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Usted es (un poco) peronista y no lo sabe: por qué el legado de Perón se resiste a morir
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Aniversario del nacimiento de Perón

Usted es (un poco) peronista y no lo sabe: por qué el legado de Perón se resiste a morir

El peronismo permite ser lo que se quiera mientras se sea peronista. Por eso hay peronistas liberales, peronistas de izquierda, peronistas socialdemócratas

Foto: Un trabajador sentado al lado de una imagen de Juan Domingo Perón y su mujer Eva. (Reuters)
Un trabajador sentado al lado de una imagen de Juan Domingo Perón y su mujer Eva. (Reuters)

El escritor Osvaldo Soriano no pertenecía a la estirpe de los que cantaban la Marcha Peronista. Había abandonado ese canto a los 14 años, cuando entró en contacto con "rojos" y "anarcos", según dijo alguna vez. Sin embargo, en sus textos, en sus enojos, en sus broncas y en sus melancolías, Soriano, un escritor tan popular como refinado que pasó una larga temporada en el exilio durante la última dictadura militar argentina, parecía cantar aquel: "Viva Perón, viva Perón". Ya no era “un peronista”, pero sin dudas no era un "gorila", como tradicionalmente se les llama a aquellos que, con mayor o menor odio, rechazan al movimiento fundado por aquel hombre que, el 17 de octubre de 1945, llenó las calles y las plazas del país de los que siempre estaban afuera de ellas.

En uno de sus mejores textos, Soriano comenzó diciendo esto: "Cuando yo era chico Perón era nuestro Rey Mago: el 6 de enero bastaba con ir al correo para que nos dieran un oso de felpa, una pelota o una muñeca para las chicas. Para mi padre eso era una vergüenza: hacer la cola delante de una ventanilla que decía Perón cumple, Evita dignifica, era confesarse pobre y peronista. Y mi padre, que era empleado público y no tenía la tozudez de Bartleby el escribiente, odiaba a Perón y a su régimen como se aborrecen las peras en compota o ciertos pecados tardíos".

En su relato autobiográfico, titulado "Un peronismo de juguete", Soriano decía haberle escrito una carta a Perón. Un día, recibió la respuesta: Perón lo saludaba y le enviaba camisetas de fútbol para él y los chicos del barrio.

¿Era limosna desde arriba, como decían los opositores al General? ¿Era simple demagogia? Puede que hubiese algo de eso, pero los trabajadores no habían tenido camisetas, juguetes, vacaciones pagas, vivienda social promovida por el Estado.

A Perón, entonces, se lo acusó de dividir al país. Y es cierto: el país se dividió. Quizás, entre otras cosas, porque se incorporó a los que no estaban.

Un espectro vivo

La suya es una sombra persistente. Un espectro vivo. Aquel hombre, que nació un día como hoy en 1895, fue tachado, a la vez, de "fascista", de "conservador", de "socialista" y hasta de "comunista".

El antiperonismo acusó a Perón de cercenar libertades durante sus primeros mandatos, el peronismo contestó que había ensanchado derechos. El antiperonismo (que tuvo dentro, al igual que el peronismo, a izquierdas y derechas) lo asoció a la Italia de Mussolini, el peronismo contestó que fascistas eran aquellos que lo derrocaron en 1955 y que prohibieron decir su nombre y el de Evita (la corporación política, militar y económica con "intereses foráneos"). El antiperonismo lo acusó de dar dádivas a los trabajadores y quebrar económicamente al país, el peronismo aseguró haber dado derechos (a la vivienda obrera, a las vacaciones pagas, al voto femenino) que quienes lo acusaban no hubiesen otorgado jamás. El antiperonismo lo acusó de no entender las reglas del capitalismo, el peronismo contestó con su idea de "independencia económica" y con estatizaciones similares a las que creaban en Europa el Estado de Bienestar.

¿Qué guió a Perón? Una vez más, cada cual tiene su respuesta. Lo único cierto es que propuso "veinte verdades" rectoras de su movimiento: soberanía política, independencia económica, justicia social. Cada cual las interpretó, tras su muerte, como quiso. Mientras vivió, fue él quien marcó el camino. Uno tan complejo como sus propios gobiernos.

Se exilió en la España de Franco, pero reivindicó al Che Guevara, al Movimiento de Países no Alineados, a la Yugoslavia de Tito. Defendió la "resistencia peronista" desde afuera e impulsó las ideas revolucionarias de la juventud y, cuando finalmente pudo volver al país en 1973, expulsó a los sectores más radicalizados de la izquierda peronista de la Plaza y buscó la reconciliación con muchos sectores que lo habían despreciado. Se rodeó de colaboradores de derecha, asentó su poder en el "movimiento obrero organizado" y favoreció la continuidad de su mujer, Isabel Perón, que parecía la antítesis de aquella Evita a la que habían amado los trabajadores.

¿Perón? Hubo más de uno. Pero hubo uno. Muchos de los trabajadores con historias familiares vinculadas a sus gobiernos, todavía contestan: "Pudo haberse equivocado mucho. Pero tuvimos casa, pudimos tener vacaciones, cosas que nunca habíamos tenido".

Paréntesis de la dictadura

El movimiento político creado por Perón fue, como el propio creador, versátil. Y, tras su muerte, quedó patentado en la violencia. Mientras unos intentaban hacer la revolución en su nombre, otros dirigían el Estado haciendo uso de matones fascistas que gritaban el mismo. A mediados de los setenta un militante Montonero gritaba "Viva Perón, carajo" y uno de la Alianza Anticomunista Argentina, hacía lo mismo.

El peronismo sufrió, como el que más, la dictadura militar de 1976. Entonces, ya casi nadie gritaba "Viva Perón", porque en las dictaduras de derecha, al final, el peronismo era siempre un enemigo. Es cierto que algunos se acomodaron allí, pero la masa del llamado "pueblo peronista" sufrió ese proceso: a la violencia y los desaparecidos siguieron con la estrangulación de las estructuras económicas y sociales que garantizaban muchos derechos a esos hombres y mujeres "de abajo" que habían apoyado a Perón o que se habían beneficiado con sus gobiernos.

Con el regreso de la democracia, el peronismo vivió, como siempre, momentos versátiles. El Partido Justicialista, la estructura de los peronistas, gobernó con Carlos Menem escorándose hacia el más claro y evidente neoliberalismo. Eran los tiempos de la caída del Muro y de la hegemonía norteamericana. Mantuvo posiciones de conservadurismo popular en el breve gobierno de Eduardo Duhalde tras la crisis de 2001. Y sostuvo posturas progresistas durante los mandatos de Néstor y Cristina Kirchner. Cada cual reclamó para sí estar "haciendo peronismo".

Tuvo tantos éxitos como fracasos económicos. Tuvo tantos apoyos como críticos. Pero siguió expresando algo asociado a "lo popular". Una categoría que no define "lo bueno" o "lo malo", pero de la cual ninguno de sus opositores pudo apropiarse.

El peronismo que nunca muere

Puede que sea por el fracaso de sus opositores (el esperado volantazo de Mauricio Macri no ha conseguido los éxitos prometidos, al menos en el panorama económico) o porque son los que pueden gobernar. Puede que sea porque son obstinados o puede que realmente representen una idea histórica de la Argentina. ¿Por qué hay peronistas en la Argentina del siglo XXI? ¿Por qué todavía hay gente que cree en el movimiento que fundó un hombre allá por 1945?

Entre los que lo acusan de empobrecer a la gente y los que le adjudican simplemente otorgar derechos, entre los que lo acusan de apropiarse del Estado y de favorecer discursos demagógicos y autoritarios y aquellos que lo sindican como la "única expresión del pueblo argentino", hay un océano de ideas interesantes.

"El peronismo político sobrevive a costa de sacrificar esa sociedad peronista que antes había engendrado", dicen Martín Rodríguez y Pablo Touzon, autores del libro 'La Grieta Desnuda' y expertos en política argentina. Además de apuntar que el peronismo administra un tipo de sociedad diferente a aquella que había creado, afirman que esa sociedad muere efectivamente en el momento de la muerte de Perón. "Una versión del peronismo murió definitivamente ese 1° de julio de 1974 con la muerte física el General Perón. (…) En ese velorio se velaba algo más que al líder del movimiento justicialista; se velaba a la Argentina de posguerra y de sus propios 30 años gloriosos en términos de integración social y 'poder obrero' nacional. Ese día lluvioso Argentina velaba, en realidad, su propia versión del Estado de Bienestar".

María Esperanza Casullo, doctora en ciencia política de la Universidad de Georgetown y profesora regular de la Universidad Nacional de Río Negro, asegura que "el peronismo (…) es una desorganización organizada o un partido-máquina populista que ha demostrado una sorprendente perdurabilidad y productividad política. Es una identidad política hegemónica y también una cultura política".

"El peronismo une variables ideológicas muy diversas en un proyecto reformista que conjuga una fuerte conducción, una democratización y expansión de derechos muy importantes, pero al mismo tiempo ejerce un control de la prensa y de las reuniones, y que hace un hincapié en el orden. Sin embargo, el peronismo nunca accedió al poder por otro mecanismo que no fuera la ratificación electoral", opina por su parte Gerardo Aboy Carlés, Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid.

Peronismo adaptativo

Las opiniones son de lo más variadas. Pero casi todas coinciden en distinguir al peronismo de otros movimientos políticos. Juan Carlos Torre, Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales París, afirma que "el peronismo no es un comunismo. La densidad ideológica y cultural de los movimientos comunistas es muy intensa: se podría decir que los que entran al comunismo se vuelven comunistas, cualesquiera sean sus marcas de origen. Pero los que entran al peronismo siguen siendo lo que eran antes de su ingreso. Como esos principios de identidad previos no se borronean o caducan, existe siempre en las filas del peronismo un estado de efervescencia que tiene con frecuencia mucho que ver con esos orígenes diversos nunca cancelados".

En definitiva: los liberales que entraron con Menem siguen siendo liberales, los conservadores populares que entraron con Duhalde siguen siendo conservadores populares, los progresistas que entraron con Néstor y Cristina Kirchner siguen siendo progresistas.

Tras su contundente victoria del "candidato peronista" Alberto Fernández en las primarias argentinas frente a Macri el pasado agosto, Fernández declaró: "No venimos acá a restaurar un régimen, venimos acá a crear una nueva Argentina que tome en cuenta las mejores experiencias que termine con este tiempo de mentiras y le dé a los argentinos un horizonte mejor para el futuro. En esa Argentina todos tienen lugar".

Quizás, solo quizás, el peronismo sea un campo en una eterna disputa que nunca podría zanjarse. Un peronista le dirá a un liberal: "ingresa al peronismo, el verdadero liberalismo lo podemos desarrollar nosotros". Un peronista le dirá a un socialista: "incorpórate al peronismo, los obreros están acá".

El peronismo permite ser lo que se quiera mientras se sea peronista: no niega la identidad, agrega otra. Sobreimprime algo sobre lo que alguien trae. Por eso hay "peronistas liberales", "peronistas de izquierda", "peronistas socialdemócratas". Por eso ahora, cuando la sociedad argentina discute el aborto, aparecen "peronistas feministas" y "peronistas contra el aborto". Igual que ayer, cuando se discutía el libre mercado aparecieron "peronistas a favor de Estados Unidos" y "peronistas antineoliberales". Cada cual reclama para sí la categoría del peronismo. Y Perón, que nació un 8 de octubre hace casi 125 años, contestaba: "peronistas somos todos".

Como cuenta el sociólogo Ernesto Semán: “Un famoso agregado obrero de Perón sintetizó esta ambivalente relación fundacional con el movimiento. Aún en el épico año de 1948 y nada menos que ante un grupo de trabajadores soviéticos, confesaba: “Yo me hice peronista por conveniencia, ¡pero ahora lo soy por convicción.”

El que hablaba era Pedro Conde Magdaleno, miembro del sindicato de panaderos y embajador peronista en la Unión Soviética. Dice su frase en Moscú, poco antes de irse expulsado de la URSS por haber intentado sacar a unos refugiados republicanos adentro de una valija diplomática. ¿Había dejado realmente Pedro Conde Magdaleno de ser lo que era por ingresar pragmáticamente al peronismo? No. Ahora era dos cosas: lo que ya era y peronista.

Viva Perón, carajo

En aquel viejo texto en el que repasaba su infancia nostálgicamente, decía Osvaldo Soriano:

"Cuando Perón cayó, yo tenía doce años. A los trece empecé a trabajar como aprendiz en uno de esos lugares de Río Negro donde envuelven las manzanas para la exportación. (…) Ya no me ocupaba de Perón: su nombre y el de Evita estaban prohibidos. Los diarios llamaban 'tirano prófugo' al general. En los barrios pobres las viejas levantaban la vista al cielo porque esperaban un famoso avión negro que lo traería de regreso".

"Ese verano conocí mis primeros anarcos y rojos que discutían con los peronistas una huelga larga. En marzo abandonamos el trabajo. Cortamos la ruta, fuimos en caravana hasta la plaza y muchos gritaban 'Viva Perón, carajo'. Entonces cargaron los cosacos y recibí mi primera paliza política. Yo ya había cambiado a Perón por otra causa, pero los garrotazos los recibía por peronista. Por la lancha a alcohol que nunca anduvo. Por las camisetas de fútbol y la carta aquella que mi madre extravió para siempre cuando llegó la Libertadora".

"No volví a creer en Perón, pero entiendo muy bien por qué otros necesitan hacerlo. Aunque el país sea distinto, y la felicidad esté tan lejana como el recuerdo de mi infancia al pie del limonero, en el patio de mi casa.”

Es una buena definición de peronismo. Rodeado de burócratas sindicales y de gremialistas de base, de empresarios "comprometidos con el país" y de empresarios especuladores, de militantes fieles que se sienten de izquierda y de otros tantos que reivindican el nacionalismo, de feministas, de jóvenes, de viejos, de hombres de derecha, de nostálgicos con el pasado, de entusiasmados con el presente. Nadie sabe bien como definirlo, pero está ahí: tiene, todavía, la imagen de su creador. Porque, incluso los que la usan menos, creen en ella y se emocionan. Hay algo del peronismo que va más allá de sus gestiones. Es una buena definición. Aunque sea sentimental. Y aunque quizás no haya ninguna.

El escritor Osvaldo Soriano no pertenecía a la estirpe de los que cantaban la Marcha Peronista. Había abandonado ese canto a los 14 años, cuando entró en contacto con "rojos" y "anarcos", según dijo alguna vez. Sin embargo, en sus textos, en sus enojos, en sus broncas y en sus melancolías, Soriano, un escritor tan popular como refinado que pasó una larga temporada en el exilio durante la última dictadura militar argentina, parecía cantar aquel: "Viva Perón, viva Perón". Ya no era “un peronista”, pero sin dudas no era un "gorila", como tradicionalmente se les llama a aquellos que, con mayor o menor odio, rechazan al movimiento fundado por aquel hombre que, el 17 de octubre de 1945, llenó las calles y las plazas del país de los que siempre estaban afuera de ellas.

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