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El secreto del Turco: el autómata que ganó al ajedrez a Napoleón y fascinó al mundo
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El secreto del Turco: el autómata que ganó al ajedrez a Napoleón y fascinó al mundo

Hace 250 años, una máquina asombró a todos llegando a derrotar sobre el tablero al mismísimo emperador

Foto: El Turco.
El Turco.

"Tal vez ninguna exhibición de esta clase haya llamado tanto la atención general como el jugador de ajedrez de Maelzel. En cualquier parte donde haya sido visto ha sido objeto de gran curiosidad para todas las personas que piensan. Sin embargo, la cuestión de su modus operandi está aún sin aclarar. No se ha escrito nada sobre este tema que pueda considerarse como decisivo; y, de hecho, encontramos en todas partes hombres dotados del genio mecánico, de una gran sutilidad general y de inteligencia discriminativa, que no tienen escrúpulos en afirmar que el autómata es une 'pure machine' cuyos movimientos no tienen relación alguna con la actividad humana, y que, por consiguiente, es incomparablemente el más asombroso de los inventos de la humanidad. Y esto sería indudable si tuvieran razón en lo que suponen".

A Edgar Allan Poe no le engañaban tan fácilmente. Después de asistir a una demostración del Turco en Richmond, Virginia, el escritor publicaría en 1836 un ensayo breve, fascinante y escéptico sobre aquel prodigio mecánico que volvió loco a todo el mundo a lo largo de casi un siglo. En 'El jugador de ajedrez de Maelzel', Poe pasaba revista a otros autómatas célebres, como la carroza mecánica con la que jugaba Luis XIV cuando era niño, el Mago que respondía preguntas de Millardet —una especie de Siri decimonónico que inspiró 'La invención de Hugo Cabret', de Scorsese—, el Pato comedor de trigo de Vaucanson o incluso la máquina calculadora de Babagge —predecesora de nuestros ordenadores—, para dudar a continuación de que el celebérrimo Turco jugase tan asombrosamente bien al ajedrez sin intervención humana.

placeholder Reproducción del Turco.
Reproducción del Turco.

El autor de 'Los crímenes de la calle Morgue' exponía en aquel artículo sus dudas sobre el Turco junto a una brillante y anticipatoria reflexión sobre la inteligencia artificial, con aciertos —como que un juego de cálculo bruto como el ajedrez no sería el más indicado para demostrar que una máquina era capaz de razonar— y también errores —como que los ocasionales fallos del autómata demostraban su 'humanidad'—, pero sin lograr dar con el mecanismo del engaño. Si nadie se escondía dentro del artilugio mecánico como todos podían ver claramente al inicio del espectáculo, ¿cómo demonios jugaba tan bien al ajedrez aquel engendro? Aún pasarían dos décadas para que el Turco desvelara su secreto.

Un regalo para la emperatriz

En la primavera de 1770, hace 250 años, la emperatriz María Teresa recibió en el palacio de Schönbrunn, en Viena, a Wolfgang von Kempelen y a su famoso autómata que jugaba al ajedrez y se había dado a conocer aquel mismo año. En 'Los Habsburgo: soberanos del mundo' (Taurus) la espléndida historia de la primera dinastía global que acaba de ser traducido al español, el historiador británico Martin Randy relata el acontecimiento.

placeholder 'Los Habsburgo'. (Taurus)
'Los Habsburgo'. (Taurus)

"La figura en cuestión iba vestida de turco, con turbante y ropajes sueltos, y estaba sentada ante una especie de aparador sobre el cual había un tablero de ajedrez. Kempelen abría muy despacio las puertas del aparador y destapaba las ropas del Turco para mostrar los engranajes y mecanismos de su interior y también para probar que no había ninguna persona escondida debajo. Una vez activado, el Turco se ponía a mirar el tablero, daba unas cuantas chupadas a una larga pipa y se invitaba a los cortesanos a probar sus habilidades al ajedrez con él. Se colocaban las piezas sobre el tablero y daba comienzo la primera partida. La concentración de los jugadores y del público solo se interrumpía cuando Kempelen tenía que volver a dar cuerda al Turco. Pero al cabo de unas cuantas jugadas, el autómata había dado jaque mate a su adversario".

Una vez activado, el Turco miraba el tablero, daba unas chupadas a su pipa y se invitaba a los cortesanos a jugar al ajedrez con él

Aquel ajedrecista mecánico de Kempelen, explica Randy, era una perfecta metáfora de su época en dos sentidos. Por un lado, los autómatas habían dejado de ser un juguete medieval para erigirse en símbolo de una Ilustración en pleno apogeo que clamaba por la conquista humana de la naturaleza y la sujeción del caos del mundo natural al orden racional de la física moderna. Por otro, presentarlo con el atrezo de los turcos mostraba de forma elocuente como los antaño amenazadores y brutales enemigos del imperio oriental, ahora en acelerada decadencia, se empezaban a considerar inofensivos seres exóticos y casi modernos que inspiraban las nuevas modas de Viena donde los nobles vestían a sus sirvientes con caftanes y turbantes.

Napoleón hace trampas

Aquel diabólico androide de madera y metal parecía invencible. Ganó una partida a Benjamin Franklin, otra al mencionado Chales Baggage y una más en 1809, en el fragor de la batalla de Wagran, a Napoleón Bonaparte quien, desesperado, realizó un movimiento ilegal creyendo poder engañar a la máquina, pero el Turco se dio cuenta y tiró las piezas del tablero de un golpe para después dar mate al emperador. El público asistía a aquellas veladas primero escéptico, después asombrado y por último aterrado ante tan sobrenaturales demostraciones mecánicas. Tras la muerte de Kempelen en 1804, el Turco pasó a manos de un genio del 'marketing' cargado de deudas llamado Johann Maelzel que inició una serie de ambiciosas giras mundiales que le llevarían a Estados Unidos con el fin de exprimir hasta el último dólar. Y allí fue donde lo vio en acción Edgar Allan Poe.

El público asistía primero escéptico, luego asombrado y por último aterrado ante tan sobrenaturales exhibiciones mecánicas

El escritor sabía, como tantos otros, que ninguna máquina de su tiempo estaba por supuesto dotada para vencer al ajedrez a un ser humano, cosa que no ocurriría hasta más de dos siglos después cuando Deep Blue ganó a Kasparov tras una serie de extraños hechos. El estadístico estadounidense Nate Silver que recogió en 'La señal y el ruido' la derrota del jugador soviético, recordaba allí también las dudas de Poe sobre El Turco: "A Poe se le recuerda como el inventor de las historias de detectives, y algunas de las pesquisas que llevó a cabo con tal de desenmascarar el engaño resultaron asombrosas. Así, por ejemplo, le resultaba sospechoso, y con motivo, que hubiera siempre un hombre (al que más adelante se identificó como el maestro de ajedrez alemán William Schlumberger) empaquetando y desempaquetando la máquina, pero que éste desapareciera durante las partidas (porque, ¡tachán! estaba dentro de la caja!)".

placeholder 'La señal y el ruido'. (Península)
'La señal y el ruido'. (Península)

¿Dentro de la caja? ¿Pero no hemos quedado en que antes de empezar cada partida se exponía el interior del Turco para mostrar que no había nadie en su interior? Se acerca el final de esta historia, un final dramático y triste, y ha llegado el momento de conocer el exacto funcionamiento del Turco, un mecanismo de relojería tan complejo como falaz.

El secreto deL Turco

Lo irónico es que el inquieto Edgar Allan Poe bien pudo ahorrarse sus pesquisas si hubiera estado atento a la noticia publicada anteriormente por la Gaceta de Baltimore donde se informaba que dos jóvenes habían visto precisamente al jugador de ajedrez William Schlumberger saliendo de la máquina. En cualquier caso, los hechos se desencadenarían poco después. La gira del Turco se dirigió a Cuba, el citado 'ayudante' Schulemberg falleció durante la travesía y al desafortunado Maezer no le quedó más remedio que suspender la visita y regresar a EEUU, pero antes de llegar fue hallado muerto, alcoholizado, en su camarote. La gran farsa había llegado a su fin. Un amigo de Maezer adoptó al Turco, pero no tenía su don para el espectáculo y acabó donando el autómata al Museo Peale de Baltimore, donde quedó arrinconado en una de sus salas hasta que el 5 de julio del 1854, durante el gran incendio de Filadelfia, quedó reducido a cenizas.

Los individuos anónimos que se escondían dentro del aparato eran auténticos virtuosos del ajedrez

Tres años después, en 1857, una revista de ajedrez desenmascaraba al Turco tras una investigación. Martin Rady lo cuenta así en 'Los Habsburgo': "El truco era muy astuto. Dentro del aparador había una persona de baja estatura sentada en una silla giratoria. Las puertas del mueble se abrían y se cerraban de una en una, de modo que la silla giraba para ocultar al sujeto escondido y sustituía el asiento por una serie de poleas y ruedas dentadas. Todo lo demás se conseguía por medio de espejos, imanes y una válvula oculta que dejaba escapar el humo de la vela cuya luz necesitaba la persona escondida en el interior. Evidentemente los individuos anónimos que se escondían dentro del aparato eran auténticos virtuosos del ajedrez".

placeholder El secreto del Turco.
El secreto del Turco.

Y así, sucesivos genios del ajedrez -al menos 15, según un libro de Silas Mitchell sobre el fenómeno- sostuvieron el engaño a lo largo de más de un siglo jugandoen penumbra en un minúsculo zulo de madera, moviendo además desde el interior, gracias a un intrincado mecanismo, los brazos y los ojos del autómata y aguantando durante horas toses y estornudos comprometedores.

placeholder El mecanismo del Turco.
El mecanismo del Turco.

Gracias a una peculiaridad anatómica, Poe rozó la verdad en su ensayo sobre el Turco: "La circunstancia de que el juego del autómata se realice con la mano izquierda es posible que no tenga relación con las operaciones de la máquina, considerada simplemente como tal. Cualquier mecanismo que pudiera mover el brazo izquierdo de la figura también podría mover de igual modo el derecho. Pero estos principios no pueden aplicarse a la organización humana, donde existe una notable y radical diferencia en la posibilidad de usar su brazo derecho y su brazo izquierdo. Deteniéndonos en este último hecho, hemos de referir, naturalmente, la rara incongruencia del jugador de ajedrez con la peculiaridad de la organización humana. Y así hemos de imaginar alguna inversión, porque el jugador de ajedrez juega precisamente como no lo haría un hombre. Aceptadas estas ideas, hay más que suficiente para sospechar la presencia de un hombre dentro. Unos pocos pasos más, imperceptibles, nos llevarán por fin al resultado".

"El autómata", concluyó, "juega con su brazo izquierdo, pero solo bajo esta circunstancia el hombre escondido puede jugar con su brazo derecho: un desiderátum completamente lógico. Imaginemos, por ejemplo, que el autómata juega con el brazo derecho. Para alcanzar el mecanismo que mueve el brazo, y que, según hemos explicado, queda inmediatamente debajo del hombro, sería imprescindible que el hombre escondido usara de su brazo derecho en una posición excesivamente incómoda (es decir, levantándolo contra su cuerpo muy oprimido entre éste y el costado del autómata), o que utilizara su brazo izquierdo, doblándolo ante el pecho. En ninguno de los dos casos podría actuar fácilmente con la precisión requerida. Contrariamente, desaparecen todas estas dificultades si el autómata juega con el brazo izquierdo. El brazo derecho del hombre escondido está cruzado sobre su pecho, y los dedos de su mano actúan cómodamente sobre el mecanismo del hombro de la figura. Pensamos que no puede objetarse nada razonable contra esta solución que ofrecemos al caso del autómata jugador de ajedrez".

"Tal vez ninguna exhibición de esta clase haya llamado tanto la atención general como el jugador de ajedrez de Maelzel. En cualquier parte donde haya sido visto ha sido objeto de gran curiosidad para todas las personas que piensan. Sin embargo, la cuestión de su modus operandi está aún sin aclarar. No se ha escrito nada sobre este tema que pueda considerarse como decisivo; y, de hecho, encontramos en todas partes hombres dotados del genio mecánico, de una gran sutilidad general y de inteligencia discriminativa, que no tienen escrúpulos en afirmar que el autómata es une 'pure machine' cuyos movimientos no tienen relación alguna con la actividad humana, y que, por consiguiente, es incomparablemente el más asombroso de los inventos de la humanidad. Y esto sería indudable si tuvieran razón en lo que suponen".

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