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Por qué alargar la cuarentena poco a poco (como en España) es mala idea
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PERO QUIZÁ NO HAYA ALTERNATIVA

Por qué alargar la cuarentena poco a poco (como en España) es mala idea

La mayoría de países están siguiendo la misma estrategia, prorrogar el plazo de excepción cada dos semanas, pero tal vez no sea lo mejor para garantizar que el objetivo se alcanza

Foto: Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

El 14 de marzo por la noche, el presidente Pedro Sánchez compareció en rueda de prensa para anunciar un estado de alarma que se prolongaría durante dos semanas. Como todo el mundo imaginaba, su fecha de caducidad era temprana. Apenas dos días después, ese mismo lunes, el ministro de Transportes, José Luis Ábalos, ya sugería que muy probablemente haría falta extender el plazo en el tiempo, como ocurriría una semana después.

El siguiente plazo para el final del estado de alarma es el 11 de abril, pero sospechamos que muy probablemente se trate de una prórroga que se actualizará periódicamente cada dos semanas hasta que veamos la luz al final del túnel. Si Italia no llegará a una supuesta normalidad al menos hasta el 4 de mayo, es previsible que España, que comenzó a remontar la curva con posterioridad, tarde aún más. Calcular cuándo podremos volver a salir de casa se ha convertido en uno de los deportes nacionales.

Cuando descubres que el aislamiento se va a alargar más de lo que pensabas, es menos probable que cumplas con las restricciones

Es una estrategia de establecimiento de plazos que se ha seguido en casi todo el planeta y que tiene poco espacio para las alternativas, pero que muy probablemente puede ser mala idea en el medio y largo plazo. Es lo que ha concluido un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago, Toronto, la Johns Hopkins University y la de Bozen-Bolzano, dirigido por Guglielmo Briscese, de la Universidad de Chicago, que ha atendido a El Confidencial para explicar sus hallazgos.

La idea principal del trabajo, que ha partido de 894 entrevistas con italianos confinados durante las últimas semanas, es que la estrategia de la zanahoria y el palo puede ser dañina si el palo se alarga cada vez más y la población comienza a sospechar que nunca podrá alcanzar el premio final. Se trata de una cuestión de expectativas. Aquellos que descubrían que el proceso se iba a alargar más de lo que pensaban tenían una mayor inclinación a saltarse el confinamiento. Por el contrario, si la sorpresa era potencialmente positiva (es decir, si se sugería que el plazo se iba a acortar), la moral mejoraba y estaban listos para cumplir las órdenes.


El peor escenario, en definitiva, es dar esperanzas de una corta duración del confinamiento y traicionar esas expectativas una y otra vez. ¿Casi a lo que nos estamos dirigiendo en la mayoría de países?

El problema de los plazos cortos

La mayoría de países ha seguido, lógicamente, dicho principio, porque tiene sentido tanto estratégicamente (no es fácil anticipar la evolución de la famosa curva) como legalmente (la legislación española, por ejemplo, restringe el estado de alarma a 15 días) o económicamente, para no hacer hibernar indefinidamente a un país concreto en un contexto en el que los vecinos no están haciendo lo mismo. Lo cual, sin embargo, no quiere decir que sea precisamente la mejor medida si lo que se pretende es que la gente se quede en casa.

Aunque lo mejor para el cumplimiento es un plazo indefinido, también puede aumentar la ansiedad y el impacto psicológico por la incertidumbre

De entrada, de hecho, establecer un largo plazo indefinido parece la mejor opción, ya que produce la sensación de que el problema es mucho más grave, lo que facilita el cumplimiento. No hay lugar para la traición de expectativas, porque nos hemos puesto ya en (casi) lo peor. Por el contrario, los plazos temporales, aunque “más deseables democráticamente”, suelen generar la sensación de que la amenaza es menor, por lo que más gente (en este caso, italianos) está dispuesta a saltarse las restricciones. En ese caso, la traición de las expectativas producirá hastío y cansancio. ¿El problema? Que presentar un plazo indefinido puede ser prácticamente útil, pero es más fácil que conduzca a que aumenten la ansiedad y el impacto psicológico generado por la incertidumbre.

“La estrategia de España no es muy distinta a la de otros países”, añade Briscece. “Estados Unidos también ha fijado cifras mensuales”. Esta estrategia, que por motivos prácticos parece la más viable, solo es eficiente si la población sabe de antemano que no es la meta final, y siempre y cuando el Gobierno sea capaz de informar a la población sobre “cuánto se ha avanzado y detalle las actividades que se implementarán hasta el siguiente plazo”, añade el investigador.

placeholder Confinamiento en Italia. (EFE)
Confinamiento en Italia. (EFE)

Una de las conclusiones más relevantes de la investigación, prosigue, es que todos esos mensajes deben acompañarse de la idea de que el retorno a la normalidad va a llevar más tiempo. “Eso ayuda a que la gente se prepare y a que no aguante la respiración mientras sigue recibiendo información de manera regular”, prosigue el experto en comportamiento.

Con un matiz: “Es también importante poner de manifiesto que cada país puede reaccionar de forma distinta a las noticias anunciadas por sus gobiernos, y que nuestro estudio se ceñía al contexto italiano, así que aunque las lecciones aprendidas pueden aplicarse a otros países como España, para asegurarnos deberíamos hacer la misma encuesta con un sector representativo de la población”. Al fin y al cabo, Italia es uno de los países donde más violaciones del confinamiento se han producido, con 20.000 denuncias ya a mediados de marzo.

¿La mejor estrategia?

La mayoría de Estados se encuentran, por lo tanto, entre la espada de la imposibilidad de prever el futuro a medio plazo y la pared de la obligación de comunicar a sus ciudadanos la situación de la manera más óptima posible, que logre el complicado equilibrio entre la transparencia, el cumplimiento de las reglas y que la moral se mantenga alta.

Los castigos y refuerzos negativos tienen su límite: “Siempre hay ciudadanos que no cumplen las normas o las cumplen parcialmente”

¿Cuál es, por lo tanto, la mejor estrategia para conseguirlo? “Nuestro estudio sugiere que para asegurar un cumplimiento absoluto, las medidas también deberían considerar otras palancas, como una estrategia de comunicación eficiente para manejar las expectativas de la gente sobre la duración de las medidas de aislamiento social”, explica. “Al mismo tiempo, se deberían empezar a pensar posibles refuerzos positivos (la zanahoria, no solo el palo)”.

Lo difícil es establecer exactamente en qué debe consistir esa zanahoria que refuerce positivamente el sacrificio exigido por el confinamiento, en un contexto en el que hay poco margen para las satisfacciones que trascienden lo cotidiano. “Algunos investigadores ya están trabajando en los efectos del entretenimiento ‘online’, como las redes sociales, para motivar el cumplimiento a través de los incentivos positivos”, explica Briscece. El ejemplo que propone es el del consejo de Roma, que ha firmado una alianza con jóvenes ‘influencers’ de TikTok para llevar a cabo retos sociales.

Foto: Foto: Reuters/Juan Medina.

Una de las enseñanzas de su trabajo es que, a pesar de que algunos países como Italia se han apoyado en medidas disciplinarias como las multas, los castigos tienen su límite de eficiencia. “Los recientes informes de los medios han mostrado que, a pesar del aumento en las multas, un pequeño porcentaje de los ciudadanos siguen no cumpliendo las normas o cumpliéndolas parcialmente”, recuerda el investigador. Un signo más de que el manejo de las expectativas de la población y el refuerzo positivo son clave en una situación crítica como la actual.

Manteniendo elevada la moral

El trabajo de Briscece y sus colegas se centra en las medidas para garantizar que el confinamiento se cumple, pero la gestión de las expectativas puede influir también en otros aspectos mentales de la población. Por ejemplo, a la hora de evitar una “fatiga del aislamiento social”, que los investigadores identificaron en algunos de los italianos que cumplían a rajatabla con el aislamiento y que sugerían que, a la larga, su esfuerzo puede empezar a decaer. A medida que pase el tiempo, señala el trabajo, es cada vez más probable que la tensión inicial se relaje y la gente empiece a permitirse ciertas libertades, especialmente si no se ve la luz al final del túnel.

Las “sorpresas negativas” pueden exacerbar el efecto de la ansiedad o las depresiones

“No hemos testado nada más allá del cumplimiento en el estudio, que sigue siendo la clave para ‘aplanar la curva’ de los contagios durante las próximas cuatro semanas, especialmente en países como España que aún no han llegado a su pico de casos”, responde el investigador de la Universidad de Chicago.

“Es posible que las sorpresas negativas también tengan un impacto negativo en el bienestar emocional de la gente. Para los mayores, estar separados de sus seres queridos durante mucho tiempo es doloroso, y hay mucha literatura sobre cómo la ansiedad y las depresiones están vinculadas a las enfermedades físicas, así que las sorpresas negativas pueden exacerbar esos efectos”. Dentro de algo más de una semana, veremos si la sorpresa que recibimos es positiva o negativa, pero tomando el ejemplo de Italia, probablemente nos encontremos en el segundo caso. Ahí es donde el Gobierno debería manejar las expectativas para que la moral no decaiga.

El 14 de marzo por la noche, el presidente Pedro Sánchez compareció en rueda de prensa para anunciar un estado de alarma que se prolongaría durante dos semanas. Como todo el mundo imaginaba, su fecha de caducidad era temprana. Apenas dos días después, ese mismo lunes, el ministro de Transportes, José Luis Ábalos, ya sugería que muy probablemente haría falta extender el plazo en el tiempo, como ocurriría una semana después.

Pedro Sánchez
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