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Precarios pijos: hay gente que vive igual de mal que tú que pronto vivirá mucho mejor
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Héctor G. Barnés

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Precarios pijos: hay gente que vive igual de mal que tú que pronto vivirá mucho mejor

Pasar unos años malviviendo en empleos mal pagados aparentando precariedad ha pasado a ser una de las experiencias obligatorias para los pijos, que así obtienen su legitimidad

Foto: Una dependienta viste un maniquí en una tienda de Zara en Arteixo, La Coruña. (Reuters)
Una dependienta viste un maniquí en una tienda de Zara en Arteixo, La Coruña. (Reuters)
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Victoria Beckham se recrea explicando que tanto su familia como la de David son de clase trabajadora. Su esposo abre la puerta y espeta: "Sé sincera". Entonces empieza el baile. "¡Estoy siendo sincera!" "Sé sincera". "¡Estoy siendo sincera!" "¿En qué coche os llevaba vuestro padre al colegio?" "Es complicado porque…" "¿En qué coche os llevaba vuestro padre al colegio?" "Depende…" "No, no, no, no, no". "Vale: en los ochenta, mi padre tenía un Rolls Royce".

El gran meme del otoño pasado refleja la mayor pretensión de quien hoy lo tiene todo: que parezca que no ha tenido nada. Algo que se concreta en hacerse pasar por clase obrera para legitimar sus privilegios. Se mezclan entre nosotros, pero su reino es de otro mundo. "Yo fui como vosotros hasta que dejé de serlo: tú también podrías haberlo hecho" es su lógica. Hoy, los pijos aspiran a ser de clase trabajadora y la clase trabajadora aspira a ser clase media. Para conseguirlo, no hay nada mejor que hacerse pasar por precario. Al fin y al cabo, ¿quién no es precario, una de las grandes experiencias comunes de toda juventud?

En un reciente artículo de El País, Jordi Costa escribía de los Javis que juntos "han vivido una arquetípica historia de ascenso a la gloria que partió de una precariedad bohemia y malasañera". El concepto "precariedad bohemia" es revelador por contradictorio. El bohemio es aquel que, según el diccionario, lleva "una vida errante y poco organizada, de comportamiento inconformista respecto a las normas sociales establecidas". El precario anhela a estabilizar su posición, aspira a ese orden que el bohemio rechaza. O eres precario o bohemio, y creo que los Javis fueron más lo segundo.

¿Quién determina quién es un precario real o un bohemio? Seguramente, como tantas cosas, el tiempo. A simple vista, los precarios pijos son absolutamente indistinguibles de los precarios de clase trabajadora. Frecuentan los mismos bares, acuden a las mismas citas culturales, tienen gustos parecidos o incluso exactamente iguales y hasta es posible que en un momento determinado desempeñen el mismo trabajo. Ahí entra lo "malasañero" que decía Costa: no hay lugar donde esta mezcla sea más clara, desde hace ya 40 años, que el barrio madrileño donde tantos sueños vienen a esfumarse.

Cada vez es más difícil distinguir a un precario pijo de un precario obrero

Es una de las consecuencias maravillosas de la clasemediatización de la cultura, de la universalización de la educación y del final de la guerra entre apocalípticos e integrados: salvo casos muy contados (una universidad de élite, una Big Four, una urbanización privada) resulta casi imposible distinguir a un pijo de quien no lo es, especialmente si está dispuesto a atravesar unos años de "vida precaria", siempre con el dinero de papá como red de seguridad, claro. Hasta que un gran día te da por buscar su nombre en internet y te encuentras con que los nombres de sus padres están en azul en Wikipedia.

Solo en contadas ocasiones asoman las diferencias como actos fallidos freudianos. En esa conversación en la que salen a relucir sus vacaciones a todo trapo en el rincón más exclusivo de los Alpes, en sospechosos trenes de vida que no casan con la supuesta modestia de sus salarios, en meses y meses en el paro o sobreviviendo a base de encarguillos que no se compadecen con los pisazos en el centro de la ciudad en los que viven. Migajas que van marcando la bifurcación de un camino que será evidente años más tarde, cuando nos demos cuenta de que los precarios pijos siempre fueron más pijos que precarios.

Porque ellos, especialmente en las industrias del conocimiento, ocupan los mismos puestos y juegan a lo mismo que los precarios-precarios. Tras años de becas, contratos de seis meses y períodos prolongados de paro inasequibles para la mayoría de bolsillos, unos habrán conseguido quedarse, tal vez incluso ocupando ya puestos de mando, y otros se habrán vuelto al pueblo con el rabo entre las piernas. Ambos tendrán la misma historia precaria que contar, pero los primeros la exhibirán como esos años que curtieron su carácter antes del éxito y los segundos la ocultarán como un sacrificio que no sirvió para nada.

La gran diferencia entre el precario pijo y el precario a secas es que, paradójicamente, los precarios pijos lo pueden ser más tiempo. Un precario que lo es durante veinte años no es un precario, es un privilegiado, porque solo alguien así puede permitirse alargar tanto tiempo un estilo de vida imposible. La horrible frase de Beckett que han adoptado los emprendedores de tres al cuarto decía eso de "fracasa otra vez, fracasa mejor". Los precarios pijos fracasan una vez, fracasan otra, fracasan mejor, fracasan otra vez, vuelven a fracasar mejor, y así sin parar. La mayoría solo nos podemos permitir fracasar una vez, o dos a lo sumo.

El viaje del héroe que dobla camisas

Hemos importado el modelo americano del éxito de empezar en un garaje, vivir la pobreza y triunfar para contarlo —el sesgo del superviviente, como recordarían los psicólogos sociales— que ahora hasta nuestros pijos tienen que vivir su tiempo de escasez para legitimar su éxito posterior, ese que en su fuero interno saben que llegará más pronto que tarde. Ese período de precariedad es parte del viaje del héroe y sale a relucir convenientemente en las entrevistas como carta de presentación. Antes, el señorito no se manchaba las manos. Ahora, lo necesitan para escribir su leyenda.

Vivimos en el espejismo de que somos iguales, pero el paso del tiempo nos separa

El mejor ejemplo es el de Marta Ortega, la hija de Amancio, cuyos cantares de gesta nunca olvidan que empezó doblando camisetas en el Zara de Londres como cualquier otra dependienta. A simple vista, el cliente que entraba en la tienda no encontraría ninguna diferencia entre Marta y cualquier otra de sus compañeras. Sin embargo, ella estaba llamada a ser la heredera del imperio Inditex y el resto, a saber, porque les hemos perdido la pista.

Sam Friedman, sociólogo de la London School of Economics, publicó hace unos años una investigación en la que mostraba cómo los trabajadores de clase media-alta nacidos en entornos de abundancia suelen recurrir a los orígenes de clase trabajadora de sus padres y abuelos para ocultar sus privilegios. "Nuestros hallazgos muestran que esta identificación errónea parte de un autoconocimiento que se construye en historias de origen que sirven para relativizar los orígenes privilegiados de los entrevistados y forjar afinidades con historias familiares de clase trabajadora", explicaba.

Por ejemplo, Friedman entrevistaba a Mike, socio de un estudio de arquitectura que pasaba de puntillas por el éxito de su padre como arquitecto, pero que repetía una y otra vez que su abuela había trabajado de niña en un molino o que su madre había limpiado casas. O a Ella, una actriz treintañera de éxito que admitía que sus abuelos eran dueños de un hotel, pero que lo hacían todo ellos, que no tenían personal a su cargo. Las largas justificaciones que daban los entrevistados de clase media (porque lo que tenían en común es que eran explicaciones muy largas y detalladas en comparación con la clase trabajadora de verdad) tenían como objetivo parasitar la identidad más o menos obrera de sus antepasados para que sus privilegios no cantasen tanto.

Es el paso del tiempo lo que pone socioeconómicamente a cada uno en su lugar, lo que muestra que la movilidad social no es tan fácil como nos quieren hacer creer y que la mayoría termina ocupando los espacios que les corresponde ocupar. Hoy vivimos el espejismo de que no es así porque frecuentamos los mismos lugares y ambientes, chocamos en los mismos bares, festivales, facultades o empresas hasta que los caminos se separan. En Soy fan (Alpha Decay), Sheena Patel narra, entre muchas otras cosas, las insalvables diferencias sociales (y raciales) de aquellos que frecuentan los mismos espacios, los mismos contextos o incluso las mismas parejas.

Hoy en día nuestras identidades tienden a ocultar nuestra clase social. Echo de menos esa época en la que nuestros orígenes eran obvios, pero ahora los pijos son canallitas y los macarras pasan por pijos. Por eso, como cantaba Fran Nixon, adoro a las pijas de mi ciudad. Porque su aroma es tan distinto, porque su ropa y el coche de tres millones y su sonrisa de dentista las hace inconfundibles. Adoro a las pijas de mi ciudad que parecen exactamente lo que son.

Victoria Beckham se recrea explicando que tanto su familia como la de David son de clase trabajadora. Su esposo abre la puerta y espeta: "Sé sincera". Entonces empieza el baile. "¡Estoy siendo sincera!" "Sé sincera". "¡Estoy siendo sincera!" "¿En qué coche os llevaba vuestro padre al colegio?" "Es complicado porque…" "¿En qué coche os llevaba vuestro padre al colegio?" "Depende…" "No, no, no, no, no". "Vale: en los ochenta, mi padre tenía un Rolls Royce".

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