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El salvaje control de natalidad de Dinamarca contra las groenlandesas: "No era humano, éramos niñas"
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El salvaje control de natalidad de Dinamarca contra las groenlandesas: "No era humano, éramos niñas"

67 mujeres groenlandesas han demandado una indemnización al Gobierno de Dinamarca por insertarles un DIU sin su consentimiento en un programa de control de natalidad en los años 60

Foto: Una mujer con un carrito de bebé en Ilulissat, Groenlandia. (Getty/Sean Gallup)
Una mujer con un carrito de bebé en Ilulissat, Groenlandia. (Getty/Sean Gallup)

Naja Lyberth tenía 13 años cuando la sacaron del aula para que un médico le hiciera un reconocimiento en su escuela de Maniitsoq, en Groenlandia. El doctor la mandó al día siguiente, a ella y a sus compañeras, al hospital. “No sabía qué estaba ocurriendo”, relata ella misma en conversación con El Confidencial. El miedo que sintió le ha hecho bloquear muchos detalles, pero recuerda la bata blanca del facultativo y los “grandes instrumentos” ginecológicos que introdujo en su cuerpo adolescente para implantarle sin su consentimiento ni el conocimiento de sus padres un DIU, el conocido dispositivo intrauterino que se usa como método anticonceptivo.

Lo siguiente que sintió fue un enorme dolor, algo que describe como “un asalto” a su útero. “Estaba en la parte más privada de mi cuerpo, en el órgano más sagrado”, explica sobre la intervención médica. “Me sentí como un animal que experimenta algo así, porque no era humano, porque era solo una niña”.

Naja es una de las 67 mujeres groenlandesas que ha presentado una reclamación al Gobierno de Dinamarca por el programa de control de natalidad que puso en marcha en los años 60 en la gran excolonia del Atlántico norte. Demandan una indemnización de 300.000 coronas danesas (unos 40.000 euros). No están dispuestas a esperar a que concluya la investigación que ha abierto el propio Ejecutivo, en colaboración con las autoridades groenlandesas, para esclarecer lo ocurrido, puesto que los resultados no se esperan hasta 2025.

Pese a la gravedad de su experiencia, Naja considera que es afortunada en comparación con otras mujeres y las secuelas que le han quedado. Ella sufre una enfermedad autoinmune que tardaron años en detectarle y que achaca a lo que le ocurrió de adolescente. Explica que primero dio la cara cuando llegó a la menopausia. “Fue en ese momento cuando mi cuerpo empezó a actuar extraño, no podía entender qué estaba pasando dentro de mí”. Detalla que sangraba igual que cuando le insertaron el anticonceptivo y soportaba la misma sensación de dolor que en aquel entonces: “Era como si tuviera cuchillos dentro”.

Foto: Activistas musulmanes, en Turquía, protestando contra los abusos de China contra los uigures en Xinjiang. (Reuters)

Fueron precisamente esas sensaciones las que le hicieron rememorar cada vez con mayor claridad lo que había pasado. Está convencida de que a ella y a otras muchas adolescentes les insertaron un anticonceptivo con forma de zigzag, frente al que ahora se usa de forma más habitual con forma de T, que no era el indicado para su edad ni para mujeres que todavía no han dado a luz. Aunque tampoco puede saberlo con certeza porque su historial médico ha desaparecido, al igual que otros muchos, aunque tiene la esperanza de que aparezcan durante la investigación abierta. Pese a todo, ella consiguió quedarse embarazada con éxito, pero remarca que “muchas mujeres no han podido” y denuncia: “Tenemos muchos daños físicos y complicaciones”.

Precisamente, al no poder quedarse embarazada fue cuando una de las pacientes del doctor Hans Jørgen Fenger acudió a su consulta en Nuuk, la capital de Groenlandia. Fue entonces cuando descubrió que la mujer tenía implantado un DIU sin que ella ni siquiera lo supiera. “Comencé la exploración y lo primero que vi para mi sorpresa fue que de su útero colgaba un hilo. Tiré de él y resultó ser un DIU. Le pregunté si le habían implantado algo y ella no sabía nada al respecto”, explica el facultativo a la radiotelevisión pública DR.

"Hay que tener en cuenta el aspecto colonial del papel del Gobierno danés en este asunto", explica la profesora Siff Lund Kjærgaard

En total, durante la campaña del Gobierno danés fueron implantados unos 4.500 dispositivos anticonceptivos, según una investigación de este medio danés, mientras que en Groenlandia había unas 9.000 mujeres en edad fértil en aquel entonces. No hay cifras oficiales y se están intentando encontrar los historiales médicos de la época, pero el Gobierno groenlandés sí que estima que al final de 1969 un 35% de las mujeres en edad de concebir ya les habían insertado un DIU.

La cuestión es cómo, hace seis décadas, una campaña tan brutal pudo diseñarse y justificarse. “Es una acción que se ha visto en otros contextos también, en los que otras autoridades llevan a cabo esterilizaciones de mujeres indígenas o tratamientos anticonceptivos basándose en numerosas razones y hay que tener en cuenta el aspecto colonial del papel del Gobierno danés en este asunto”, explica a este periódico Siff Lund Kjærgaard, profesora del Departamento de Ciencia Política y Administración Pública de la Universidad de Dinamarca del Sur.

Groenlandia pasó de ser una colonia a ser una provincia más de Dinamarca en 1953 y las autoridades planearon todo un proceso de modernización con grandes inversiones en vivienda, educación y sanidad en medio de una estrategia de asimilación cultural. En los años posteriores, la natalidad se disparó en esta enorme isla hasta el punto de que, en 15 años, los nacimientos se incrementaron un 80%.

Foto: El mercado de los implantes sanitarios, visto por Raúl Arias.

Es en este contexto en el que surgió la estrategia del control de la natalidad. “El objetivo del Gobierno danés era apoyar el desarrollo groenlandés limitando el número de niños que la sociedad en su conjunto tenía que mantener, lo que consecuentemente aliviaría la carga financiera para el Estado danés”, apunta Kjærgaard. Sea cual fuese la meta, la implantación de los DIU en estas mujeres “se llevó a cabo sin su consentimiento y, de acuerdo con la perspectiva actual, es una violación de sus derechos”, agrega. “Los anticonceptivos forzosos son una violación de los derechos de las mujeres indígenas y se les considera violencia de género”.

Kjærgaard opina que el Gobierno danés “no hará nada” hasta que no concluya la investigación que ha iniciado. Una vez publicados los resultados, sí que podría haber esperanza de que “conduzcan a una disculpa y una posible indemnización” teniendo en cuenta otros precedentes, apunta la experta.

Sin embargo, Naja Lyberth cree que no tienen tanto tiempo. “Las mujeres más mayores que fueron parte de la campaña tienen alrededor de 80 años”, denuncia. “No podemos esperar más. Yo tengo 61 y pelearé por nuestro derecho a que se nos reconozca mientras tenga recursos. Pero no sé cuánto tiempo tendré fuerzas y estaré sana como lo estoy. Así que tenemos que actuar ahora”, asegura dispuesta a llevar el caso hasta la Justicia europea si es necesario.

"Nuestra solicitud de una indemnización es para que se nos reconozca como ciudadanas iguales y por lo que hemos pasado"

También explica por qué no actuó antes: “Cuando sientes vergüenza, no tienes poder, no puedes usar tu respuesta de lucha interna”. Es el mismo sentimiento que dice haber tenido cuando se vio en la consulta del médico donde le hicieron la intervención de adolescente. “Me sentía culpable porque no pude oponerme al médico ni pude huir. Cuando estás avergonzada no puedes contárselo a nadie y tienes miedo de ser juzgada por los demás”, explica.

Sin embargo, ahora su objetivo es claro: “Nuestra solicitud de una indemnización es para que se nos reconozca como ciudadanas iguales y por lo que hemos pasado”. Asegura que lo que sufrió ella y el resto de mujeres “fue una experiencia de tortura”. Reivindica tener “el derecho humano de tener hijos y una familia, a no ser torturadas, a no ser discriminadas”. Y se pregunta “por qué no hicieron lo mismo con las mujeres y niñas danesas en Dinamarca”, para denunciar la dura discriminación que sufrieron. Las danesas siempre “tuvieron la oportunidad de elegir entre diferentes tipos de prevención del embarazo y pudieron dar su consentimiento”, concluye.

Naja Lyberth tenía 13 años cuando la sacaron del aula para que un médico le hiciera un reconocimiento en su escuela de Maniitsoq, en Groenlandia. El doctor la mandó al día siguiente, a ella y a sus compañeras, al hospital. “No sabía qué estaba ocurriendo”, relata ella misma en conversación con El Confidencial. El miedo que sintió le ha hecho bloquear muchos detalles, pero recuerda la bata blanca del facultativo y los “grandes instrumentos” ginecológicos que introdujo en su cuerpo adolescente para implantarle sin su consentimiento ni el conocimiento de sus padres un DIU, el conocido dispositivo intrauterino que se usa como método anticonceptivo.

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