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Jon Rahm: los sueños en voz alta (y cumplidos) de un chaval de 14 años que ya es historia del golf
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"No se quería ir a casa"

Jon Rahm: los sueños en voz alta (y cumplidos) de un chaval de 14 años que ya es historia del golf

El español aprendió a canalizar su impulsividad y carácter para convertirse en el número uno. Quienes trabajaron con él de cerca hablan sobre su imparable ascenso a la élite

Foto: La ansiada chaqueta verde. (EFE/John G. Mabanglo)
La ansiada chaqueta verde. (EFE/John G. Mabanglo)

Poco después de enfundarse la chaqueta verde que le acreditaba como ganador del Masters de Augusta de golf, Jon Rahm recibió un wasap en su móvil. El mensaje, que incluía las lógicas felicitaciones, era muy breve. Decía así: "Solo te quedan 16". Se lo había enviado Eduardo Celles, su entrenador durante buena parte de su etapa de formación. La frase, aislada de contexto, no tiene mucho significado. Salvo para ambos. Era una especie de recordatorio de los 18 majors que logró el golfista más laureado de todos los tiempos, el estadounidense Jack Nicklaus. Su respuesta suena algo a bilbainada. "A por ellos", le contestó.

A Celles no le extrañó el optimismo de Rahm en su respuesta. No se olvida que, un buen día, allá por el año 2008, yendo en su coche de camino al colegio, ambos charlaban sobre sus objetivos a nivel deportivo. De repente, "con mucho ímpetu", le soltó: "Eduardo, voy a ser el número uno del mundo". Tenía entonces solo 14 años. Los más escépticos con esta clase de historias pueden comprobar que el golfista vasco ya era así de osado a través de su cuenta de Twitter. En noviembre de 2013, dejó escrito: "I am gonna win the masters!" ('voy a ganar el masters'), algo que le decía a su caddie por aquella época, Tim Mickelson. Justo debajo de la frase aparecía una fotografía con la leyenda: "Your talents will be recognized and suitaby rewarded" ('Tus talentos serán reconocidos y adecuadamente recompensados'). La respuesta de Mickelson fue de lo más elocuente: "No dudo de ti ni por un minuto. El poder de la mente puede ser algo hermoso, amigo mío".

Con dos majors en su currículum (US Open y Master de Augusta), Rahm ha conseguido a sus 28 años que el personal ubique en el mapa la localidad que le vio nacer: Barrika. Cuesta creerlo, pero allí no existe un campo de golf ni nada que se le parezca. Y eso que está rodeado de verdes campos. Se trata de un pequeño pueblo marinero en el que, durante muchos siglos, sus habitantes se dedicaron a la captura de la ballena. Sus enormes acantilados recuerdan a los que aparecen en Juego de tronos. No en vano, la serie se rodó en San Juan de Gaztelugatxe, a unos 30 kilómetros del pueblo del golfista vasco. Las playas de roca y arena, ideal para los surfistas, son también parte de su paisaje. En este ambiente parecía difícil que un niño que jugaba al fútbol con sus amigos le diera por empuñar un palo de golf.

Rahm empezó pegándole patadas a una pelota

Como a la mayoría de los chavales de su edad, a Jon Rahm le gustaba jugar al fútbol. "Su ilusión siempre fue la de ser portero del Athletic", recuerda Celles. En su familia, tal y como afirma su antiguo entrenador, lo de ser seguidor del Athletic "es una especie de religión". Su abuelo Sabin, fallecido en 2018, fue delegado del equipo durante 33 años, "así que él vive con mucha pasión esas cosas relacionadas con el beti zurekin ('siempre contigo')". Su vida cambió a raíz de que a su aita, que solía jugar al pádel, le invitaran en 1997 a presenciar la edición de la Ryder Cup que se disputaba en Valderrama.

Volvió encantado de su nueva experiencia y buscó algún sitio para practicar golf con su familia cerca de Barrika. Lo más próximo que encontró fue el club Martiartu, situado a escasos metros de la Universidad del País Vasco en Leioa (Vizcaya). Se trata de un histórico club social donde se practica sobre todo la natación, el tenis o deportes relacionados con el frontón, pero con un campo de golf de hierba artificial muy pequeño para que los niños empiecen su aprendizaje. Entrar en el selecto Real Club de Golf de Galea, en Neguri, era misión imposible. La otra posibilidad, también en Vizcaya, era el Club de Golf de Laukariz, donde a principios de siglo había que pagar una entrada inicial de 63.000 euros más la correspondiente cuota anual. Eso sí, ese pago inicial eximía de hacerlo al resto de la unidad familiar.

placeholder El golfista vasco ya es histórico. (EFE/Erik S. Lesser)
El golfista vasco ya es histórico. (EFE/Erik S. Lesser)

Como Martiartu se les quedó pronto pequeño, sea por lo que fuere, Edorta Rahm se hizo socio del club Larrabea, situado en Legutiano, un pueblo situado en el norte de Álava y que cuenta con unas instalaciones de 64 hectáreas y un campo de 18 hoyos. "Al poco tiempo que su padre, lo hizo el resto de la familia", señala Ander Padura, gerente del club. De los comienzos del joven Rahm recuerda que tenía un temperamento "muy fuerte" y que, al mismo tiempo, "era un tío muy trabajador con los objetivos muy claros". Que nadie piense que a los 11 o 12 años ya se veía en aquel joven a un posible ganador de un major. De hecho, durante los años que estuvo en Larrabea, nunca logró la Orden de Mérito del club al mejor jugador del año.

La sanción por mal comportamiento

Su explosivo carácter le acarreó algún que otro problema en forma de sanción federativa por mal comportamiento. "El golf es un deporte que te lleva a momentos de frustración", reconoce Padura. Pero es que la vida del joven Rahm era de lo más sacrificada. En verano, sus padres alquilaban una casa en Larrabea y de abril a noviembre iba casi todos los fines de semana después de salir del colegio hasta el domingo para entrenar. Se pasaba todo el verano entre la piscina y el campo del golf y, claro, a base de tanto jugar, su técnica comenzó a mejorar. "Lo que ocurre es que luego empezaba las clases de lunes a viernes y ya no le podía dedicar tanto tiempo", espeta el gerente de un club fundado en 1998 y que en la actualidad tiene alrededor de 1.400 socios.

Padura almacena muchos recuerdos de Rahm, incluidos los de su época en la que rompía palos y lanzaba exabruptos cuando no le salían las cosas. Sin embargo, no critica mucho su actitud "porque me parece peor verlo en personas de más de 50 años que ni siquiera aspiran a estar en la élite". Esa era, tal vez, la peor versión de un futuro campeón que "metía más horas que un reloj a la hora de entrenar" y que, a día de hoy, "gracias a que lo ha trabajado muchísimo", es capaz de contener su mal humor y de convertirse "en un tipo fantástico". En realidad, al gerente del club Larrabea, Rahm le recuerda un poco a la figura de Roger Federer, "que con 15 años destrozaba raquetas y, cuando llegó a ser número uno del mundo, parecía que no había roto un plato en su vida".

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Jon Rahm, con la medalla Ilustre de Bizkaia-Bizkaitar Argia. (EFE/Luis Tejido)

De aquel cimarrón que un buen día se presentó en Larrabea con apenas 12 años se cuentan infinidad de anécdotas. Una de ellas fue cuando alguien destrozó un foco de luz situado a 10 metros de altura de un pelotazo. Por supuesto, nadie confesó. Ahora Padura ya sabe a ciencia cierta que el responsable fue el joven Rahm. Aun así, se ríe cuando cuenta la historia y le resta importancia "porque el delito ya ha prescrito". La fama y el estar en la mundial del golf no le han hecho olvidarse de quienes fueron sus compañeros y amigos durante su adolescencia. Al menos una vez al año se pasa por allí para saludar a su profesor Mikel Galdós y a visitar a Iñaki en su tienda. Poco queda de aquel chaval con tanto genio y al que ahora todos le consideran como un amigo, eso sí, a larga distancia.

De su etapa en Larrabea pasó a Escuela de Golf Celles, en Derio (Vizcaya). Allí conoció a Eduardo, hijo y nieto de golfistas. De hecho, su abuelo fue campeón de España en 1945. La escuela se abrió en 1997 y por ella han desfilado miles de chavales y gente adulta. La casualidad quiso que una de sus alumnas fuera Ángela Rodríguez, o sea, la madre de Jon Rahm. "Decidimos hacer una escuela para acercar el golf a todos los vizcaínos y también a la gente de fuera con el objetivo de popularizarlo en una época en que no había muchos campos públicos", indica Eduardo Celles, que no para de atender a la pasada de llamadas que ha tenido estos días de la prensa. "Y no me extraña, porque Jon va como un tiro. Es terrible todo lo que está consiguiendo".

El ascenso del campeón

Conoció al actual campeón de dos majors cuando tenía 14 años. Como ya tenía la técnica aprendida, se centró en mejorar su swing, ese balanceo de cuerpo que te permite tener el control de la bola y golpearla con la suficiente potencia. "Era un chaval que tenía pasión por el golf y al que le gustaba trabajar; otra cosa era pensar que iba a llegar donde ha llegado". Por entonces, aún mantenía su carácter "impulsivo" que, no obstante, "le permitía controlar todos los aspectos del juego". Mientras, Celles se limitaba a enseñarle detalles del juego porque "tenía la virtud de leer muy bien las caída de los greens".

En Derio tampoco destacó en exceso como jugador. "Se veía que pegaba fuerte a la bola, pero no se apreciaban grandes diferencias con el resto de compañeros hasta que en 2015 ganó el campeonato de España júnior, que es cuando pega el salto". Fue la recompensa a un trabajo de años en los que consiguió adquirir mucha confianza en sí mismo a base de no escaquearse nunca de algún entrenamiento, "al punto de que casi le teníamos que echar para que se fuera a casa". Eduardo Celles se muestra orgulloso de mantener viva la amistad con el reciente ganador de Master de Augusta. "Hasta me invitó a su boda en la basílica de Begoña en Bilbao, lo que demuestra que es muy amigo de sus amigos". No oculta tampoco la admiración que le profesa. "Cuando habla en las entrevistas, le veo hacerlo con mucha naturalidad, sin leer nada escrito, y, la verdad, es que todo lo que dice es porque le sale de dentro, y eso es muy bonito".

A Celles se le ve un apasionado del golf. El martes solo soltó los palos para atender a los periodistas mientras competía en el campo de Izki (Álava). Durante la conversación, señalaba el hecho de que tanto a Jon Rahm como al resto de personas que acuden a su escuela "los acompañamos en el camino que han de recorrer, y, si uno llega muy lejos, estupendo". Pero no solo eso: "También los formamos en un deporte que tiene unos valores muy bonitos de fair play y de sacrificio, como todos los deportes individuales que son duros, y los padres están contentos de que sus hijos se formen en un entorno sano, sin tanto móvil, por lo menos en las horas que están jugando al golf". Por eso no le extrañó que su pupilo se acordara en Augusta de Severiano Ballesteros. "Por supuesto que no me sorprendió, porque esos principios y valores de familia los tiene muy arraigados".

El exfutbolista del Athletic de Bilbao, Aritz Aduriz, es otro de los que conoce bien al golfista de Barrika. Empezó a golpear bolas en las campas de Armentia (Vitoria) cuando jugaba en el Aurrerá y desde entonces nunca ha perdido la afición, a pesar de que en sus últimos años de profesional apenas lo practicaba. La primera vez que oyó hablar de Jon Rahm fue cuando su abuelo Sabin, por aquel entonces delegado del Bilbao Athletic, le comentó que tenía un nieto que jugaba muy bien al golf. "Ellos ya lo saben, porque se lo he contado, pero es que al principio me sonó a la típica historia de amor abuelo-nieto que no sabes hasta qué punto es verdad, y no le hice mucho caso porque todavía era muy joven". A su vuelta a Bilbao, después de haber dejado el Valladolid, fue cuando, a través de unos amigos, le conoció personalmente al presentarse en el hotel de concentración.

Ambos han jugado en varias ocasiones tanto en Neguri como en el Real Nuevo Club Golf Basozabal de San Sebastián. "Él es muy respetuoso y solo te dice lo bueno porque tampoco se va a meter a corregirte", dice Aduriz. El exfutbolista confiesa que no le hace muchas preguntas para mejorar su juego; en cambio, siempre escucha sus consejos. Rahm sí que pregunta. "Es un acérrimo del Athletic y siempre tiene curiosidad por saber algo más de mis compañeros, de nuestros rivales o de que hacemos". Eso sí, nadie revelaba nada inconfesable. "Me refiero a conversaciones muy sanas en las que ambos disfrutábamos".

placeholder Jon Rahm demuestra su golpeo en San Mamés. (EFE/FERugby)
Jon Rahm demuestra su golpeo en San Mamés. (EFE/FERugby)

Pese a que los dos son de carácter competitivo, parece lógico que no hayan medido sus fuerzas. Aduriz tiene un hándicap 4, esto es, que en un campo de 18 hoyos a completar en 72 golpes, con 76 se quedaría en el par. "Lo de Jon es una salvajada", admite. Así que, para igualar las cosas, “por lo menos me tendría que dar más de 10 golpes de ventaja, y creo que ni aun así le ganaría”. Lo que más le llama la atención al exfutbolista del Athletic de Rahm es su mentalidad. "Es una máquina", señala. Por eso no destaca ningún aspecto de su juego. "Es que es de otro nivel". Se refiere a todo en general. A su golpeo de la bola, a su determinación dentro del campo y a la confianza que genera en sí mismo. "Eso, a veces, puede parecer que es una persona arrogante, pero te aseguro que no es así. La confianza que tiene en sí mismo es increíble".

Fuera del campo destaca su personalidad "arrolladora". Y no lo dice por sus recientes éxitos. "Le conozco desde que era amateur y siempre ha sido un tío superhumano y super buena gente". Otra cosa es que, al tratarse de un deportista de élite, tenga que ponerse una coraza. "Aunque, a final, en su círculo más íntimo descubres que es de lo más majo". Esa amistad los ha llevado a mantener una especie de tradición que aún perdura. Cuando Rahm está a punto de ganar un torneo, Aduriz graba el vídeo en la tele de su último putt y su posterior celebración para enviárselo por WhatsApp. "Entiendo que es una persona que está muy sobreexpuesta, pero al final siempre me contesta y me lo agradece".

Poco después de enfundarse la chaqueta verde que le acreditaba como ganador del Masters de Augusta de golf, Jon Rahm recibió un wasap en su móvil. El mensaje, que incluía las lógicas felicitaciones, era muy breve. Decía así: "Solo te quedan 16". Se lo había enviado Eduardo Celles, su entrenador durante buena parte de su etapa de formación. La frase, aislada de contexto, no tiene mucho significado. Salvo para ambos. Era una especie de recordatorio de los 18 majors que logró el golfista más laureado de todos los tiempos, el estadounidense Jack Nicklaus. Su respuesta suena algo a bilbainada. "A por ellos", le contestó.

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