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'No me llame Ternera': le debéis una disculpa a Jordi Évole
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El documental del fin de semana

'No me llame Ternera': le debéis una disculpa a Jordi Évole

El popular comunicador desarrolla en su controvertido documental un impecable trabajo periodístico

Foto: Josu Ternera, en una imagen del documental 'No me llame Ternera'. (Netflix)
Josu Ternera, en una imagen del documental 'No me llame Ternera'. (Netflix)

Yo tuve una novia japonesa que me dijo que ETA era amable. Habían puesto una bomba en verano, en una playa. Yo le contaba a ella en inglés cómo iba la cosa. Le contaba que los terroristas estaban llamando a la policía para ayudarles a localizar el explosivo. Como la policía no daba con él, los terroristas volvían a llamar. “So kind”, dijo ella.

Empiezo por esta escena berlanguiana del terrorismo en España porque, después de acabar de ver el documental de Jordi Évole sobre Josu Ternera, donde se repasan cincuenta años de matar gente para nada, uno siente un vacío sobrecogedor. Mucho de lo que se cuenta lo has vivido en directo y ya no lo recuerdas, como si no fuera contigo. Al mal lo blanquea el tiempo; ni siquiera hacen falta más de tres o cuatro años, en realidad.

Cuesta creer que uno estuviera allí, cuando unos psicópatas pegaban tiros en la nuca y secuestraban y ponían bombas y todo podía pasarle a cualquiera en cualquier momento. Era noticia el simple capricho criminal, coche-bomba, tiro en despacho, bomba-lapa, ¿qué hacemos hoy?, ¿y por qué hoy y no mañana?, ¿y por qué a esta persona y no a aquélla?

Al contrario de lo que se piensa, que algo sea Historia significa que ha sido olvidado. La Historia certifica como irreversible toda tragedia; los muertos ya sólo tienen permitido protagonizar su propia muerte, los vivos sólo queremos protagonizar la vida, es decir, no ser Historia. Olvidamos.

Cuesta creer que uno estuviera allí, cuando unos psicópatas pegaban tiros en la nuca y secuestraban y ponían bombas

Por eso, porque puntualmente es sano traumatizarse, y porque cuanto más nos alejamos del atentado semanal y de los secuestros y de las piernas seccionadas de Irene Villa menos creemos que aquello sucediera de verdad, nos viene bien el incómodo meneo de un documental como No me llame Ternera. Su propuesta es tan simple como sentarse con un etarra y preguntarle cómo fue eso de ser etarra. Josu Ternera nos cuenta durante hora y media que ser etarra constituyó el sentido de su vida. No se le ocurrió otra cosa mejor que hacer con ella.

Cesión indefendible

Antes de su estreno en salas y ahora en Netflix, yo también pensaba que dejar hablar a un terrorista tenía algo de cesión indefendible. El “blanqueo” que muchos imputaron a Jordi Évole consistía en dar la palabra a quien no hizo precisamente de la palabra su forma predilecta de comunicación. Es muy distinta la violencia que llega después de las palabras que la violencia que se presenta cruda e indescifrable.

Foto: Presentación de 'No me llame Ternera' en el 71 Festival de cine de San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)

¿Por qué hacen esto estos zumbados? El terror no lo producían sólo las bombas y los tiros, sino también el silencio. Así, diríamos que ahora no nos apetece que los terroristas desgranen sus motivaciones, digan cuánto lo sienten y cierren este capítulo de sangre con un “Buenos días tenga usted”. Lo sospechoso era que Jordi Évole quisiera hacer esta entrevista, y que Josu Ternera estuviera dispuesto a hablar con él. En esa concordancia había algo primariamente tendencioso.

Pero lo cierto es que Josu Ternera no iba a hablar con alguien que se aguantara todo el rato las ganas de insultarle o que ejerciera más como fiscal que como periodista.

El resultado a mí me ha parecido muy valioso. La labor de Évole consiste en lograr que el terrorista hable hasta el final. Sus preguntas son sólidas, directas, templadas. Cuida mucho su vocabulario porque nadie sabe cuándo un tipo con muertos en su haber va a decidir levantarse e irse. Ternera, cuya fluidez en castellano es muy limitada, se muestra de hecho sumamente sensible al uso de un término u otro. “No me llame Ternera”, en efecto; “no nos llame asesinos”, “no diga atentado sino acción”. Y así.

placeholder El periodista Jordi Évole y el director y guionista, Márius Sánchez, durante la rueda de prensa de la presentación del polémico documental 'No me llame Ternera' en San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)
El periodista Jordi Évole y el director y guionista, Márius Sánchez, durante la rueda de prensa de la presentación del polémico documental 'No me llame Ternera' en San Sebastián. (EFE/Juan Herrero)

El documental se presenta como una (fallida) puesta en abismo. Conceptualmente, estamos viendo el documental que Évole ha grabado y le está enseñando a una víctima de ETA (Francisco Ruiz, guardia civil, atentando contra el alcalde de Galdácano, 1976). Con él se inicia la película. Francisco cuenta su caso y Évole le dice que tiene una entrevista con Josu Ternera donde se dan nuevos datos sobre el atentado que casi le cuesta la vida. ¿Quiere verlo?

Este recurso me pareció un tanto obsceno, muy propio de un tiempo que gusta de registrar en directo las reacciones de las personas a asuntos extremadamente íntimos.

Digo “fallido” porque en el propio documental Évole mencionará a Ternera cosas que Francisco Ruiz le ha dicho en la introducción, presuntamente grabada después. Esto vuelve confuso el recurso narrativo.

La entrevista en sí consiste en recorrer la historia de ETA y ver qué opina Josu Ternera de cada atentado, negociación y encarcelamiento

La entrevista en sí consiste en recorrer la historia de ETA y ver qué opina Josu Ternera de cada atentado, negociación y encarcelamiento. Lo primero que comprendemos es que para entrar en ETA había que ser muy joven, es decir, un alma blanda. Quizá algún día habría que analizar la relación entre juventud y terrorismo. Si no hubiera gente joven, no habría terroristas.

Ternera considera que este documental es su oportunidad para explicarse, porque antes no ha tenido esa opción. “Hablan de mí como si fuera (sic) con cuernos y rabo”, dice. “Yo soy una persona como cualquiera”. Una vez aceptadas las premisas de un movimiento terrorista (abruptamente digeridas en la juventud), todo consiste en seguir sus ecuaciones al pie de la letra, cálculos coherentes, asesinatos que resultan tan lógicos como lo fue el primer asesinato. Matamos, es lo que hacemos. No tiene nada de malo.

La psique del terrorista que fue Ternera se basa mucho más en la lógica que en el romanticismo, entendemos. Hay un desplazamiento de la inhumanidad, que no recae en el que asesina, sino en la argumentación que le lleva a asesinar. Queremos la independencia de Euskadi, para ello necesitamos que el gobierno negocie esa independencia, para que negocie creamos terror: no es nada personal. Asumida esa lógica, puedes estar medio siglo destrozando la vida de un país.

Foto: Évole y Ternera (de espaldas), en una imagen del documental. (Netflix)

De este modo, Ternera nos cuenta que la muerte de Carrero Blanco (se cumplen estos días los cincuenta años de la voladura de su vehículo) la provocó su nombramiento como presidente del gobierno. La idea de ETA era secuestrarle. Al ascender en el organigrama franquista, su mejorada seguridad hizo imposible el secuestro. Así que le pusieron una bomba. Moralmente, para ellos era lo mismo secuestrarle que matarle.

Al cabo, Josu Ternera no se considera ni siquiera terrorista, pues cuando Évole le lanza símiles con el terrorismo yihadista se incomoda. “Ser terrorista es muy fácil”, dice el terrorista. Lo que quiere que comprendamos es que lo difícil es hacer estallar bombas que no maten a la gente. Para eso contaban con el Estado.

"Ser terrorista es muy fácil", dice el terrorista

En efecto, para que ETA desarrollara cómo quería su labor atentatoria, necesitaba que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado colaboraran con ellos. O sea, la famosa llamada de aviso. Si murieron inocentes en Hipercor, fue porque la policía no supo desalojar a la gente. “Haces confianza en un Estado que no cumple su función”, afirma Ternera, en su extraño castellano. La función del Estado es ir corriendo de un lado para otro buscando las bombas que tú has puesto, para que nadie pierda la vida.

Sobre los guardias civiles y sus muertes, Ternera considera que son “voluntarios”; voluntarios para morir. Lo cierto es que el propio Francisco Ruiz afirma en el comienzo de la película que se metió a policía para dar de comer a sus cuatro hijas, sin la menor vocación. Ternera se metió a terrorista con muchas más ganas.

Apartar la vista no hace desaparecer la realidad. No ver un documental donde habla un etarra no te vuelve más firmemente contrario a ETA

Poco a poco (Ortega Lara, Miguel Ángel Blanco…), llegamos a la disolución de ETA, y todo lo que queda atrás se ampara bajo el mismo razonamiento: el bien mayor, la liberación del pueblo vasco. Sólo con el asesinato de Miguel Ángel Blanco muestra Ternera su incomprensión (“No entiendo muy bien cuál es el objetivo de esa acción”).

No me llames Ternera es un trabajo periodístico de primer orden, que le está costando muchos disgustos a su realizador, Jordi Évole. Pero negarse a verlo porque lo ha hecho Évole es muy similar a negarse a ver imágenes de los cadáveres que dejó ETA. Apartar la vista no hace desaparecer la realidad. No ver un documental donde habla un etarra no te vuelve más firmemente contrario a ETA. Te vuelve más firmemente contrario a comprender su siniestro legado.

Yo tuve una novia japonesa que me dijo que ETA era amable. Habían puesto una bomba en verano, en una playa. Yo le contaba a ella en inglés cómo iba la cosa. Le contaba que los terroristas estaban llamando a la policía para ayudarles a localizar el explosivo. Como la policía no daba con él, los terroristas volvían a llamar. “So kind”, dijo ella.

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