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¿Por qué España tiene la inflación más baja de la UE? El secreto está en el origen de la energía
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¿Por qué España tiene la inflación más baja de la UE? El secreto está en el origen de la energía

Según las cifras publicadas por el Banco de España, los países con más proveedores de gas y petróleo han sufrido un menor aumento de precios desde el estallido de la guerra en Ucrania

Foto: Gasoducto Medgaz, a su paso por Almería. (Reuters/Jon Nazca)
Gasoducto Medgaz, a su paso por Almería. (Reuters/Jon Nazca)

El secreto de la inflación está en el origen de la energía. Así se desprende de la investigación sobre la dependencia energética nacional y europea que las economistas del Banco de España Irina Balteanu y Francesca Viani han publicado en el último boletín económico del regulador. Mientras el debate político se divide entre los que, desde la oposición, critican el aumento del coste de la vida y quienes, desde el Gobierno, presumen de haber controlado el índice de precios de consumo (IPC) con sus medidas, los datos dibujan una vía intermedia: la inflación española resulta envidiable en todo el continente, pero la explicación apunta más a las características estructurales de la economía nacional que a los méritos que se atribuye el Ejecutivo.

Empecemos por lo primero. Que el IPC de nuestro país es el tercero más bajo de la Unión Europea está fuera de toda duda. Basta acudir a los datos armonizados de Eurostat para comprobarlo. La oficina estadística de la Comisión corrobora que los precios en España son hoy un 2,9% más caros que hace un año, solo por encima de Luxemburgo y Bélgica. En el conjunto de los Veintisiete, esta cifra se eleva al 7,1%, con Italia en el 8% y Alemania y Francia por encima del 6%, es decir, más del doble que al sur de los Pirineos.

Sin embargo, en estas cifras inciden varios factores que pueden llevar a engaño. El primero es el efecto base, una trampa estadística que provoca grandes oscilaciones en el registro interanual del IPC. Al comparar los datos con los del mismo mes del año anterior, cualquier bajada entonces favorecerá una subida ahora, y viceversa, lo que abona el terreno para interpretaciones incorrectas. De hecho, los más críticos aseguran que el excepcional incremento de los precios en la primavera del año pasado, como consecuencia del inicio de la guerra, ha provocado ahora la falsa sensación de que ya están controlados.

El segundo factor es el ciclo. Según los defensores de esta teoría, la economía española, muy dependiente energéticamente del exterior, sería especialmente sensible a lo que ocurre en los mercados internacionales. La energía, que es la sangre que circula por el sistema, habría contagiado enseguida al conjunto. Esto explicaría que la tendencia alcista de la inflación se hubiese sentido con toda su virulencia mucho antes en España que en los países vecinos. Ahora, en cambio, el IPC ya no supone un quebradero de cabeza —con la excepción de los alimentos—, simplemente porque aquí también empezó primero la fase descendente. Al final, si se igualasen ambos ciclos, los precios no habrían subido menos en España que en el resto de Europa.

Los datos del trabajo de Baltenau y Viani desmienten, en gran medida, ambas explicaciones. Es cierto que en algunos meses el efecto base juega un papel fundamental en el IPC, y sin duda ha contribuido a la moderación de nueve décimas en mayo, ya que el año pasado hizo justo lo contrario: aumentó cuatro décimas por estas fechas. De hecho, la curva que dibujan los precios en 2023 es justo la opuesta a la de 2022, como se puede comprobar en el gráfico anterior. Pero esto no implica que los registros de España sean equívocos: al fin y al cabo, este sesgo también se da en los demás Estados miembros, por lo que no afecta a la comparación.

También es cierto que la crisis inflacionista mostró toda su gravedad en España mucho antes que en otras naciones europeas. En el otoño de 2021, cuando ni siquiera había empezado la guerra, nuestro país registraba un IPC superior al 5%, muy por encima de la media comunitaria. Pero esto no se debió tanto a su mayor dependencia energética del exterior como a la forma de fijar los precios de la factura eléctrica.

A diferencia de sus vecinos, España indexa la tarifa regulada únicamente al mercado diario —método que cambiará con la reforma que entrará en vigor el 1 de enero de 2024—, por lo que los consumidores sufrían de forma directa en su bolsillo los récords de la luz que se empezaban a registrar. Estos, a su vez, acabaron contaminando el dato de inflación, ya que en ese momento esta tarifa era la única que tenía en cuenta el Instituto Nacional de Estadística para calcularlo, como destapó El Confidencial. En definitiva, eran cifras artificialmente altas, motivadas por un problema muy específico y una medición deficiente, pero no implicaban que nuestro país tuviese el ciclo inflacionista adelantado por culpa de una dependencia energética anormalmente alta.

La brecha en dependencia energética con la UE ha caído 10 puntos en el último cuarto de siglo

Los datos recogidos por los economistas del regulador corroboran que España está dejando de constituir una excepción europea en este sentido. Sí lo era en 1995, cuando la media de importaciones de terceros respecto al total de energía disponible se situaba en torno al 70% en la cuarta economía del euro, frente a la media comunitaria del 50%. Pero el abandono del suministro de potencias como Alemania o Italia en brazos de Rusia ha cerrado la gran brecha que perjudicaba a nuestro país respecto a los Veintisiete, que era la dependencia del gas; y, con ella, el diferencial global de dependencia energética. En 2019, España mantenía una subordinación del exterior similar a un cuarto de siglo atrás, frente al aumento de 10 puntos del conjunto europeo, hasta el 60%.

Pero no todas las dependencias son iguales, y ahí está la verdadera clave del milagro inflacionista español. Más allá del efecto base y los ciclos inflacionistas, el estudio corrobora que, durante lo peor de la crisis, nuestro país registró el tercer menor aumento de precios de toda la Unión Europea: un 7,1%, solo por detrás —una vez más— de Bélgica y Luxemburgo. Es el dato de la inflación acumulada entre febrero de 2022, cuando estalló la guerra en Ucrania, y marzo de 2023, que ofrece una amplia visión sobre lo que ha pasado en el conjunto de este periodo turbulento.

La lógica enseguida atribuye esas cifras a la menor dependencia española del gas ruso, que el verano pasado dejó de colmar a numerosos países del centro y el este de Europa, entre ellos Alemania, provocando un encarecimiento sin precedentes del suministro. El informe recoge esa intuición, pero con un argumento un poco más elaborado, al mostrar cómo correlacionan los registros de inflación con el nivel de concentración de las importaciones de energía. Los resultados no dejan lugar a dudas: cuanto mayor era la diversificación de proveedores energéticos de los Estados miembros en 2021, antes de la guerra, menor ha sido su IPC acumulado desde el inicio de la contienda. La Europa de la inflación avanza a dos velocidades, y esta vez España ha caído del lado bueno.

Foto: La ministra de Economía, Nadia Calviño, y el ministro alemán de Finanzas, Christian Lindner. (EFE/Mariscal)

Nuestro país partía de una posición privilegiada, gracias al importantísimo papel de sus puertos para recibir gas natural licuado y petróleo de infinidad de exportadores diferentes —en 2022, por ejemplo, tuvo 19 suministradores de gas, según el informe anual del regulador del sistema—, frente a los flujos monolíticos que llegaban por oleoductos o gasoductos a otros Estados miembros. Junto a Francia, éramos el país que realizaba unas compras de energía más fragmentadas, en contraste con las naciones bálticas y algunas del este del continente, como Hungría o Eslovaquia, enganchadas a los hidrocarburos rusos. Las consecuencias están a la vista, y se pueden apreciar con la línea ascendente que resume la tendencia general: a mayor diversificación, menor inflación.

El tope al gas para la producción eléctrica, la subvención a los combustibles o las rebajas impositivas a luz, gas y alimentos han podido ayudar, pero el hecho de que los españoles hayan sufrido en sus bolsillos el impacto de la guerra menos que sus vecinos tiene una explicación estructural: la economía nacional estaba mejor preparada para afrontar el shock. El milagro, en realidad, lo ha obrado la posición periférica de nuestro país, que le ha obligado a salir al mar para encontrar en múltiples rutas lo que otros recibían por tierra a través de una única infraestructura faraónica. O, mejor dicho, zarista. Esta vez, la clave no ha sido la dependencia, sino la diversificación.

El secreto de la inflación está en el origen de la energía. Así se desprende de la investigación sobre la dependencia energética nacional y europea que las economistas del Banco de España Irina Balteanu y Francesca Viani han publicado en el último boletín económico del regulador. Mientras el debate político se divide entre los que, desde la oposición, critican el aumento del coste de la vida y quienes, desde el Gobierno, presumen de haber controlado el índice de precios de consumo (IPC) con sus medidas, los datos dibujan una vía intermedia: la inflación española resulta envidiable en todo el continente, pero la explicación apunta más a las características estructurales de la economía nacional que a los méritos que se atribuye el Ejecutivo.

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