Es noticia
El estado de trance de Ólafsson conmueve la Quincena Donostiarra
  1. Cultura
crónica

El estado de trance de Ólafsson conmueve la Quincena Donostiarra

El pianista y 'bicho' islandés eleva una edición que equilibra la popularidad con el riesgo, que premia el rigor del grupo checo Collegium 1704 y que exhuma la obra de Zelenka y de Weinberg

Foto: Vikingur Ólafsson. (Centro Nacional de Difusión Musical)
Vikingur Ólafsson. (Centro Nacional de Difusión Musical)

Supongo que era el único cliente del Hotel Amara en percatarme de la presencia de Vikingur Ólafsson en el desayuno. Y en el único que escrutaba sus movimientos con intriga y discreción, acaso tratando de identificar en el prosaismo de la vida civil las extravagancias que caracterizan la puesta en escena del excelso pianista islandés. Y no encontré mejores pruebas que la decisión de servirse dos cafés cortados al mismo tiempo. Ni vegano ni marciano se desveló Ólafsson en sus hábitos mundanos.

Lo que sí parece es más joven. Y no porque 38 años puedan considerarse muchos, sino porque su flequillo esmerado, sus gafas de pasta y la languidez nórdica de 'serial killer' le conceden un aspecto adolescente. Así comparecía también en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián. Y así iluminaba por idénticas razones la Quincena Musical Donostiarra. Que reaparecía después de dos años de duelo pandémico. Y que convertía al 'monstruo' de Ólafsson en un buen ejemplo de la idiosincrasia del festival en su edición de 2022.

Me refiero a la reunión de la popularidad y del riesgo. Porque el repertorio de Mozart y la fama de Ólafsson estimulan la taquilla, pero la personalidad extrema del maestro islandés resulta muy exigente a los espectadores. Un recital sin pausas. Y una concepción pianística que explora los límites del estado de trance. Por la forma. Y por el fondo, de tal manera que la contorsión física de Ólafsson en su propio asiento -de ahí provienen las comparativas superficiales con Gould y los clichés excéntricos- somatiza el hallazgo de un sonido fabuloso y hasta metafísico. Ólafsson toca desde la subjetividad -los tiempos, las dinámicas, los silencios-, pero no desde la arbitrariedad ni desde la afectación. Basta con cerrar los ojos para evadirse de la gestualidad extravagante y encontrarse en la oscuridad con un sonido de una cualificación deslumbrante. Puro y limpio, pero no superficial. Hondo y matizado, pero no manierista. Virtuoso y técnico, pero mucho más que académico. Corpulento cuando hace falta. E ingrávido cuando es necesario.

Un viaje iniciático

Más que de un recital, se trataba de un viaje iniciático. Y de evocar el espíritu de Mozart sugiriendo las relaciones con los compositores que le fueron precursores y contemporáneos (Galuppi, Cimarosa, C.P.E. Bach… Haydn), hasta el extremo de crear una trama sonora y una dialéctica de colores y tonalidades que redundaban en el sentido elevado de la “experiencia”.

Nada que ver con el objetivo comercial de pasear por los auditorios un disco merecidamente premiado -lo ha editado Deutsche Grammophon-, sino con el propósito trascendental y espiritual de precipitar una comunión y un acontecimiento. La única propina posible a la versión pianística del 'Ave verum' de Mozart -el éxtasis del concierto, la orfebrería inmaterial- consistía en una transcripción para piano del órgano humanístico de Bach. Pudimos irnos en paz después del concierto, como en misa. Y hasta nos dimos fraternalmente la mano, convalecientes aún de semejante lisergia islandesa.

placeholder 'Mozart', de Vikingur Ólafsson
'Mozart', de Vikingur Ólafsson

Tuve ocasión de comprobar a la mañana siguiente que Olafasson repitió la rutina de los dos cafés cortados servidos al mismo tiempo, aunque el animadísimo desayuno del Hotel Amara se explicaba mejor por el revuelo de unos músicos checos a quienes homologa una marca de calidad: Orquesta Barroca Collegium 1704. Tiene matrícula de Praga. La dirige Václav Luks y forma parte de las formaciones más interesantes porque ha recuperado la cordura y el rigor que han abandonado tantos grupos falsamente filológicos.

Quiero decir que la proliferación epidémica de las orquestas con instrumentos de época se ha resentido de un proceso degenerativo y de un manierismo cuya ferocidad ha terminado por desquiciar el repertorio. Y de subordinar la reconstrucción del periodo barroco a la mera extravagancia sonora. De la originalidad al “originalismo”, para entendernos.

La proliferación epidémica de las orquestas con instrumentos de época se ha resentido de un proceso degenerativo

Es la razón por la que se agradece la gira española del Collegium 1704 -Santander, El Escorial…- y el motivo por el que tiene sentido celebrar en San Sebastián una versión memorable del 'Dixit dominus' de Handel -la plenitud estilística, cromática y espiritual de su estancia en Italia- y un hallazgo tan inusual como la 'Misa de todos los santos' de Zelenka (1679-1745), un compositor checo tan contemporáneo y afín a Bach como deudor de las influencias italianas. Y sensible a las dimensiones metafísicas.

Lo demuestra el silencio fervoroso del público del Kursaal. 'Zelenka' es una extrañeza del repertorio y una aventura de los programadores, pero el vuelo de la música en las manos sin batuta de Luks y la impresionante cualificación del coro -muy valorada en la sensibilidad donostiarra- suscribieron las razones por las que procede salirse del carril de las convenciones.

La Quincena Dosnostiarra

La Quincena Musical Donostiarra, fundada en 1939, lo ha hecho a conciencia. Y es verdad que se ha programado un montaje atrevido de 'La hija del regimiento' para gloria del tenorísimo local -Xabier Anduaga- y una versión en concierto de 'La tabernera del puerto', pero los reclamos populares se han disciplinado con otras propuestas exigentes. No ya porque correspondió a John Eliot Gardiner la ceremonia inaugural lejos de toda concesión populista -Carissimi, Scarlatti, Schütz-, sino porque la Quincena Musical Donostiarra concluye con la 'Misa glagolítica' de Janácek en manos del maestro Semyon Bychkov y ha indagado en otros repertorios de escasísima divulgación. Por ejemplo, la obra de Mieczyslaw Weinberg (1919-1996), un compositor ruso-judío que sobrevivió al Holocausto -no lo hicieron sus padres ni su hermana-, resistió a la purga estalinista y fue capaz de reaccionar al dolor y al exterminio con una 'Suite para orquesta' que impresiona en su fertilidad, divertimento y lenguaje desinhibido, al estilo 'exorcista' con que Shostakovich concibió las clandestinas suites de jazz.

No se explica la idiosincrasia de la Quincena sin los recursos ni las raíces locales, como el Orfeón Donostiarra

Fueron el maestro Alain Altinoglu y los profesores de la Orquesta de la Radio de Frankfurt los felices artífices de la exhumación de Weinberg, aunque el concierto también “admitió” un homenaje a Verdi -la extemporánea obertura de 'La forza del destino'-, un reconocimiento al virtuosismo de la violinista coreana Bosmsori KIm -sonido hermoso y pequeño en su versión de Sibelius- y unas ensoñaciones cromático-musicales de Debussy que favorecieron el protagonismo de la coral autóctona Vocalia Taldea.

No se explica la idiosincrasia de la Quincena sin los recursos ni las raíces locales (el Orfeón Donostiarra, la Andra Mari Abestbatza). Por eso revestía tanto interés conocer la adaptación idiomática de la Orquesta de Euskadi al programa de George Gershwin bajo las órdenes de Wayne Marshall. Y es verdad que la versión fragmentaria de 'Porgy and Bess' no va a recordarse con el paso de los días -empezando por las limitaciones de la soprano Indira Mahajan y por la desmesura sonora- pero sí tuvo mucho interés la página introductoria de la 'Rhapsody in blue', tanto por el virtuosismo expresionista del propio Marshall en el teclado como porque los profesores de la Euskadiko Orkestra reaccionaron con sensibilidad y cualificación a una versión extravagante, radical y de gran tensión rítmica.

Lástima que no viniera Marshall a desayunar al día siguiente. Sus días transcurren como organista en los grandes púlpitos de Occidente, pero esta fascinación hacia Gershwin que se le reveló a la edad de ocho años forma parte de un lado oscuro y de una lógica compensatoria que relacionan el piano con la posesión diabólica. Y que convirtieron las “cadencias” de la Rapsodia en otro ritual de iniciación al que asistimos estupefactos.

Supongo que era el único cliente del Hotel Amara en percatarme de la presencia de Vikingur Ólafsson en el desayuno. Y en el único que escrutaba sus movimientos con intriga y discreción, acaso tratando de identificar en el prosaismo de la vida civil las extravagancias que caracterizan la puesta en escena del excelso pianista islandés. Y no encontré mejores pruebas que la decisión de servirse dos cafés cortados al mismo tiempo. Ni vegano ni marciano se desveló Ólafsson en sus hábitos mundanos.

Música clásica San Sebastián