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En el Infierno solo hay caos o cómo Dylan van Baarle logra su mejor victoria
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Una gran jornada

En el Infierno solo hay caos o cómo Dylan van Baarle logra su mejor victoria

El neerlandés se impuso a un extraordinario Van Aert en un final de carrera delicioso. Yves Lampaert, del Quick-Step, se fue al suelo cuando luchaba por entrar en el podio

Foto: Dylan van Baarle celebra la victoria. (Reuters/Pascal Rossignol)
Dylan van Baarle celebra la victoria. (Reuters/Pascal Rossignol)

París-Roubaix. Es que impone, colega. Ya desde el mismo retinglar. París. Roubaix. Digamos que no hay obstáculo igual en el ciclismo. Sí por dureza (puede), no por sensaciones. Porque tú ves el Tourmalet y, oye, mira, chini chano, poquito a poco, parando a tirar fotucas y, a malas, me repantingo en una terraza de esas que hay, mirando alpacas, que hay un montón de alpacas en el Tourmalet, que bien bonitas son, las alpacas, y suaves de cojones, pero en el Tourmalet quedan como un Tour en el palmarés de... ja, no pensarían que iba a cagarla tan fácil, ¿no? Pongan ustedes el nombre.

Pero con la Roubaix no. Lo estás mirando, ahí en la tele, un poco posturilla indigna, y piensas... hostias, me meto en esos tramos y no salgo vivo. Y, ¿saben?, posiblemente sea cierto. Lo de la posturilla y lo de los tramos. Vamos, que te hostias casi seguro, que dejas dientes por el Carrefour, que vuelves a casa con los adoquines tatuados por todo el cuerpo. Y eso se respeta. El miedo, digo. Por algo será.

Foto: Eddy Merckx en una imagen de archivo.

Por ellas, seguramente. Las piedrinas. Los pedruscos, los pedrolos, los cantos, las rocucas. Adoquines. Pavés. Eso que tanto van a leer sobre que el 'Infierno del Norte' (a los periodistas les gusta un montón meter clichés, porque rellenan espacios y te hacen parecer culto) no viene de la superficie, sino de cosas más gordas. La Gran Guerra, fundamentalmente. Pero si a principios del XX el tema adoquín era casi autopista, amigos, qué se piensan. Macadanes y pavés, lo mejor de lo mejor. Pero luego llegó la guerra, y Freud brindó con champán (porque Freud siempre fue un auténtico gilipollas... debió quedarse buscando genitales a las anguilas), y Robert Musil se huele algo feo, y Franz Kafka va a nadar por la tarde, y el mundo dejó de ser el mundo. Lean a Lemaitre. No, las novelas negras no (aunque molan, tan tramposas ellas). Tiren por 'Nos vemos más arriba'. Boqueando en alientos de caballos muertos, enterrado bajo toneladas de carne que unos segundos antes fueron tus amigos. Desolación, zone 'rouge' y cráteres. L´Enfer... no jodas, mucho peor. Esta carrera, años veinte.

Pasa que poco a poco la Roubaix se fue humanizando. Porque los ciclistas iban más rápido, porque los caminos peculiares acababan llenucos de asfalto, que las bicis son chulísimas pero yo tengo que llegar a la finca, 'mesié', no me vaya usted a tocar los cojones, que tengo acento pero también mala hostia. Y eso, mala pinta el asunto (o igual no, porque tampoco sabes cómo evolucionan estas cosas) hasta el año 1968. Ya ven, fue una primavera buenísima para los adoquines. En París escondían playas, por Roubaix campeones (ganó Merckx, por supuesto). Fue a partir de esa edición cuando la carrera asume su particular naturaleza y empezó a preservar esas joyitas en forma de canto durísimo que ahora dibujan el trofeo más bonito del mundo (no del mundo del ciclismo, no... del mundo). Nosotros somos la Roubaix y ustedes jamás podrán llegar a serlo, aunque se llamen, un 'purparlé', Bernard Hinault. Si tiene ganas, se pasa por aquí y exhibe fortaleza, pero por mucho que dé en criticar no cambiaremos...

(Ah, Roubaix fue el único Monumento de primavera que no se ventiló Eddy en su mes tonto de 1975. Segundo, detrás de Roger de Vlaeminck. Pinchó unas setecientas catorce veces, pero es que era Merckx, claro. Bueno, y de Vlaeminck era de Vlaeminck. Me gusta Roubaix porque es la ciudad más occidental de Flandes, dijo una vez. Qué puto amo. Ay, cómo molaban los ciclistas con patillas horteroides, amigos).

¿La mejor carrera del año?

No poca cosa. ¿La mejor carrera del año? Pues depende del año, oigan, pero la que mejor media saca en décadas completas casi seguro que sí. Y la más prestigiosa. Y la más mítica. Y, y, y... Este curso venía con favorito claro. Así, a priori. Que se lo ventila Van der Poel, colegas, que no tiene rivales, que está chupao y más que chupao. Te pones a pensar y... joder, es que no te sale quién pueda oponer. Si hasta lo veo yo más mazado de dorsales, que eso es buenísimo para el adoquín. Y técnica le sobra, así que... Ocurre que La Pascale (que este año será Pascale, porque a veces las tradiciones coinciden casi de casualidad) es traicionera como pocas. Aquí se pincha más veces, y se revientan ruedas más veces, y te caes más veces, y te quedas encerrado más veces. Hay ratucos que aquello parece desbarajuste, con poncheras volando, escupitajos, juramentos en un montón de idiomas y promesas de retomar los estudios, con lo bien que estaría yo en el banco. Así que favoritismo sí, a priori, pero sin más. Ah, otra cosa... pocos lugares castigan tanto el exhibicionismo como la Roubaix (bueno, quizá el Vaticano), y Mathieu es dado a sobrarse ocasionalmente. No en el último mes y medio (y sobre eso podríamos hablar largo y tendido... sobre si es actitud o aptitud), pero la cabra tira al monte.

placeholder Van Aert, este fin de semana. (EFE/Christophe Petit)
Van Aert, este fin de semana. (EFE/Christophe Petit)

A su altura estaría, en condiciones normales, Wout van Aert. Solo que estas condiciones no tienen nada de normales. Vamos, que hasta hace dos días ni siquiera tenía claro el correr, porque pilló covid (el único ciclista con covid este año, el resto han tenido bronquitis, gripe, ataques de risa y contusiones de trócola) y eso te deja baldado, cuentan. Así que, en principio, apoyo. Solo que si eres Wout van Aert no puedes salir en Roubaix como gregario (tranqui, ya te tienen como gregario los otros once meses) y tampoco es que haya mucho que 'gregarizar' en su escuadra, por mucho que sus directores digan lo contrario, con sus tácticas entre Bismarck y el Botones Sacarino. Así que incógnita, pero tú a la clase no le puedes poner límites, porque siempre te hace quedar mal.

Por debajo... pues tampoco locuras. Podría estar Pidcock, por ejemplo, (cuerpo de Martín Farfán, patas de apellidarse Planckaert), pero no corría. Pena, porque hubiese llevado equipazo. Sheffield, por ejemplo, que calza edad de andar a calimochos pero lo mismo te acaba haciendo un surco por Arenberg. Y Ganna. Y Van Baarle (ojo con Van Baarle). Y ese extraño elemento de apariciones anómalas que es Michal Kwiatkowski. También deberían estar por aquí los muchachos de Lefevere (Lefevere tiene más adoquines que el casco viejo de León), pero llevan un añito como para confiar en ellos. O Stefan Küng, que tiene espaldas de sobra para el pavé. O Kristoff, que tracciona fantástico. Y hasta Mads Pedersen, que siempre asoma si la cosa se pone en plan agonía, me quiero cortar las piernas, qué hijoputas los organizadores. Sagan, por su parte, se ha clasificado para las semifinales del campeonato eslovaco de quinito y causa baja, porque le coinciden fechas. ¿Los españoles? Bien, gracias. Majísimos. A ver, no todos, pero majísimos. Hay que ir poco a poco, aprendiendo, sin presión. Pa´qué quieren estresarme, que luego salgo feo en el docu.

placeholder Dylan Van Baarle, camino a la meta. (EFE/Christophe Petit)
Dylan Van Baarle, camino a la meta. (EFE/Christophe Petit)

Roubaix tiene otra particularidad... la escapada inicial suele llegar muy, muy lejos. Llama la atención que terceros espadas no prueben más a filtrarse, porque raro es el año que no hay gente entre los 10 mejores remando en cabeza casi desde Montmartre (es boutade, porque la París-Roubaix no sale de París, los rockeros comen quinoa y los tomates no saben como los de mi infancia). Y eso, que grupo grande, buenos rodadores, huequecillo cada vez mayor. Al turrón.

Y esta vez estuvo a punto de ser algo más. Doscientos diez kilómetros a meta, viento de costado favorable. En fin, ya saben lo que sigue, ¿verdad? Pues algunos favoritos no, porque vienen de la escuela de Marino, la de ir todo el rato a cola del grupo, que hay menos nervios y la gente es más simpática (la gente con menos talento siempre es más simpática, esto es verdad universal). Así que... abanicos y cortes gordos. Detrás quedan Van der Poel y Van Aert, pero lo de Van Aert importa menos, porque sigue entre la vida y la muerte por aquello de su enfermedad. Delante tiran como fieras los Ineos, y abren hueco rapidísimo, y Filippo Ganna hace lo que quiere, menuda locomotora, menudo auténtico animal. Y Van Baarle pinta bien, y todos se involucran, incluso Teunissen, que corre con Van Aert, pero ya saben ustedes que Van Aert aquí ha venido de aguador, y tampoco es que la dirección de Jumbo-Visma vaya a hacer algo al respecto, porque la dirección de Jumbo-Visma es un cómic de 'La gorda de las galaxias', con sus dibujos raros y su punto de surrealismo anómalo.

placeholder  Filippo Ganna, durante la carrera. (EFE/Thomas Samson)
Filippo Ganna, durante la carrera. (EFE/Thomas Samson)

A ver... resumen de los siguientes ciento cincuenta kilómetros. Bueno, pues eso, maremágnum. Ventaja que crece y decrece como la cuenta corriente de un comisionista. Anarquía, decisiones discutibles, Van der Poel gastando menos que Cacaíto Rodríguez (luego se vería que no era su tarde), caídas, enganchones, un tapón grandísimo, Arenberg, que es una trinchera, colegas, no un bosque, la Trouee, miren, miren, pelos como escarpias. La carrera perdida y reencontrada un montón de veces, más alternativas que en una novela de Mark Z. Danielewski, movimientos en pavé, parones por asfalto. Buen tiempo, mucha gente. Todo esto ocurre a la hora del vermú, así que entiendo su estupefacción, porque no pudieron analizarlo debidamente.

Al final... agua. Los de atrás que enlazan, los de delante con todo el gasto y cero beneficios. Fuga por aquí, fuga por allá. En esas se ha colado Matej Mohorič, que esta tarde no saca la mirilla telescópica esa tan famosa, pero parece trotar igual, porque, vaya, a lo mejor lo que cuentan son las patas. No me hagan mucho caso, también les digo. Carrera nueva, los favoritos mirándose, tira tú, no, que me da pereza, tira entonces tú, mejor más tarde. Ese tono.

Impresionante Van Aert

Cuarenta y cinco a meta, ya solo dos en la fuga (Matej Mohorič y Tom Devriendt). Por detrás... ataca Van Aert. Van Aert, macho, que se debatía entre la vida y la muerte hace cuarenta y ocho horas, que venía aquí solo para ayudar, subir bidones, abanicar al líder, contar chistes verdes (no me miren así, es lo que hace en el Tour). Pues mira, va y ataca. A su rueda salen Stefan Küng, que tiene cuerpo de Roubaix, y Mathieu Van der Poel, mucho más calculador (otros dirían rácano) que otras veces. Tres de los favoritos en (casi) vanguardia, a relevos. Llega también Van Baarle, después Turner, Lampaert, Stuyven, Petit. Delante sigue escapada la misma pareja desde el domingo de ramos, aproximadamente. Situación estable por vez primera, creo. Solo que no, porque pincha Van Aert. Bueno, mete una hostia con la llanta en el paso de pavé a asfalto, homenajeando a Sepp Vanmarcke (siempre favorito, nunca vencedor). Luego Mohorič tiene un problema mecánico y Devriendt queda solo en cabeza. A estas alturas ya no sabes si escribir una novela, una saga tipo George R.R. Martin (pero con final), resumirlo todo lo mejor posible o poner las clasificaciones y para casa, como haría cualquier 'influencer' de esos analfabetos...

Pero hemos venido a jugar, así que intentemos explicar el asunto... Digamos que el habitual caos de Roubaix fue este año aún más caótico. Tanto que ni la realización lo pillaba bien. Tanto que era casi imposible saber dónde iba cada uno, quién entraba y quién se iba quedando, si ese del maillot azul es Roger de Vlaeminck o Van der Poel. Unas risas. Que los chavales vean cómo es esto, amigos, que vienen mal acostumbrados con rodillos inteligentes, GPS en el manillar y fotos cuquis de Instagram tomando café por el Paraíso Ciclista.

Bien, terminado el exordio... sigamos. Que pasan otro montón de cosas, y al final acaban juntándose en cabeza cuatro tíos. Dylan van Baarle, Yves Lampaert, Matej Mohorič y Tom Devriendt. El primero acelera como un loco por Camphin-en-Pévèle. Mohorič intenta seguirlo, porque Mohorič está ganándose hoy la medalla Stajánov. Devriendt no puede, como es lógico y normal (lo que no es lógico y normal es lo de Matej). Lampaert se va con él. Neerlandés en cabeza, estos dos persiguen. Así pasan el Carrefour de l'Arbre (la tele no enfocó ni el árbol ni el supermercado, una vergüenza), y todo olía a sentencia, porque uno ya ha visto más veces el rollo, y Van Baarle flota sobre los adoquines (bueno, ya me entienden), y tiene patas, y técnica, y por detrás van tostadillos, como el licor, y que le vayan preparando la piedra a Dylan, eh, Dylan, enhorabuena, Dylan, estabas guapísimo en 'Sensación de Vivir', Dylan.

placeholder El podio, con Dylan van Baarle a la cabeza. (Reuters/Pascal Rossignol)
El podio, con Dylan van Baarle a la cabeza. (Reuters/Pascal Rossignol)

(Si me preguntan ustedes, yo creo que Van Aert, por ejemplo, ha gestionado regular esta París-Roubaix, por mucha 'excusatio non petita' de los días previos. Stefan Küng parecido, porque nunca propone, se limita a cerrar huecos, y así es difícil llegar antes que los otros, siempre estás remando. Ambos se marcaron bastante, uno no sabe muy bien para qué... Van der Poel lo intentó a última hora, pero tenía las gambas blanditas. La representación española estuvo fenomenal, con Sandra Alonso décima. Los chicos pues oye, tampoco les vas a exigir como si tuvieran contratos con muchos ceros, ¿no? Un momento, que me entra una llamada. ¿Qué? ¿Qué me dice de Cortina? ¿Cómo? En fin, no sigamos por esa senda, que igual está adoquinada y los adoquines se nos dan fatal).

Gloria, pues, para Dylan van Baarle. Segundo en De Ronde hace unas semanas, recuerden. Primero en las Hilaturas. Un mes en números de los grandes, aprovechando fuerzas y equipo. Otros no tuvieron las primeras, o no supieron usar el segundo. Es la diferencia entre quienes ganan y quienes concurren. Plata hizo Van Aert y bronce Küng (Yves Lampaert tuvo una caída gordísima a siete de meta por culpa de un espectador que tenía camisa blanca y alma negrísima, y eso condenó también a Matej Mohorič... los puestos del podio debieron ser suyos). Edición rayando a alturas grandes. Pero grandes, grandes. Los términos históricos que los pongan quienes gusten de mayúsculas y emojis, pero... una enorme Roubaix.

(Ah, es la París-Roubaix más rápida de siempre. Por dejar dato). Honor y parabienes a todos los que pudieron ducharse hoy en el interior del velódromo. Ironías y sarcasmos aparte... debe ser una de las experiencias más plenas en el mundo del deporte.

París-Roubaix. Es que impone, colega. Ya desde el mismo retinglar. París. Roubaix. Digamos que no hay obstáculo igual en el ciclismo. Sí por dureza (puede), no por sensaciones. Porque tú ves el Tourmalet y, oye, mira, chini chano, poquito a poco, parando a tirar fotucas y, a malas, me repantingo en una terraza de esas que hay, mirando alpacas, que hay un montón de alpacas en el Tourmalet, que bien bonitas son, las alpacas, y suaves de cojones, pero en el Tourmalet quedan como un Tour en el palmarés de... ja, no pensarían que iba a cagarla tan fácil, ¿no? Pongan ustedes el nombre.

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