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José Antonio Ardanza, el lendakari de la 'roulotte'
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José Antonio Ardanza, el lendakari de la 'roulotte'

Ardanza era un paradigma del 'hombre del país' que escribiera Baroja. Ni especialmente culto, nada brillante, premioso en las explicaciones, monocorde, pero eficaz y austero

Foto: José Antonio Ardanza. (EFE/Archivo/David Aguilar)
José Antonio Ardanza. (EFE/Archivo/David Aguilar)

Una anécdota sirve, en ocasiones, para establecer categorías. En un mes de julio caluroso y húmedo de 1994, José Antonio Ardanza, a través del hombre que más fiel y acertadamente le asistió, José Luis Zubizarreta, me convocó para una entrevista en El Correo en un lugar especialmente bello de la costa vizcaína, entre las playas de Laida y Laga.

Me encontré al lendakari con las manos en los bolsillos, una camisa remangada y unos pantalones desteñidos. Detrás de él, una roulotte de color blanco, sostenida en seis pilares de cemento sobre un terreno no demasiado extenso, pero de vistas extraordinarias sobre el Cantábrico.

“Esta es mi mansión de vacaciones” me dijo. Luego me enseñó el breve habitáculo en todo parecido a las caravanas habituales de los campings. La vigilancia de la Ertzaintza era muy discreta y a distancia. Allí, me dijo, se solazaba con amigos y parientes y gustaba de salsear con chuletones, paellas y marmitako. “Aquí soy feliz”, añadió.

Este Ardanza era un paradigma del ‘hombre del país’ que escribiera Baroja. Ni especialmente culto, nada brillante, premioso en las explicaciones, monocorde, pero eficaz y austero. Manejaba ideas muy básicas, pero con sentido común. Contenía bien las emociones -tampoco resultaba demasiado expresivo- y atendía bien a los que eligió asesores y consejeros, alguno de los cuales fueron importantes entonces e inmediatamente después.

Cuando ganó a Garaikoetxea

Ardanza terminó por ganarle la partida a Carlos Garaikoetxea y cohabitó razonablemente con Xavier Arzalluz restando voltaje a sus incendios verbales y actitudes radicales. Algo debió tener que ver con el Discurso del Arriaga del presidente del EBB en el que reconoció los errores excluyentes del PNV, aunque el dolor fue como el de codo: intenso pero corto. Y, quizás, forzado por la quiebra interna en su partido.

Ayer, el que fuera lendakari durante casi 14 años (1984-1998), el más longevo en el cargo, fallecía a los 82 en Kanala un paraje del municipio de Pedernales-Sukarrieta, en la extensión de Urdaibai, reserva de la biosfera. José Antonio Ardanza (Elorrio. Vizcaya. 1941) fue un hombre recortado, sencillo, sin pretensiones y que entendió la militancia en el PNV con una naturalidad que le condujo a asumir protagonismo en los años más difíciles para su propio partido y para el País Vasco.

Estaba ahí, diputado general de Guipúzcoa, cuando fue llamado para embridar a un sector, liderado por Carlos Garaikoetxea, su predecesor en el cargo, que decidió disentir primero y romper amarras después con el PNV y constituir Eusko Alkartasuna. La presidencia del Euskadi Buru Batzar había cambiado de manos: Xabier Arzalluz, ante el cariz de los acontecimientos, hizo mutis por el foro y se instaló un tiempo (entre 1984 y 85) en el Reino Unido, aunque mandando en el partido a través de Román Sudupe que le devolvió la makila en 1987 después de las vacaciones del líder más carismático que ha tenido el nacionalismo: Arzalluz. Pero hasta que este terminó su retiro, fueron Ardanza y Sudupe los que manejaron la ruptura del PNV y el durísimo enfrentamiento con Garaikoetxea.

Los socialistas en la vida política del lendakari

En ese momento -ya en 1986- entra en la escena vital de José Antonio Ardanza el entonces singular Partido Socialista de Euskadi, con José María Benegas, ya fallecido, y Ramón Jáuregui. En las elecciones de ese año, los socialistas ganaron en escaños (19) al PNV (17), aunque no en votos. El PSE de entonces decidió, sin embargo, y con alto coste, ceder la presidencia a Ardanza, que en rigor no lo correspondía, e iniciar así una larga coalición que concluyó en 1998.

Para el lendakari fallecido los socialistas Ramón Jáuregui, y luego Fernando Buesa, fueron decisivos. El primero le acompañó con lealtad y no sin fricciones durante siete años de los 14 de su mandato en condición de vicelendakari y de consejero de Justicia y Economía. Este encuentro de intereses fue posible por la templanza de Ardanza y por el sentido de la emergencia de los dirigentes socialistas de aquel tiempo. Que eran otros muy distintos a los actuales.

Manejaba ideas muy básicas, pero con sentido común. Contenía bien las emociones y atendía bien a los que eligió asesores y consejeros

Luego, el PNV en 1996 firmó unos acuerdos impensables poco tiempo antes con el PP de José María Aznar: “Hemos conseguido en 15 días más de los populares que en 13 años con González y el PSOE”, proclamó Arzalluz en otra de las muchas muestras de desagradecimiento al PSE. La algarabía del pacto con la derecha se mantuvo poco tiempo, pero marcó a los unos y a los otros. Representa un precedente singular.

José Antonio Ardanza, que fue despedido de la presidencia del Gobierno vasco con viento fresco -eso es lo que hace el PNV con ellos después de un tiempo dilatado de gestión, como se ha visto también en el caso de Iñigo Urkullu- cubrió el espacio temporal más crítico del País Vasco. En 1988 impulsó y logró que se suscribiese el histórico Pacto de Ajuria Enea, el acuerdo germinal de enfrentamiento de los partidos nacionalistas con la banda terrorista, en el que tanto el PSE como el PP prestaron una imprescindible colaboración.

Los tiempos más críticos

Durante su gestión, el autogobierno vasco alcanzó cotas inéditas e históricas, desde el despliegue de la Ertzaintza hasta la creación de Osakidetza (Servicio Vasco de Salud). Se tomaron medidas decisivas para la reindustrialización de la comunidad autónoma y se vadeó angustiosamente la ofensiva terrorista. Creyente en la vía estatutaria, Ardanza estuvo en la escena más terrible: el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco (julio de 1997). Discrepó de la gestión de la dramática crisis por el Gobierno de Aznar sin buenas razones para hacerlo y desde entonces desarrolló una acidez que le acompañó hasta el final de su vida en la política activa.

Foto: El lendakari, Iñigo Urkullu. (EFE/Juan Herrero) Opinión

No está claro qué papel jugó en el llamado Pacto de Estella (1998) el más ominoso que suscribió el nacionalismo vasco con HB y con ETA. Ardanza escribió unas memorias ( Pasión por Euskadi) muy crípticas y de escasa noticia, de modo que no es fácil encajarle en aquel episodio tan lesivo del País Vasco. Se supone que el llamado Plan Ardanza (1998), previo al acuerdo de Estella, trataba de suavizar los términos de la entente futura con los etarras y batasunos, pero no entraron ni a discutirlo el entonces secretario general del PSE, Nicolás Redondo, ni el líder del PP y ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja.

Homenaje en Ajuria Enea


Todo es relativo y en esos términos, el itinerario político de José Antonio Ardanza ofrece más espacios claros que zonas oscuras. Entre otras razones porque le precedió un hombre que rompió el PNV, Carlos Garaikoetxea y le sucedió su vicelendakari, Juan José Ibarretxe que tan temerariamente presentó su plan para Euskadi como territorio “libre asociado a España”. Ardanza nunca lo hubiera hecho porque le distinguió más la prudencia que la audacia improvisada.

Entendió la política como gestión, sin efectismos, mantuvo hasta el final de su vida la sobriedad caracterizada en aquella roulotte de hace treinta años y fue un nacionalista vasco convencido y militante pero que permitió siempre, con maneras adecuadas y compostura, una buena interlocución en la discrepancia. Es justo que, horas antes de que en Bilbao remonte el Nervión la gabarra con el Athletic campeón, se le considere en lo que hizo justo donde lo hizo: en el palacete 'gasteiztarra' de Ajuria Enea.

Una anécdota sirve, en ocasiones, para establecer categorías. En un mes de julio caluroso y húmedo de 1994, José Antonio Ardanza, a través del hombre que más fiel y acertadamente le asistió, José Luis Zubizarreta, me convocó para una entrevista en El Correo en un lugar especialmente bello de la costa vizcaína, entre las playas de Laida y Laga.

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