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El misterio de Atocha, la estación dividida entre quienes la viven y quienes solo la transitan
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El misterio de Atocha, la estación dividida entre quienes la viven y quienes solo la transitan

Miles de personas desconocidas al día, arquitectura modernista y un homenaje a las víctimas del 11-M. Estas características obsesionaron al sociólogo Daniel López, que estuvo 30 horas observando el 'modus operandi' de los viajeros en este espacio

Foto: Viajeros sentados en el invernadero de Atocha. (A.F.)
Viajeros sentados en el invernadero de Atocha. (A.F.)

Cuando llega a la estación de Atocha, usted desaparece. Su nombre e identidad individual se difumina en una masa homogénea de viajeros que andan deprisa para llegar a alguna parte. Saca su tarjeta de transporte, pasa el torno y empieza el juego. El techo alto de hormigón gris le invita a no permanecer mucho tiempo en este espacio un tanto hostil. Y las señales, flechas e indicaciones le recuerdan lo que debe hacer: busque su andén, siéntese en su asiento, no llame mucho la atención. Su presente —aquí y ahora— se ciñe a los minutos que le quedan para llegar a su destino, donde volverá a ser persona. Atocha no le reconoce, ni falta que hace. Todos estos conceptos de circulación, comunicaciones y consumo se enmarcan en la definición de no lugar que el antropólogo francés Marc Augé —fallecido hace apenas dos semanas— hizo suyo en una obra publicada en 1992.

No obstante, los viajeros parecen estar emperrados en dotar de vitalidad un espacio que no se presta a ello. La estación de Atocha es el ejemplo perfecto de la confrontación constante entre los conceptos de lugar y no-lugar. Todo esto obsesionó al joven sociólogo de la Universidad Complutense de Madrid, Daniel López, quien decidió iniciar una investigación académica para entender cómo nos relacionamos en este emblemático edificio de Madrid. Planteó una hipótesis, organizó su metodología y pasó 30 horas en Atocha observando qué narices hacía la gente. "Tenemos la necesidad de construir lugares", explica a este diario en el interior del intercambiador. Un lugar, antropológicamente hablando, es donde uno es.

Foto: Dejad los que aquí entráis toda esperanza. (Héctor G. Barnés)

Su conclusión fue tajante: Atocha es una lucha constante entre estos conceptos. Un enfrentamiento entre el lugar y el no-lugar que variará en función de quiénes sean los pies que recorren los pasillos grises. En Atocha se homenajea a la escritora Almudena Grandes —que la utilizó de escenario en varias de sus novelas— y hay quienes no tienen la más remota idea de donde están porque son turistas extranjeros.

placeholder Daniel López, el sociólogo y autor del artículo. (A.F.)
Daniel López, el sociólogo y autor del artículo. (A.F.)

Es 9 de agosto de 2023. En torno a las 10:30 de la mañana, Rodrigo, de 18 años, espera con las maletas en el interior de la estación junto a su hermano pequeño. Todavía le quedan cuatro horas hasta que salga su tren. Es originario de Perú y está en Madrid de vacaciones. El niño que le acompaña descansa en el suelo: la ausencia de bancos incita al transeúnte a moverse constántemente de un lado a otro. Por ello, la madre de ambos ha salido a la calle a buscar un restaurante donde comer en una terraza y hacer tiempo: "No he hablado con nadie, la verdad. Aquí cada uno hace su vida", señala mientras mueve su equipaje. Su valoración del espacio es que "por fuera es muy bonita".

placeholder Rodrigo con su equipaje haciendo tiempo. (A.F.)
Rodrigo con su equipaje haciendo tiempo. (A.F.)

En Atocha, todo va rápido. Hay maletas, prisas y miedo a perder el tren. Y muy pocos que se atreven a romper ese contrato preestablecido entre todos los usuarios que no se conocen: el que grita, el que no paga el billete o el que se ve en la necesidad de pedir limosna. Ellos se diferencian de la masa, aunque el espacio les esté recordando constantemente que así no funciona la cosa.

La teoría de la confrontación de López, a la que en su artículo académico denominó El efecto terminal, se confirma con la última medida anunciada en relación con las tareas de remodelación de la estación. El Gobierno dio luz verde a la ampliación el pasado mes de junio. Las administraciones competentes ya están trabajando en este ambicioso proyecto. La investigación de López se llevó a cabo antes de esta noticia, pero las conclusiones van en la misma línea. "Adif ya ha movilizado unos 650 millones de euros. Así, Puerta de Atocha-Almudena Grandes continuará siendo un nodo estratégico de la red ferroviaria española y de su entorno urbano por su magnitud, su localización en el corazón de Madrid y su capacidad de generar actividad social, económica y cultural en la ciudad", señalan fuentes de la empresa.

placeholder Una de las salidas de la estación. (A.F.)
Una de las salidas de la estación. (A.F.)

Parte de esa transformación de la estación llevará consigo la "integración" del monumento homenaje a las víctimas del 11-M. Hacer hincapié y dotar de más relevancia al recuerdo de la tragedia de 2004 enfatiza el concepto de historia e identidad, ambos característicos de los lugares. "¡Pero Atocha es solo una estación de tren!", que diría Augé en 1992, teniendo además en cuenta que su estudio se basó principalmente en estaciones de metro y aeropuertos. Pero esto no es tan así. El 11-M, además, es el ejemplo ideal para explicar que tampoco hay que idealizar los lugares. En los lugares uno es, existe y le ocurren cosas. Y esas no siempre son buenas.

Los viajeros

Daniel López entra en la estación de Atocha y observa cómo caminan los viajeros. Rápidos y directos. Un joven se coloca los cascos y avanza a gran velocidad. "Siempre intentan evitar chocarse con la gente, pero sin que se note", explica a este diario. "Caminan como si no hubiera nadie más, pero tratan de coordinarse para que nadie se dé cuenta".

En Atocha apenas hay bancos. ¿Por qué? Porque la intención es evitar que los usuarios permanezcan en este espacio. Y si lo hacen, que sea para consumir. Hay dos locales principales para cada tipo de viajero. El Express, para el que tiene mucha prisa. La Pausa, para a quien le toca esperar unas horas para su próximo viaje. Y mientras tanto, varias personas sentadas en una escultura que no fue diseñada para eso. "Con ese gesto, construyen el lugar. Al final, tendemos a querer estar en sitios donde somos". Básicamente, si no hay bancos y existe la necesidad de sentarse, se los inventan. El caso de los famosos baños premium es justo lo contrario: era un espacio de cruising —encuentros sexuales esporádicos— donde se generaban relaciones. Y se cortó por lo sano con un sistema de pago automático sin revisores.

placeholder María Ángeles haciéndole una foto a su marido en el homenaje a Almudena Grandes. (A.F.)
María Ángeles haciéndole una foto a su marido en el homenaje a Almudena Grandes. (A.F.)

"Aquí hay vida", explica María Ángeles. Acto seguido, le hace una fotografía a su marido Claudio José frente al homenaje de Almudena Grandes. Este se ubica frente al famosísimo invernadero, un lugar emblemático que caracteriza la estación. "Nosotros somos de Ciudad Real y en esa parada no hay nada. En Atocha hace mucho calor, pero hay movimiento, mucha gente, restaurantes y esto [dice señalando el monumento]. Y no puede evitar compararla con Chamartín, que conecta el nudo norte de Madrid. La describe como un espacio mucho más sombrío, nada que ver con la vitalidad que desprende la estación Sur.

"No hay que romantizar los lugares", continúa el sociólogo. Si a lo largo de este texto percibía que los no-lugares eran negativos y los lugares, positivos, elimine esa idea de la cabeza. "Hay viajeros cansados de estar todo el día trabajando y disfrutan de ir en el tren, ser anónimos y no tener que hablar con nadie", explica el experto. Todo dependerá de la experiencia propia del usuario en su relación con el espacio. Por eso hay quienes han construido de la estación de Atocha un lugar, como los trabajadores.

Los trabajadores

Hablar con compañeros, descansar para comer, buscar un escondite en el que echarse un cigarro, reírse o querer acabar ya el turno. Los trabajadores de la estación de Atocha son los que más perciben el espacio como un lugar. "Lo interesante son los guardias de seguridad", continúa López mientras avanza hasta los tornos de entrada. Ahí posados hay unos revisores asegurándose de que nadie cruce sin pagar. Y están disponibles para cualquiera que tenga alguna duda sobre cómo llegar a su destino. "Son agentes homogeneizadores", explica.

placeholder María José, que lleva yendo a diario a Atocha más de 40 años. (A.F.)
María José, que lleva yendo a diario a Atocha más de 40 años. (A.F.)

Paradójicamente, estos trabajadores son los encargados de asegurarse de que nadie se pasa de frenada. Que no se identifiquen. "Me explicaron que sus peores días eran los fines de semana", cuando los viajeros acuden al tren para llegar a un lugar de ocio y no al trabajo, vaya. No obstante, siempre levantan la mano con quienes pasan horas tirados en el suelo. Este miércoles la estación estaba repleta de viajeros haciendo tiempo en sitios no habilitados para ello y los agentes apenas se inmutaron.

Y es aquí donde más se produce la vida.

"¡De mí para ti!", dice un camarero del bar La Pausa mientras entrega a María José, otra empleada del restaurante, una bandeja de croissants de jamón y queso. "¡Muchas gracias!", dice ella. Esta mujer de 63 años lleva más de 40 años trabajando en las estaciones de Chamartín y Atocha. "Hay clientes desafortunados y gente encantadora... pero no les vuelves a ver, esto es de paso", explica. Y más en verano. Durante el invierno, el cliente va directo al trabajo. En época estival, a algún destino vacacional. Lo único que no desaparece en estos meses es el ajetreo. "Aquí siempre está lleno, siempre, siempre".

Cuando llega a la estación de Atocha, usted desaparece. Su nombre e identidad individual se difumina en una masa homogénea de viajeros que andan deprisa para llegar a alguna parte. Saca su tarjeta de transporte, pasa el torno y empieza el juego. El techo alto de hormigón gris le invita a no permanecer mucho tiempo en este espacio un tanto hostil. Y las señales, flechas e indicaciones le recuerdan lo que debe hacer: busque su andén, siéntese en su asiento, no llame mucho la atención. Su presente —aquí y ahora— se ciñe a los minutos que le quedan para llegar a su destino, donde volverá a ser persona. Atocha no le reconoce, ni falta que hace. Todos estos conceptos de circulación, comunicaciones y consumo se enmarcan en la definición de no lugar que el antropólogo francés Marc Augé —fallecido hace apenas dos semanas— hizo suyo en una obra publicada en 1992.

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