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Luka Modric: los últimos destellos de la supernova del Real Madrid
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Luka Modric: los últimos destellos de la supernova del Real Madrid

El centrocampista croata de 37 años es una forma inmortal que ha vivido siempre y siempre vivirá. Leyenda en todas las gestas europeas del Real Madrid, Modric se apaga poco a poco

Foto: El futbolista croata, durante el Clásico. (Reuters/Juan Medina)
El futbolista croata, durante el Clásico. (Reuters/Juan Medina)

¿Ves, mi niño? Esa estrella que se apaga lentamente se llama Luka Modric. Y antes de convertirse en una enana blanca, dejará un resplandor tan grande, que cada noche será siempre el día siguiente y no querremos despertar. Luka (Zadar 1985) es un manantial sin edad. Ha vivido siempre y siempre vivirá. Cuando tenía seis años, paramilitares serbios fueron en busca de su abuelo y lo asesinaron. Huyó con su familia y surgió bajo las bombas, aprendiendo a llevar el balón escondido dentro de la piel. Cuando tenía seis años, no tenía seis años, tenía 1.000. Y ahora que tiene 37 es como una heroína de Miyazaki. Esas niñas inmortales y frágiles que salvan el mundo mientras se desangran por dentro.

El Bernabéu está rendido hace mucho. Rendido y admirado. Le profesa al croata, un amor muy puro. No hay rencores ni despechos. No hubo nunca run-run ni resentimiento. A los pocos meses, el campo ya coreaba su nombre y cuando un contrario osa tocarle, el campo entero se inflama como el infierno pidiendo la cabeza del infiel que ha manoseado al pequeño mediocampista rubio. "Si le has tocado la cara a Luka Modric debes perder esa mano o bien que al primogénito de la familia le amputen un miembro a su elección: Código Hammurabi-Bernabéu".

placeholder Una leyenda del Real Madrid. (Reuters/Isabel Infantes)
Una leyenda del Real Madrid. (Reuters/Isabel Infantes)

Desde hace años se apaga lentamente. A ratos parece que se ha escapado de un hospital infantil dejando por el césped un reguero de gracia y de ternura que silencia al Bernabéu y deja perplejos a los contrarios. Muchas veces el campo se le hace enorme, como si estuviera en una nación desconocida. Van cayendo los minutos y los comentaristas piden su cambio. Ancelotti espera. El público espera. Todo está apelmazado. El Madrid va perdiendo. Se abre un espacio ingrávido en el césped y comparece Modric con esa facilidad suya, tan elástica que parece un viento. No toca el balón, más bien se posa en él. Gira alrededor de la pelota y el partido comienza a girar en torno a su figura. Todo lo que sucede después, es historia del Madrid.

La magia del croata

Los ingleses solamente saben asaltar el área a palos. Corren y corren y llevan corriendo 100 años y cuando se paran ven a Modric saliendo de una puerta, llevándose el balón y yéndose a una habitación desconocida para ellos a jugar al fútbol, al borde del área, al borde del tiempo. Hace unos días fue contra el Liverpool. La Premier. Anfield. La afición suprema cuyo cántico iguala la emoción que a ratos produce la vida. Que a ratos produce Modric, sobre el minuto 60, zafándose de dos contrarios y huyendo entre ellos como por un desfiladero. El campo en vilo, nada de lo que hace Luka es intrascendente y lo saben. Atraviesa la pradera con la pelota enroscado sobre él, hasta que la suelta, perfecta y tensa hacia su compañero. La jugada la termina Benzema, con un baile y un balón por la escuadra, que es como deben acabar las historias de amor.

No había nada y ahora es gol. "Las supernovas producen destellos de luz intensísimos que pueden durar desde varias semanas a varios meses. Se caracterizan por un rápido aumento de la intensidad luminosa hasta alcanzar una magnitud absoluta mayor que el resto de la galaxia. Posteriormente, su brillo decrece de forma más o menos suave hasta desaparecer completamente", rezan los textos. Ha habido partidos, estos últimos años, donde Modric dicta las normas sentado en una silla, como los flamencos antiguos

Foto: El delantero francés celebra la Decimocuarta. (Reuters/Kai Pfaffenbach)

En el Bernabéu, contra el Chelsea, cuartos de final de la Champions. 2022. El Madrid pierde 0-3, la situación es tan desesperada como siempre en estos últimos años. En la zona lunar donde los genios habitan, Modric apareció. Frontal del área, pico izquierdo unos metros atrás. El balón que llega y el balón que se va impulsado por el exterior de su empeine. En un gesto, Luka ha abierto todas las puertas y por el otro lado, al final de su verso, corre Rodrygo con su juventud y su piedad a cuestas, y es gol, y el Bernabéu chilla de gozo por no llorar desconsolado, porque un día amanecerá sin Modric y el mundo será más frío y los días serán más largos sin el croata alumbrando con su luz.

El gol que lo cambió todo

Modric, un tipo capaz de aprobar las oposiciones a notarías con el exterior de su pie derecho. ¿Quién es ese Modric? Decían con desprecio los que velan por la pureza del Madrid. ¿El Tottenham? Buh! Treinta y cinco millones por un suplente, y teniendo a un campeón del mundo como Cazorlita. Una vergüenza". A ese Modric lo trajo Mourinho y sus inicios no fueron fáciles. Casi nunca lo son y es mejor así. Tiene pinta de ratero de Dickens y desde el principio tuvo una enorme facilidad para robarle la pelota a los contrarios a la mínima que se descuidaban. Modric iba y venía llevado por las corrientes del partido. Mezclaba muy bien con Xabi Alonso, que era tan posicional como una catedral. En octavos de final contra el Manchester, resolvió la eliminatoria con un tiro desde la frontal, lamiendo el palo, una de sus especialidades. Cuanto más ardía el partido, mejor razonaba con la pelota. Esa es la cualidad suprema y Luka la tiene en una escala cósmica. Pedirle coraje es como pedirle energía a una central atómica.

¿Qué es la eternidad? La eternidad es justo la mitad de Modric. Un tipo que sabe que hay que sufrir cuando las circunstancias son duras. Humilde, sereno. El resultado de una guerra en su infancia. Sin alharaca, sin propaganda. Todo el 2014, el año más importante del Madrid contemporáneo, es suyo. Cuando toca el balón, todo el Bernabéu sonríe. Lleva la pelota como si fuera una idea y cada pase suyo, es una decisión moral. El orden emana de Modric como si dirigiera una civilización infantil. No es un orden geométrico, autoritario. No habla ni gesticula. Es su cuerpo el que despide un lenguaje que despista al rival, habilitando pasos sellados en lo que dura un pestañeo.

Hace pareja con Toni Kroos y son como una máquina de agua. Todas sus filigranas tienen un fin concreto. Aparece en varios lugares a la vez convirtiendo en jugada lo que no era más que un objeto redondo posado en el suelo que se desliza a cierta velocidad por el césped. Con el rubio no vale, se hubiera dicho en el patio del colegio, tal es su superioridad. El croata defiende con la mente y es suficiente una sacudida de su cuerpo para dejar tirados a dos contrarios.

placeholder El final de una era. (Reuters/Susana Vera)
El final de una era. (Reuters/Susana Vera)

El estadio no imagina un futuro sin él. Piensa que el único sentido de la existencia de Modric, es hacer feliz al madridismo. Luka está emocionado al vestir una camiseta con ese peso en la historia. Su sencillez en el campo es la de la naturaleza cuando se levanta el día y miramos. No le hace falta rozar el balón para provocar desmayos en la competencia. A la vez bailarín y armador del juego, el dominio de Modric sobre lo real es propio de un dramaturgo. Por momentos, parece la voz en off del partido, el narrador. Nada se le escapa, ni el balón, ni el espacio. Cualquier parte del campo es sometida cuando el croata tiene la pelota, y cuando no es así, de las entrañas del área del Madrid, siempre es él, quien con la pelota silbándole alrededor sale de la madriguera y reparte panes con la suficiencia de un elegido. Con la humildad de un santo.

Es una forma inmortal. Ha vivido siempre y siempre vivirá. Es el niño de todas las guerras que decidió habitar en una realidad más perfecta e idealizada, donde todos los objetos se pueden domar y el sufrimiento es la antesala del éxtasis: el Santiago Bernabéu.

¿Ves, mi niño? Esa estrella que se apaga lentamente se llama Luka Modric. Y antes de convertirse en una enana blanca, dejará un resplandor tan grande, que cada noche será siempre el día siguiente y no querremos despertar. Luka (Zadar 1985) es un manantial sin edad. Ha vivido siempre y siempre vivirá. Cuando tenía seis años, paramilitares serbios fueron en busca de su abuelo y lo asesinaron. Huyó con su familia y surgió bajo las bombas, aprendiendo a llevar el balón escondido dentro de la piel. Cuando tenía seis años, no tenía seis años, tenía 1.000. Y ahora que tiene 37 es como una heroína de Miyazaki. Esas niñas inmortales y frágiles que salvan el mundo mientras se desangran por dentro.

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