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He visto 'Juego de tronos' y 'La casa del dragón' a la vez: esto es todo lo que está mal en la precuela
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LAS DIFERENCIAS CRUCIALES

He visto 'Juego de tronos' y 'La casa del dragón' a la vez: esto es todo lo que está mal en la precuela

Sobre 'La casa del dragón' se cernía una de las sombras más alargadas de la historia de la televisión. Estos son los 5 peores fallos de la serie en comparación con 'Juego de tronos'

Foto: Una imagen de 'La casa del dragón'. (HBO Max)
Una imagen de 'La casa del dragón'. (HBO Max)

La mejor escena de todo Juego de tronos está escondida en el séptimo episodio de la cuarta temporada. En el ecuador de la serie, Arya Stark y el mercenario apodado El Perro se topan con un granjero moribundo. En cosa de un par de minutos, la joven noble, el asesino y el hombre que va a morir mantienen una conversación reminiscente del Esperando a Godot de Beckett que, más de ocho años después de su emisión, todavía trasciende las ataduras de la ficción televisiva comercial. Emitido ya su último capítulo, nada remotamente parecido a la fuerza de ese instante ha podido verse en la primera temporada de La casa del dragón.

Alargado hasta las diez horas, este primer envite de la nueva serie basada en el universo de George R.R. Martin ha resultado no ser lo que muchos esperaban. Tampoco lo que esperaba yo, que, por poner las cartas sobre la mesa, he visto al mismo tiempo Juego de tronos y La casa del dragón. Los últimos coletazos de mi revisión —desde el principio y en orden— de la serie de David Benioff y David Weiss se me han solapado con estos dos meses y pico que ha durado su precuela. Y vista así, la nueva serie de HBO Max revela sus peores fallos.

El naturalismo de 'Juego de tronos' ha sido sustituido por un mundo plano de CGI

Como un espectador aceptablemente excéntrico, he vivido al mismo tiempo el resurgir de la casa Targaryen, vía Daenerys de la Tormenta, y las intrigas que llevaron cientos de años antes a la desaparición del clan. He conocido la Canción de Hielo y Fuego, perpetuada en el sueño de Aegon el Conquistador, a la vez que escuchaba nombrar al viejo monarca en un Poniente muy distinto, libre del yugo de la familia Valyria y fragmentado en siete reinos belicosos. He visto, desde un mismo sofá y en el mismo verano, cómo unos cabalgaban dragones y otros, horas más tarde, negaban su mera existencia.

placeholder Una imagen de 'La casa del dragón'. (HBO Max)
Una imagen de 'La casa del dragón'. (HBO Max)

Por ello, he sido un juez tan estricto como justo. Se ha convertido en un lugar común estos días el invocar la alargada sombra —quizá la más oblonga de la historia de la televisión— que se cernía sobre La casa del dragón cada vez que se la comparaba con Juego de tronos; sin embargo, en mi caso, esa sombra ha estado presente y nítida en todas y cada una de las citas que la precuela ha tenido con los espectadores desde el pasado agosto. Después de un visionado tan particular, veo prístinos los cinco grandes problemas que hacen que La casa del dragón palidezca frente a Juego de tronos:

1. Un mapa desaprovechado

Podía intuirse por la desidia que manifestaron sus títulos de crédito, primero inexistentes y luego muy por debajo del listón marcado por Juego de tronos, que La casa del dragón no iba a hacer uso de las ricas posibilidades que ofrece un mapa como el de Poniente y Essos. La cartografía de las historias de George R.R. Martin contiene los Siete Reinos, pero también las provincias orientales, las islas y una miríada de paisajes inspiradores que La casa del dragón ha decidido ignorar en esta primera temporada.

El hecho de que los showrunners de la precuela nos hayan confinado a las proximidades de la Fortaleza Roja y cuatro o cinco charcos alrededor de Marcaderiva no es una decisión inocente. Más bien, delata cierto desdén por un mundo diverso y sus habitantes, que parecen vivir, a ojos de los guionistas, ajenos a todo lo que se cuece en Desembarco del Rey.

2. Una identidad visual plana

En el momento de su anuncio, que Miguel Sapochnik —director de algunos de los episodios de Juego de tronos más alabados desde el punto de vista visual— fuera a participar en la producción ejecutiva de La casa del dragón se recibió como una gran noticia. Sin embargo, igual que no ha sido capaz de igualar a su predecesora en la iconicidad de su secuencia de créditos, la nueva serie tampoco ha estado a la altura en su retrato del mundo de los libros de George R.R. Martin.

El naturalismo de Juego de tronos, capaz de capturar un mundo premoderno y salvaje, fiero y hermoso por igual, ha sido sustituido en La casa del dragón por un diseño de producción artificioso, plano y con demasiado CGI. Incluso cuando, a partir de su séptimo episodio, la serie se ha atrevido a desafiar la máxima absurda del ‘respeto al espectador’ y ha puesto en práctica algunas aproximaciones visuales arriesgadas, lo ha hecho replicando una apuesta estética que ya hiciera el propio Sapochnik antes en Juego de tronos.

placeholder Tres de los protagonistas de 'La casa del dragón'. (HBO Max)
Tres de los protagonistas de 'La casa del dragón'. (HBO Max)

3. Un ritmo inconsistente

Si en algo ha arriesgado de verdad La casa del dragón ha sido en la forma de ordenar los sucesos de su trama. Frente a la serie original, que prácticamente solo abusó de las elipsis entre temporadas, la precuela ha sido mucho más devota de los saltos temporales. Prácticamente, hasta el final de esta primera entrega, el paso de un episodio a otro ha significado siempre un brinco de meses o incluso años.

Aunque encomiable como temeridad narrativa, este particular dispositivo ha terminado haciendo de menos el empaque de la serie. Se entiende y valora la intención de emular la estructura temporal del libro de George R.R. Martin en el que se basa la historia, Fuego y sangre, una suerte de crónica histórica compuesta de breves capítulos inconexos. Sin embargo, en comparación con la densidad de la narración de Juego de tronos y su ritmo pesado, La casa del dragón ha resultado por esto mismo superficial y ligera, incapaz hasta el último tramo de dar a sus escenas la gravedad que merecían.

4. Algunas lagunas sangrantes

Para estar tan deslavazada, la serie de HBO sí ha aguantado el tipo en lo que a continuidad se refiere. Soportar con dignidad y sin expulsar al espectador los múltiples cambios de reparto que ha atravesado en su emisión esta primera entrega de La casa del dragón es un logro que hay que reconocerle. No obstante, esa volatilidad temporal y espacial ha sido responsable también de algunos agujeros especialmente sangrantes en la historia.

La causalidad ha sido demasiadas veces casualidad a lo largo de la temporada, dejando en el aire cuestiones fundamentales para el desarrollo de los personajes y sus conflictos —como cuántos dichosos dragones hay en liza y quién los acapara, un dato vital que no hemos sabido hasta el tiempo de descuento—. Esto no es afán completista, sino el requisito básico de establecer unas reglas claras para el Poniente de la precuela que den verdadero sentido a su delicado equilibrio de poderes.

placeholder 'La casa del dragón'. (HBO Max)
'La casa del dragón'. (HBO Max)

5. Una obsesión fatal por ir al grano

Juego de tronos era, como todas las ficciones sobre el mundo medieval, un tratado sobre las interminables tensiones entre Ilustración y oscurantismo. No podría ser de otra manera, igual que un cineasta nunca podrá dirigir una película sobre su infancia desde el punto de vista auténtico de un niño, maculado para siempre por la experiencia de la adultez. Este interés temático estuvo presente en la ficción desde el principio, evidente en la mencionada extremaunción de Arya y el Perro al granjero herido de muerte, pero también en la refriega de Davos, el Caballero de la Cebolla, por aprender a leer en medio del horror, otro de los detalles más brillantes de la serie. Y permeó, como un pequeño milagro, sus mejores temporadas.

Esa avidez por conocer, ese milagroso impulso de tiranos y asesinos por entender —en términos marxistas— las condiciones en que se produce la vida en Poniente, ha sido apisonado por la obsesión fatal de La casa del dragón por ir al grano. No ha habido en toda la temporada, ni mucho menos en su satisfactorio pero apretujado clímax, un solo momento de esparcimiento que no fuera prisionero de la necesidad imperiosa de contar mucho en poco tiempo (y cójanse aquí con pinzas lo "mucho" y lo "poco"). Ha sido imposible en estas diez semanas sentir a los personajes de La casa del dragón como figuras que existiesen más allá de las mesas de guion; capaces, como el granjero sin suerte de Juego de tronos, de sentarse a morir en paz.

La mejor escena de todo Juego de tronos está escondida en el séptimo episodio de la cuarta temporada. En el ecuador de la serie, Arya Stark y el mercenario apodado El Perro se topan con un granjero moribundo. En cosa de un par de minutos, la joven noble, el asesino y el hombre que va a morir mantienen una conversación reminiscente del Esperando a Godot de Beckett que, más de ocho años después de su emisión, todavía trasciende las ataduras de la ficción televisiva comercial. Emitido ya su último capítulo, nada remotamente parecido a la fuerza de ese instante ha podido verse en la primera temporada de La casa del dragón.

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