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Pero por qué los políticos no llevan a sus hijos a colegios públicos
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Héctor G. Barnés

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Pero por qué los políticos no llevan a sus hijos a colegios públicos

No es que nuestros mandatarios metan a sus hijos en colegios privados, es que la clase de gente que llega al poder es la que suele meter a sus hijos en colegios privados

Foto: El Pilar, el gran colegio de la élite (de izquierdas y de derechas). (Luis García/CC)
El Pilar, el gran colegio de la élite (de izquierdas y de derechas). (Luis García/CC)

No lleva ni dos semanas formado el nuevo Gobierno francés de Gabriel Attal y ya ha habido movida. La nueva Ministra de Educación, Amélie Oudéa-Castéra, argumentó que había sacado a su hijo de un colegio público para meterlo a otro privado, el exclusivo Stanislas (católico e investigado por homofobia y sexismo), porque los profesores faltaban "mogollón" a clase y el centro no los sustituía.

Una de las docentes ha contraatacado en Libération para responder que de eso nada, que ella siempre fue a clase y, cuando no lo hizo, siempre había alguien en su lugar. Más bien, sugería, Oudéa-Castéra sacó a su primogénito del público —los otros dos niños ya fueron a privados de entrada— porque no quería que repitiese. "Les dije que me lo dejaran un año más porque todavía no había madurado lo suficiente, pero no quería que estuviese con niños más pequeños", lamenta la docente.

Lo que hay que reconocer a Oudéa-Castéra es que al menos ha dado una explicación, aunque sea falsa. En España estamos acostumbrados a que los gestores de lo público lleven a sus descendientes a centros privados sin dar mayores justificaciones. Casi se da por hecho que va a ser así.

Lo de llevar a tus hijos a centros privados siendo político es algo que se reprocha, por lo general, a los ministros y presidentes de izquierdas. Prefiero no salvar en esto a la derecha, por mucho que sean los defensores de lo privado: al fin y al cabo, ellos también tienen que gestionar lo público, aunque a veces parezca que quieren que nos olvidemos de ello.

Es imposible que un servidor de lo público piense que la privada es mejor, ¿verdad? ¿Verdad?

El caso de los últimos ministros de Educación, siguiendo la senda de la francesa, es elocuente. Según Vozpópuli, la actual ministra de Educación, Pilar Alegría, llevaba a su hijo al Liceo Francés Molière de Zaragoza cuando fue nombrada ministra. Las hijas de Isabel Celaá estudiaron en las Irlandesas de Leioa antes de cursar sus carreras en Deusto. La descendiente de Íñigo Méndez de Vigo fue al Colegio Alemán de Madrid antes de pasar por ICADE. De los de Wert, sabemos que estudiaron la carrera en el CEU. Álvaro Marchesi, el cerebro detrás de la LOGSE y Secretario de Estado de Educación con Felipe González, es ilustre hijo de El Pilar, el centro de élite por antonomasia.

Hay una alternativa, la del público de relumbrón: Pedro Sánchez lleva a sus retoños al Ramiro de Maeztu, el instituto de los intelectuales localizado en Serrano, donde el propio presidente cursó el Bachillerato. Otra clase de elitismo, al fin y al cabo, incluso más perverso: la de aquellos centros que, aun siendo públicos, reciben a un perfil muy concreto de estudiantes.

placeholder Zapatero, una de las honrosas excepciones. (Europa Press/Eduardo Parra)
Zapatero, una de las honrosas excepciones. (Europa Press/Eduardo Parra)

En honor a la verdad, hay que citar las excepciones, como las de en su día vilipendiadas y ridiculizadas hijas de Rodríguez Zapatero, que estudiaron en el colegio público San Miguel, en Las Rozas; en Asunción Rincón, de Chamberí; y finalmente, en San Isidoro de Sevilla, en Moncloa. Todos ellos, públicos. Tengo la sensación de que si hiciésemos una gráfica con la presencia de hijos de políticos en la privada, tendría forma de U, con un pico en la educación franquista y el otro hoy, con un valle entre medias durante los años ochenta y noventa, antes del boom de la nueva educación privada: Felipe González envió a sus hijos al citado San Isidoro de Sevilla.

Si preguntásemos a los políticos por qué lo hacen, estoy seguro de que todos serían capaces de darnos una buena explicación. Las casuísticas de cada cual son muy distintas y probablemente convincentes. Aunque no nos guste reconocerlo, todos gastamos mucho tiempo y esfuerzo en desarrollar justificaciones para maquillar nuestras incoherencias hasta que parecen lo más lógico del mundo. Si no, siempre queda la alternativa del "en mi vida privada hago lo que quiero".

Por mi parte, soy incapaz de encontrar qué clase de incentivos tienen para hacerlo. Según una encuesta, la mayoría de padres envían a sus hijos a un centro privado porque creen que van a recibir una mejor formación. Pero es imposible que un servidor público considere que la educación que se proporciona en un centro privado es mejor que la de un centro público, ¿verdad? ¿Verdad? Habrá quien diga que, ya que ellos pueden pagarse la privada, así liberan puestos en la pública. Venga ya.

Así, es imposible que el hijo del ministro se encuentre con el del inmigrante pobre

Así que me pregunto qué otros posibles motivos pueden tener esos políticos para decantarse por la privada. ¿Hacer amigos que le garanticen que en su futuro tendrán una red de contactos de primera, como cuando José María Aznar y Juan Villalonga, presidente de Telefónica, compartían pupitre en El Pilar? ¡Pero para qué, si ya son hijos de ministros, eso es abusar! Podrían ser más dadivosos y decidir que esos chavales de colegio público también tienen derecho a codearse con los descendientes de sus mandatarios, aunque no vuelvan a coincidir nunca más tras abandonar el instituto.

¿Querrán garantizar así la seguridad de sus hijos, desprotegidos en un colegio público? No, no puede ser, porque eso implicaría que consideran que en los centros públicos hay gente que puede poner en peligro a sus hijos... pero en los privados no.

Quizá lo que piensen, siguiendo esa línea, es que en un privado sus hijos se van a encontrar a otros chavales más parecidos a ellos. Nos vamos acercando. Se trata de no crear ninguna incomodidad, tanto para unos como para otros, juntando a chavales que no tienen nada que ver. Pobrecitos. Lo cual también liquida toda posibilidad de que el hijo del ministro se codee con el hijo del inmigrante (del inmigrante pobre, que con el del rico sí lo hará), clave ya no tanto para la movilidad social, sino para que los poderosos sepan que los indefensos existen, que no son dos datos en una estadística y un vídeo sentimental sobre las colas del hambre en las noticias del mediodía.

Cualquier ciudadano sospecharía del cocinero que no se atreve a probar su propio guiso

En definitiva, no es que los políticos metan a sus hijos en colegios privados, es que la clase de gente que llega al poder es la que suele meter a sus hijos en colegios privados. El huevo y la gallina y la gallina y el huevo: la mayor parte de políticos, especialmente los de los dos grandes partidos de Gobierno, provienen de una extracción social y económica muy determinada en la que lo excepcional sería llevar a sus hijos a un colegio público. Así que no es que los políticos lleven a sus hijos a privados, es que los llevan a la privada (o ellos mismos estudian en la privada) y posteriormente obtienen sus cargos.

Una aburrida arma política

Se trata de un debate viciado porque solo se reabre con mala fe para atizar al enemigo político (generalmente, de izquierdas) cuando se descubre que no lleva a sus hijos a la pública. El proceso es el siguiente: un medio publica que el hijo de la ministra o vicepresidente de turno ha metido a su chaval en la privada, los adversarios políticos lo recogen, como hizo Toni Cantó (que está para hablar) con Pilar Alegría. Los detractores la atacan y, como reacción, los defensores la defienden. Por eso resulta interesante abrir el debate ahora, para que no esté viciado por la polémica del momento.

En última instancia, no es que no tengan incentivos para llevarlos a la privada, es que no tienen ninguno para no hacerlo. Llevar a tus hijos a un centro privado como cargo público no suele suponer ningún coste político, por lo que en la perversa lógica electoral, no hay ningún motivo para no hacerlo. Habrá que ver si a Oudéa-Castéra le pasa factura. Si es así, puede ser un primer paso para dejar de vivir en ese espejismo que supone pasar el día defendiendo los servicios públicos, mientras que se recurre a los privados en la intimidad.

De lo contrario, es posible que, con razón, el ciudadano piense que algo huele a podrido en la olla de lo público, como cualquiera sospecharía de un cocinero que no se atreve a probar su propio guiso. Simple y llanamente, me gustaría vivir en un país en el que la defensa de lo público pasase, entre otras cosas, por el uso y disfrute de lo público. Aunque esperemos que no dé lugar a lo contrario: que los políticos empiecen a hacer de Fraga en Palomares con sus retoños, enviándolos a las aguas de los colegios de la pública para probar que no está contaminada con plutonio y exhibiéndolos para pavonearse.

No lleva ni dos semanas formado el nuevo Gobierno francés de Gabriel Attal y ya ha habido movida. La nueva Ministra de Educación, Amélie Oudéa-Castéra, argumentó que había sacado a su hijo de un colegio público para meterlo a otro privado, el exclusivo Stanislas (católico e investigado por homofobia y sexismo), porque los profesores faltaban "mogollón" a clase y el centro no los sustituía.

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