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El día que Pío Baroja viajó a Barcelona para ciscarse en el nacionalismo catalán
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El día que Pío Baroja viajó a Barcelona para ciscarse en el nacionalismo catalán

Baroja era tan frontal y brusco para matar a los personajes de una novela que ya no le apetecía seguir escribiendo como para atacar a personajes reales desde la tronera de un periódico

Foto: El escritor Pío Baroja.
El escritor Pío Baroja.

Pío Baroja fue un escritor y armadillo donostiarra. Con su chapela a modo de yelmo y la pluma como espada, la emprendía contra la cursilería, la burguesía, la riqueza, la pobreza, la monarquía, el lirismo, la tibieza y también, esto es lo que nos ocupa, contra los nacionalismos periféricos. Y no lo hacía con figuras retóricas o sutiles giros de la sintaxis. Baroja era tan frontal y brusco para matar de repente a los personajes de una novela que ya no le apetecía seguir escribiendo como para atacar a personajes reales desde la tronera de un periódico.

Después de la Semana Trágica de Barcelona y en pleno éxito de 'Zalacaín el aventurero', Baroja lanzó una serie de artículos en los que machacaba a los intelectuales catalanes. Le parecían un bloque de fariseos afectados. Sus palabras cayeron en una tierra sensible y provocaron una tormenta de proporciones catastróficas. Aquella Cataluña vivía, como esta, dividida entre la burguesía nacionalista, la derecha monárquica y el anarquismo radical. El nacionalismo de la época reaccionó, como hoy, con el linchamiento.

Los intelectuales catalanes le parecían un bloque de fariseos afectados

La prensa se llenó de respuestas furibundas. Pompeyo Gener Babot, uno de los fundadores del imperio de los publicistas barceloneses, tildó a Baroja de “ogro finés injerto en un godo degenerado”. 'La Publicidad' calificó su oratoria como una calamidad “ni brillante ni original, sino llena de lugares comunes, de tópicos de mitin y de vulgares frases efectistas”, y el diario 'Poble Catalá' fue mucho más allá: desafió a Baroja a repetir sus palabras a la cara de los catalanes en Barcelona. Grave error.

Foto: Un rincón de la casa de Pío Baroja (Jesús G. Feria)
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Pío Baroja movilizó a sus contactos del Partido Radical de Alejandro Lerroux y organizó una conferencia en la Casa del Pueblo de Barcelona. Marchó para allá en tren y se hospedó en un hotel, donde empezó a tomar notas para su conferencia. El 25 de marzo de 1910, en medio de una tensa expectación, Pío Baroja se subió al estrado y respondió a quienes lo atacaban. Lo que parecía en el arranque una charla conciliadora se iba a convertir en un achicharramiento.

Espinacas intelectuales

Pío Baroja, que había recibido cientos de cartas insultantes, se dirigió a los barceloneses con estas palabras: “Señores, no sé si tenéis alguna opinión, buena o mala, acerca del que escribe estas líneas; si la tenéis, no intentaré yo modificarla; si no la tenéis, os diré que yo soy un hombre ingenuo y sincero, poco social, poco político y un tanto vago”. A continuación leyó algunas de las lindezas que le habían dedicado los medios catalanes y luego, tras otra ración de falsa modestia y fingida tranquilidad, sacó los dientes.

Dijo que, en la cultura catalana, había de todo salvo catalán, y añadió que no existía en ella “nada alto, nada fuerte, nada digno del país"

“Acordaos de que hoy es el día de Viernes Santo, día de ayuno y abstinencia de carne, y que no está mal el mortificarse un poco. Tomad mis palabras […] por unas espinacas intelectuales y consideradlas como una pequeña mortificación propia de la Semana Santa”. No era una imagen al azar, puesto que pensaba crucificar a sus rivales: “Esta situación de hombre retado a decir cosas duras me obliga a no manifestar el entusiasmo que en el fondo siento por esta ciudad esplendorosa y magnífica”.

placeholder Fotografía del prólogo del manuscrito de 'Los caprichos de la suerte', una novela inédita de Pío Baroja. (EFE)
Fotografía del prólogo del manuscrito de 'Los caprichos de la suerte', una novela inédita de Pío Baroja. (EFE)

Primero se lanzó contra los intelectuales. Dijo que el drama catalán parecía estar escrito por noruegos, que los versos estaban confeccionados en el bulevar de Montmartre y se refirió a las “comedias lacrimosas” de Rusiñol como un “mar de merengue internacional”. Dijo que, en la cultura catalana, había de todo salvo catalán, y añadió que no existía en ella “nada alto, nada fuerte, nada digno del país”.

Terminó la charla animando a los presentes a que destruyeran sin dejar rastro a la burguesía, por “el porvenir de España y el porvenir de Cataluña"

Acusaba a los nacionalistas de la época de construir un paisaje gris y triste sobre una realidad clara y llena de alegría. “Barcelona que, por su aspecto, por su sentido colectivo y por su población obrera es una gran ciudad, es, por sus intelectuales, por sus genios catalanistas, de una mezquindad bastante grande, de una cursilería bastante pintoresca”. Alabó a los anarquistas, loó la épica de la violencia callejera y contrapuso a los nacionalistas como pasmarotes sin alma.

Sus alabanzas a la ciudad de Barcelona se interrumpían, eso sí, cuando se refería a la arquitectura. Baroja abominaba del modernismo, que hoy es la joya de la corona turística. “Los arquitectos, con un sentido que me parece bárbaro, quieren ser individualistas; […] así hay una casa en Barcelona que parece una caverna, otras que tienen el aire de un animal vivo, de un cangrejo puesto de pie o de una montaña de caracoles”. La Sagrada Familia de Gaudí le parecía “completamente grotesca”. Solo salvaba las Ramblas, que encontraba auténticas y llenas de bullicio.

Su conferencia produjo un revuelo todavía mayor y una condena unánime por parte de la burguesía catalana nacionalista. Algo totalmente previsible si pensamos que había terminado la charla animando a los presentes a que destruyeran sin dejar rastro a la burguesía, por “el porvenir de España y el porvenir de Cataluña”.

Pío Baroja fue un escritor y armadillo donostiarra. Con su chapela a modo de yelmo y la pluma como espada, la emprendía contra la cursilería, la burguesía, la riqueza, la pobreza, la monarquía, el lirismo, la tibieza y también, esto es lo que nos ocupa, contra los nacionalismos periféricos. Y no lo hacía con figuras retóricas o sutiles giros de la sintaxis. Baroja era tan frontal y brusco para matar de repente a los personajes de una novela que ya no le apetecía seguir escribiendo como para atacar a personajes reales desde la tronera de un periódico.

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