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'Pinocho': una guía pesimista y bella sobre la paternidad
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'Pinocho': una guía pesimista y bella sobre la paternidad

El cineasta italiano Matteo Garrone rescata a Roberto Benigni en una adaptación barroca y oscura en la que la realidad y la fantasía juegan a diluirse

Foto: Roberto Benigni es Gepetto en esta nueva adaptación de 'Pinocho'. (Warner)
Roberto Benigni es Gepetto en esta nueva adaptación de 'Pinocho'. (Warner)

Nadie pedía una nueva adaptación de 'Pinocho'. Y precisamente porque nadie la esperaba, la fascinación y la satisfacción es doble. Porque la nueva versión de Matteo Garrone de la novela de Carlo Collodi es, a su vez, la más antigua y artesanal. No por los medios, sino por el fondo y la intención. El director italiano se ha pegado fielmente al texto original para concebir una película tan atenta al detalle y a la filigrana como la obra singular de un maestro. Cada decisión estética y narrativa es un acierto arriesgado: los decorados casi teatrales y la iluminación onírica contrastan con un sustrato del neorrealismo fantástico de una Italia hambrienta y sucia en la que se asesina por un plato caliente.

Garrone ya había acudido a la fábula clásica en 'El cuento de los cuentos' (2015), donde trasladó a imágenes varios de los relatos de Giambattista Basile, escritor italiano del siglo XVII. Ahora recurre a uno de los autores florentinos más universales y a una de las obras básicas del imaginario infantil occidental. 'Pinocho' es un cuento profundamente mediterráneo y particularmente italiano y, por ello, necesita de una comprensión de las idiosincrasias de aquel país para trasladar lealmente el espíritu del 'Pinocchio' original. Es más, el cineasta ha confesado haber basado su diseño de producción en las ilustraciones de Enrico Mazzanti —autor de los dibujos de la primera edición— y en la pintura 'macchiaola'.

placeholder Federico Ielapi es Pinocho y Alida Baldari, Calabria, el hada buena, en la última película de Garrone. (Warner)
Federico Ielapi es Pinocho y Alida Baldari, Calabria, el hada buena, en la última película de Garrone. (Warner)

Una de las últimas adaptaciones fue la que en 2002 frustró la carrera internacional de Roberto Benigni, que venía de ganar cuatro años antes el Oscar por su papel en 'La vida es bella' —además de una nominación a mejor dirección y la estatuilla a mejor película—, un éxito que le había elevado al nivel del cheque en blanco. El fiasco de su 'Pinocho' —con un presupuesto de 45 millones de euros, fue en su momento la producción italiana más cara de la historia y su recaudación apenas llegó a cubrir gastos— le ha mantenido casi 14 años alejado de la profesión —salvo por un pequeño papel en la 'Roma' de Woody Allen— y, ahora, como un intento de ruptura del maleficio, regresa para interpretar a Gepetto, en un trabajo delicado, emocionante y muy alejado del histrionismo ligado a su apellido.

Garrone ha planteado un 'Pinocho' barroco y oscuro, aunque no llega al horror de la versión de Disney de 1940, que desde entonces ha horrorizado a generaciones y generaciones de niños con la escena terrible de los niños convertidos en burros, como castigo por entregarse a los placeres prohibidos de la bebida, el tabaco y el juego. La angustia que provoca esa secuencia es difícilmente superable, pero Garrone se acerca.

placeholder Los niños malos no van al cielo. (Warner)
Los niños malos no van al cielo. (Warner)

El italiano también ha optado, pensando en un público más adulto, por convertir a los animales ideados por Collodi en humanos con ligeras características animales, como el gato, el zorro y la mujer caracol obviados por la adaptación de Disney. Gracias a Dios, el diseño de los personajes se encuentra en las antípodas de 'Cats'. Garrone no elude el tema de la muerte, que está muy presente a lo largo de la película, y que alcanza su momento culmen en el episodio bello y gótico del hada, interpretada por Marine Vacth, que siempre resplandece en pantalla con su belleza etérea y lánguida.

La fotografía de Nicolai Brüel, cercana al tenebrismo, es una concatenación de cuadros hermosos y llenos de texturas

La fotografía de Nicolai Brüel, cercana al tenebrismo, es una concatenación de cuadros hermosos y llenos de texturas. Porque, al final, es la obra de un carpintero en que la madera —también hay que hacer mención especial al trabajo de maquillaje—, las telas, la piedra y los materiales cobran vida propia en la pantalla. La película se mueve en el conflicto constante entre la realidad y la fantasía: Garrone y Brüel retratan escenarios naturales como si fuesen un decorado, apostando por la extrañeza, por la duda de estar ante un paisaje real o ante un forillo. Y, extrañamente, funciona. Funciona en la casa paupérrima de Gepetto, en el bosque de árbol de los cequíes, en la casa del hada, en el circo.

placeholder Roberto Benigni es Gepetto en esta nueva adaptación de la novela de Collodi. (Warner)
Roberto Benigni es Gepetto en esta nueva adaptación de la novela de Collodi. (Warner)

Porque en 'Pinocho' la verdad y la mentira juegan a confundirse. Collodi ideó su novela para adultos, pero acabó publicándola como un cuento infantil. Y quizás en estos momentos, en los que la verdad pasa por un periodo de popularidad baja, la propuesta de Garrone sea una osadía. Collodi escribió una fábula moral sobre los peligros de dejarse arrastrar por la irresponsabilidad y, ¿por qué no?, una guía de paternidad tremendamente pesimista. Y el acierto de Garrone es haber encontrado un Pinocho como Federico Ielapi, que exime al personaje de toda maldad y lo convierte en una marioneta de sus propias pulsiones naturales, que son la pereza y la disolución.

placeholder Cartel de 'Pinocho'.
Cartel de 'Pinocho'.

Porque la paternidad es un acto prometeico. El Gepetto de Garrone, pobre como una rata, entrega todo lo que tiene por su 'posesión' más valiosa: un hijo de madera. Normalmente, las interpretaciones de 'Pinocho' se han centrado en el camino del aprendizaje de la marioneta, equivocación tras equivocación —con la muerte sobrevolando como castigo—, pero muchas obvian la idea de que los padres no son dueños de los hijos, como si estos fueran un objeto de su propiedad. Quizás era aquello a lo que aspiraba Collodi: advertir a los padres más que a los niños.

Nadie pedía una nueva adaptación de 'Pinocho'. Y precisamente porque nadie la esperaba, la fascinación y la satisfacción es doble. Porque la nueva versión de Matteo Garrone de la novela de Carlo Collodi es, a su vez, la más antigua y artesanal. No por los medios, sino por el fondo y la intención. El director italiano se ha pegado fielmente al texto original para concebir una película tan atenta al detalle y a la filigrana como la obra singular de un maestro. Cada decisión estética y narrativa es un acierto arriesgado: los decorados casi teatrales y la iluminación onírica contrastan con un sustrato del neorrealismo fantástico de una Italia hambrienta y sucia en la que se asesina por un plato caliente.

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