Es noticia
Aquellos padres buenos que sacrificamos para luchar contra el machismo
  1. Cultura
Trinchera Cultural

Aquellos padres buenos que sacrificamos para luchar contra el machismo

Son hombres, prescindibles siempre, carne para la picadora. La desgracia habita a los dos lados de la ley de violencia de género

Foto: Un padre y un hijo en Valencia. (EFE/Ana Escobar)
Un padre y un hijo en Valencia. (EFE/Ana Escobar)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Ha aparecido un libro necesario. Habla de unos padres buenos, inocentes, que fueron despedazados en un ritual. El ritual se basa en un mito que ha alcanzado un tinte religioso pese a apoyarse en sociologías progresistas: el del padre ausente, el del padre tiránico, el del padre malvado, sin corazón. Los padres concretos de los que habla el libro fueron tachados de criminales por la prensa y el Estado. Reducidos a fantoches malos en una abstracción, les arrebataron a sus hijos.

Toda abstracción tiene un reflejo que restaura el equilibrio maniqueo. En este mito del padre malvado, el opuesto es la madre virginal, pura, colmada de bondad. La madre buena y protectora que huye del padre depravado y frío, controlador, maltratador. A las madres nos las presentaron como víctimas. Mujeres que huían de la brutalidad del macho abstracto y guerreador. Mujeres dispuestas a todo, incluso a burlar la ley, por salvarse y salvar a la prole. Madres coraje en sus carromatos.

"En este mito del padre malvado, el opuesto es la madre virginal, pura, colmada de bondad"

El mito no está del todo despegado de la realidad: en el contexto de la violencia de pareja, encontraremos muchos hombres malos y muchas mujeres víctimas. El problema es que el mito no deja pensar fuera de sus márgenes. Y no todo es así.

Bajo los pies de piedra de los mitos, encontramos a personas despedazadas. Son los hijos, son los padres: víctimas de una ritualización social extrema que impidió a la gente afrontar las historias de forma particular, que contaminaba con la grasa mitológica a los personajes reales del drama. Contra en esta mistificación fanática, el periodista Quico Alsedo entra y pone en la mesa su libro. Allí refiere los padecimientos. Se llama Algunos hombres buenos (La Esfera de los libros).

Foto: Juana Rivas, en un tribunal de Cagliari (Cerdeña), en una foto de archivo. (EFE/Jorge Ortiz)

Los personajes son padres y tienen nombre y apellidos: Francesco Alcuri, Rafael Marcos, Carlos Salgado, Daniel I. Aguirre, Sergio Puerto. Hombres difamados en la prensa, las tertulias e, incluso, por el Estado, que otorgó el indulto a algunas madres delirantes y vengativas, siguiendo al dedillo el libro sagrado, que dice que no podían ser otra cosa que víctimas y protectoras de sus hijos. Ahora podemos conocer la verdad escondida en las entrañas del mito: lo que han tenido que luchar y sufrir unos hombres, apartados de la sociedad, para ver a sus hijos.

He leído este libro fabuloso mientras se producían unas noticias que subrayan la vigencia del mito, la ceguera social: una madre se tiró por la ventana de un quinto piso con su hija, que suplicaba piedad, y la prensa contó que esa mujer era una víctima del maltrato para justificar el intento de asesinato, cuando en realidad había cubierto al padre de denuncias falsas. Una de las peores encarnaciones del mito es esa etiqueta del "suicidio ampliado": los fanáticos cantan este salmo cuando una mujer asesina a los hijos para no dárselos al padre.

Leía estas noticias, este vómito sucesivo de eufemismos y medias verdades, mientras profundizaba en las historias de estos padres de Quico Alsedo. Me decía que, después de todo, han tenido suerte: en estas circunstancias, si la madre termina matando al hijo, parece que todavía se justifica por parte de los idólatras. El mito es irresistible: las madres secuestran para proteger. Las madres llenan la cabeza de los niños de mentiras para proteger. Las madres matan para proteger.

"Las madres secuestran para proteger. Las madres llenan la cabeza de los niños de mentiras para proteger. Las madres matan para proteger"

Los personajes del libro de Quico Alsedo tienen en común que vivieron separados de los niños por una muralla de denuncias falsas de maltratos y abusos sexuales a los hijos, que fueron tratados como criminales, que tuvieron que probar su inocencia una, dos, decenas de veces, mientras los difamaban en todas partes. Esos padres eran las cabezas clavadas en picas del templo sacrificial donde la prensa y la justicia degüellan becerros para acabar con el machismo.

Comprender las causas de la tortura colectiva contra estos hombres requiere poner en duda aquello que los sacerdotes del templo impiden que se ponga en duda: las denuncias falsas en violencia de género, la alienación parental, la imagen de hombres y mujeres cortados por un patrón estrictamente ideológico. Lo dice Quico Alsedo al inicio de su libro y para mí es la medida de la profundidad de este delirio: hoy los hombres son tratados con la misma injusticia que las mujeres ayer, cuando eran maltratadas y la gente respondía "algo habrán hecho".

"Hoy los hombres son tratados con la misma injusticia que las mujeres ayer, cuando eran maltratadas"

Con el paso de los años, desde el arranque de las leyes de género, han terminado conviviendo en la sociedad dos abusos: uno provocado por la incuestionable tradición machista y ese montón de hombres desalmados. Son mujeres maltratadas, vilipendiadas, anuladas en el hogar, que viven en el terror sin atreverse a denunciar, que viven sin escapatoria pese a los asideros provistos por el Estado. En el peor de los casos, historias que acaban en hijos sin madres, huérfanos, incluso asesinados también por el ogro.

Pero, al otro lado de ese abuso, ya digo, hay otro, y este no está provocado por la tradición, sino por la ley: hombres inocentes, mejores o peores exmaridos, pero inocentes, destrozados a base de denuncias falsas que se utilizan como forma de chantaje o venganza en los procesos de separación. Hombres acorralados por la idea preconcebidad de que los padres no cuidan a los hijos tanto como las madres. Y aquí tenemos noches en comisaría, extorsión de abogados sin escrúpulos, pasividad dócil de policías y jueces, procesos abiertos ad aeternum. Padres sin hijos que transitan la depresión. Algunos terminan en la locura o el suicidio.

*Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí.

De las primeras víctimas se habla, nos importan: son mujeres y existe muchísima caballerosidad, curiosamente. De las segundas víctimas no se habla, no nos importan: son hombres, prescindibles siempre, carne para la picadora. La desgracia habita a los dos lados de la ley de violencia de género. La grandeza y pertinencia del libro de Quico Alsedo es, en parte, tratarlos como a personas, e indagar en eso que suele escurrirse por debajo de la teoría sociológica sobre el maltrato en la pareja: el amor, las relaciones de pareja, el desamor como fuerzas destructivas y avasalladoras.

Donde otros hablan de abstracciones, Quico Alsedo restaura lo humano hablando de personas.

Ha aparecido un libro necesario. Habla de unos padres buenos, inocentes, que fueron despedazados en un ritual. El ritual se basa en un mito que ha alcanzado un tinte religioso pese a apoyarse en sociologías progresistas: el del padre ausente, el del padre tiránico, el del padre malvado, sin corazón. Los padres concretos de los que habla el libro fueron tachados de criminales por la prensa y el Estado. Reducidos a fantoches malos en una abstracción, les arrebataron a sus hijos.

Machismo Violencia de género Trinchera Cultural
El redactor recomienda