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Cómo el coronavirus ha cambiado a los españoles en 15 días: del miedo al “ni tan mal”
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UN PARÉNTESIS CUYO PELIGRO ES ALARGARSE

Cómo el coronavirus ha cambiado a los españoles en 15 días: del miedo al “ni tan mal”

Hemos atravesado varias fases, desde la negación hasta la aceptación, pasando por el miedo. La más peligrosa quizás aún esté por llegar

Foto: Vecinos de L'Hospitalet salen a sus balcones como cada día a animar y homenajear a los sanitarios. (EFE)
Vecinos de L'Hospitalet salen a sus balcones como cada día a animar y homenajear a los sanitarios. (EFE)

La psicología es amiga de las fases, como las del duelo de Elizabeth Kübler-Ross. Negación, ira, negociación, dolor y, finalmente, aceptación. En muchos casos, el proceso individual que ha provocado el coronavirus ha sido semejante. Es imposible que algo así pueda ocurrir en España, cómo no van a dejarnos salir de nuestras casas, tendremos que ver cómo nos adaptamos, esto me está haciendo polvo y, bueno, es lo que hay.

En las casi tres semanas de confinamiento que ya hemos pasado, la escala de valores de los españoles y sus problemas han variado sustancialmente, en muchos casos relativizando grandes preocupaciones y en otros agravando los problemas existentes. Como recuerdan los psicólogos, esa vanguardia que como canarios en la mina son los primeros en comprobar los cambios de mentalidad en sus pacientes, estamos viviendo un inesperado paréntesis que puede agravar el dolor, pero también convertirse en una oportunidad.

De la incredulidad y negación de la realidad hemos pasado al miedo y la incertidumbre

“Todos trabajamos con la incertidumbre”, explica Ruth Saborido, psicóloga de familia del CAF 6 (Centro de Apoyo a las Familias). Las respuestas frente a la situación que ha identificado suelen ser dos: o el desasosiego y sensación de peligro lógicos en familias que han sufrido directamente los efectos del coronavirus o que tienen que afrontar problemas económicos; o agradecimiento, en las familias con estabilidad socioeconómica que de repente han percibido la presente situación como una oportunidad.

“La impresión que estoy teniendo es que en un primer momento la gente lo suele llevar bien”, añade el psicoterapeuta Luis Muiño, quien también ha visto dinámicas semejantes en catástrofes humanitarias como Kosovo o El Salvador. “Durante la primera semana o 10 días es frecuente que se vea como una oportunidad de aprender, un parón en vidas que antes eran muy estresantes”. Muiño, que tiene pacientes en países muy diferentes, como EEUU, Alemania, Suecia o Sudán, ha encontrado un peculiar patrón: al igual que ha ocurrido con la reacción al virus, en cada rincón del mundo la respuesta psicológica ha sido semejante pero escalonada respecto a la situación de cada país.

“Empezamos con una sensación de incredulidad y negación de la realidad, la primera respuesta fue la de no creer que fuese una amenaza”, añade Guillermo Fouce, profesor de psicología social de la Universidad Complutense de Madrid, presidente de Psicología Sin Fronteras y miembro de la junta del Colegio Oficial de Psicólogos. “Asumida la cuestión, los miedos tienen ya más que ver con la incertidumbre: cuándo será la salida, que no se ve claro, y en qué condiciones vamos a salir”.

Como suele ocurrir en las crisis, hay una división entre los que lo llevan bien y los que no lo llevan tan bien que se agudiza en estas circunstancias. Los miedos y las incertidumbres se han acumulado a lo largo de estas semanas después del 'shock' inicial, como recuerda Fouce. Los de los enfermos o con familiares vulnerables, pero también trabajadores, autónomos, dueños de empresas o incluso zozobras más generales como el estigma del contagio una vez podamos salir de casa o cómo se redefinirán nuestras relaciones personales.

1. Recuperar el control

La semana del 9 al 15 de marzo quizá haya sido la de mayor descontrol de la historia reciente de España. Comenzamos en una normalidad casi absoluta y la terminamos confinados en casa, un cambio completo de situación a medida que las cifras de contagios y muertes aumentaban sin parar. En definitiva, terreno abonado para el pánico, el miedo y la incertidumbre. Para la sensación de que la vida se nos había escapado de entre las manos.

Muchas madres sienten culpa al sentir que necesitan su propio espacio en la casa, pero es necesario

“Hay mucha sensación de falta de control”, revela Saborido. “Nosotros ayudamos a gestionar el día a día, a controlar lo que se puede controlar, que puede parecer poco, pero es bastante”. Ante la sensación de que la situación nos supera, recuperar en ese pequeño reino que es nuestro hogar ciertos ritos ha servido para aliviarlo. “Las rutinas si hay niños, cómo gestionar los tiempos del trabajo y del disfrute y aprender a flexibilizar lo hace más abordable”.

La psicóloga de familia se ha encontrado con circunstancias difíciles, como muertes de familias que no se han podido velar. “Lo que intento transmitir es la importancia de gestionar la frustración y controlar lo incontrolable: en lo que no tenemos mano no podemos hacer nada, es de cajón, pero difícil de aceptar”, añade. Una de las soluciones más eficientes ha sido la reactivación de redes de apoyo, no solo familiares sino también de vecinos o conocidos que proporcionan una mayor tranquilidad no solo para el vulnerable sino, por ejemplo, “si sabes que alrededor de tus familiares hay una red que puede ayudarlos”.

placeholder Un estudiante de El Masnou toma clases 'online'. (Reuters)
Un estudiante de El Masnou toma clases 'online'. (Reuters)

Uno de los sentimientos más llamativos es el de culpa, recuerda la psicóloga. Especialmente, entre las madres que se sienten superadas y “piden su propio espacio, algo necesario para evitar posteriormente el estrés postraumático”. Una sensación que ya existía antes del coronavirus, pero que se ha acentuado aún más durante estos años. Es importante poner límites, también en las videollamadas que a menudo se han convertido en un elemento más estresante que tranquilizador.

“El factor clave en esta situación inédita es la incertidumbre”, prosigue Fouce. “La mayor situación de estrés se produce cuando no sabemos cómo responder ante lo que tenemos delante”. La respuesta psicológica inicial es el miedo, que puede generar “parálisis o ansiedad”, pero también la aparición de rumores “que proporcionan explicaciones alternativas” ante la indefensión que se siente y que generan un círculo vicioso que empeora aún más las cosas, porque agudiza “el rechazo al otro, el miedo generalizado, la intromisión, el retraimiento...”.

2. Vacaciones de uno mismo

Cabe otra posibilidad, que es que después del 'shock' inicial, las familias más establecidas o los individuos más resilientes hayan empezado a ver el confinamiento como una oportunidad para cambiar, incluso como unas pequeñas vacaciones de una vida agotadora. “Parece que la expresión ‘ni tan mal’ la utilizamos mucho estos días”, concede Muiño. “Es algo que se corresponde con lo que visto en situaciones duras; menos las personas a las que les ha afectado directamente, la psicología del confinamiento no tiene por qué ser trágica”.

Ahora tenemos una mayor sensación de control que hace dos semanas, porque es más difícil que tu familia se haya contagiado

De hecho, una de las respuestas más habituales entre sus pacientes es la de la sorpresa por la propia capacidad de aguante. “En un primer momento hay una sensación positiva en plan ‘estoy mejor de lo que creía’ o ‘si me dicen que esto iba a ocurrir no pensaba que fuese a llevarlo tan bien’”, prosigue el psicólogo. Respecto a los pacientes, “veo a poca gente que le esté sentando peor, diría que el estado de salud psicológica ha mejorado bastante entre ellos porque uno relativiza mucho los problemas”. De repente, personas con graves problemas que les producían depresión y ansiedad han visto cómo estos perdían importancia al lado de la enfermedad.

En ese sentido, no es lo mismo los primeros días de abril que mediados de marzo; el paso del tiempo ha provocado “que hayamos recuperado la sensación de control”. “He hablado con algunos pacientes que se han relajado poco a poco”, añade Muiño. “Si tus padres no lo han cogido tras tres semanas de cuarentena las posibilidades de que lo cojan son mucho más pequeñas”. El sueño ha mejorado, el insomnio ha desaparecido y la hipocondría típica de los primeros días ha dado paso a un paréntesis un tanto excepcional que sirve para reordenar prioridades.

placeholder Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

“En las familias más estables se está viendo como una oportunidad para pasar más tiempo con los niños, para hacer cosas que no habían podido hacer antes”, añade Saborido. “Me he encontrado con personas que han empezado a priorizar. Si algo bueno podemos sacar de esta crisis es ver qué es lo importante, en lugar de hacer miles de cosas solo un par pero bien”. La primera reacción ha sido de urgencia; la segunda, de priorización al ver que nos enfrentamos a una carrera de fondo.

“Lo esencial es la esperanza”, añade Muiño. “Los seres humanos funcionamos bien y nos adaptamos en las épocas difíciles si vemos una luz al final del túnel, incluso aunque sea en junio”. Ese es el problema: ¿qué pasará si esto se sigue alargando?

3. El peligro de la fatiga de mediados de abril

El psicólogo tiene miedo a lo que pueda ocurrir a mediados de abril si la situación se alarga y no vemos un final claro. Es decir, si esas pequeñas vacaciones de uno mismo comienzan a convertirse en un túnel oscuro. Algo que Muiño ya está empezando a ver entre los españoles, una sensación de cansancio y fatiga, pero aún no entre los estadounidenses y los mexicanos que entraron más tarde en cuarentena.

La vida fuera de casa ya no proporciona satisfacciones porque no te recuerda a lo que viviste, por lo que es más fácil quedarse en casa

“Hay muchas investigaciones psicológicas que relacionan la ansiedad con no tener un plazo de finalización, con la prolongación”, explica. “Podemos cambiar nuestro estilo de vida mientras sepamos cuánto tiempo es, pero para eso necesitas un plazo y lo que me preocupa es que no sabemos cómo va a desarrollarse”. La mejor noticia, en ese sentido, sería que una voz autorizada nos dijese “en junio se acaba todo”. “Ahí no habría problema, lo aguantaríamos y lo recordaríamos como una etapa curiosa de nuestras vidas”, añade. Pero probablemente no ocurra nada semejante.

También ayuda a nuestra estabilidad psicológica tanto la sensación de estar ayudando a los demás como el hecho de que el mundo exterior también haya cambiado. Por ejemplo, ir a hacer la compra a un supermercado no es como hacer la compra en febrero. “Salir a la calle ya no te recuerda a lo que era la calle, se parece más a Chernóbil”, prosigue el psicólogo. “Todo está ahí, la sensación de obligatoriedad, de que nos han quitado la libertad y no puedes decidir cuándo salir, pero los seres humanos funcionamos bien en un paréntesis”.

La paradoja del trabajo, el peso de la vida

Una de las dinámicas que ha acentuado la presente situación es el peso de las obligaciones. En algunos casos, como recuerda Muiño, la eliminación de la rutina ha servido para relajar tensiones, incluso entre adolescentes: “Muchos chavales están contentísimos, porque la carga del instituto es brutal”, añade. “Al principio hay una oportunidad de relajarte, de ver otras cosas, de levantarte un poco más tarde, de encontrarte contigo mismo, porque hay gente que vive una constante huida de sí mismo...”

Foto: Foto: Reuters.

La posibilidad opuesta es también frecuente. Que las demandas familiares y el teletrabajo impuesto sin que muchas empresas tengan controles ni lo hayan implantado con anterioridad haya provocado un mayor estrés que ha agravado la situación. “Hemos visto casos de ansiedad no por el cautiverio, sino por las presiones externas, que recaen más en las mujeres: familias que tienen más trabajo que antes por estar en casa o que sienten que tienen cinco empleos porque tienen cinco niños”, añade Saborido. Los pequeños y conocidos ritos como trabajar en un lugar distinto al que se vive el resto del día, cambiarse de ropa o establecer límites son “simbolismos muy importantes”.

Otro efecto colateral de la presente situación es que agrave dinámicas negativas que ya estaban presentes con anterioridad. Por ejemplo, la violencia de género, que como recuerda la psicóloga es complicada al haberse parado muchas intervenciones. Si el director adjunto operativo (DAO) de la Policía Nacional José Ángel González señalaba que se había producido un 40% menos casos de violencia de género no es porque no hayan ocurrido, sino porque se están reportando menos. “No puedes denunciar”, recuerda Saborido. “No va a haber menos, sino que se reportará menos y habrá menos intervenciones”.

Somos más resilientes de lo que pensamos en un primer momento, pero la crisis también agudiza las malas situaciones personales

“Si tienes una mala relación con tu pareja o familia y tienes que vivir con ellos, eso se magnifica”, coincide Fouce. “Si te preocupas mucho por tu salud, también se amplifica la hipocondría. Hay sobredosis de información, mucha de ella innecesaria y no contrastada que generan dinámicas dañinas”.

Si algo queda claro, por lo tanto, quizá sea que las personas somos como el viejo cliché psicológico del junco que recoge el himno del Dúo Dinámico, que nos doblamos sin rompernos, pero también que las crisis agudiza situaciones ya existentes en un peculiar efecto Mateo que amenaza, a medida que pase el tiempo, con convertir esa pausa en nuestras propias vidas en un enclaustramiento en el que el futuro comience a verse cada vez más lejano.

La psicología es amiga de las fases, como las del duelo de Elizabeth Kübler-Ross. Negación, ira, negociación, dolor y, finalmente, aceptación. En muchos casos, el proceso individual que ha provocado el coronavirus ha sido semejante. Es imposible que algo así pueda ocurrir en España, cómo no van a dejarnos salir de nuestras casas, tendremos que ver cómo nos adaptamos, esto me está haciendo polvo y, bueno, es lo que hay.

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