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'Beginning': la ganadora de San Sebastián no deja indiferente a nadie
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'Beginning': la ganadora de San Sebastián no deja indiferente a nadie

La ópera prima de la directora georgiana Dea Kulumbegashvili arrasó en la última edición de Zinemaldia y provocó las reacciones más dispares y más viscerales

Foto:  Ia Sukhitashvili protagoniza la ópera prima de Dea Kulumbegashvili, 'Beginning'. (Surtsey)
Ia Sukhitashvili protagoniza la ópera prima de Dea Kulumbegashvili, 'Beginning'. (Surtsey)

Fue como en 'Match Point'. Que la bola cayese de un lado o de otro de la red significaría otro palmarés olvidable, como el año anterior con la victoria de 'Pacificado' de Paxton Winters, o una declaración de intenciones en defensa de un cine radical, político, incómodo. Al final, el jurado del Festival de San Sebastián, con Luca Guadagnino a la cabeza, optó por lo segundo. Por la defensa de un cine libre de convenciones y de autocomplacencia, un lenguaje tan áspero como bello, la osadía o la inconsciencia de una voz joven y periférica, sin nada que perder ni favores que devolver ni industria en la que encajar ni nada que demostrar más allá de a sí misma. Desde la periferia, desde un país tan ignorado como Georgia, Dea Kulumbegashvili, una directora de apenas 34 años se ha llevado la Concha de Oro con su primer largometraje, con una propuesta de planos largos y angustiosos, de claroscuros, de pocos diálogos, de una violencia latente y turbadora, explosiva a ratos, de un cine-experiencia doloroso, bello y perdurable. Todo lo contrario al 'fast food'.

La primera proyección de 'Beginning' provocó en el público reacciones tan dispares como viscerales. La comidilla fue la salida por patas a mitad de proyección de uno de los críticos de más predicamento, pero también el riesgo y la valentía de una narración pocas veces vista. La percepción de estar ante la obra de un nombre propio, que con las condiciones apropiadas, puede afianzarse como mayúscula, como apéndice propio en los manuales de cine y en el imaginario de la cinefilia. Y ya, como acto político, una película que exige un posicionamiento que va más allá de sí misma, una defensa de un arte comido por los contornos, por elementos extracinematográficos que diluyen lo nuclear en el ruido. Incluso la duda de cómo referirse a ella, si como 'Beginning' -el título internacional, en inglés-, o como 'Dasatskisi' -su título original, en georgiano-, se presenta como un acto ideológico sobre la hegemonía cultural de las grandes potencias frente a los estados de menor influencia.

placeholder Un fotograma de 'Beginning'. (Surtsey)
Un fotograma de 'Beginning'. (Surtsey)

La sinceridad y la rigurosidad de la visión de Kulumbegashvili se manifiesta desde las primeras secuencias, que es un aviso o un señuelo para el espectador, dependiendo de las expectativas. La cámara fija en un plano general. El interior de un local, aparentemente un lugar de culto, por el estilo de la bancada. Una mujer, a la que no vemos bien la cara, entra y abre las puertas y las ventanas para dejar pasar la luz. Entran niños, entran adultos y se dispersan por la sala. Y comienza un sermón que referencia al sacrificio de Isaac por parte de Abraham. La cámara no se mueve durante alrededor de diez minutos, quizás más. Los rostros siempre lejanos. El ritmo plomizo de la catequesis. Y, de pronto, ¡pam! Bofetada en la cara.

El trasfondo sociopolítico de 'Beginnin' se enmarca en la persecución y el hostigamiento histórico de la comunidad de Testigos de Jehová en Georgia ante la pasividad -e, incluso, la colaboración- de las autoridades, unas agresiones que se han radicalizado en los últimos años. Kulumbegashvili centra su historia en el personaje de Yana (Ia Sukhitashvili), la mujer de un servidor ministerial -el líder de una congregación- que debe viajar a la capital para pedir un préstamo para reparar el edificio de culto. Y este viaje aparentemente irrelevante supondrá una experiencia traumática para la protagonista.

placeholder Otro momento de 'Beginning'. (Surtsey)
Otro momento de 'Beginning'. (Surtsey)

En esa aparente irrelevancia de las rutinas encuentra la directora espacio para el terror. También para la comedia -como la lectura de la catequesis de los niños-, pero, sobre todo, para el terror. Un velo de violencia incorporada maquinalmente envuelve las rutinas de la protagonista. El suspense lo proporciona el cuadro, inamovible, y lo que ocurre fuera de campo, lo que no se ve. La angustia de un plano en el que supuestamente no pasa nada, pero, si la cámara vigila, incansable, será por algo. No sabemos cuándo ni qué, pero sabemos que algo. Kulumbegashvili escoge un contexto conservador, como es la comunidad de testigos de Jehová, donde el papel de la mujer está subordinado al hombre, pero también apunta a la desprotección de la protagonista -frente al sistema, incluso- en el momento en el que no está tutelada. La casa, el hogar, la guarida, ya ni siquiera es segura.

placeholder Cartel de 'Beginning'
Cartel de 'Beginning'

A ratos naturalista, a ratos tenebrista, a ratos con el paisaje visual de un bodegón floral siniestro, Kulumbegashvili raciona la violencia contra la protagonista, y no lo hace con aspavientos, sino con la dilatación del tiempo y del desconcierto. La violencia no se embellece, aunque las imágenes estén compuestas con delicadeza y precisión. Muestra pudor, incluso distancia, y no se regodea. Y sorprende que resulte más provocador lo que se entrevé y entresconde que cualquier escena sangrienta, explícita y detallada. Quizás porque el espectador puede identificarse con la cámara, puede extrapolar la ficción construida a la realidad y siente impotencia por su inacción. Porque en el realismo está la crudeza. Una vez superado el impacto de la forma, la sensibilidad de la directora para narrar el drama de una mujer sola, sola física y emocionalmente, se hace con la película. Quien quiera saltar el muro se encontrará ya no con imágenes, sino sensaciones indelebles de las que sobresalen como una isla en medio de la corriente, seguramente por muchos años.

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Fue como en 'Match Point'. Que la bola cayese de un lado o de otro de la red significaría otro palmarés olvidable, como el año anterior con la victoria de 'Pacificado' de Paxton Winters, o una declaración de intenciones en defensa de un cine radical, político, incómodo. Al final, el jurado del Festival de San Sebastián, con Luca Guadagnino a la cabeza, optó por lo segundo. Por la defensa de un cine libre de convenciones y de autocomplacencia, un lenguaje tan áspero como bello, la osadía o la inconsciencia de una voz joven y periférica, sin nada que perder ni favores que devolver ni industria en la que encajar ni nada que demostrar más allá de a sí misma. Desde la periferia, desde un país tan ignorado como Georgia, Dea Kulumbegashvili, una directora de apenas 34 años se ha llevado la Concha de Oro con su primer largometraje, con una propuesta de planos largos y angustiosos, de claroscuros, de pocos diálogos, de una violencia latente y turbadora, explosiva a ratos, de un cine-experiencia doloroso, bello y perdurable. Todo lo contrario al 'fast food'.

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