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'Dejar el mundo atrás': por fin un apocalipsis que no es culpa tuya
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La película del fin de semana

'Dejar el mundo atrás': por fin un apocalipsis que no es culpa tuya

Sam Esmail firma un extraordinario e incomodísimo estudio de las neurosis contemporáneas

Foto: Escena de 'Dejar el mundo atrás', en Netflix.
Escena de 'Dejar el mundo atrás', en Netflix.

"No es la realidad, es Netflix", se dice uno cada vez que se instala bajo el pabellón de la gran N colorada. Esta plataforma nos tiene acostumbrados al adoctrinamiento, la cuota, el colorín, la culpa y la homogeneidad más aplastante: todo es igual, similar, idéntico, lo mismo otra vez desde la más cacareada diversidad. Por eso, cuando en los primeros compases de Dejar el mundo atrás, Julia Roberts afirma: “¡Odio a la gente!”, hay que parar la cinta y comprobar que no la estamos viendo en HBO. ¡O en VHS! Hacía siglos que no veía una película contra los demás, motivación que tan buen cine nos dio en los años 90. Dejar el mundo atrás es, básicamente, una película rodada en tu contra.

Una aproximación interesante al peliculón que ha dirigido Sam Esmail consiste en acordarse de No mires arriba (Adam McKay, 2021), donde el planeta también se acercaba poco a poco a algo parecido a un apocalipsis. En la película de McKay, la estafa moral era evidente: si te gusta mi película, eres buena persona. Si la criticas, eres malo, porque niegas el cambio climático. No mires arriba no te decía nada que no supieras antes de que sus guionistas pusieran las primeras palabras de su spot para el Ministerio de Transición Ecológica. Como spot, estaba muy bien hecho; como cine, había que echar mano de una lupa para encontrarle el arte.

Dejar el mundo atrás, sin embargo, es tan buen cine americano que casi parece europeo. Se parte del deseo de dinamitar todos los clichés del propio Netflix. Cuando aparece la familia americana estándar (padre, madre, hijo mayor, hija pequeña), venturosamente el padre no sale cocinando, la madre no sale dando besos de más a sus hijos, los hijos no salen portándose un poquito mal, pero sin superar las fronteras de la más estricta ternura. Sale una familia normal, que no sabe que protagoniza una película.

El personaje de Julia Roberts, hastiado de Nueva York, ha alquilado una casa en el campo sin consultar a su esposo, que interpreta Ethan Hawke. Le suelta una charla muy potente mientras él se despereza en la cama (“Odio a la gente”, ya decimos). Notamos enseguida que Ethan está en su papel habitual (Training Day, Antes de que el diablo sepa que has muerto); o sea, el de hombre pusilánime. Como siempre, lo borda.

A Julia Roberts le da todo completamente igual, la corrección política se la suda. No quiere a gente extraña bajo el mismo techo que sus hijos

De camino a la villa campestre, uno puede notar que la hija de la familia no es la típica adolescente sexy y rebelde, sino una chica retraída, sin mucho atractivo y con una anacrónica adicción a la serie Friends (1994-2004). Su hermano mayor no es, a su vez, el acostumbrado geniecillo pegado al móvil que ya domina cuatro lenguajes de programación y da lecciones sobre reciclaje y dióxido de carbono, sino un joven sanote y algo simple al que le gustan las chicas, y poco más. Cuando Ethan se pone por fin a cocinar (es inevitable), su personaje transgrede el cliché mostrando su afición al rugby y su condición de fumador a escondidas y alcohólico promisorio.

Las vacaciones en familia van estupendamente, pero un barco petrolero se divisa en el horizonte, desde la playa. El barco está cada vez más cerca. Los bañistas echan a correr. El barco penetra en la playa y levanta una oleada de arena. Es el comienzo del fin.

Foto: El elenco protagonista del thriller psicológico 'Dejar el mundo atrás' (Netflix)

El mundo está fuera de control.

La familia Sandford lo comprobará enseguida. Un padre y su hija de dieciocho años llaman a la puerta de la (en rigor) mansión campestre que tienen alquilada y dicen ser los dueños de la casa. Nueva York está colapsado, han huido y quieren refugiarse en su propiedad. Él viste de smoking y ella, traje de noche. Son clase alta. Sin embargo, Julia Roberts se muestra reticente a acogerlos, a aceptar siquiera que son los dueños de la casa. El tira y afloja sobre si dejar entrar a unos desconocidos en la casa donde vives ocupa como media hora de película. Es una media hora que firmaría Yorgos Lanthimos (Canino, 2013) o Ruben Öslund (Fuerza mayor, 2014).

¿Saben por qué? Porque el padre y la hija son negros.

Durante esa media hora (o lo que a mí me pareció media hora), el espectador está incomodísimo: ¿cómo puedes tratar así a un hombre negro y a su hija? ¿No ves que son negros? ¿No ves que esto es Netflix y aquí los negros no violan a tus niños si los acoges en tu domicilio? Además, los negros también pueden ser miembros de la Filarmónica de Nueva York: eso afirma ser Scott, interpretado por Mahershala Ali. Pero nada, a Julia Roberts le da todo completamente igual, la corrección política se la suda. No quiere a gente extraña bajo el mismo techo que sus hijos.

Con una habilidad impresionante, sólo hacia el final del debate y las primeras horas de convivencia permite el director que la hija de Scott (Myha´la) juegue la carta del racismo para oponerse al carácter rigurosamente excluyente de la señora Sandford. Hay que decir que todo el plantel de actores está sublime, elegido con un mimo sapiencial.

placeholder Escena de 'Dejar el mundo atrás'.
Escena de 'Dejar el mundo atrás'.

Acabado el primer acto, los espectadores se encuentran en un punto idóneo para disfrutar de la película: no saber qué puede pasar, porque todo puede pasar. El mundo creado por Esmail es moralmente autónomo, verosímil, táctil, muy puñetero. El hijo de los Sandford ve a la joven Scott en la piscina, y le hace fotos del culo con el móvil, con mucho zoom. El padre (Ethan) deambula con el coche tratando de llegar a algún pueblo para informarse de los motivos de que Internet se haya caído, y cuando una mujer latinoamericana le pide ayuda en medio de la carretera, acaba dejándola abandonada. ¿No eran los buenos, los Sandford? ¿No somos los buenos, nosotros? Esmail ha elegido con toda intención que la mujer abandonada sea inmigrante, sí.

Varias escenas espectaculares van dando crédito a la idea del fin del mundo: todo se desmorona, y hay que buscar refugio. Como en el famoso episodio 3 de The last of us (HBO) o en películas como la excelente 10 Cloverfield Lane (Dan Trachtenberg, 2016), la historia de un apocalipsis obliga a dar la razón a los menos razonables: los “preparacionistas”. Esa gente que construye un búnker debajo de su casa y lo mima a la espera de que la extinción de la especie humana mejore la opinión que sus vecinos tienen de ellos. Aquí aparece Kevin Bacon, con búnker.

La película ha desconcertado a mucha gente porque por primera vez el apocalipsis es culpa de que tú en tu día a día has dejado de ser amable

Y, entre medias, todas las paranoias, miedos, terrorismos, ciberterrorismos, clubes de poderosos y planes B de las élites tecnológicas para huir en cohetes a la Luna (Yolanda Díaz dixit) se hacen presentes en las conversaciones de los personajes. ¿Qué está pasando realmente?

La película, volviendo a Sartre, nos dirá que el infierno no es el cambio climático o el terrorismo o la guerra de civilizaciones. Eso es calderilla comparado con “los otros”. Dejar el mundo atrás ha desconcertado a mucha gente porque por primera vez el apocalipsis no es culpa de toda la especie humana, o de las dichosas élites, sino de que tú en tu día a día has dejado de ser amable.

"No es la realidad, es Netflix", se dice uno cada vez que se instala bajo el pabellón de la gran N colorada. Esta plataforma nos tiene acostumbrados al adoctrinamiento, la cuota, el colorín, la culpa y la homogeneidad más aplastante: todo es igual, similar, idéntico, lo mismo otra vez desde la más cacareada diversidad. Por eso, cuando en los primeros compases de Dejar el mundo atrás, Julia Roberts afirma: “¡Odio a la gente!”, hay que parar la cinta y comprobar que no la estamos viendo en HBO. ¡O en VHS! Hacía siglos que no veía una película contra los demás, motivación que tan buen cine nos dio en los años 90. Dejar el mundo atrás es, básicamente, una película rodada en tu contra.

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