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'Yo capitán': muchas camisetas viejas del Barça en una patera; la gran odisea de la inmigración ilegal
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'Yo capitán': muchas camisetas viejas del Barça en una patera; la gran odisea de la inmigración ilegal

Entre el cine de aventuras y el drama social, se estrena este fin de semana la última película del italiano Matteo Garrone, que compite por el Globo de Oro a mejor película de habla no inglesa

Foto: 'Yo capitán', la inmigración a ojos de Garrone. (EFE/Caramel Films)
'Yo capitán', la inmigración a ojos de Garrone. (EFE/Caramel Films)

La mirada del cine al respecto del drama de la inmigración ilegal siempre ha estado constreñida al formato intimista, al cine de autor de festivales, a esos directores de nombres imposibles y países impronunciables que cada vez tienen más difícil llegar al gran público. La exigencia de verismo y sobriedad ha alejado a una audiencia que opta mayoritariamente por el gran espectáculo de la evasión. La eterna disquisición sobre la forma y el fondo. Porque ¿sería lícito utilizar las herramientas del gran cine de entretenimiento para contar una tragedia colectiva real?

La última película del italiano Matteo Garrone, la primera rodada fuera de su país —aunque no ajena a su país—, elige por fin abordar la inmigración subsahariana a Europa, la que muchas veces acaba con el Mediterráneo de frontera y cuyo conteo de víctimas resulta tan inabarcable e incontenible que carece de cifras oficiales. Si el primer signo de civilización fue un fémur fracturado y curado —es decir, el cuidado del débil—, con la cuestión migratoria parece que nos encontramos frente a un signo más de involución.

Y Garrone, con Yo capitán, intenta sacar la historia de la huida de la pobreza de esa mirada pequeña y contenida para ampliar las magnitudes del viaje, la odisea a escala milkilométrica de dos adolescentes de una aldea de Senegal en busca del sueño europeo. Garrone ha coescrito el guion con sus colaboradores habituales, Massimo Ceccherini y Massimo Gaudioso, en el que también han colaborado Amara Fofana, Mamadou Kouassi Pli Adama, Arnaud Zohin, Brhane Tareke y Siaka Doumbia aportando la verdad de sus respectivas travesías para emigrar a Italia.

Ya en 1996, en su ópera prima, Garrone había tratado la inmigración ilegal. En Terra di mezzo, el italiano cruzó las historias de varios migrantes llegados a Italia: una prostituta nigeriana, un jornalero albanés y el trabajador egipcio de una gasolinera. Con medios mucho más limitados, Garrone prefirió centrarse entonces en la pequeña intimidad de sus personajes.

Yo capitán es, sin embargo, la gran película sobre la inmigración, por su tamaño, por su ambición de reproducir la odisea de principio a fin, desde la puerta de una choza de adobe hasta la costa de, en este caso, Sicilia. Por buscar la empatía total del espectador europeo, sentado en su butaca, con la otra cara de la noticia. Por ponerle cara a las cifras. Y por querer hacerlo sin un lenguaje plañidero, sino buscando llegar al mayor número de personas, con una aproximación directa y llana, a la vez que poética. La película, que ganó el León de plata a mejor dirección en el Festival de Venecia, compite este domingo por el Globo de Oro a mejor película extranjera. Y muy probablemente concurrirá a los Oscar.

Garrone ha dirigido una gran superproducción en la que atraviesa desiertos y mares y en la que intenta buscar el equilibrio entre el realismo más crudo y el escapismo más necesario: Yo capitán combina la mirada sucia y mafia verité de Gomorra (2008) y la retórica fabulosa de El cuento de los cuentos (2015) y Pinocho (2019). Una estrategia, quizá, para no espantar al gran público y, al mismo tiempo, no pervertir el fondo de la cuestión. Yo capitán se agarra a la narrativa de aventuras —épica, llena de obstáculos y algo fantasiosa— gracias al punto de vista de su protagonista Seydou (Seydou Sarr), un chaval procedente de un pueblo de Senegal que aspira a convertirse en una estrella de la música y que, para conseguirlo, debe marcharse a Europa.

placeholder La película se ha rodado en localizaciones de Dakar, Casablanca y Sicilia, entre otras. (Caramel)
La película se ha rodado en localizaciones de Dakar, Casablanca y Sicilia, entre otras. (Caramel)

Seydou planea su viaje junto a su primo Moussa (Moustapha Fall) y de espaldas a su familia. Y aquí viene una de las decisiones interesantes del guion: sus protagonistas no buscan escapar de una guerra ni de un hambre pertinaz, a pesar de que visten las equipaciones de fútbol desechadas por varias generaciones de niños y que hacen el camino contrario a ellos —esas camisetas del Barça con las siglas de UNICEF, que se apiñan en las pateras—, sino que en su pueblo son medianamente felices y tienen raíces, pero también un futuro mucho más limitado. La forma en la que Garrone rueda las fiestas del pueblo, llenas de música y baile y color, distan mucho de una mirada conmiserativa y dolorosa. La madre de Seydou insiste en que su casa y su futuro están allí, en Senegal, mientras el chico trabaja a escondidas en la construcción para ahorrar el dinero —cantidades indecentes— que le esquilmarán durante el viaje. Y la inocencia, esa fantasía infantil, la que también le robarán en el camino hacia el norte. Seydou saldrá de Senegal siendo un niño, pero acabará su periplo como un adulto, como un capitán, habiendo experimentado lo peor y lo mejor de lo que es capaz el ser humano.

Precisamente, esas camisetas de equipos de fútbol que visten muchos de los que llegan a las costas europeas representan el símbolo perfecto de ese sueño africano de prosperidad al otro lado del charco. Se imaginan como las estrellas de fútbol africanas que ahora ganan millones de euros y ocupan portadas en todo el mundo, lejos de ese pasado humilde, la zanahoria para seguir aguantando.

Como en los poemas épicos, los dos protagonistas arrancan su viaje en busca de esa Ítaca más mítica que geográfica. Pero enseguida su imaginación choca brutalmente con la certeza de que el camino está lleno de monstruos y cuatreros, y que ellos son el último escalafón de la cadena trófica. La cámara los sigue, casi siempre cercana, pegada a sus rostros y a sus miradas, y a veces lejana, muy lejana, para representar la escala y la magnitud de ellos minúsculos— ante la vastedad del paisaje y del viaje. Pequeños puntos negros en medio de una inmensidad de granos de arena. Y más tarde en el mar. ¡Qué ironía trágica la de tener que sobrevivir, primero, a la falta de agua, para luego enfrentarse a la posibilidad de morir ahogado!

placeholder Moustapha Fall es Moussa, el primo con el que Seydou emprende el viaje hacia Europa. (Caramel)
Moustapha Fall es Moussa, el primo con el que Seydou emprende el viaje hacia Europa. (Caramel)

Garrone trabaja en Yo capitán, por primera vez, con el director de fotografía Paolo Carnera (Suburra, 2015; ZeroZeroZero, 2019-2020), que insiste en esa apuesta fantástica y artificiosa de la película, que deja espacio para momentos colindantes al realismo mágico (¿es una aparición?, ¿es una alucinación?) y al cine aventurero con el uso de colores saturados y un trabajo de puesta en escena más bien clásico. Es ese desmarque del realismo documental el que diferencia a Yo capitán de la mayor parte de historias sobre inmigración, pero también es la que más críticas ha levantado, quizá por no implicarse radicalmente en ninguna de las opciones. Sin embargo, el punto de vista de un protagonista que pasa de la infancia a la madurez a lo largo del viaje excusa ampliamente la decisión de que la película comience como un cuento de hadas y se torne más oscura a medida que avanza el viaje.

En Seydou Sarr y Moustapha Fall ha encontrado Garrone dos de los mayores hallazgos de su película. Sin formación ni experiencia actoral, estos dos jóvenes senegaleses arrebatan la película y llenan la pantalla con esa promesa, dentro y fuera, de cumplir el sueño. El descaro juvenil de los protagonistas equilibra el peso de lo narrado. Y es que hay espacio, sorprendentemente, hasta para la diversión y el compadreo.

Garrone ha conseguido enhebrar una película diferente que soliviantará a los puristas, pero que saca a su personaje del molde del inmigrante sufriente. Porque Seydou consigue sobreponerse a cada obstáculo, porque Seydou a ratos es inocente, a ratos heroico, a ratos un simple chaval de 16 años. Porque una persona migrante no es una cifra, no es una nacionalidad, no es simplemente un inmigrante, es todas las historias que lleva consigo y que, a veces, consiguen llegarnos, conmovernos y, quizás, hasta hacernos reflexionar.

La mirada del cine al respecto del drama de la inmigración ilegal siempre ha estado constreñida al formato intimista, al cine de autor de festivales, a esos directores de nombres imposibles y países impronunciables que cada vez tienen más difícil llegar al gran público. La exigencia de verismo y sobriedad ha alejado a una audiencia que opta mayoritariamente por el gran espectáculo de la evasión. La eterna disquisición sobre la forma y el fondo. Porque ¿sería lícito utilizar las herramientas del gran cine de entretenimiento para contar una tragedia colectiva real?

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