Es noticia
Quico Alsedo: "Hay mujeres deshonestas que usan la ley para dañar a sus parejas. Es así"
  1. España
"el número de asesinadas no baja"

Quico Alsedo: "Hay mujeres deshonestas que usan la ley para dañar a sus parejas. Es así"

El periodista de 'El Mundo' cuenta en 'Algunos hombres buenos' las historias de ocho hombres que fueron separados de sus hijos o directamente los perdieron por denuncias falsas de sus exparejas

Foto: Quico Alsedo. (Carlos García Pozo)
Quico Alsedo. (Carlos García Pozo)

Las administraciones están dedicando más recursos que nunca a la lucha contra la violencia de género, pero el sistema no funciona. En lo que va de año han sido asesinadas 49 mujeres, el peor dato desde 2010, y solo el 20% de ellas había denunciado previamente a sus agresores. La gran paradoja es que, al mismo tiempo que crece el número de víctimas, las vidas de decenas de hombres inocentes están siendo aplastadas todos los años con denuncias falsas de sus parejas, una práctica que desvirtúa la batalla contra la violencia machista y ni siquiera aparece en las estadísticas. Quico Alsedo, periodista de El Mundo, cuenta en Algunos hombres buenos (La Esfera de los Libros) las historias de ocho hombres que perdieron a sus hijos y se convirtieron en daños colaterales del reverso más impopular de la violencia de género. Víctimas colaterales incómodas, de las que no se habla.

En el libro cuento el caso de un hombre de Pozuelo de Alarcón que vio como su mujer se los llevó a Suiza y lleva sin verlos años

PREGUNTA. El libro cuenta las historias de ocho hombres inocentes que fueron denunciados por sus parejas, pero no tienen otra cosa en común. El mensaje es algo que puede ocurrirle a cualquiera. ¿Hay alguna forma de evitarlo?

RESPUESTA. No, no hay forma de evitarlo. Esa es la realidad. Hoy por hoy es fácil emplear la ley y, sobre todo, la lentitud de la justicia para que te separen de tus hijos por un tiempo. De hecho, la mayor parte de los casos que cuento en el libro no los pierden solo por un tiempo. Los pierden años o incluso para siempre. Es cierto que, para llegar a ese punto, hay que haber sido quizás demasiado transigente. Si analizamos estos casos, son personas que han podido tener una actitud demasiado contemporizadora, algo que por otro lado es común en los hombres. Quizá lo que une a los hombres del libro es que miraron demasiado para otro lado y dejaron que sus respectivas situaciones se complicaran mucho. Pero es verdad que cada uno es de su padre y de su madre. Esto le pasa a gente de toda ideología. A gente de mucha formación o de ninguna. No hay un retrato robot.

P. ¿Cuánto tiempo pasó hasta que se demostró la inocencia de estos hombres y pudieron recuperar a sus hijos?

R. En la mayoría de las ocasiones esto ocurre en un proceso de divorcio. Depende del juzgado en el que caiga, del juez, de las ganas que tenga de trabajar... Pero es muy posible que, como mínimo, el hombre denunciado en falso se pase ocho o 10 meses separado de sus hijos. Eso siempre y cuando no haya nuevas denuncias, porque entonces es posible perderlos para siempre. En el libro cuento, por ejemplo, el caso de un hombre de Pozuelo de Alarcón (Madrid) que vio como su mujer se los llevó a Suiza y lleva sin verlos años.

P. Todos los casos que recoges en el libro son de hombres inocentes pero, en realidad, cuando demostraron su inocencia ya habían cumplido la condena de que quedarse sin sus hijos. ¿No es una contradicción?

R. Sin duda. Y eso ocurre porque se desniveló la igualdad ante la ley del artículo 14 de la Constitución para proteger a la mujer cuando se produce un episodio de violencia de género. Tiene una lógica evidente y yo la comparto. Me parece razonable que exista esa protección especial. Si no dijera esto y negara la realidad de la violencia de género quizás vendería más libros. Pero estoy de acuerdo en que haya una discriminación positiva que proteja más a la mujer. El problema es que no se quiere ver, por parte del legislador, por parte de los partidos, que esa ventaja establecida para proteger a mujeres maltratadas se utiliza a veces de manera espuria o deshonesta con fines instrumentales. Y que hombres inocentes cumplen condenas solo por recibir una denuncia. Tan dura como la condena de no ver a los niños, es la condena social. Para estos hombres, ser vistos como maltratadores y, no te digo ya, como agresores sexuales de sus hijos, es durísimo. Se vuelven locos, absolutamente locos. Y es una mancha que además no te quita nadie, aunque luego te den la razón. Mucha gente siempre pensará que, si un día te denunciaron, fue porque algo había.

Foto: Yolanda Díaz e Irene Montero. (EFE/Kiko Huesca)

P. Cuándo dices que esos hombres se vuelven locos, ¿a qué situaciones te refieres o qué cosas has visto? ¿Cómo se gestiona perder a tus hijos por algo que no has hecho?

R. En el libro hablo del caso concreto de un hombre que trabajó en la Moncloa con el Gobierno de Zapatero, en la Oficina Económica de Miguel Sebastián, y que era militante del PSOE. Este hombre es absolutamente partidario de la Ley contra la Violencia de Género, que de hecho se tramitó cuando él estaba en Moncloa. Hablamos de alguien muy convencido de la necesidad de la emancipación de la mujer, de la igualdad... A los tres años de salir de Moncloa, se divorcia y su mujer le pone varias denuncias por presuntas agresiones de las que no hay prueba. Pero, en contra del criterio del juez, ella se lleva a los niños desde Madrid a Sóller, en Mallorca. El juez le dice que no lo puede hacer, pero ella lo hace aprovechándose de las denuncias, que estaban flotando en el sistema. Él no tiene acceso a los niños y se queda sin ellos. Finalmente, mucho después, cuando los críos ya son preadolescentes, le dan a él la razón y el juez ordena que regresen a Madrid. Él se prepara, llega a hacer terapia, prepara su casa, se le hace todo enorme: ¡va a volver a poder cuidar de sus hijos! Pero entonces son los propios niños los que no quieren ir a Madrid. Yo he escuchado grabaciones de las conversaciones del padre con los niños. Se le oye a él implorándole a sus hijos que, por favor, le den una oportunidad y a ellos diciendo que no quieren verle. Tras varias visitas ordenadas por el juez, son los niños los que acaban denunciando a su padre por agredirles. Por supuesto, esas denuncias decaen, porque no hay absolutamente nada, pero él ya los ha perdido. Su abogada le ha recomendado que deje de pelear: "Si ellos ya han entrado a la adolescencia y están así, no vamos a conseguir traerlos, va a ser imposible. Dalos por perdidos". ¿Cómo se siente él? Bueno, piensa: "Tengo que aceptar que mis hijos han volado del nido antes de tiempo, tengo que pensar que en algún momento podré rehacer mi relación con ellos". Va de vez en cuando a Sóller, a pasar un poco de tiempo con ellos, pero los ha perdido. Lógicamente, vive con ayuda profesional. Tratando de aceptar que le han arrancado una parte de su vida. Y tratando de vivir. Porque esta es otra: todos los padres de mi libro sufren su amputación de sus hijos como si les quitaran las piernas, lo que cuadra mal con el discurso de que los hombres no aman a sus hijos, ni les cuidan.

P. En muchos de los casos que cuentas se dan a la vez denuncias de violencia de género y de abusos sexuales a menores. ¿Por qué ocurre esto? ¿Hay alguna explicación criminológica que relacione estas conductas? ¿O crees que es una cuestión instrumental?

R. No hay ningún estudio sobre eso, que yo sepa. Si se analizara, muy probablemente se vería que no tiene sentido que haya tantos casos en los que se den esas dos acusaciones, lo que evidenciaría que son instrumentales. Como las denuncias falsas solo están políticamente en el argumentario de Vox, si defiendes su existencia eres Vox. Pero la realidad es que existen. Solo hay que ir a un Juzgado de Familia: hay muchas y suelen coincidir con un proceso de divorcio, pero es impopular decirlo. La realidad es que las denuncias de abusos sexuales cumplen con la función de desnivelar el conflicto que se produce cuando dos personas se divorcian.

En el libro solo hay un caso de denuncia falsa, el de un hombre de Granada que fue denunciado unas 12 veces por abuso sexual a su hija

P. Precisamente me llama la atención que, aunque hablas de ocho hombres que eran inocentes, ninguna de las mujeres que los denunció fue condenada por denuncia falsa.

R. Sí, claro. Porque ninguno ha denunciado luego a ninguna de esas mujeres.

P. ¿Y por qué?

R. Uno de los motivos es el dinero. Abrir un procedimiento de este tipo cuesta dinero. La segunda razón es que el propio juzgado te desincentiva. Uno de los protagonistas de mi libro va al juzgado y dice: "Yo quiero denunciar a mi expareja por denuncia falsa". Y el secretario del juzgado le responde: "No te metas ahí, porque eso no va a ir a ningún sitio". Es verdad que el delito de denuncia falsa es muy difícil de demostrar, porque tienes que probar que esa persona estaba denunciando algo que sabía a ciencia cierta que no era verdad. Y mientras quepa la duda, no puede haber condena.

En el libro solo hay un caso de denuncia falsa, el de un hombre de Granada que fue denunciado unas 12 veces por abuso sexual a su hija. Es un caso dantesco porque era tan, tan, tan evidente que eran denuncias falsas que fue la Fiscalía la que terminó abriendo diligencias contra ella por la reiteración de denuncias falsa, no el hombre, y ella acabó siendo condenada. El delito de denuncia falsa es muy, muy difícil de demostrar, aunque el motivo principal de los protagonistas de mi libro, el más importante de todos es que, después de pasar años luchando para defenderse y recuperar a sus hijos, ya no les quedaban fuerzas para meterse en otro proceso. Y las pocas que les quedan las dedican a rehacer su vínculo con sus hijos y a mirar hacia adelante.

P. Se trata entonces de casos que quedan fuera de la estadística del Consejo General del Poder Judicial. ¿Podría decirse que son denuncias falsas que no llegaron a contabilizarse?

R. Claro, absolutamente. Es que en España no hay apenas condenas, ni procedimientos, ni denuncias por denuncia falsa siquiera. En 2020 no hubo en España ni una sola condena por denuncia falsa de violencia de género. Cuando la realidad es que luego hablas con abogados y ves que son moneda común en los juzgados. Sucede, pero es impopular decirlo. Parece que si estamos a salvar a las mujeres maltratadas no podemos admitir que otras usan deshonestamente la ley, aunque es así.

Foto: La investigación de la Policía Nacional se inició por la denuncia de un falso maltratador al que no pagaron lo acordado. (Policía Nacional)

P. El gran problema es cómo proteger a las mujeres y a los niños teniendo en cuenta que las agresiones se suelen producir en el ámbito privado, sin testigos y a veces sin dejar pruebas. Ser más exigentes con las denuncias, pedir que se presenten pruebas apabullantes, podría provocar que muchas agresiones quedaran impunes. Y al mismo tiempo, parece que la ley actual tampoco protege a las víctimas. ¿Has encontrado alguna alternativa o propuesta para ser más eficaces en la lucha contra la violencia de género que a la vez reduzca las denuncias contra inocentes?

R. Es evidente que las agresiones no están bajando y que la ley no funciona. Quiénes la defienden dicen que la sociedad está cada vez más concienciada pero que las cifras no bajan porque sigue habiendo bolsas de machismo en las que la ley va penetrando, que es posible, cierto. Pero la realidad es que las cifras de fallecidas siguen siendo pavorosas y no han bajado en estos veinte años de ley: hay momentos como el actual en que incluso suben. Este año está siendo brutal. Quizás no solo hay que proteger a las posibles víctimas, cosa que por cierto es como coger agua con la mano: no puedes poner dos policías junto a cada mujer.

P. ¿Y qué se puede hacer para que el sistema sea más justo y a la vez más efectivo?

R. El tiempo es clave en ese uso deshonesto de la ley, pero ya sabemos que es muy complicado conseguir una Justicia que no sea lenta. El sistema tramita con mucha celeridad las denuncias de violencia de género porque es necesario asegurar la integridad física de las mujeres, pero se enlentece cuando llega el momento de averiguar si los hechos han ocurrido o no. El sistema aparta pronto al hombre de sus hijos pero luego la Justicia adopta un ritmo caribeño. Eso genera una dinámica perversa que convierte una denuncia falsa en algo muy útil.

P. Pero al mismo tiempo, ¿cómo podría ser más eficaz la lucha contra la violencia de género? Da la sensación de que todas las propuestas inciden en reforzar una estrategia que no está dando resultados.

R. En el libro sale Miguel Lorente, delegado del Gobierno para la violencia de género de Zapatero, una persona muy alineada con la lucha feminista contra el maltrato. Cuando estaba en el cargo, en 2011, Lorente puso en marcha una iniciativa muy interesante: un teléfono de asistencia a hombres que estaban en el vértice de pasar a maltratar. Hombres que ven que están perdiendo el control. Luego se cerró. Sé que tuvo mucha contestación dentro del Ministerio, por estar dedicando recursos a hombres y encima posibles maltratadores, y es cierto que vinieron los recortes de la crisis. Duró menos de un año. Hoy la realidad es que no se hacen políticas para estos hombres. Al escribir el libro llamé al Ministerio de Igualdad para preguntar si había políticas para los potenciales agresores de mujeres. Me dijeron que habían hecho unos anuncios una vez. Los vi, apenas unos carteles que dicen: "No seas malo". El propio Lorente denuncia que no haya políticas específicas para hombres cuando estos son los que cometen el daño. Ahí hay un camino que recorrer.

Foto: Juana Rivas, en un tribunal de Cagliari (Cerdeña), en una foto de archivo. (EFE/Jorge Ortiz)

P. ¿Hasta qué punto la violencia de género se ha convertido en el campo de una contienda política y un fenómeno delictivo ha pasado a estar mediatizado por la ideología? Por un lado, hay partido insistiendo en posiciones dogmáticas que no funcionan y, en frente, a otros igual de maximalistas que, por ese antagonismo, están dispuestos incluso a negar que exista la violencia de género.

R. La postura que yo mantengo es que, en realidad, son lo mismo. Tan nocivo es para la sociedad mantener el dogma de que la mujer siempre es la que sufre el daño y todos los hombres son agresores o agresores en potencia, como negar que existe este problema. Es el mismo negocio y los mismos extremos, que además se definen por oposición al contrario. Y estamos en esa dinámica perversa. Sobre la utilización política de este fenómeno, mantuve muchas conversaciones con Francesco Arcuri, expareja de Juana Rivas, y llegó a decirme que creía que ella también era una víctima porque los políticos la habían utilizado. Él siempre dice que ella, antes de huir con los niños y convertirse en una Juana de Arco ideológica, nunca había tenido un discurso político sobre la mujer. Pero cuando se llevó a los niños cambió todo. Arcuri es un comunista setentero, un comunista recio, hijo de un periodista italiano de izquierdas. Mucho más de izquierdas que quienes le tildan de maltratador. Su drama, su historia, es shakesperiana.

P. ¿En algún momento te has planteado que algunos de estos hombres, en realidad, fuera culpable? ¿Que te hayan engañado o incluso cometan alguna barbaridad después de publicar el libro?

R. Por supuesto que me lo he planteado con cada caso. No podía cometer un error de ese calibre. En realidad, durante la escritura del libro sí que pasó algo. Uno de los hombres, el que había perdido a sus hijos porque su exmujer se los llevó sin orden judicial a Suiza, decidió ir a por ellos y traérselos a España sin el consentimiento de ella: secuestrarlos. Y cuando estaba en Francia, ya de vuelta, lo detuvieron: iba con dos amigos suyos y los niños. Me planteé qué hacer con su historia, claro. Pero, en lo que tiene que ver con las agresiones de violencia de género y los abusos a menores, yo hablo de casos que están contrastadísimos y sobre los que no existe ninguna duda. Hablamos de hombres que recibían decenas de denuncias de las formas más extrañas que puedas imaginar, de modo claramente instrumental. Todas fueron archivadas, todo los casos son impepinables. Y he contado solo ocho, pero no dejo de ver casos similares e igual de incontrovertibles. Decenas y decenas de casos. La mayoría de estas denuncias falsas son muy obvias. Los profesionales de la Justicia se dan cuenta enseguida cuando hay una intencionalidad detrás. Pero nadie lo dice porque nadie quiere parecer machista. El nuestro es un tiempo de una hipocondría moral abrumadora.

P. Tú mismo cuentas que, en su momento, también partiste de una posición de incredulidad con un caso que te tocó vivir de cerca, ¿no?

R. Claro, es que yo mismo partía del escepticismo en todo lo que tenía que ver con las denuncias instrumentales, y lo cuento en el libro. Dani es un compañero del periódico que fue acusado de agredir a su hija, y es uno de los ocho casos que cuento en el libro. Y tengo que reconocer que llegué a apartarme de él, a pesar de que lo conocía muy bien e incluso había visto a la niña. Fíjate lo que logra una denuncia de ese tipo. Para la denunciante es un bonus increíble. Hablamos de algo que ocurre dentro de una casa y, como comentábamos antes, es tan difícil demostrar que no ha ocurrido como probar lo contrario. En el caso de Dani, por suerte, acabó siendo evidente que todo era mentira. Le llegaron a denunciar por una supuesta agresión a su hija que, en realidad, era una herida provocada por una caída de la niña que él mismo estaba filmando por pura casualidad. Si no hubiera tenido la cámara encendida, no sabemos qué habría ocurrido.

Las administraciones están dedicando más recursos que nunca a la lucha contra la violencia de género, pero el sistema no funciona. En lo que va de año han sido asesinadas 49 mujeres, el peor dato desde 2010, y solo el 20% de ellas había denunciado previamente a sus agresores. La gran paradoja es que, al mismo tiempo que crece el número de víctimas, las vidas de decenas de hombres inocentes están siendo aplastadas todos los años con denuncias falsas de sus parejas, una práctica que desvirtúa la batalla contra la violencia machista y ni siquiera aparece en las estadísticas. Quico Alsedo, periodista de El Mundo, cuenta en Algunos hombres buenos (La Esfera de los Libros) las historias de ocho hombres que perdieron a sus hijos y se convirtieron en daños colaterales del reverso más impopular de la violencia de género. Víctimas colaterales incómodas, de las que no se habla.

Violencia de género
El redactor recomienda