Es noticia
El Real Madrid resiste en una Liga sin ganas: espera a Europa y al derrumbe del Barça
  1. Deportes
  2. Fútbol
QUIEREN GANAR TODO

El Real Madrid resiste en una Liga sin ganas: espera a Europa y al derrumbe del Barça

Los blancos tienen una semana decisiva para el devenir de la temporada. En el torneo doméstico visitarán el Camp Nou, mientras que en Champions juegan la vuelta ante el Liverpool

Foto: El Madrid afronta una semana decisiva. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El Madrid afronta una semana decisiva. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Un imperio donde no se ponía el Sol, cantaban los Nikis, y eso es el Bernabéu un sábado por la tarde a la hora de la comida. A eso tiende el madridismo, como una cruzada en que la burguesía juega a montarse en un caballo y cargar contra los tanques, y el proletariado se agarra a una victoria absoluta, ya que su delito de cuna lo inhabilita para el matiz. Pero esas glorias imperiales están en los campos de Europa. En la Liga, donde todo está decidido desde el título octavo de la Constitución, el Real Madrid se prepara para las batallas del Prado en escenarios de cartón piedra, donde los partidos toman el cariz de una comedia de situación, con cuchicheos, pequeños rencores, risas enlatadas y, a veces, una belleza secreta que nos transporta a los días infinitos del descampado.

La liga se perdió en el 98, con los restos del imperio y unos árbitros que entendieron muy bien el concepto España plural. ¿Se acuerdan de aquella polémica de principios de temporada? Aquel chico negro con una sonrisa como un saco de perlas, Vinícius, creo que se llamaba, provocaba a los honrados jugadores de la España de provincias; ellos, que dignifican el fútbol. Y se reía de esas aficiones que apenas pueden llegar a fin de mes. Regate tras regate, patada tras patada, el brasileño se convirtió en el amuleto antimadridista que la España del rencor llevaba un tiempo buscando. Así que alrededor de él se levantó esa confusión tan nuestra, que iguala víctima y verdugo en un mismo baile envenenado.

placeholder Vinícius es la gran esperanza del Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Vinícius es la gran esperanza del Madrid. (EFE/Rodrigo Jiménez)

El Madrid comenzó la temporada jugando de fábula, como si el fútbol hubiera sido desvelado de una vez por todas, pero al poco el mecanismo se gripó. Normal. Viejas leyendas se fueron hiriendo con los bordes de las mesas y jóvenes entusiastas pensaban demasiado en ese mundial enjoyado en medio del desierto. Ahí solo quedaba Vinícius para rescatar al equipo y la resaca del odio incubado en todas estas Copas de Europa, lo impidió. Cada regate iba seguido de una patada y una plegaria por la paz y la unidad de los demócratas del comentarista. Mal la patada, pero peor aún la minifalda. Van provocando, decían. Quizás no era el momento, decían. Pero ¿cuándo es el momento para hacer un túnel, un sombrero o una elástica en el final del campo? Que saquen una editorial conjunta y quizás lo entendamos todos.

El marcaje de los rivales

Varios partidos con el brasileño crucificado a golpes, levantándose de todos y cada uno, encarando a sus verdugos y escupiéndoles a la cara, sirvieron para destemplarle, pero no para vencerle. Y sirvieron para que el Madrid cayera a media docena de puntos del Barcelona. Un equipo, el blaugrana, al que los árbitros intentan pitarle muy correctamente para que no parezca que el escándalo Negreira les afecta como a profesionales intachables que son.

Nadie está conforme en esta Liga porque los culés andan por las calles como si arrastraran un burro muerto, un piano y a Oriol Junqueras en el cochecito de Pepe Isbert. Los culés del resto de España intentan salir poco a la luz del sol, y buscan refugio en algún polígono industrial lleno de corzos o quizás en alguna localidad ignota de la España vacía, donde se les acogería con los brazos abiertos y una escopeta de caza apuntándoles al pecho para que digan su primer ¡Hala Madrid! Ese es el que más duele, pero les supondría una liberación extraordinaria.

placeholder El escándalo Negreira le ha hecho mucho daño al Barcelona. (EFE/Archivo)
El escándalo Negreira le ha hecho mucho daño al Barcelona. (EFE/Archivo)

¿Y los culés catalanes? ¿Qué es de ellos? Y no solo catalanes, también aquellos que tuvieron la suerte de nacer en una de esas nacionalidades históricas rozadas por la divinidad y que se sumergieron en el Barça de Guardiola como un creyente en las aguas del Jordán. Para la mayoría de los culés de Cataluña, el Barça no es solo un equipo de fútbol. Es —a partir de Cruyff— el escaparate de las ideas bellas que llevan por dentro y —a partir de Pep— un equipo cosido a un estilo trascendental, trasunto de su nación, que era más hermosa, justa, perfecta y ganadora que la otra, la madridista, la posfranquista centralista mesetaria, de torpes corruptelas y violencia a ratos soterrada y a ratos explícita.

La ilusión del Madrid

Con el caso Negreira, ha caído el telón y todo se ha revelado una pantomima. La ley, efectivamente, no era igual para todos, y el mejor jugador de la historia ganaba Liga tras Liga como los héroes de acción en las películas de serie B: con los contrarios caídos en el suelo antes de que las balas le hubieran rozado. Ha sido como el derrumbe del comunismo para ellos. El final abrupto de un sistema de creencias que daba sentido a una vida. Va a ser duro. La sociedad española debe estar preparada para reinsertar a millones de individuos que se han quedado huérfanos de un culto, de una nación y de una identidad. Gente que no está preparada para competir con las mismas normas, mirando de frente, aceptando la derrota y gozando en la victoria sin más éxtasis que ese disfrute del momento.

Pero estamos en marzo, en esta liga llena de alquitrán y malas intenciones y el Madrid se medía con el Español a las dos de la tarde. El equipo blanquiazul juega bien, correcto con la pelota y tenso en el despliegue, pero no hay pena ni rencor en su corazón, así que no tenía ninguna oportunidad en el Bernabéu. Todo el Madrid tenía la mirada unos días más adelante, en el partido contra el Liverpool, y así salió al campo, ausente y sentencioso, con la cabeza demasiado lejos del césped. La única persona del equipo perico con cuentas pendientes era Joselu, excanterano blanco, y en la primera oportunidad, marcó el golazo de su vida.

placeholder Joselu marcó el gol del Espanyol en el Bernabéu. (EFE/Rodrigo Jiménez)
Joselu marcó el gol del Espanyol en el Bernabéu. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Camavinga estaba de lateral izquierdo postizo y se comió una jugada sencilla para un especialista, que es justo lo que no es él. La banda se abrió violentamente para el extremo blanquiazul y Joselu le tomó la espalda a los centrales blancos. Le llega el balón y dispara de primeras al sitio más alejado de Courtois. La escuadra del segundo palo. Es un gol que solo se marca en un entrenamiento o en los minutos finales de un partido, cuando todo está sentenciado. Pero ocurrió al principio, tuvo la cualidad de activar al Madrid, y fue la culminación de toda una vida para el excantero, que acabó el partido con calambres y mirando a las gradas con gesto serio, un profesional duro salido de la cantera blanca para el que el Bernabéu ha sido el país de nunca jamás.

El planteamiento de Ancelotti

Estaban Tchouaméni, Kroos y Modric en el medio campo y Valverde, Rodrygo y Vinícius en la delantera. Faltaba Benzema. Con alguna sobrecarga misteriosa, incapaz de aguantar los minutos de la liga que se le hacen eternos y dolientes. Y el equipo jugó por primera vez, mejor sin él. Karim odia la Liga y se nota. En eso se ha convertido en una verdadera estrella del Madrid, de las que contienen, en su mirada y en su interpretación de la realidad, el imaginario colectivo del madridismo. Y el madridismo, también odia la Liga. En la competición doméstica, todo lo que el francés intenta —ya con medio segundo de retraso— es mordido, interrumpido y se choca contra esa melaza espesa de táctica y puñaladas por la espalda en la que se ha convertido el fútbol español. Si combina con Vinícius, ya no llega al primer palo y la jugada muere en un pase cruzada a ninguna parte. En Champions se le abren las aguas con dos amagues y los jerarcas torean a los rivales jugando con la ansiedad de la competición. Karim juega libre en Europa y fluye como un caudal, en España chapotea en aguas estancadas y se le nota el óxido en cada articulación.

Pero aunque el mecanismo del Madrid fuera vistoso y ágil, con esa sonrisa fácil de cuando Modric está en su sito, no había ocasiones y todo moría a las puertas. Así que le llega una pelota a Vinícius y comienza casi en el córner un viaje a las tinieblas del interior de área. Media docena de defensores y él. Amaga hacia adentro y luego se va hacia afuera, hacia el pico del área, con la pelota muy cerquita del corazón. Y ahí suelta un latigazo seco y preciso que levanta un grito unánime en la grada, como el de aquellos trallazos que Cristiano le ganaba a la tarde.

placeholder Benzema no estuvo frente al Espanyol. (Reuters/Susana Vera)
Benzema no estuvo frente al Espanyol. (Reuters/Susana Vera)

Donde los demás vemos montañas, Vinícius imagina playas donde jugar con las olas. Esa es la cualidad del genio. Intuir lo improbable y ganar partidos con esa intuición. El choque estaba empatado, pero el contrario apenas braceó. Así que la concurrencia se puso a escrutar jugadores y a fantasear escenarios posibles. El siguiente gol fue obra de Militao, que se dobló como un junco para rematar de cabeza un pase con el exterior de Tchouaméni. Un pase exquisito de un jugador que no lo parece. ¿Qué es Tchouaméni? Es un mediocentro al que no le gusta quedarse quieto. Es un jugador que defiende sin desgarro, como si no le fuera la vida en ello. Tiene una técnica de príncipe destronado, como que no va con su cuerpo. Y disfruta enjabonando el cuero. Es un gigante con voz de niña con un acertijo dentro. Le gusta revolotear, dar el último pase, llegar desde atrás con sigilo, engancharla desde muy lejos. Es quizás un mediapunta de corazón parido entre dos placas tectónicas. Es un mediocampista al que han puesto a ordenar los archivos porque tenía la pinta precisa para el puesto. Pero él no está conforme.

El partido sigue sin que haya competencia real pero lleno de pequeños detalles. Kroos, por ejemplo, tiene la velocidad de los edificios oficiales. Rodrygo solo marca si sale en las segundas partes. Solo notamos su juego en leves sacudidas en la frontal del área, que no llegan a levantar la pieza. Asensio, siempre golea cuando ya no es necesario. Y así fue en el último minuto, cuando Nacho cortó amarras con su sino de canterano repeinado e hizo una diagonal hermosa que dejó a Asensio solo ante el portero rival. El balear la cruzó a media altura, como si su destino fuera redondear aquello que ya es superfluo. Y así lo celebró. Con una mueca que no se sabe si es resignación o altanería, de quien se imagina con talento para tareas mayores y que nunca acaban de llegar.

Un imperio donde no se ponía el Sol, cantaban los Nikis, y eso es el Bernabéu un sábado por la tarde a la hora de la comida. A eso tiende el madridismo, como una cruzada en que la burguesía juega a montarse en un caballo y cargar contra los tanques, y el proletariado se agarra a una victoria absoluta, ya que su delito de cuna lo inhabilita para el matiz. Pero esas glorias imperiales están en los campos de Europa. En la Liga, donde todo está decidido desde el título octavo de la Constitución, el Real Madrid se prepara para las batallas del Prado en escenarios de cartón piedra, donde los partidos toman el cariz de una comedia de situación, con cuchicheos, pequeños rencores, risas enlatadas y, a veces, una belleza secreta que nos transporta a los días infinitos del descampado.

Real Madrid Vinicius Junior Karim Benzema
El redactor recomienda