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'El ADN del delito': viaje guiado por Brasil con Netflix
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'El ADN del delito': viaje guiado por Brasil con Netflix

La serie más cara de la historia del audiovisual brasileño trata la delincuencia organizada en la frontera con Paraguay

Foto: Fotograma de la serie brasileña 'El ADN del delito'. (Netflix)
Fotograma de la serie brasileña 'El ADN del delito'. (Netflix)

De Mayo del 68 nos quedaron algunas frases graciosas, como esa que dice: “Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás”. Netflix ha capitalizado la idea, y en todas partes hay Netflix, y a todas partes podemos viajar gracias a Netflix. Son unas vacaciones baratas en el Netflix de los demás.

Ante la oferta inasumible de nuevas series, y de nuevas temporadas de series viejas, uno saca el amante de la diversidad que lleva dentro. Eso está bien. No debemos pedir brasileños en series americanas, sino series brasileñas sin un solo actor de Hollywood. Por eso, porque era brasileña, me puse a ver El ADN del delito.

La buena fe queda pronto ridiculizada. Ver una serie de Netflix España, Netflix Brasil o Netflix Plutón acaba siendo simplemente ver cómo copian en Plutón, Brasil o España el estilo de hacer series de los Estados Unidos. La Gran Vía es Nueva York, tituló un libro Raúl Guerra Garrido. Brasilia es Nueva York y Plutón no se diferenciaría mucho de Chicago si Netflix les produjera una serie a los plutonianos.

placeholder Fotografía promocional de la serie de Netflix 'El ADN del delito'. (Netflix)
Fotografía promocional de la serie de Netflix 'El ADN del delito'. (Netflix)

Con todo, algo, sí, hay de propio, racial y carismático en estas imitaciones narrativas. (También les digo que a lo mejor sólo hay una manera de hacer series y películas si cuentas con presupuesto ilimitado: cuando el dinero no es problema, todo el mundo vive más o menos igual). En El ADN del delito tenemos, para empezar, el paisaje; tenemos la piel de los actores, tenemos el idioma susurrante del país y tenemos alguna canción de pop o rap local. Luego lo demás es lo mismo que Sicario 1 y Sicario 2 (Denis Villeneuve, 2015; Stefano Sollima; 2018).

De hecho, el protagonista se llama Benício (Benicio del Toro da vida en ese díptico fronterizo al personaje más interesante: el sicario), lo que podría ser un guiño a influencias manifiestas. Se usan los mismos coches grandes y negros puestos en fila y filmados desde arriba. Se juega con cruzar fronteras, con invadir jurisdicciones; se pegan muchos tiros sobre el asfalto, lo que siempre es bonito de ver: la road movie con metralletas.

La trama gira en torno a La Organización, unos ladrones de bancos que asaltan una prisión para liberar a sus compinches. Entre el montón de muertos que dejan, está el mejor amigo de Benício. Vengarse de Sin Alma, el malo que mató al amigo, constituye uno de los motores de la trama. El otro es acabar cada capítulo con un giro argumental que dé muchas ganas de ver el siguiente. Parece que la serie está teniendo mucho éxito en Netflix, ha renovado por una segunda temporada y Brasil ha entrado por fin en el mapamundi del audiovisual internacional.

'El ADN del delito' recuerda a 'Ciudad de Dios' (Meirelles, 2002), donde la violencia con samba se estilizaba comercialmente por primera vez

Mientras pasaba de un capítulo al siguiente, echaba cuentas de qué había visto yo de cine brasileño. Bastante poco. El ADN del delito recuerda enseguida a Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002), donde la violencia con samba se estilizaba comercialmente por primera vez. Antes, en los cines de versión original habíamos visto Estación Central de Brasil (Walter Salles, 1998), donde se mataba menos. Después, saltamos a 2007 para volver a matar mucho y dar esa imagen militarizada del país del fútbol y de los Cristos grandes: Tropa de élite (José Padhila, seguida de Tropa de élite 2, 2010). Seguro que hay un montón de cine brasileño maravilloso que no he visto y que a nadie le importa.

El ADN del delito abusa de los planos cenitales y desaprovecha numerosas escenas de tensión, como esa en que los ladrones desperdigados después de un tiroteo tratan de pasar desapercibidos en una estación de autobús. El miedo a que el espectador cambie de serie, y a que Netflix no te renueve, lleva a muchos directores a ignorar que un plano largo y aburrido puede ser el mayor placer que existe. Entonces emborronan su narrativa con planos cortos y absurdos y echan a perder sus propias ideas brillantes. En el caso que les digo, la policía hace recoger su equipaje del autobús a todos los pasajeros, y la maleta que queda huérfana es la del ladrón. Llena de dinero robado. Se resuelve mal, esto.

placeholder Rômulo Braga (Benício) y Jinkings (Suellen)  en un fotograma de 'El ADN del delito'. (Netflix)
Rômulo Braga (Benício) y Jinkings (Suellen) en un fotograma de 'El ADN del delito'. (Netflix)

La serie es muy masculina y sale una mujer para disimular. También es muy masculina, o sea, no es como que no le vuele la cabeza a quien haya que volársela pensando que ese tipo también tendrá una madre. Colores saturados, canciones en portugués y en español (la trama se localiza en la frontera con Paraguay); alguna en inglés para rendir pleitesía imperial.

Es una serie que se ve bien, pero que no llega a la genialidad de Gomorra (2014- 2021), a esa construcción fascinante de un producto propio, desacomplejado y novedoso. Y lo cierto es que el comienzo, el monólogo inicial, apuntaba en esa dirección: “La fronteras son algo que cuesta entender. La gente cree que sólo existen para separar, pero las fronteras también pueden unir. Gente de todo tipo, buena y mala, policías y delincuentes, en una puta guerra a muerte que causa estragos en ambos lados. Se habla de lo que entra en Brasil por Paraguay, pero no de lo que Brasil envía para allá: crimen. Todo tipo de crímenes. Entre ellos, el dominio de las ciudades, un invento cien por cien brasileño”.

Ese era el camino para la serie: mostrar delitos propios. Pero no lo consigue del todo.

De Mayo del 68 nos quedaron algunas frases graciosas, como esa que dice: “Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás”. Netflix ha capitalizado la idea, y en todas partes hay Netflix, y a todas partes podemos viajar gracias a Netflix. Son unas vacaciones baratas en el Netflix de los demás.

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