Es noticia
"Tengo una hora libre el mes que viene": cómo hemos matado la espontaneidad en los planes
  1. Cultura
Héctor G. Barnés

Por

"Tengo una hora libre el mes que viene": cómo hemos matado la espontaneidad en los planes

Hoy es imposible quedar con nadie sin enviar una instancia con semanas de antelación o acudir a un restaurante sin reserva. La planificación ha acabado con lo improvisado

Foto: Como no reserves antes, te comes una cola de dos horas. (EFE/Mariscal)
Como no reserves antes, te comes una cola de dos horas. (EFE/Mariscal)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

El lunes me escribió un amigo para invitarme a su cumpleaños el día 16. Leí el mensaje rápido y mal, como hacemos todos, así que le dije que el 16 no podía porque cae en viernes y tengo que trabajar. No, no, me respondió. Él decía el 16 de marzo, dentro de mes y medio. Lo peor de todo es que tuve que consultar la agenda para asegurarme de que podía. No habría sido tan descabellado. El calendario ya presentaba un montón de huecos rellenados con conciertos, quedadas, compromisos y otros eventillos de esos que ocupan nuestro tiempo libre hasta que morimos (el día que dejamos de hacer planes).

Estamos haciendo planes con antelación por encima de nuestras posibilidades, hipotecando nuestro tiempo libre a nuestros yoes futuros. Esos que en unas semanas se encontrarán con un plan que no les apetece lo más mínimo, pero al que tienen que acudir porque su yo del pasado no sabe decir que no y al que, por lo que fuese, le pareció genial apuntarse a esa sesión de deporte extremo en algún rincón recóndito de la meseta castellana.

Cada lunes miro la agenda de las dos semanas siguientes y es raro que encuentre algún hueco. No puedo evitar empezar la semana con una mezcla de satisfacción y vértigo. La de saber que se vienen cositas, pero que tal vez esas cositas no me hagan demasiado feliz y termine la semana agotado y estresado. Nuestra vida parece haberse convertido en una yincana de rellenar esos huequecitos cuadrados del Google Calendar y de gestionar todas las propuestas que recibimos a lo largo de la semana. ¿El futuro está cancelado? No, el futuro está lleno de eventillos.

Hoy parece casi imposible quedar con nadie sin enviar una instancia semanas antes, cruzando los dedos para que esa persona pueda hacerte un hueco en su apretada agenda. Estamos todos concediendo dadivosamente audiencia a nuestros amigos y familiares. ¿Quedar hoy, dices? ¿Pero quién te crees que soy? Es otra consecuencia de nuestro imposible estilo de vida: no tenemos tiempo, pero no dejamos de buscar planes para rellenar ese tiempo que no tenemos. Queremos hacer todo y no hacer nada, descansar y cansarnos, respetar nuestro espacio y llenarlo de experiencias que alejen el miedo a la muerte.

A medida que nos hacemos adultos, hay cada vez menos espacio para la sorpresa

Esta obsesión planificadora ha provocado que perdamos toda espontaneidad en nuestras vidas. Incluso los momentos en los que permitimos dejarnos sorprender están perfectamente delimitados. No hay capacidad de sorpresa ni de aventura a medida que nos hacemos adultos y tenemos que encajar las piezas del puzzle de nuestras vidas. Crecer es sustituir los momentos de improductividad (quedar de repente con un amigo, darte una vuelta, ponerte un disco que te apetece escuchar, volver a ver una película que se te acaba de antojar) por un consumo pautado alrededor de eventos sin los cuales no parece haber motivo para verse.

*Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí

Si nos obsesiona tanto planificar con antelación es porque así sentimos que recuperamos el control de nuestro tiempo, ese que entre el trabajo, el móvil y otros estímulos se nos desliza de entre los dedos. Escribir en nuestra agenda "comida con menganito" o "fiesta en casa de fulanita" nos hace pensar que tenemos el control sobre nuestro futuro. Estamos escribiéndolo, literalmente, aunque en realidad nos estemos metiendo por nuestro propio pie en una jaula dorada. A veces me sorprende el conocimiento que tengo sobre cuánto tardo en llegar a cada rincón de la ciudad, cuánto empleo en cenar, cuánto me va a llevar leer un libro, cuánto puedo dedicarle a una película y cuánto tiempo voy a regalarle a un amigo. La optimización del tiempo nos da sensación de poder.

placeholder Pignoise tocan el 15 de marzo de 2025 en el WiZink, si el mundo sigue existiendo para entonces.
Pignoise tocan el 15 de marzo de 2025 en el WiZink, si el mundo sigue existiendo para entonces.

Venía de antes, pero la pandemia lo acentuó. En la desescalada nos acostumbramos a tener que reservar con antelación, mucha antelación, si queríamos tener sitio en un restaurante. Hoy sabemos que Pignoise tocan en el WiZink de Madrid el 15 de marzo de 2025 y que los promotores de conciertos te animan a comprar entradas cuanto antes por si se acaban (y porque les viene de perlas para cuadrar cuentas). En la sociedad del FOMO, del miedo a perdernos las cosas, el tiempo se ha convertido en una amenaza que nos obliga a tomar decisiones precipitadas ante el miedo de que no podamos satisfacer nuestros deseos en el futuro.

Hoy en las grandes ciudades —y las medianas, y algunas pequeñas— es imposible encontrar sitio para cenar si no hemos reservado con antelación. Después, te desalojan a las dos horas para dejar sitio a otros comensales: la sobremesa ha muerto, viva la optimización. Eso te obliga a tomar decisiones con mucha antelación y elimina toda posible improvisación, el "dejarse llevar" de los flaneurs que era tan propio de la vida en la gran ciudad. La belleza de no saber dónde te iban a llevar tus pasos. No hay margen para lo casual, solo para el miedo a que la oportunidad de tu vida pase de largo y la soledad del vacío en la agenda.

Como nadie puede tomar decisiones de última hora, paradójicamente, en la sociedad del hedonismo resulta cada vez más difícil satisfacer ciertas apetencias al instante. Por eso, cuando de repente surge un encuentro espontáneo a partir de un WhatsApp a última hora de la noche o a primera hora de la mañana de un día en el que, sorprendentemente, no tenemos nada, uno se siente liberado de la atadura de la agenda. Qué placer saber que se pueden hacer cosas que no habías planeado de antemano.

Lo espontáneo es característico de la infancia, de lo rural, del descanso y del estío

No deja de ser irónico que sea el capitalismo el que nos ha empujado a esta planificación extrema. Irónico porque en principio parece contradecir los principios de aceleración del tiempo, satisfacción continua de deseos y pensamiento a corto plazo. Lo que explica esta paradoja es que el capitalismo no nos ayuda a satisfacer ese deseo, sino precisamente a no llegar a satisfacerlo nunca, a postergar en el futuro ese momento en el que por fin haremos lo que queramos, persiguiendo el horizonte sin alcanzarlo.

Es el extraño doble tiempo de la vida en el poscapitalismo, en el que la aceleración continua y la planificación minuciosa de cada aspecto de nuestras vidas no se contradicen, sino que forman parte de la misma moneda que nos empuja a estrujar el máximo de cada segundo hasta destruir toda capacidad de disfrute. La hedonia depresiva de Mark Fisher, en la que la depresión ya no se caracteriza por la incapacidad de sentir placer, sino por la de hacer cualquier cosa que no sea buscar placer.

Volver a ser un niño (pero tampoco demasiado)

Lo espontáneo es característico de la infancia, de lo rural y del barrio, del descanso, del estío y del ocio verdadero. De los veranos sin planes porque sabías que pronto alguien tocaría a tu puerta (o a tu telefonillo) preguntando si bajabas o que podrías levantarte e ir a casa de tu mejor amigo porque sabías que iba a estar ahí. Presentarte hoy en casa de alguien sin avisar es de malísima educación. ¿Que alguien me timbre porque resulta que está por el barrio? Intolerable; qué estrés. No le abriría la puerta ni a mi madre.

placeholder '¿Está Chema? ¿Se puede bajar a jugar?'
'¿Está Chema? ¿Se puede bajar a jugar?'

Los móviles contribuyeron a acabar con esa fe que depositábamos en los demás cuando quedábamos con alguien en lugar y momento determinado y sabíamos que iba a estar ahí. La herramienta que en principio nos debería liberar nos ha librar de estar físicamente en un lugar determinado, como en esas películas en las que la protagonista pasaba la noche al lado del teléfono fijo esperando que su enamorado llamase. A cambio, nos ha atado a la agenda, que dicta días tras día su férrea dictadura del largo plazo.

Uno de los consejos clásicos de la autoayuda es pensar en aquellos eventos futuros que nos hagan ilusión para motivarnos durante el día a día cargado de obligaciones. Un equivalente poscapitalista al cielo cristiano. El resultado, terminar hipotecando nuestro futuro mientras descuidamos el presente. Cada vez obtengo mayor placer de quedar con alguien el mismo día para hacer algo que acabamos de descubrir que nos apetece hacer. ¿No es lo mejor de la vida dejar que te sorprenda un poco, no saber qué va a ocurrir cada segundo de las próximas semanas, días, horas?

El lunes me escribió un amigo para invitarme a su cumpleaños el día 16. Leí el mensaje rápido y mal, como hacemos todos, así que le dije que el 16 no podía porque cae en viernes y tengo que trabajar. No, no, me respondió. Él decía el 16 de marzo, dentro de mes y medio. Lo peor de todo es que tuve que consultar la agenda para asegurarme de que podía. No habría sido tan descabellado. El calendario ya presentaba un montón de huecos rellenados con conciertos, quedadas, compromisos y otros eventillos de esos que ocupan nuestro tiempo libre hasta que morimos (el día que dejamos de hacer planes).

Trinchera Cultural Hostelería Noticias de Madrid
El redactor recomienda