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La peor semana de Icíar, médico en Madrid. ¡Pero oiga doctora, solo estamos a miércoles!
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EN PRIMERA LÍNEA DE LA CRISIS

La peor semana de Icíar, médico en Madrid. ¡Pero oiga doctora, solo estamos a miércoles!

Crónica de una semana dentro del caos de la atención primaria de urgencias en la Comunidad de Madrid, contado por una especialista que ahora peregrina de centro en centro

Foto: Icíar acabó recibiendo pacientes del centro de salud Federica Montseny, a varios kilómetros del suyo. (EFE/Sergio Pérez)
Icíar acabó recibiendo pacientes del centro de salud Federica Montseny, a varios kilómetros del suyo. (EFE/Sergio Pérez)
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Hasta el 27 de octubre, fecha en la que la Comunidad de Madrid decidió implementar su plan para recuperar los centros de urgencias extrahospitalarias que habían sido cerrados durante la pandemia, Icíar Valero trabajaba en el Servicio de Atención Rural (SAR) de Arganda del Rey. Incluso se puede decir que felizmente.

El de Arganda del Rey es uno de los 40 SAR que han permanecido abiertos y sin incidencias durante la pandemia. El resto de la atención de urgencias extrahospitalarias en la Comunidad de Madrid lo componían los 37 Servicios de Urgencias de Atención Primaria (SUAP) que estaban situados dentro de la capital y los Puntos de Atención Continuada o PAC, básicamente centros de salud que abrían los sábados. Ahora, todas estas nomenclaturas se agruparían bajo la denominación Centro Sanitario 24 Horas.

Foto: Protestas de médicos de urgencias

Para rellenar de personal los centros de Madrid se tiró de aquellos sanitarios reclutados en el hospital Isabel Zendal y se descapitalizaron los SAR. Así, Valero fue trasladada desde Arganda del Rey, donde hasta entonces había dos médicos, hasta el de Pavones, junto al parque del mismo nombre en el distrito de Moratalaz.

"Cuando voy a un centro nuevo, me gusta tomarme mi tiempo y visitar el sitio los días anteriores, para ver qué ruta es mejor en coche, conocer el barrio, los alrededores...", explica a El Confidencial esta médico de 46 años. "Aquel primer día yo llegué una hora antes y me encontré el centro cerrado, esperé durante una hora y allí dentro no había nadie", relata. "Por fin me dijeron que no, que al final no iban a abrir ese centro y me mandaron de nuevo a Arganda: mi primer día en Pavones no pude trabajar en Pavones".

Lunes, 7 de noviembre

Así pasaron los primeros días en su nuevo destino, hasta que le tocó su primera guardia de 24 horas, de las 8 de la mañana del domingo 6 al lunes 7 de noviembre.

Cuando empezó, pensaba "me gusta la población de este nuevo barrio en el que trabajo, buenas sensaciones, esto no va a estar tan mal". Para después de comer estaba llorando en brazos de una delegada sindical antes de volver a atender a los pacientes. Después de aquellas 24 horas, su primera reacción fue desahogarse en Twitter. Su hilo, donde contaba su jornada, se hizo viral —más de 1.200 retuits para una cuenta de menos de 700 seguidores— y sus lamentos aparecieron en un par de medios digitales. "Una médica de las nuevas urgencias de Madrid estalla".

Valero tuvo, como tanta otra gente, sus 15 minutos de fama. Sin embargo, cuando los efímeros focos de los medios se apartaron, su semana siguió su trayectoria: cuesta abajo y sin frenos.

El día fue especialmente intenso, tuvo que comer en un cuarto de hora mientras la sala de espera seguía llenándose y el ritmo fue frenético hasta casi las once de la noche. Valero calcula que aquel día atendió a entre 70 y 80 pacientes, de los que, afortunadamente, ninguno revistió de una especial gravedad. Tampoco tuvo conflictos, algo que en su ramo está muy presente desde que, el otro día, Guadalupe Pajares fuese agredida en Guadarrama.

Son las dos caras de una misma realidad, donde antes había un equipo estable de dos médicos en los centros rurales, ahora hay gente como Pajares, que debe absorber sola la montaña de pacientes al haber perdido a su compañera, y gente como Valero, que debe peregrinar por los centros sanitarios de la capital, de guardia en guardia de 24 horas, sin saber dónde trabajarán al día siguiente, sin saber cuánto van a cobrar a final de mes.

Así, tras todo el día trabajando en Pavones, al llegar a casa, alrededor de las once llamaron a la puerta. Era un burofax advirtiéndole que, tras su periodo de descanso, tendría que presentarse el miércoles 9, día de la Almudena, a hacer la guardia al centro de salud García Noblejas. Un sitio en el que nunca había puesto el pie.

Valero no tardaría en descubrir que no era la única.

Martes, 8 de noviembre

El burofax estaba firmado por la Gerencia Asistencial de Atención Primaria. Su responsable, Almudena Quintana, llevaba apenas unos días en el cargo. Quintana era hasta entonces jefa de celadores del Hospital La Fuenfría, un pequeño sanatorio para rehabilitación de larga estancia situado a las afueras de Cercedilla, y dio este salto en su carrera para sustituir a Sonia Martínez, que dejó el cargo aduciendo motivos de salud apenas tres días antes de la entrada en vigor del plan de reapertura de las urgencias extrahospitalarias.

Así que Valero se puso a telefonear a la dirección asistencial. En Arganda tenían una planilla organizando las guardias de todo el año. Un día antes de iniciarse el nuevo plan, le entregaron una planilla con sus horarios y guardias para los dos próximos meses en Pavones, pero en apenas dos semanas la planificación había saltado por los aires. Ahora no sabía nada sobre su futuro más allá de las siguientes 24 horas. "Me han contestado que sí, que mañana trabajo en García Noblejas, pero no me saben decir si voy a seguir trabajando allí de aquí en adelante, ni siquiera si esta semana tengo alguna otra guardia allí", explicaba a este periódico.

Tras el caos de los primeros días, los profesionales de estos centros montaron la Plataforma SAR, a la que Valero no tardó en suscribirse. Entre unos y otros, llaman a los centros y a sus compañeros para elaborar estadísticas sobre el funcionamiento de los centros y los problemas de personal y recursos. El día que se lanzó el plan de reapertura de los centros, el 81% de los mismos no disponía de personal médico. Poco a poco, este porcentaje fue reduciéndose hasta caer esta semana hasta el 39% de los centros.

Sin embargo, esta reducción no significa que de repente hayan empezado a aparecer médicos, enfermeros y celadores (en algunos casos se han sumado voluntarios) sino que muchos de los centros se han cerrado y los sanitarios han sido reagrupados en otros. Al principio solo el 16% estaban cerrados y esta semana era uno de cada cuatro.

"Por lo que me contaban los compañeros de Pavones, antes de que lo cerraran por la pandemia estaban viendo a unos 120 pacientes", indica la médico. "Yo el lunes vi cerca de 80, pero porque acaban de abrir y no están a pleno rendimiento, mucha gente aún no sabe que está eso ahí, así que lo normal es que poco a poco se vuelva a esos 120 pacientes, y lo que se está planteando con este nuevo plan es que los vea una sola persona".

Miércoles, 9 de noviembre

El día de la Almudena amaneció lluvioso en Madrid. Valero no pudo hacer, como acostumbraba, el reconocimiento de su nuevo centro porque acababa de enterarse el día anterior de que iba a pasar allí las próximas 24 horas de guardia. Llegó poco antes de las ocho al centro de salud García Noblejas. Durante todo el año pasado, la fachada tenía una pancarta vertical exigiendo la reapertura del SUAP.

placeholder Centro de salud García Noblejas, en el distrito de Ciudad Lineal. (EFE/Fernando Villar)
Centro de salud García Noblejas, en el distrito de Ciudad Lineal. (EFE/Fernando Villar)

Allí se encontró a un enfermero, le habían contratado para el día. No había celador. Lo habitual en este tipo de centros es tener este triángulo de profesionales, y el celador lo que hace es clasificar a los pacientes a la entrada, mandarle a la médico una breve descripción de qué problema tiene cada uno para que ella pueda priorizar aquellos casos de mayor gravedad. Sin el celador, estaban a ciegas. Era el primer día de ambos en ese centro. "Ni siquiera sabíamos dónde estaba la epinefrina", las inyecciones que se emplean cuando alguien llega con un paro cardiaco. Tal era el descontrol.

Los pacientes comenzaron a llegar y eran vistos por orden de llegada, algo que en un servicio de urgencias es un sinsentido. Cuando alguien entraba a la sala de espera, pedía la vez, como en la frutería. "En un momento dado llegó una paciente que sí tenía algo de gravedad, algo más aparatoso", cuenta Valero sin entrar mucho en detalles por el secreto profesional. "Con el caos que había ahí sí que tuvimos un poco de follón en la sala de espera, la familia de la chica se puso nerviosa, estábamos el enfermero y yo solos y varios pacientes empezaron a molestarse".

"Ni siquiera sabíamos dónde estaba la epinefrina"

Afortunadamente, el resto de pacientes lograron sofocar aquello y que se impusiera la cordura. El momento de conflicto no fue a más. "Es una situación de mucho riesgo", dice Valero. "La suerte que tuvimos es que la reacción de todos los pacientes que estaban esperando fue posicionarse con nosotros, nos ayudaron a calmar a la familia y además hubo un montón de reclamaciones pidiendo más personal, con lo cual en este caso salió bien".

A las 11 llegó el celador. Era un chico al que acababan de contratar esa misma mañana. No solo era su primer día en García Noblejas, ¡era su primer día como celador! No sabía ni siquiera manejar los programas para admitir a los pacientes, aunque un par de horas más tarde ya lo tenía todo medio controlado y la cosa comenzó a fluir. Las urgencias extrahospitalarias que funcionan en Madrid lo hacen sobre una capa de hielo muy delgada. En este caso salió bien, hubo predisposición por parte de los tres vértices del triángulo y los vecinos, agradecidos de volver a tener su centro en el barrio, ayudaron a que no hubiera disturbios. Pero basta que una sola cosa falle para que todo estalle. Incluso estos mismos bienaventurados ingredientes prolongados en el tiempo y la precariedad podrían convertirse en una bomba el día menos pensado.

A lo largo de la jornada, Valero vio a unas 70 personas. El ritmo había sido incesante, pero de nuevo la colaboración de la gente ayudó. Alrededor de las 15:00 les pidió un receso de 20 minutos para poder comer algo. "No protestó ninguno, la verdad es que de los pacientes y su actitud no se puede pedir más", dice.

El celador llegó a las 11. Era su primer día como celador, acababa de ser contratado

Algunas de ellas habían peregrinado desde Pavones, el centro de Moratalaz donde había trabajado hasta ese día. Médico y pacientes que en condiciones normales tendrían que haberse visto en ese centro lo estaban haciendo a casi cuatro kilómetros al norte, en otro distrito. Además, Valero supo de otros pacientes que habían ido de centro en centro encontrándolos cerrados, concretamente venían desde los centros de Federica Montseny y Ángela Uriarte, ambos situados en Vallecas.

Mientras regresaba a casa la mañana siguiente, Valero cayó en que había sido la única médico de urgencias extrahospitalarias disponible para San Blas, Vicálvaro, Moratalaz y Vallecas. En total, un área donde están censadas unas 570.000 personas. Y junto a ella, un enfermero con un contrato de un día y un celador recién sacado de la caja.

Jueves, 10 de noviembre

A lo largo de la tarde del día anterior, Valero recibió la noticia de que seguiría en García Noblejas al menos hasta el lunes siguiente. "Después ya no sé ni cuándo trabajo ni dónde trabajo", apunta. Tampoco sabe si en sus próximas guardias le acompañarán el mismo enfermero —aunque es casi seguro que no— o el celador.

Mientras tanto, los médicos de primaria y del 112 declaraban la huelga a partir del 21 de noviembre para forzar a las autoridades de la Comunidad de Madrid a encontrar una solución. La última propuesta del consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, era de abrir 49 centros con médicos, es decir, nueve más que en la situación inicial, y fue rechazada por los sanitarios. Hace tan solo dos años había 78 centros operativos y ahora es imposible mantener funcionando algo más de la mitad. La presidenta Isabel Díaz Ayuso intervenía en televisión diciendo que todo el mundo sufría la falta de profesionales de atención primaria y que ella no quería quitarle profesionales a otras comunidades como Cataluña o Murcia.

Sin embargo, el gran drama de la sanidad pública madrileña es precisamente que no puede aspirar a robar médicos a nadie, ya que ni siquiera es capaz de retener a los que hacen aquí la residencia. De los 200 que salieron en la última hornada quedan menos de 20, el resto ha huido a otros trabajos, otras comunidades autónomas u otros países.

"Cuando yo hice la residencia, hace 18 años, incluso los que eran de otras comunidades autónomas se querían quedar en Madrid porque hay muchos hospitales y muchas oportunidades", recuerda Valero, "y ahora hasta los médicos que son de aquí quieren irse".

Pero el gran fallo del plan es, sin duda, haber minusvalorado lo que un equipo de pocos efectivos pero con estabilidad es capaz de hacer. La capa de hielo, aunque delgada, era resistente porque estaba muy entretejida. En un trabajo como este, la estabilidad en el triángulo celador-enfermero-médico es capaz de paliar todas las ineficacias e ineficiencias del sistema. "Los centros rurales funcionaban bien por el personal que teníamos y la estabilidad que teníamos", dice la médico. En Arganda del Rey eran ocho médicos, que una vez engrasados actúan como si fueran más, dado que son capaces de sacrificarse por el compañero, cubrir turnos, relevar durante un descanso o un pico de trabajo. ¿Pero cómo se hace eso cuando ahora son solo tres profesionales y el resto se han ido a tapar huecos con enfermeros y celadores recién aterrizados?

Viernes, 11 de noviembre

En los últimos meses han oído tantos planes y contraplanes que los médicos están desquiciados. "En septiembre había 40 centros funcionando fenomenal y ahora, después de toda esta locura el plan es abrir 44 con médicos", dice Valero. Lo único claro en su calendario de los próximos días es la manifestación de este domingo.

PREGUNTA. ¿Cómo se gestiona esta situación desde un punto de vista familiar?

RESPUESTA. Pues mal. Nadie puede decir que esté llevando esto ni medio bien. Estamos un poco todos aguantando el tirón, pensando en que de alguna manera se solucionará o se volverá atrás, porque esto es insostenible en el tiempo. Así no hay quien aguante emocionalmente. Los que no están ya tocados lo estaremos en breve. Emocionalmente no hay quien aguante no saber... ¡no dónde voy a trabajar la semana que viene, es que ni me han sabido decir hasta ayer por la noche si trabajo este viernes, sábado o domingo! Si hubiera habido un plan que pareciera diseñado por técnicos, aunque nos gustara más o menos podríamos tirar para adelante. Puedo entender que a lo mejor nuestras necesidades no siempre concuerdan con la de los usuarios. Y aquí priman los usuarios, claro, pero si hubiera un plan quizás no sería esta locura, donde no sabemos a dónde vamos ni lo que vamos a hacer.

P. Dado que contratar a todos los médicos que hacen falta no parece una opción a corto plazo, ¿cómo podría solucionarse todo esto? ¿Hay alguna salida?

R. Lo único que veo viable es que los SAR funcionábamos bien con el personal que teníamos y el horario que teníamos, habría que volver a eso y quizá lo que se puede plantear es la localización de esos 40 centros que iban perfectos, pero si funcionaban no era por dónde estaban sino por la estabilidad. Si consideran que alguno de los rurales se puede suprimir y ponerlo en Madrid, yo eso lo veo viable. En junio, el primer plan de Ruiz Escudero era abrir diez SUAP, siete de ellos con enfermería y ahora ya eso no es viable porque entre medias se han ido muchos. Y esos centros que quieren abrir, 44 o 49, funcionarán con el 50% de personal con respecto a la situación anterior, no con la plantilla que teníamos antes.

Eso va a ser insostenible. Personalmente no me voy a quedar en un centro en el que me vea abocada a ver no 120, sino 180, o los 300 y 400 pacientes diarios que veían en Ángela Uriarte o Federica Montseny.

placeholder Concentración por la sobrecarga asistencial de los centros sanitarios. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Concentración por la sobrecarga asistencial de los centros sanitarios. (EFE/Rodrigo Jiménez)

P. Una de las propuestas de la Comunidad de Madrid esta semana ha sido que 34 centros se abrieran pero con un celador, una enfermera y un terminal de teleasistencia. ¿Han recibido algún tipo de formación sobre cómo gestionar esto si tuvieran que hacerlo?

R. No, no. Además, por lo poco que sé de este tema, porque no tengo formación al respecto, la teleasistencia no está pensada para dar cualquier tipo de asistencia. Puede tener su lugar en cierto tipo de pacientes crónicos que ya conoces, por ejemplo un diabético que tenga un tratamiento de insulina. Vale, eso se puede hacer, pero si te viene alguien con un dolor de oídos es imposible. No creo que nadie se plantee decirle a alguien con placas que abra mucho la boca delante de una pantalla, o por ejemplo cómo vas a tocar unos ganglios en el cuello, que es una de las cosas que exploramos en una amigdalitis. ¿Cómo auscultas, cómo tratas unas hemorroides? Es que no quiero ni saberlo, ¿cómo pretenden que las veamos?

Es algo pensado para cosas muy puntuales, tiene que haber un protocolo estricto de qué patrologías se van a meter ahí y no lo están haciendo.

"No creo que nadie se plantee decirle a alguien con placas que abra mucho la boca delante de una pantalla"

Diagnóstico claro, tratamiento confuso

La única solución posible a esta crisis precisa de un volantazo, ¿pero hacia dónde? A lo largo de la semana, y pese a la falta de acuerdo, los dispositivos de teleasistencia han comenzado a llegar a los nuevos Puntos de Atención Continuada. Los momentos de crisis están sucediendo a lo largo y ancho de la comunidad. Incluso un pequeño exceso de pacientes acaba siendo demasiado cuando se repiten jornada tras jornada.

El pasado sábado, la única doctora que atendía en el centro de salud de Villanueva de la Cañada sufrió un ataque de ansiedad al verse desbordada. Estaba sola. El celador que acudió a tranquilizarla tuvo que hacerlo desde Torrelodones.

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"Cada día, el número de pacientes que recibimos se va incrementando poco a poco", expone Valero.

La presidenta de la Comunidad de Madrid expuso que solo faltaban 34 médicos, y que esta cantidad no justificaba una huelga y un boicot que, según Díaz Ayuso, solo se explican políticamente. Aunque lleva razón en que sus rivales políticos están aprovechando la coyuntura para tratar de debilitarla cara a las próximas elecciones, más que política es una cuestión económica, laboral y aritmética. Si fuera solo política, Ayuso podría demostrar, una vez más su habilidad para confrontar a quienes la critican, cambiar de tema y hacer que la opinión pública siga su melodía, lanzar la pelota a La Moncloa. Todo eso lo ha intentado estos días, pero los conejos salen raquíticos de su chistera. El malestar está resultando más transversal de lo inicialmente esperado. El colectivo médico, a priori más de derechas que de izquierdas, no está colaborando como los pacientes de aquella sala de espera para apaciguar el conflicto.

Incluso si solo fueran 34 médicos, para el Servicio Madrileño de Salud, conseguir esa cantidad de médicos de urgencias de atención primaria es prácticamente imposible con las condiciones actuales. Sí, aquí también opera ese mismo juego de oferta y demanda en el que el liberalismo madrileño suele manejarse tan desahogadamente en otras ocasiones.

Hasta el 27 de octubre, fecha en la que la Comunidad de Madrid decidió implementar su plan para recuperar los centros de urgencias extrahospitalarias que habían sido cerrados durante la pandemia, Icíar Valero trabajaba en el Servicio de Atención Rural (SAR) de Arganda del Rey. Incluso se puede decir que felizmente.

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