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Ni Hitler ni Stalin pudieron enterrar a Weinberg
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Ni Hitler ni Stalin pudieron enterrar a Weinberg

El Teatro Real viaja a Auschwitz y recupera el acontecimiento 'La pasajera', una ópera del compositor ruso-polaco que fue perseguido por el nazismo y censurado en la Unión Soviética

Foto: Un instante de la ópera 'La pasajera'. (Teatro Real)
Un instante de la ópera 'La pasajera'. (Teatro Real)

La comunidad musical parece haberse propuesto la exhumación de Mieczyslaw Weinberg (1919-1996) y rescatarlo de las garras de Hitler y Stalin. La emergencia del Holocausto en Polonia lo derivó a Moscú. Un itinerario fatalista que le condujo de la persecución a la censura. Murió su familia en el camino. Y estuvo a punto de hacerlo él mismo, aunque la protección de Shostakovich tanto le salvó la vida como le sirvió de cobertura bajo las presiones brutales del estalinismo. Weinberg hubo de dedicarse a la música oficialista y resignarse al oprobio de su mejor repertorio.

Es la razón que concede tanta relevancia al estreno de La pasajera este viernes en el Teatro Real. Porque es la primera ópera de Weinberg (1968). Y porque la trama argumental evoca la peripecia de una superviviente de Auschwitz que coincide con su carcelera en un naviero con destino a Brasil.

Se ha encargado David Pountney de llevar a escena la historia. Y de reconstruirla en dos planos escénicos espacio-temporales que compaginan la travesía hacia América con la vivencia del campo de concentración.

La chimenea del trasatlántico evoca simbólicamente el crematorio de Auschwitz, pero son las entrañas del barco las que escenifican el régimen opresivo del campo de exterminio nazi. Allí es donde la carcelera, Katja, abusa de la presidiaria, Marta, y conspira para asesinar a su prometido.

placeholder Un momento de la representación de la ópera 'La Pasajera'. (Teatro Real)
Un momento de la representación de la ópera 'La Pasajera'. (Teatro Real)

Por esa razón le resulta monstruoso no ya reencontrarse con su víctima en el barco, sino confrontarse con los fantasmas del pasado. Y tratar de espantarlos justificando que cumplía órdenes. O sosteniendo que eran los judíos quienes odiaban ferozmente a los funcionarios nazis.

Sabe de lo que escribe Weinberg porque sus padres y su hermana fueron ejecutados en el campo de concentración de Trawniki. Y porque fue entre 1963 y 1965 cuando sobrevinieron los juicios de Auschwitz en Francfort. Se removieron las entrañas del Holocausto y la conciencia de los artífices de la Shoah, aunque fueron muy pocos los condenados por las atrocidades.

Es el contexto puso en órbita la novela autobiográfica de Zofia Posmysz, La pasajera. Y el argumento nuclear de una ópera que Weinberg nunca pudo estrenar porque padecía él mismo la represalia del comunismo. Se ganaba la vida como pianista. O como autor abnegado de música de circo y de películas menores, pero nunca alcanzó la dignidad de un compositor reputado ni pudo darle salida a su exuberante producción musical.

La resurrección parece haber puesto en alerta los grandes teatros y auditorios. El Festival de Salzburgo estrena este verano la adaptación operística de El idiota (Dostoyevski), la Fundación Juan March programa la integral de los cuartetos de cuerda, mientras que el sello amarillo de la Deutsche Grammophon ha comenzado a grabar las veintidós sinfonías de Weinberg a iniciativa de la directora lituana Mirga Gražinyte-Tyla.

Nadie mejor que ella para responsabilizarse de las ocho funciones de La pasajera que se estrena este viernes en el Real. Y para trasladar la audacia y el ingenio de un compositor cuyo lenguaje musical reconoce la influencia de Shostakovich y cuyo eclecticismo remarca las huella del jazz, el expresionismo, el folclore, la memoria yidis, el culto a Bach.

placeholder Un momento de la puesta en escena de 'La Pasajera'. (Teatro Real)
Un momento de la puesta en escena de 'La Pasajera'. (Teatro Real)

Se escucha la Chacona del compositor germano en el trance más espeluznante de La pasajera. Y se demuestra el instinto teatral de Weinberg en la concepción de una obra magnética que entremezcla la sordidez con el lirismo, el desgarro atonal con la intimidad camerística.

Mirga Gražinyte-Tyla explora la dinámica sonora, el refinamiento cromático, la intensidad progresiva del thriller. Y acompaña con tanto esmero como criterio las voces de Amanda Majeski, Gyulia Orendt, Anna Gorbaychova, Lidia Vinyes-Curtis y Liuba Sokolova, entre otros protagonistas.

Merece reconocérseles el esfuerzo que supone exponerse a la dureza de La pasajera y a los vaivenes de una montaña rusa en siete idiomas que extrema la capacidad vocal, la cualificación actoral, la hondura psicológica.

Marta concluye con un monólogo estremecedor cuyo desenlace exige recordar a las víctimas del Holocausto y no perdonar nunca a los verdugos

Es interesante la manera en que Weinberg exorcizaba con la ópera su propia peripecia. Y la persistencia con que traslada el mensaje de la memoria. Marta, la pasajera, concluye la ópera con un monólogo estremecedor cuyo desenlace exige recordar a las víctimas del Holocausto -“si no, nos extinguiremos- y no perdonar nunca a los verdugos.

Podía haber quedado sepultado Weinberg entre los baúles y los cajones de la historia. Bastante hizo con sobrevivir a Hitler y Stalin, pero la reanimación de las obras de cámara y el estreno de las primeras sinfonías han sacudido el canon musical del siglo XX, hasta el extremo de preguntarnos si La pasajera es la punta del iceberg de un compositor descomunal que merece ubicarse a la altura de Shostakovich y de Prokofiev.

La comunidad musical parece haberse propuesto la exhumación de Mieczyslaw Weinberg (1919-1996) y rescatarlo de las garras de Hitler y Stalin. La emergencia del Holocausto en Polonia lo derivó a Moscú. Un itinerario fatalista que le condujo de la persecución a la censura. Murió su familia en el camino. Y estuvo a punto de hacerlo él mismo, aunque la protección de Shostakovich tanto le salvó la vida como le sirvió de cobertura bajo las presiones brutales del estalinismo. Weinberg hubo de dedicarse a la música oficialista y resignarse al oprobio de su mejor repertorio.

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