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'Josep': así trató Francia a los "españoles de mierda" en sus campos de concentración
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'Josep': así trató Francia a los "españoles de mierda" en sus campos de concentración

Esta animación, que ha triunfado en la taquilla francesa y llega ahora a los cines españoles, restaura la memoria del artista republicano y amante de Frida Kahlo, Josep Bartolí

Foto: Aurel dibuja la historia del artista catalán Josep Bartolí en 'Josep'. (Filmin)
Aurel dibuja la historia del artista catalán Josep Bartolí en 'Josep'. (Filmin)

Poco se habla en Francia de los campos de concentración construidos a finales de los años treinta del siglo pasado para encerrar en condiciones infrahumanas a los refugiados españoles que huían de la represión franquista. Un éxodo que tuvo su momento álgido a partir de febrero de 1939 cuando, tras la caída de Barcelona a manos de los golpistas, medio millón de personas emprendieron la huida hacia Francia, lo que en el país vecino se conoce popularmente como “la Retirada”. Los republicanos cruzaron los Pirineos en pleno invierno y en las circunstancias más adversas. Al otro lado de la frontera, los luchadores antifascistas no se encontraron a la República de la Fraternidad esperándolos con los brazos abiertos precisamente. Por el contrario, la mayoría acabaron hacinados como prisioneros en estos campos improvisados, muchos de ellos en las playas de la costa del Rosellón.

Uno de tantos fue Josep Bartolí, dibujante catalán que, tras huir de los campos, acabaría exiliándose primero en México y después en Nueva York, donde congenió con los respectivos círculos artísticos allí en boga. En la capital azteca, se relacionó con Frida Kahlo, con quien mantendría un romance, mientras que en Estados Unidos estuvo en contacto con los pintores del Expresionismo Abstracto. En Norteamérica, publica los dibujos sobre su experiencia en el éxodo francés en el libro 'Campos de concentración', con textos de su colega Narcís Molins i Fábrega. La obra documenta el día a día en los campos a través de unas ilustraciones con un poderío expresionista parejo al del Otto Dix que ilustró sus vivencias en la Primera Guerra Mundial.

Ha sido otro dibujante, el francés Aurel, quien se ha encargado de recuperar para el gran público la obra y la memoria de Bartolí a través de una película de animación, 'Josep', uno de los títulos seleccionados para la edición que no fue del Festival de Cannes 2020. Esta coproducción franco-española, en la que participan el actor Sergi López y la compositora y cantante Silvia Pérez Cruz, entre otros, se ha convertido en uno de los éxitos de taquilla del cine francés de la temporada.

Aurel se aproxima a Bartolí a partir del punto de vista de un personaje de ficción, un gendarme que entabla amistad con el refugiado catalán a pesar de las directrices institucionales respecto a los prisioneros republicanos y que, ya anciano, narra la historia a su nieto. 'Josep' muestra el maltrato habitual que dispensaban los representantes de las fuerzas del orden francesas a los exiliados. Hasta el punto que la complicidad entre los vigilantes de los campos se sellaba meando literalmente sobre algún “español de mierda”.

placeholder Un momento de 'Josep', de Aurel. (Filmin)
Un momento de 'Josep', de Aurel. (Filmin)

La película apunta aunque no ahonda en la muy compleja realidad de la actitud de los franceses, pero también de los tiradores senegaleses, aquí mostrados como meras víctimas de una opresión colonial que intentaban limitarse a la mínima intervención posible en los campos. La realidad de la que dejaron constancia otros testimonios como el del escritor Xavier Benguerel en 'Los vencidos' resultaría mucho más espinosa. Pero Aurel prefiere sintetizar en las figuras opuestas de dos gendarmes, por un lado, la violencia del estado francés para con los republicanos y, por el otro, la voluntad también de buena parte de ese mismo pueblo de ayudar, acoger y convertir en referencia de la lucha antifascista a estos exiliados.

Lejos de las prácticas habituales en la animación industrial, Aurel opta por trabajar con técnicas de dibujo tradicional, en consonancia con la obra del propio protagonista, cuyos dibujos van apareciendo a lo largo del metraje. La película se beneficia de la austeridad de recursos que ello comporta. La recreación de la vida en los campos no se lleva a cabo a partir de ese realismo mimético que pretende reproducir hasta el mínimo detalle de la historia invocada sino desde trazos sobrios y una paleta cromática mínima. A través de una gama de negros y de los colores fangosos propios de un paisaje de alambradas, arena y viento, se plasma, sin recrearse en ella, la miseria de aquellos espacios paupérrimos en que los republicanos languidecían de frío, hambre y miedo hasta convertirse en esbozos cuasi espectrales. Y, a través de la música adaptada e interpretada por Silvia Pérez Cruz, se transmite la resistencia a la deshumanización de esos refugiados, que encontraban a pesar de todo las maneras de calentar sus almas y sus cuerpos.

placeholder Cartel de 'Josep'. (Filmin)
Cartel de 'Josep'. (Filmin)

El color llega a la película con el tiempo de las cerezas y, sobre todo, con la posterior huida a México, cuando Bartolí recala en la casa azul de Frida Kahlo. El breve epílogo estadounidense da fe de la evolución artística y cromática del dibujante catalán al mismo tiempo que deja constancia de la necesidad de perpetuar su memoria y, a través suyo, la de aquellos que no sobrevivieron a los campos de concentración franceses.

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Poco se habla en Francia de los campos de concentración construidos a finales de los años treinta del siglo pasado para encerrar en condiciones infrahumanas a los refugiados españoles que huían de la represión franquista. Un éxodo que tuvo su momento álgido a partir de febrero de 1939 cuando, tras la caída de Barcelona a manos de los golpistas, medio millón de personas emprendieron la huida hacia Francia, lo que en el país vecino se conoce popularmente como “la Retirada”. Los republicanos cruzaron los Pirineos en pleno invierno y en las circunstancias más adversas. Al otro lado de la frontera, los luchadores antifascistas no se encontraron a la República de la Fraternidad esperándolos con los brazos abiertos precisamente. Por el contrario, la mayoría acabaron hacinados como prisioneros en estos campos improvisados, muchos de ellos en las playas de la costa del Rosellón.

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