviv, intentando salir del país y sumarse a los 1,5 millones de refugiados que ya lo han abandonado. Igor, de 29 años, relata que muchos ‘riders’ están en redes que ofrecen servicios gratuitos a aquellos que lo necesiten. “Especialmente los medicamentos”, afirma.

La mayoría de los repartidores ya trabajaba en el sector antes de que comenzara la guerra, pero algunos son recién llegados que buscan ganarse la vida después de que su modo de vivir se haya esfumado a raíz del conflicto. Andriy, de 42 años, trabajaba como empleado de una fábrica local de cerveza y lo complementaba con unas cuantas horas con la mochila de Glovo a la espalda para conseguir un dinerillo extra. Ahora, con la venta de alcohol prohibida en la mayor parte del país, el ‘delivery’ es su único trabajo. Anton, de 16, repartía en fines de semana para pagarse los estudios y alguna juerga con sus amigos. Hoy en día, con las escuelas cerradas, lo hace a tiempo completo. Otro Andriy, este de 30 años, regresó de Polonia dos días después de estallar la guerra para estar con su familia en Lviv y este es el único trabajo que pudo encontrar rápidamente.

placeholder Foto: A.M.V.
Foto: A.M.V.

El amarillo chillón de Glovo, la 'startup' española, es el más presente en la ciudad, seguido del verde lima de Bolt Food y la marca local Non Stop Delivery. La gigante Uber Eats y la ucraniana Rocket han dejado de funcionar con el conflicto. La mayoría de los ‘riders’ de Lviv no guarda lealtad a ninguna de ellas y posee varias mochilas diferentes que encasquetarse en cuanto logran hacerse con cualquiera de los huecos horarios en el ultracompetitivo mercado de ‘delivery’ de la urbe. “Yo solo tengo dos diferentes, pero varios de mis amigos tienen cuatro mochilas distintas en su casa”, asegura Vladislav, de 23 años. Ya sea en moto, en bicicleta o a pie, todos están listos para aceptar la primera oportunidad de repartir desde primera hora de la mañana y hasta que el toque de queda, establecido diariamente a las 22:00, lo permite.

Varios de los repartidores han tenido que llevar comida preparada, compras de supermercado y medicamentos a los puestos de control militares que han surgido como setas en Lviv durante los últimos 10 días. Los soldados no desconfían de ellos, aseguran, pese a la paranoia que poco a poco continúa propagándose en una ciudad donde muchos ven un espía ruso en cada esquina. A diferencia de antes de la guerra, son ellos mismos los que tienen que entrar en los supermercados a buscar los diferentes artículos que les piden los clientes y avisarles de cuando hay desabastecimiento de este u otro producto. “En muchos establecimientos no tienen Coca-Cola”, describe uno de los ‘riders’. “Han dejado de venderla porque la compañía sigue haciendo negocios con Rusia”.

La geopolítica de las marcas

La guerra iniciada por el Gobierno de Vladímir Putin ha generado un éxodo empresarial sin precedentes en Rusia, con decenas de marcas occidentales abandonando su actividad en el país. En Ucrania, toman nota de cada una de ellas y sus ciudadanos comparten la lista actualizada constantemente en Telegram, anotándose como un éxito cada vez que una nueva firma cesa sus negocios en el país invasor. Por el contrario, aquellas que se resisten a dejar el mercado ruso comienzan a ganarse una mala reputación y el rechazo de la población ucraniana.

placeholder Igor, de 29 años, posa en una de las calles de Lviv. (A.M.V.)
Igor, de 29 años, posa en una de las calles de Lviv. (A.M.V.)

Coca-Cola es el ejemplo más destacado, con el 'hashtag' #BoycottCocaCola compartido miles de veces en redes sociales, múltiples vídeos en TikTok de ucranianos tirando sus productos por el retrete y varias cadenas de supermercados locales retirando la marca de sus estantes. Para evitar este tipo de reacción, McDonald’s y KFC, que continúan haciendo negocio en Rusia, han decidido encargarse, en un acto de equilibrio capitalista difícil de comprender, de preparar la comida para el Ejército ucraniano, cerrando sus establecimientos en el país en el proceso. Mientras tanto, aquellas marcas que sí han dado la espalda a Rusia —o que nunca estuvieron presentes allí— se han lanzado a anunciar su respaldo a Ucrania a los cuatro vientos.

En este apartado, Glovo es una pionera. La 'startup' española es la líder del sector de entrega a domicilio de Ucrania, donde entró en 2018, representando uno de sus mayores mercados en todo el mundo. Por el contrario, no cuenta con presencia alguna en Rusia. Desde el inicio de la guerra, la compañía parece haberse volcado por completo con la causa ucraniana. Nada más abrir su 'app', lo primero que uno ve es un botón gigante que pone 'Help Ukraine!' en el que se enlaza a donaciones a ONG para ayudar al país. La empresa también se ha comprometido con dar 15 euros a la Cruz Roja Ucraniana por cada pedido que se realice este mes y destinar todos los beneficios que obtenga en el territorio a su Ejército. Esto, además de ofrecer públicamente a su plantilla ucraniana ayudas para desplazarse hacia el oeste e incluso cruzar la frontera. Los ‘riders’, claro, no reciben estas ofertas. Al fin y al cabo, como tantas denuncias en España han demostrado, la compañía no los considera sus empleados.

placeholder Foto: A.M.V.
Foto: A.M.V.

El discurso que la compañía ha adoptado en su cuenta ucraniana de Instagram es difícil de distinguir del resto de mensajes ultrapatrióticos que inundan las redes sociales del país. “Pronto, los usuarios de Glovo de todo el mundo podrán hacer una donación para las necesidades de las Fuerzas Armadas de Ucrania”, explica orgullosamente la empresa en una publicación de hace dos días, que incluye dibujos con su típico diseño corporativo de un casco de combate y un chaleco antibalas. En otras publicaciones, Glovo incluye la frase “¡Barco de guerra ruso, vete a tomar por culo!”, el eslogan por excelencia de la resistencia ucraniana.

En un vídeo subido la semana pasada, el fundador de la 'startup', Oscar Pierre, dice con rostro compungido: “A Glovo le importa profundamente Ucrania. Os admiramos. Os queremos” . La grabación concluye con empleados de la compañía de otras partes del mundo exclamando “Slava Ukrayini!” (¡Gloria a Ucrania!) frente a una bandera azul y amarilla y mientras suena el himno nacional a todo trapo. En la gran carrera corporativa por ser más ucranianos que el propio Volodímir Zelenski, la empresa española va en cabeza del pelotón.

El mensaje está siendo eficaz. Mientras espera a la puerta de un negocio de venta de kebabs, un tercer Andriy, en esta ocasión de 22 años, dice confiar en que la compañía española está ayudando al país. También asegura haber pasado de trabajar 25 horas a la semana para Glovo a hacerlo más de 10 al día. Los ingresos extra que recibe por esta durísima jornada laboral los está donando al Ejército, día tras día. “No puedo combatir por mi enfermedad, pero puedo hacer esto”, declara, sin especificar su dolencia. El fervor mostrado por el ‘rider’ se ve respaldado por un mensaje a sus espaldas, impreso en un folio pegado con celo en el escaparate del restaurante y que anuncia que todo honorable miembro del Ejército ucraniano tiene derecho a un kebab gratis en el establecimiento.

Historia de dos ciudades

Un ‘rider’ aguarda en la puerta de una cafetería hípster en una de las plazas más exclusivas de Lviv. En el interior, de diseño elegante y minimalista, dos baristas atienden en perfecto inglés, si es necesario, a aquellos foráneos que se aproximan por una taza de café a un precio bastante elevado para los estándares de la urbe. Es una perfecta copia de la imagen que puede verse día a día en cualquier ciudad turística europea. Eso, de no ser por un mensaje plastificado y pegado en el mostrador que obliga, en mayúsculas, a despertar del espejismo de paz: “NO HAY TURISTAS EN LVIV”. La carta, firmada por las autoridades locales, ofrece una serie de consejos para protegerse y para ayudar a las labores del Ejército. “Tú eres la retaguardia de la Fuerzas Armadas de Ucrania y las Brigadas de Defensa Territorial”, asevera el texto. “No has llegado a un lugar cálido y seguro. Esta es nuestra dura realidad”, agrega.

placeholder Ignatiy, de 38 años. (A.M.V.)
Ignatiy, de 38 años. (A.M.V.)

Guerra y paz. Dos planos opuestos en cuya frontera reside ahora mismo Lviv, un espacio anómalo en el que ambas realidades conviven. Lo que antes era una ciudad, ahora son dos. Una familia pasea a sus perros por el parque urbano Ivan Frankó, el más antiguo de Ucrania, que luce cubierto por una fina capa de nieve. Padres e hijos están en paz. De pronto, se encuentran ante ellos un túnel subterráneo que data del Imperio austrohúngaro y que los voluntarios acaban de excavar para utilizarlo como refugio antiaéreo. Recordatorio de que, realmente, están en guerra. Las campanas de una iglesia cercana anuncian una boda y sus protagonistas posan sonrientes frente a ella. Paz. A su espalda, las vidrieras del edificio están tapiadas para salvarlas de posibles bombardeos. Guerra.

Poco a poco, más establecimientos vuelven a la vida en Lviv. A menudo, resulta difícil distinguir los abiertos de los cerrados, dado que las luces de muchas tiendas en las zonas más comerciales siguen programadas para funcionar en horario regular, creando una ilusión de normalidad en calles donde el 50% de los negocios ha desaparecido. En un nuevo sinsentido propio de estos tiempos, la actividad económica regresa a la ciudad en el momento en que la guerra parece estar más cerca que nunca. Este domingo, en el mismo día en que algunas tiendas de ropa volvían a abrir sus puertas por primera vez en 10 días, ocho misiles rusos destruían por completo el aeropuerto de la ciudad de Vinnytsia, la localidad más occidental en ser bombardeada desde el primer día del conflicto.

placeholder Foto: A.M.V.
Foto: A.M.V.

Pocos se mueven entre las dos ciudades de Lviv con más frecuencia que los ‘riders’. Gente que a diario recoge dos raciones de 'pad thai' y se las entrega a una madre y una hija que acaban de huir de las bombas dos días atrás; que recorren en bicicleta un centro histórico patrimonio de la humanidad donde las históricas estatuas ya no les devuelven la mirada, ocultas y protegidas tras capas y capas de cinta de aluminio, tela, plástico y gomaespuma; que la 'app' con la que trabajan los recibe con las últimas valoraciones y propinas de sus clientes y, a la vez, con un orgulloso recordatorio de que están contribuyendo a las Fuerzas Armadas de Ucrania con su labor. Ellos, más que nadie, entienden que su situación es comparativamente privilegiada. "Nosotros somos los afortunados. Todavía no estamos como en Kiev, Járkov, o Sumy", dice Sasha, de 25 años, mientras recoge dos pizzas. "Todavía", un advervio que cae como una losa.

Cae la noche y las alarmas antiaéreas suenan en Lviv, como lo llevan haciendo día a día desde que Putin dio la orden de invadir Ucrania. Aquellos que se encuentran en la calle y los pocos vecinos que no cuentan con un refugio en su sótano se apresuran a resguardarse en un paso subterráneo cercano que conecta las aceras norte y sur. Allí, esperan a que los cientos de bocinas repartidas por la urbe o los canales de Telegram a los que están suscritos les avisen de que pueden regresar a sus hogares sin peligro. De pronto, una joven con una mochila cuadrada de Glovo a la espalda baja las escaleras del sur y, sin prestar atención a la multitud, atraviesa rápidamente el improvisado refugio y sube por las del norte. Deja atrás una ciudad en guerra y sale a la otra Lviv, aquella que todavía existe y en la que alguien, en algún lugar, espera impaciente su cena.

Amanece en Lviv, ciudad del oeste de una Ucrania en guerra. Inmediatamente, una oleada de jóvenes recién despertados se calza sus uniformes, se echa las mochilas al hombro, sale a la calle, sube a sus vehículos y se dispone a patrullar las calles a la espera de las órdenes que dicte el comando central. Por el camino hacia su primer destino, es probable que se crucen con otros uniformados, los que van de camuflaje y tienen Kalashnikovs en mano. Desde que los misiles empezaron a llover sobre el país, son la segunda profesión más visible en las vías públicas de la urbe. La primera sigue siendo la de los protagonistas de esta historia. Son los repartidores a domicilio, los ‘riders’ en tiempos de guerra.

Conflicto de Ucrania Ucrania Glovo Apps - Aplicaciones TikTok Restaurantes
El redactor recomienda