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La lección del Real Madrid al Barça en la Champions y el dolor que puede causar El Clásico
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Ángel del Riego

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La lección del Real Madrid al Barça en la Champions y el dolor que puede causar El Clásico

Los azulgranas no supieron competir en un entorno de máxima exigencia como el de la Champions League y desde Barcelona se critica lo que le falta al equipo de Xavi. El Clásico marcará su espíritu

Foto: Vinícius se queja de una falta de Araújo. (Reuters/Juan Medina)
Vinícius se queja de una falta de Araújo. (Reuters/Juan Medina)

Durante una larguísima hora de asalto a comisaría, Guardiola nos enseñó la gran lección de la historia: el paraíso siempre está construido sobre el infierno de los otros. Hace un par de años, el Manchester City y el Real Madrid tuvieron un enfrentamiento descomunal. En la ida, en el estadio inglés, el City levantó una tormenta sobre el área madridista donde el balón viajaba a una velocidad endiablada, dejando un rastro de sangre en el área blanca.

Pero si la pelota va rápida, vuelve rápida. Y tras cuatro goles citizen y tres madridistas, Pep se dio cuenta de que su obra maestra estaba levantada al borde de un acantilado. Era suficiente con perder una bola cualquiera para que el Madrid orquestara una fiesta de vientos y mareas que acababan en gol o en ocasión clarísima. Luchar contra el Madrid es como luchar contra el horizonte y tras una vuelta donde el mito blanco se hizo carne y habitó entre nosotros, Guardiola decidió cambiar vértigo por control, compró a un escandinavo salido de la prehistoria para distraer a los centrales.

Entonces, ganó por fin la Champions tras aplastar al Madrid en una de esas noches elegíacas que el catalán ama sobre todas las cosas. En la vuelta de la Champions (este año) Pep fue cauto. No quería brasileños corriendo hacia el futuro. Guardiola ha construido un equipo con lo que más ama. Con su pedagogía totalitaria del pase y el castigo. Compra a jugadores de nivel medio alto y los convierte en soldados de su causa. Es un educador social. Un creador de utopías.

placeholder Pep Guardiola, durante el encuentro contra el Real Madrid. (Reuters/Carl Recine)
Pep Guardiola, durante el encuentro contra el Real Madrid. (Reuters/Carl Recine)

Y para eso, ha castrado a sus niños y les ha puesto colmillos nuevos perfilados en entrenamientos sin fin. En el principio del partido las dos estructuras se rozaron con cuidado. El balón era el objeto más pesado del universo. Lunin sacaba en largo y Bellingham encendió una luz en las profundidades abisales. Fue solamente un detalle, pero había roto al City y dos pases después era gol de Rodrygo.

El Manchester City carece de un genio

Pep tenía razón. El Madrid tenía mejores jugadores. Eran dueños de la paz y de la guerra. Vestían la camiseta precisa. Así que no podía jugar al fútbol con las armas de siempre, debía someterlos, negarles la pelota, el espacio y la razón, para así poner los cimientos de su utopía. Una utopía que sería el infierno del Madrid. Todavía no se ha encontrado una explicación satisfactoria de la forma en que el City tiene de dominar a los contrarios.

Aquel Barça tenía a Messi y media selección española, pero el City es dos niveles menos en todo lo que se piense. Los jugadores del Madrid se comportaron durante una hora y media como si más allá de la línea de medio campo estuviera el finis terrae. El fin del mundo, un sitio inhóspito donde grandes monstruos horripilantes devoran a los que se atreven a pisar esos lares.

placeholder Ferland Mendy fue un muro en el partido contra el City. (DPPI/AFP7)
Ferland Mendy fue un muro en el partido contra el City. (DPPI/AFP7)

Incluso Modric, que salió cuando debía, apenas si se deslizó entre las rendijas de lo que quedaba de encuentro. Modric, quien se va rompiendo con gracia y con tristeza. Incluso a veces juega cuando logra escaparse del hospital infantil. Modric, que es la esperanza y falló un penalti tirado toscamente.

La resistencia descomunal del Real Madrid

Sea como fuere, el caparazón del Madrid se fue volviendo impenetrable. Eso lo hace el mar cuando está enfurecido, cuando está solo, cuando se traga a los barcos que intentaron herirle con su quilla. Mientras el City bajaba por las escaleras del partido, se iba encontrando un espacio más angosto, más oscuro, con jugadores indistinguibles que ya no emitían luz, pero absorbían toda la que emanaba de un estadio vociferante y hostil.

Los ingleses lograron empatar únicamente cuando Pep sacó a un regateador, cuando dinamitó un poco su manía psicótica por el control. Y no hubo más. Desde el minuto 80 de la segunda parte se vislumbraron los penaltis porque la increíble estructura del City nunca iba a poder contra la resistencia poética del Madrid.

Foto: Lunin detuvo dos penaltis. (EFE/Peter Powell)

Desde aquella tanda de penaltis en 2012, donde fallaron Cristiano, Kaká y Ramos, el Madrid nunca más ha caído en el momento decisivo. Ese magma volcánico sigue ardiendo en el interior de este equipo. Lunin se quedó quieto cuando debía. Bernardo Silva tiró el peor penalti de la historia mientras al otro lado comenzaban a amontonarse los héroes. Lucas Vázquez llegó silbando a la escena del crimen. Chutó y marcó.

Ese desprecio por el peligro es lo que le pedimos a la escena culmen de nuestras vidas. Luego llegó Rüdiger y el estallido. Y ahí está el Madrid ahora. Está cansado, casi roto, pero vive en la cola de un cometa, no tiene miedos, no tiene angustias. Lo quiero todo y está en paz consigo mismo. Es abril y somos felices. Todas las posibilidades están abiertas.

Un Barça anticompetitivo

Y ahora llega el Barcelona. ¿Pero qué es este Barcelona? Un día antes, el equipo azulgrana tuvo una prueba contra el PSG. Hace un juego asincopado y a ratos de alto nivel. No es capaz de dominar el partido porque no es capaz de dominar el centro de las cosas. Gundogan y Lewandoski son sus mejores hombres y Rapihna es un chico brasileño con calidad, pero todavía sin desvelar. Defiende con coraje, pero tiende rápidamente al error. Su mediocentro suele está donde no debe y solamente los brevísimos momentos donde Pedri se quita el disfraz de mutilado de guerra, se ilumina la jugada y ocurre lo inesperado: el gol o la ocasión.

Lamine Yamal aguanta la pelota, junta las líneas del equipo y es capaz de desbordar y convertir su talento en algo práctico y reluciente. En un gol. Es un hallazgo, pero también un niño. Crea peligro y corre peligro. La historia reciente del Barça está llena de figuras emergentes sobreexplotadas que acabaron en los sótanos del dolor y la lesión crónica.

Contra el PSG, el Barcelona marcó pronto, pero no supo cerrarse. A los catalanes les cuesta salir con la pelota controlada y cuando el PSG atacaba siempre parecía que bajaban en volandas. En una de esas, Araújo, su único y verdadero semental, atropelló al delantero rival y fue expulsado.

placeholder Ronald Araújo dinamitó el partido contra el PSG. (Reuters/Albert Gea)
Ronald Araújo dinamitó el partido contra el PSG. (Reuters/Albert Gea)

El Barça no supo ser el Real Madrid

Al contrario que el Madrid, el Barça no se encerró, intentó resguardarse, aguantar y salir a pescar los restos del naufragio, pero no le sirvió de nada. Hizo ocasiones, se puso bravo por momentos, intentó soplar las velas de sus propios mástiles y cayó con hidalguía y orgullo, y una pizca de victimismo. Hablando en plata: no supo competir en las malas. Y en la Champions las habrá muy malas.

Es una guerra a la que hay que ir con un puñado de rosas hasta comerse una a una las espinas. Se necesita ansiar a la gran dama y respetarla. El Barcelona está a mitad de una escalera de caracol. No acaba de salir del laberinto aunque ha conseguido subir un peldaño. No impone su estilo de juego, pero hace ocasiones con cierta facilidad. Ha mejorado la agresividad de sus defensas, pero su capacidad de concentración es la de un niño embobado mirando al firmamento.

placeholder Los madridistas celebran el pase a semifinales de Champions. (Reuters/Carl Recine)
Los madridistas celebran el pase a semifinales de Champions. (Reuters/Carl Recine)

Desde Barcelona se ha incidido con retranca en esa capacidad de supervivencia del Madrid. Como si fuera un desastre ideológico o moral. Se dice admirar esa cualidad mutante de quien quiere ganar a toda costa, como si los demás jugaran para ser candidatos al premio Nobel de la paz. Pero los Barças triunfantes también mutaban, se adaptaban, sobrevivían, porque en la Champions siempre hay un momento donde los cañones se vuelven en tu contra.

En el Madrid suelen convivir todos los Madrid posibles:

El que gana contra la noche.

El corajudo y ansias sin más plan que la conquista.

El lleno de hidalgos y príncipes que atan y desatan el partido a conveniencia.

El que se deja mecer por vagancia, condescendencia o por curiosear en la humillación.

El dominante que se estrella. El dominante que construye catedrales llenas de luz y de pavor.

El ausente, el irritante, el arremangado, el castizo, el de las modas extranjerizantes.

Y el dominado que encuentra la victoria en la magia, la solidaridad y una fe inquebrantable en el más allá.

Este último fue el que vimos el otro día. Y forma parte de la misma trama de victorias que comenzaron con Di Stéfano. Son todos el mismo Madrid y son todos tan diferentes como los días después de una guerra. Ahora se acerca un clásico. No tiene mar de fondo, pero servirá para medir el cansancio del Madrid y la verdadera valía del Barcelona. Si su resurrección ha sido un acto teatral o el inicio de una saga futura.

Durante una larguísima hora de asalto a comisaría, Guardiola nos enseñó la gran lección de la historia: el paraíso siempre está construido sobre el infierno de los otros. Hace un par de años, el Manchester City y el Real Madrid tuvieron un enfrentamiento descomunal. En la ida, en el estadio inglés, el City levantó una tormenta sobre el área madridista donde el balón viajaba a una velocidad endiablada, dejando un rastro de sangre en el área blanca.

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