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'No me llame Ternera': y no me culpe a mí, que yo sólo pasaba por allí
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71.ª EDICIÓN DEL FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

'No me llame Ternera': y no me culpe a mí, que yo sólo pasaba por allí

El documental de Jordi Évole y Màriusz Sánchez, estrenado este viernes en el Festival de San Sebastián, retrata a un Josu Urrutikoetxea esquivo y equilibrista que difícilmente sobrevive a las preguntas del entrevistador

Foto: Jordi Évole en un momento de la entrevista. (Netflix)
Jordi Évole en un momento de la entrevista. (Netflix)

Josu Urrutikoetxea, alias Josu Ternera, tan solo pasaba por allí. O eso se desprende de la larguísima entrevista que conforma el grueso del documental No me llame Ternera, que se ha estrenado este viernes en la sección Made in Spain del Festival de San Sebastián a pesar de los intentos de que el certamen lo sacara de la programación. Más de 500 personas de la sociedad civil, el mundo de la cultura y de la política firmaron una carta en la que criticaban el documental por formar "parte del proceso de blanqueado de ETA y de la trágica historia terrorista en nuestro país, convertida en un relato justificativo y banalizador que pone al mismo nivel a asesinos y cómplices, víctimas y resistentes".

Probablemente, muchos de los firmantes de la carta contra la proyección del documental dirigido por Jordi Évole y Màriusz Sánchez comprenderán cuando lo vean que dar voz no significa dar la razón, ni blanquear, y que la capacidad de la cámara de desmontar a los ídolos de cartón piedra es inapelable. Dice Josu Urrutikoetxea —aparte de que no lo llamen Ternera— que ha accedido a conceder esta entrevista —grabada en 2022 en una casa cerca de San Juan de Luz, en el País Vasco francés— porque hasta hoy hay otros que han hablado por él. "No solo han hablado, sino que han escrito hasta libros, pero yo he tenido pocas oportunidades de poder expresarme".

Foto: Josu Ternera, en una imagen de archivo. (EFE/Yoan Valat)

A pesar de admitir haber ingresado en la banda terrorista ETA a los 17 años, en 1968; de haber leído el manifiesto de su disolución cincuenta años después, en 2018; de admitir haber participado en varios atentados terroristas —"acciones", se refiere él—, como la bomba en la Casa Cuartel de Zaragoza en 1987, donde murieron 11 personas, de las cuales seis eran menores; de desvelar su implicación en el asesinato del alcalde de Galdakao (Vizcaya), Víctor Legorburu, en 1976 —el guardia urbano que lo escoltaba, Francisco Ruiz, estuvo a punto de morir acribillado—; de que lo hayan reconocido como el líder de la organización, Josu Urritkoetxea parece que tan solo pasaba por allí.

No me llame Ternera no comienza con la historia del etarra, sino con la de Francisco Ruiz, que, desde una casona de Cáceres, descubre, al mismo tiempo que el espectador, que fue Urrutikoetxea el que —como mínimo— dirigía el comando que le mandó cinco meses al hospital con el cuerpo de cintura para abajo lleno de plomo. Cuenta no solo cómo fueron las ráfagas que le atravesaron a él y a Legorburu al salir de casa, siguiendo siempre la misma rutina. También lo que tardaron en atenderle, a pesar de que aquello ocurrió en la calle principal del pueblo y en hora punta. Y cómo su familia tuvo que aguantar los desprecios y provocaciones de los vecinos. Hasta tener que marcharse.

Josu 'Ternera' entró a formar parte de ETA con 17 años, en 1968

El suyo y otros 378 casos todavía siguen sin resolver y la Amnistía de 1977 le dejó sin la posibilidad de investigar a los responsables del crimen. Ruiz abre mucho los ojos, que se le empañan, cuando Urrutikoetxea se exculpa moralmente con toda frialdad. "Que usted había tenido participación en el asesinato de Carrero Blanco era algo que ya se sabía, lo que no teníamos ni idea era de su implicación en el asesinato del alcalde de Galdakao", apunta Évole. "¿Qué papel jugó usted?". "El que tenía que jugar", contesta. "¿Cuál?". "Pues el que fuera". Todo son evasivas en el relato del antiguo etarra. "Estaba en el comando para ejercer una función que llevaría a que a esa persona se la matase". Él niega que fuese quien apretó el gatillo, pero reconoce que en aquel momento lo hubiese hecho si se lo hubiesen pedido.

"El sistema fascista no había dado ningún paso hacia lo que más tarde se llamó reforma", titubea. "La organización sacó uno o más comunicados diciendo que o bien dimitía, o bien se le consideraba cómplice del sistema". Urrutikoetxea carraspea. Carraspea mucho. Duda. Balbucea. Busca y rebusca justificaciones semánticas. Se escuda en una retórica farragosa y dubitativa. "En ese momento, cuando estás inmerso en esa violencia, te impide de alguna manera irte hacia ese aspecto de sensibilidad ante el sufrimiento del de enfrente. Y estoy hablando de los dos campos. No hay empatía", defiende.

A Urrutikoetxea le resulta difícil salir del atolladero de dilemas morales que le plantea

El primer desencuentro denominativo entre Évole y Urrutikoetxea empieza con determinar el lugar donde se ha producido la entrevista: Urrutikoetxea insiste en que no es Francia, Évole defiende que, legalmente, sí. A Urrutikoetxea le resulta difícil salir del atolladero de dilemas morales que le plantea Évole, como si no se los hubiese preparado, como si tan siquiera se los hubiese planteado. ¿Por qué no aprueba el terrorismo islamista y por qué sí el vasco? ¿Por qué no es lícito matar por un dios y sí por una patria? ¿Por qué no aprueba que hubiese víctimas civiles en el 11-M y sí en la Casa cuartel de Vic? Tampoco habla de "amenazas", sino de análisis de la situación política. Es capaz incluso de culpar al Estado por no haber cumplido su función, la de proteger a los ciudadanos, puesto que ellos avisaron de haber puesto las bombas en el aparcamiento. Una pirueta inaudita.

La entrevista se hace incómoda. Incómoda porque Urrutikoetxea, ya con 72 años, parece darse cuenta de lo que ha sido entregar 50 años de una vida a una organización que asesinó a 850 personas, que fragmentó la sociedad vasca —recuerda Francisco Ruiz cómo tuvo que marcharse de su tierra, País Vasco, porque sus vecinos lo trataron como un apestoso por haber sobrevivido al atentado— y que le ha mandado 12 años a la cárcel y más de 20 a la clandestinidad. Es la mirada de alguien que se ha dado cuenta de su equivocación, pero que busca un asidero para justificar que lo que hizo parecía necesario. Pero ¿cómo se justifica un atentado en un centro comercial de un barrio obrero, cuando tu organización reivindica la emancipación de las clases populares?

Foto: Maixabel Lasa, cara a cara con Ibón Etxezarreta 'Potxolo', el asesino de su marido. (Movistar+)

Urrutikoetxea no es tampoco claro ni con las fechas ni con los lugares. Huye de la precisión, de lo específico. Cuando le pregunta si era amigo de Yoyes, la antigua líder asesinada por la banda, el exetarra contesta: "Amigo... no se puede decir amigo, la conocía", para más tarde admitir que estuvo con ella cuando se exilió a México. "Yo la acompañé el aeropuerto, como otros, no solo yo". La culpa repartida parece pesar menos. Niega también que fuera jefe de la banda: aduce que el funcionamiento era más bien asambleario. Retuerce las palabras para descargarlas del peso dramático, de la culpa. No suena igual "asesinatos" que "consecuencias humanas irreversibles", como rebautiza él.

A medida que avanza la entrevista, Urrutikoetxea va dejando entrever su desacuerdo con el devenir de ETA. Apresado y encarcelado, primero en Francia y luego en España, parece que la prisión le sirvió para alejarse del aparato violento de la banda y elegir el camino de la política: en 1998 lo eligieron como diputado del Parlamento Vasco en las listas de Euskal Herritarrok. También participó en las negociaciones de paz con el Gobierno español, a quien representaba Jesús Eguiguren, quien entre 2002 y 2014 ocupó el cargo de presidente del PSE-EE. "¿Es cierto que una de las primeras cosas que le dice a Jesús Eguiguren es 'Yo vengo aquí a acabar con la violencia?". Urrutikoetxea afirma que "era un conflicto que no le podíamos dejar a las generaciones venideras". Lo que no consigue explicar es por qué fue él quien leyó en 2018 el manifiesto de la disolución de la banda cuando hacía años que ya no pertenecía a la misma.

No se arrepiente de haber formado parte de la banda. Pero tampoco es claro en el papel que desempeñó durante ¡casi 50 años! En lo esquivo de sus palabras y de su mirada no hay, sin embargo, lugar para esconderse.

Josu Urrutikoetxea, alias Josu Ternera, tan solo pasaba por allí. O eso se desprende de la larguísima entrevista que conforma el grueso del documental No me llame Ternera, que se ha estrenado este viernes en la sección Made in Spain del Festival de San Sebastián a pesar de los intentos de que el certamen lo sacara de la programación. Más de 500 personas de la sociedad civil, el mundo de la cultura y de la política firmaron una carta en la que criticaban el documental por formar "parte del proceso de blanqueado de ETA y de la trágica historia terrorista en nuestro país, convertida en un relato justificativo y banalizador que pone al mismo nivel a asesinos y cómplices, víctimas y resistentes".

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