La contradicción de Zidane: si "no va a cambiar nada", el Madrid estará perdido
El campeón se está hundiendo poco a poco en Liga, pero las sensaciones negativas se vienen intuyendo desde hace varias semanas y no ha habido ninguna reacción desde el banquillo
La derrota en Girona (2-1) es una consecuencia lógica del momento en que está el Real Madrid. Puede suceder que un día, por alineación de astros o por mera casualidad, un equipo que se encuentra en un estado de forma excelente salga derrotado contra otro club inferior. No es el caso del Madrid. Esto se veía venir. La superlativa calidad de la plantilla blanca ha permitido que los tropiezos no se hayan ido sumando sucesivamente desde que comenzó el mes de septiembre. Al final, cuando el Madrid gana, se comprende que así sea pasara lo que hubiera pasado sobre el césped, pues son superiores en todo a los demás y, aunque hagan un partido horrible, suelen salir a flote desde las profundidades. También es cierto que cuanto peor nade, más posibilidades tiene de ahogarse antes de alcanzar la superficie.
"Hoy perdemos tres puntos y estamos a ocho —del Barça, líder—, pero al final no va a cambiar nada. Nosotros sabemos que esto lo podemos levantar, vamos a tener días mejores y los rivales van a perder puntos igualmente durante la temporada", indicó Zidane en rueda de prensa. No le falta razón al entrenador madridista. Por supuesto que tendrán días mejores. No es fácil tenerlo peor que en la ciudad catalana, donde jugaba el Madrid por primera vez en Liga. El Madrid puede perder, claro, pero no debería jamás mostrar una imagen de inferioridad, de superación tan evidente como la que ofreció en Montilivi, mucho menos contra un conjunto recién estrenado en la máxima categoría del fútbol español.
En esa frase llena de significado —pese a la apariencia de irrelevancia— de Zidane, hay otro detalle fundamental que merece la pena ser destacado. "No va a cambiar nada", dice Zidane. Lo ha dicho siempre que ha tropezado. Es una coletilla que le gusta añadir en instantes de agobio y decepción. Entiende el francés que diciendo que todo va a seguir igual, le quita hierro al fallo de sus jugadores, que todo lo que han hecho hasta ahora es lo correcto y que siguiendo como están se conseguirán todos los objetivos.
Es un mensaje de puertas para fuera, obviamente. Dentro del vestuario, el mensaje es diverso: algo hay que cambiar para que vuelva a funcionar la máquina. Dijo Einstein que “locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. El Madrid, como elemento inteligente de la naturaleza, debe variar el método actual para que las victorias aparezcan como norma, no casi como excepción. Algo se ha roto en el Madrid y necesita una reparación urgente. Venía arrastrando problemas desde hace semanas, pero la máquina aún se movía, lenta, pero andaba. El Girona le agotó las baterías y el Madrid se paró. Y además lo hizo literalmente.
"No nos da pereza la Liga, al revés, es nuestro día a día. Perdemos otra vez tres puntos hoy y no era lo esperado, porque veníamos de cuatro victorias. Pero las ganas de los jugadores por esta Liga están intactas". No da esa sensación, no. El Madrid no aparenta pereza por jugar en España y excitación por jugar en Europa. Sin duda, al Madrid de Zidane se le han dado mejor los equipos grandes que los pequeños, la motivación que encuentran en esos duelos directos es muy alta porque se sienten realmente retados.
El problema es el juego. Tampoco con el Tottenham, pese a haber sido un partido más completo, se ofreció la versión que se vio, por ejemplo, en Dortmund. Cuando las ideas casi mágicas no surgen de las botas de los futbolistas, suele ser la táctica la que soluciona cualquier disgusto. En el éxtasis de la pasada temporada, la más exitosa del club merengue en más de medio siglo, se olvida que fueron muchos los días en los que se salvó de la quema con un gol en los últimos minutos. El público confía siempre en que al Madrid se le va a aparecer la Virgen y va a remontar, y es normal que eso sea así. Cuando al Madrid se le contagia, comienza la pesadilla. Han sido tantas las veces que tocando a rebato se han ganado o empatado partidos, que se lanzan a ello en el momento en que algo se empieza a torcer. Y le pasa también a Zidane. Los cambios son muestra de ello.
El campeón de Europa lo ha sido por soportar presiones infernales y, aún más, por ejercerlas. Sin embargo, no pudo superar la que le planteó Pablo Machín en ningún momento. Entre Kroos y Modric no existía la fluidez que les caracteriza y esto generó una desconexión irresoluble entre la punta y el medio del campo. Las soluciones principales del Madrid fueron los balones en largo a la espalda de la defensa y, sobre todo, los centros laterales, a los que Cristiano y Benzema ni aspiraban a llegar. Cambió Zidane el dibujo de forma radical: quitó a los dos laterales para meter a dos extremos, uno puro como Lucas, otro artificial como Asensio, y no hubo variación en el planteamiento: balones largos perdidos y centros laterales irrelevantes. Esas variaciones posicionales tan extremadas desubican a los jugadores, que se acumulan en la zona de ataque sin una idea organizativa clara, buscando marcar el segundo antes que el primero. Se agobia a sí mismo, como un niño inmaduro. Y el Madrid ya es mayorcito para andarse con tonterías...
La derrota en Girona (2-1) es una consecuencia lógica del momento en que está el Real Madrid. Puede suceder que un día, por alineación de astros o por mera casualidad, un equipo que se encuentra en un estado de forma excelente salga derrotado contra otro club inferior. No es el caso del Madrid. Esto se veía venir. La superlativa calidad de la plantilla blanca ha permitido que los tropiezos no se hayan ido sumando sucesivamente desde que comenzó el mes de septiembre. Al final, cuando el Madrid gana, se comprende que así sea pasara lo que hubiera pasado sobre el césped, pues son superiores en todo a los demás y, aunque hagan un partido horrible, suelen salir a flote desde las profundidades. También es cierto que cuanto peor nade, más posibilidades tiene de ahogarse antes de alcanzar la superficie.