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El invierno demográfico azota España: 13 provincias tienen más del doble de muertes que de nacimientos
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Un punto de no retorno

El invierno demográfico azota España: 13 provincias tienen más del doble de muertes que de nacimientos

El deterioro demográfico ha cruzado un punto de no retorno en el noroeste de España. Solo quedan dos provincias con más nacimientos que muertes: Murcia y Almería

Foto: EC Diseño/iStock.
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En el año 2015 se produjo un hito histórico para España: el número de muertes superó al de nacimientos por primera vez en la época contemporánea. Sin embargo, una buena parte del país había cruzado este umbral muchos años atrás. La primera provincia en hacerlo fue Lugo, que ya en 1975 tuvo más muertes que nacimientos. Desde entonces, no ha conseguido remontar; al contrario, sigue hundiéndose. Después de casi medio siglo de saldo vegetativo negativo, ha cruzado el punto de no retorno: las muertes duplican los nacimientos.

No es la única provincia que está en esta situación, hay otras 12 con el doble de fallecimientos que de nacimientos. De hecho, no es la que tiene peor ratio. La última posición la ocupa Zamora, donde solo nació un niño por cada cuatro fallecimientos en 2022. Es el caso más extremo de una España que vive asolada por el invierno demográfico.

Todas las provincias que están en esta situación se encuentran en el triángulo noroeste peninsular. Son las siguientes, ordenadas de peor a mejor ratio: Zamora, Ourense, Lugo, León, Asturias, Palencia, Salamanca, Ávila, Soria, A Coruña, Cáceres, Cantabria y Pontevedra. Todas estas provincias, que conforman la España vacía, suman medio siglo de invierno demográfico, aunque cada vez es más grave. Lugo y Ourense llevan casi tres décadas con el doble de muertes que de nacimientos, en concreto, desde 1994.

Detrás de este deterioro demográfico están el incremento del número de fallecimientos y la caída en picado de la natalidad. En toda la provincia de Zamora nacieron 711 niños en 2022, casi un 40% menos que hace una década y un 72% menos que a finales de los setenta e inicios de los ochenta. Por el contrario, el número de fallecimientos fue de 2.819 personas. El saldo vegetativo (nacimientos menos muertes) fue de -2.108 personas, lo que significa que perdió nada menos que el 1,3% de su población (sin contar las migraciones).

Hay dos causas que explican la dureza del invierno demográfico en el noroeste de España. La primera es una cuestión social: las familias retrasan cada vez más la maternidad (a pesar de que el nivel de vida es superior al del sur de España), lo que provoca que la mayor parte de los niños sean hijos únicos. La segunda es el deterioro de la estructura demográfica tras décadas de baja natalidad y mucha migración, lo que ha vaciado los territorios de mujeres en edad fértil. El resultado es que, aunque estos territorios incentiven la natalidad, ya es demasiado tarde para frenar el deterioro poblacional en el que viven. Han pasado un punto de no retorno en el que solo la migración (nacional o extranjera) puede conseguir dar la vuelta a la tendencia.

El destino de estos territorios es vivir su tercera gran despoblación. La primera ocurrió en el siglo XIX con la industrialización, que redujo los trabajos en el campo y los creó en las ciudades. Fueron dos siglos de éxodo rural. A finales de los noventa, el movimiento migratorio cambia y empieza a afectar a las ciudades pequeñas y las capitales de provincia con la terciarización de la economía. Este proceso migratorio afectó a un grupo social diferente: jóvenes con alta cualificación. Las provincias perdieron a las nuevas generaciones de las clases medias —lo que provocó su descapitalización— y, lo que es más preocupante en términos demográficos, a las mujeres en edad fértil.

Ahora viven su tercera gran despoblación, que se prolongará durante más de tres décadas: el fallecimiento de la población envejecida que les queda. Esto implica que los territorios van a perder la principal fuente que sostiene su consumo: las pensiones. De esta forma se completará el ciclo del vaciamiento que va a dejar grandes zonas de España sin habitantes si nada cambia.

Sin futuro

El invierno demográfico ha llegado tan lejos que en muchos territorios es irreversible. Ya no es solo un problema de fecundidad, sino que la población está muy envejecida y quedan pocas mujeres en edad fértil. Esto ocurre, sobre todo, en el mundo rural, en el que el empleo mayoritario está muy masculinizado.

Algunas de estas provincias en las que los fallecimientos duplican los nacimientos tienen tasas de fecundidad similares a las del conjunto de España. En Teruel, por ejemplo, hubo casi 95 nacimientos por cada 1.000 mujeres de 30 a 34 años, lo que supone el dato más alto de España. Navarra, Guipúzcoa, Álava, Soria o Burgos también se encuentran entre los primeros puestos. Y lo mismo ocurre en el grupo de mujeres de 35 a 39 años. No ocurre así en las provincias más al noroeste, que también tienen un grave problema de fecundidad, como se mostrará más adelante.

Zamora es la provincia que menos mujeres tiene entre 20 y 44 años (franja de edad en la que las tasas de natalidad son significativas), son apenas el 11,7% de toda su población. Esto es 5,5 puntos menos que la provincia con más mujeres fértiles, Baleares. Una distancia que, en porcentaje, es nada menos que un 46% más.

Esto explica que el problema de la brecha entre nacimientos y muertes no esté tanto en las tasas de fecundidad como en la estructura de la población. De las 13 provincias donde los fallecimientos duplican los nacimientos, nueve de ellas ocupan los últimos puestos de España en ratio de mujeres en edad fértil. En definitiva, es un escenario en el que el fomento de la natalidad va a tener un efecto muy reducido a la hora de frenar el deterioro demográfico. Solo puede lograrse a largo plazo a medida que la población ahora envejecida vaya falleciendo y, así, la ratio de mujeres jóvenes vuelva a crecer. Eso significa que el fomento de la natalidad solo conseguiría estabilizar la población dentro de medio siglo.

El retraso de la maternidad

Una de las causas de la caída de la natalidad en España es el retraso de la maternidad. En el año 2022, la edad media de las madres que tuvieron su primer hijo marcó un nuevo máximo histórico: 31 años y siete meses. A principios de los ochenta, el primer hijo se tenía con menos de 25 años, y a principios de siglo, era con 29 recién cumplidos.

Este retraso del primer hijo tiene profundas consecuencias. La primera es que se reduce el número de años de fertilidad que les quedan a las mujeres. Y el segundo, que la concepción se complica drásticamente con la edad. En definitiva, cuando se retrasa la maternidad, aumenta el riesgo de que las familias tengan pocos hijos, incluso en contra de su voluntad.

No es casual que Murcia sea la única provincia en la que la edad media del primer hijo siga siendo inferior a los 30 años (de media, son 29 años y nueve meses). Y las siguientes son Huelva y Almería, ambas con poco más de 30 años de media. Por el contrario, las mujeres de las provincias del norte son las que más retrasan su maternidad. Las mujeres de Pontevedra, A Coruña y Vizcaya tienen su primer hijo, de media, por encima de los 32 años y medio.

En general, en las provincias del noroeste de España se retrasa más la maternidad, lo que contrasta con su nivel de vida más alto. Por ejemplo, las tasas de paro son más bajas y el salario medio es más elevado. Aun así, el primer hijo se retrasa más allá de los 32 años en la mayoría de los casos. En buena medida, se debe a la menor presencia de población inmigrante, cuyas tasas de fecundidad son más altas. Y también al envejecimiento, que reduce el número de mujeres en edad fértil.

Lo normal en el norte de España es ser hijo único. Casi el 60% de los niños que nacieron en Ourense en 2022 fueron el primer hijo de la madre. En Asturias fueron el 57% y en Lugo y Zamora, más del 57%. Hace medio siglo, lo normal en estas provincias era que menos del 40% de los nacimientos fuese del primer hijo.

Por el contrario, en Ourense apenas el 34% de los niños nacidos tenía un hermano, el 6%, dos hermanos, y menos del 2%, cuatro hermanos y más. Las familias numerosas (dos hijos o más) son ya una anomalía en la provincia, poco más del 7% del total de niños; sin embargo, hace medio siglo eran habituales, casi el 27%. Por el contrario, en Murcia todavía el 22% de los niños nace en una familia numerosa. El motivo no es otro que la abundancia de población inmigrante que trabaja en la agricultura, cuyas tasas de fecundidad son más altas que las de los nacionales.

La tendencia demográfica que vive España conduce a tres décadas de pérdida natural de población. La realidad que vive hoy el noroeste del país es el destino que le espera a la mayor parte del país. Las políticas de natalidad pueden mitigar este deterioro, pero difícilmente podrán conseguir que los nacimientos vuelvan a superar los fallecimientos en un país tan envejecido. La inmigración es la única solución factible al problema demográfico, pero este camino tiene profundas implicaciones sociales.

En el año 2015 se produjo un hito histórico para España: el número de muertes superó al de nacimientos por primera vez en la época contemporánea. Sin embargo, una buena parte del país había cruzado este umbral muchos años atrás. La primera provincia en hacerlo fue Lugo, que ya en 1975 tuvo más muertes que nacimientos. Desde entonces, no ha conseguido remontar; al contrario, sigue hundiéndose. Después de casi medio siglo de saldo vegetativo negativo, ha cruzado el punto de no retorno: las muertes duplican los nacimientos.

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