El auge de los niños y adolescentes de extrema derecha: "Lo enrollado es ser facha"
Padres y profesores han identificado un crecimiento de las actitudes xenófobas y machistas entre los jóvenes españoles, algo que ya había ocurrido en otros países europeos
En mayo de 2019 empezó a circular por grupos de WhatsApp de padres y profesores una fotografía que no sorprendió a muchos. En ella, un grupo de estudiantes del Aixa-Llaüt, un colegio de Palma de Mallorca, se retrataban junto a dos banderas de España mientras realizaban el saludo fascista. Entre los mensajes garabateados con bolígrafo en la enseña se distinguía claramente el que rezaba "VOX". Era el signo visible de algo que lleva años gestándose, la progresiva aceptabilidad de los mensajes, signos y comportamientos de extrema derecha en los centros educativos españoles.
"Desde el curso pasado se nota mucho más en los institutos porque tiene que ver con el desamparo a raíz de la pandemia y de la crisis", valora Eugenia Monroy, profesora de Secundaria en un instituto del sur de Madrid y una de las personas más activas a la hora de denunciar esta situación. Imparte clase en centros "con hijos de la clase trabajadora que vienen de familias en muchos casos desestructuradas", y, para ella, la clave es "que antes había pudor en presentar actitudes que iban en contra de los derechos humanos; ahora no, ahora hay orgullo. Ahora, ser rebelde es ser reaccionario".
"Muchos jóvenes han apostado por la xenofobia o el antisemitismo tras la crisis"
Marta* (nombre ficticio) es madre de una niña de Gijón que lleva sufriendo acoso escolar por parte de sus compañeros desde los cuatro años. Ahora va a un instituto que define como "pijo bajo, profesionales con buenos sueldos, pero que no podrían aguantar tres meses sin trabajo" y la situación es peor, un caldo de cultivo donde "se están creando auténticos fascistas". "Ahora se centra en tres ejes: desde lo de Cataluña, el rollo del nacionalismo español es horrible; la reacción antifeminista, porque muchos se sienten atacados por el feminismo, y el machaque neoliberal que llevan teniendo desde que son pequeños. Están enfermos de competitividad y neoliberalismo".
Toni Solano es director del IES Bovalar en Castellón y considera que "más o menos hay lo mismo de siempre, pero ahora amplificado por las redes y de alguna manera legitimado por grupos de WhatsApp o Telegram que retroalimentan esas posturas extremas, que difunden bulos y generan unas informaciones que resulta difícil desmontar, incluso con datos". Manuel Rodríguez, de Cámara Cívica, es politólogo y uno de los impulsores de Hateblockers, una iniciativa para frenar "la curva del odio" en colegios e institutos. Coincide en el diagnóstico que ha visto en los institutos en los que trabaja: "Lo guay ahora es ser facha".
Mientras que entre los 60 y los 90 la rebeldía se manifestaba a través de movimientos estudiantiles como Mayo del 68, el anarquismo, el movimiento okupa y el insumiso o el 15M, más relacionados con la izquierda, hoy el 'antimainstream' es de derechas (o extrema derecha). "Muchos jóvenes están apostando por la xenofobia o el antifeminismo a partir de la crisis", valora Rodríguez. "Ha habido dos reacciones: una más antiélites, la de 'no somos mercancías en manos de banqueros y políticos', y otra que había cuajado más en Francia y Alemania, que es que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y la inmigración viene a robarnos nuestras conquistas". Es la que ha avanzado durante los últimos años en España, en un contexto de creciente inestabilidad.
Ideas que provienen tanto desde las redes sociales (partidos como Vox han calado en TikTok) como de sus familias o compañeros, donde determinadas ideas se han convertido en aceptables. "En la mayoría de casos, vienen con esas ideas desde casa: antes se vivía mejor, no había robos, había trabajo para todos…", añade Solano. "Eso en algunos casos los justifica incluso ante el fracaso escolar: 'No voy a estudiar porque, total, para que me quiten el trabajo los de fuera..."
El frente antifeminista
Una de las magnitudes para medir este cambio de tendencia es el aumento de afectadas por violencia machista entre las menores de 18 años durante 2021, en un 28,6%. Además, los denunciados mayores de edad crecieron en un 70,8%. Como señalaba el Barómetro sobre Juventud y Género del Centro Reina Sofía, uno de cada cinco jóvenes de entre 14 y 29 años niegan la violencia de género. Otro de los datos que suelen repetirse en todas las encuestas sobre juventud es que los jóvenes suelen controlar los móviles de sus parejas.
Para Monroy, el principal frente de batalla de los jóvenes que adoptan estas actitudes es la lucha antifeminista y anti-LGTBI. Ella misma vio cómo este año un grupo de estudiantes boicoteó en el centro en el que trabajaba la celebración del 8M, portando banderas de España y haciendo sonar el ‘Cara al sol’. “Lo que veo hablando con ellos es que hay un desamparo entre los varones que se manifiestan como heterosexuales que les lleva a buscar una comunidad en el antialgo”, explica la profesora. “Se sienten muy atacados y muy débiles desde la ola del feminismo de 2018 y 2019, dicen que están en contra del maltrato a las mujeres y de los violadores, pero no ven relación entre los micromachismos y la violencia. Se preguntan: ‘¿Pero yo qué he hecho?”.
Solano coincide en que "son especialmente beligerantes con las acciones contra la homofobia o lgtifobia en general, ante las que exhiben la bandera española como contraste". Monroy tiene claro que el principal eje es el de la masculinidad y la lucha feminista, que ha generado una brecha. "Se sienten atacados por el feminismo y el mundo LGTBI+, porque ellos piensan que parece que ahora ser heterosexual sin más es lo peor que puedes ser, que está mejor tener cualquier otra preferencia o identidad de género”, razona. “Se sienten acorralados y confusos, se les dice que tiene que tener otro rol, pero no saben cuál”.
"Se sienten muy atacados desde la ola del feminismo y reaccionan"
Violeta ha sido profesora en diversos institutos de la Comunidad de Madrid, desde centros privados en Las Rozas hasta públicos en Leganés, y, aunque está de acuerdo en que, como ha hablado con diversas compañeras, "si ser rebelde antes era ser anarquista, comunista o rastafari, ahora es lo contrario", ha encontrado distintas diferencias entre estos perfiles. En el privado, por ejemplo, se encontró con el perfil habitualmente estruendoso de chicos simpatizantes con las ideas de Vox, "antifeministas y neofascistas" preocupados por la exhumación de Franco y que lo utilizaban como una provocación. Lo que más le llamó la atención es que, aunque es un movimiento casi exclusivamente masculino, las chicas de Primero y Segundo de Bachillerato, "incluso las más punkis", mostraban una ambigüedad "en plan no quiero ser feminista porque estos chicos que son los guais y los malotes no me van a hacer caso".
En Leganés el perfil es un poco distinto, "chavales más empollones que son más de clase media y menos marginales que algunos de sus compañeros y lo ven como un factor diferenciador". En uno de los institutos públicos con más solera del barrio de Salamanca, donde el nivel cultural es muy alto, los simpatizantes de ideas de extrema derecha eran más sutiles que en los dos casos anteriores, "chicos muy listos de familias conservadoras" que solían tener como novias a "chicas en la edad del pavo que luego cambian" y mantenían un perfil más bajo, menos provocador.
Una de las diferencias más llamativas entre unos centros y otros es que sus actitudes radicales están determinadas por la composición sociodemográfica de las aulas. Monroy explica que, dado que la mayoría de sus alumnos son inmigrantes, no suelen mostrar actitudes xenófobas. Por el contrario, en otros lugares donde la proporción de inmigrantes es menor, esta clase de comportamientos son más acentuados, como señala Solano: "Son chavales machistas, clasistas, con claro desprecio a los inmigrantes (curiosamente siendo ellos inmigrantes de segunda generación), que no soportan que otros tengan las oportunidades que ellos consideran exclusivas".
"Si ser rebelde antes era ser anarquista, comunista o rastafari, ahora es lo contrario"
Un informe del Injuve que analizaba el extremismo de derecha entre la juventud española explicaba que, aunque España ha llegado más tarde a la ola de radicalización que ya se había producido en otros países de Europa, en los últimos años se está poniendo al día. "El desconocimiento general de los fundamentos ideológicos e históricos de la extrema derecha en el país, combinado con la falta de pensamiento crítico, de alfabetización digital y de una educación coherente en materia de derechos humanos dentro del programa de estudios abre el camino al extremismo de derecha", concluía.
Una bandera descontextualizada
Durante décadas no era habitual escuchar cánticos de 'Cara al sol', descubrir banderas franquistas o saludos romanos en los centros educativos españoles. Si ocurría, en la mayor parte de casos, se censuraba rápidamente; hoy no es así. Para Monroy, los jóvenes los utilizan como símbolos casi sin contenido. Puros memes provocadores. "Los vacían de contenido, porque saben que a los adultos les molesta", valora Monroy, que recuerda que muchos de sus alumnos (inmigrantes) niegan ser de Vox aunque utilicen esos símbolos y argumentos: "Hay un salto generacional, no entienden los símbolos igual que nosotros".
Otros padres tienen dudas y consideran que utilizan dichos símbolos con pleno conocimiento, con la diferencia de que, desde la entrada de Vox en las instituciones, están muchos más aceptados. Para Marta, por ejemplo, "saben perfectamente lo que hacen cuando gritan 'viva Franco', pintan una esvástica o gritan a un chiquillo colombiano 'vete a tu puto país". La gran diferencia respecto a otras generaciones que si bien son menos militantes políticamente, lo son más de manera identitaria: no se apuntarían a un partido político, pero sí consideran que sus posiciones antifeministas o xenófobas les representan.
Padres y profesores también apuntan a que algunos profesores han salido del armario (ideológico). Marta explica, por ejemplo, que "el profesor facha enrollado ahora cree que tiene el campo abierto, esa gente existía antes, pero se cortaba un pelo". La madre lamenta que la mera presencia de un profesor que dé pábulo a ideas xenófobas o machistas puede acabar con el trabajo del resto de compañeros. "Siempre ha habido profesores de derechas, pero ahora creen que tienen que combatir el pensamiento 'woke", explica. "Si hay cinco niños 'fachas' en clase y no se cortan, basta con que uno les siga la corriente para que se sientan reforzados".
Son, no obstante, una minoría ruidosa. La mayoría de estudios recuerdan que los niños y adolescentes suelen ser más tolerantes que los adultos en lo que se refiere a cuestiones de xenofobia o diversidad sexual. Además, muestran una preocupación cada vez mayor por el cambio climático y la justicia social. Como recuerda Monroy, frente a los estudiantes radicales hay otro grupo "muy enterado y concienciado".
Un dique ante la marea imparable
La profesora del sur de Madrid se ha empezado a plantear que determinadas actividades y propuestas pueden ser contraproducentes. "Compañeras de otros centros me empezaron a escribir para decirme que había boicots en otros centros, problemas en clase…", explica. "Si ellos vienen con la idea preconcebida de que todo lo que diga va a ser de una feminazi, van a rechazar todo, y eso no tiene sentido, no puedo desmontar una creencia atacándola".
"Están muy mal: hay un problema de salud mental muy profundo y muy extendido"
"A veces, cuando institucionalizas una actividad para darle importancia, les termina sonando como algo carca, como el Día de la Constitución; a muchos les dan igual las actividades por el 8M", valora Rodríguez. Las alternativas que propone Cámara Cívica pasan por crear pequeños "espacios de socialización en lo cotidiano", con asociaciones juveniles y colegios, a través de juegos de cartas que presentan dilemas morales a los estudiantes que tienen que resolver para identificar sus propios discursos de odio y los bulos en los que se apoyan.
"Estamos hablando de gente que generacionalmente está muy mal, tenemos un problema de salud mental muy profundo y, sobre todo, extendido, que no se está explicitando fuera de los que trabajamos con ellos", concluye Monroy. "En su casa han perdido muchísimo: padres que trabajaban en negro y que se quedaron sin empleo y sin ingresos en el confinamiento, que se han tenido que ir a otro país… Están muy mal y se tienen que agarrar a algo. Viene de un dolor de la descomposición de la estructura social".
En mayo de 2019 empezó a circular por grupos de WhatsApp de padres y profesores una fotografía que no sorprendió a muchos. En ella, un grupo de estudiantes del Aixa-Llaüt, un colegio de Palma de Mallorca, se retrataban junto a dos banderas de España mientras realizaban el saludo fascista. Entre los mensajes garabateados con bolígrafo en la enseña se distinguía claramente el que rezaba "VOX". Era el signo visible de algo que lleva años gestándose, la progresiva aceptabilidad de los mensajes, signos y comportamientos de extrema derecha en los centros educativos españoles.
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