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'La sociedad de la nieve': avalancha de aventura y emoción en la gran gesta de Bayona
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'La sociedad de la nieve': avalancha de aventura y emoción en la gran gesta de Bayona

El Bayona más humanista escala hasta la cumbre del Globo de Oro con una película de catástrofes sobre el accidente del vuelo 571 de las Fuerzas Aéreas Uruguayas

Foto: El vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya transportaba a 45 personas; sobrevivieron 16. (Netflix)
El vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya transportaba a 45 personas; sobrevivieron 16. (Netflix)

Explica Juan Antonio Bayona que las historias de catástrofes siempre honran a los supervivientes, a quienes lograron sobreponerse a su frágil e insustancial humanidad y convertirse en una versión anómala de sí mismos, ya sea la extraordinaria o la miserable, lo suficientemente disociada de su cotidianidad como para escapar de una muerte casi segura. Desde el magnate filántropo que soborna por un asiento en el bote salvavidas de "las mujeres y los niños primero" en el Titanic hasta el alpinista que se arranca su propio brazo tras quedar atrapado por una roca en un cañón en medio del desierto (127 horas, 2010). No hay quien no conozca la historia de aquel avión accidentado cuyos pasajeros supervivientes tuvieron que comerse a sus amigos muertos. Hollywood se encargó de convertir en espectáculo el horror en 1993 con ¡Viven!, protagonizada por un Ethan Hawke entonces barbilampiño.

Por eso —y porque ¿qué más se puede contar del accidente de Los Andes de 1972?—, el director catalán ha decidido honrar también la historia de los muertos, de aquellos que no concedieron entrevistas después de ser rescatados, de quienes no escribieron un libro ni fueron condecorados ni contaron su pesadilla a sus vecinos, a sus amigos, a sus hijos y a los hijos de sus hijos, y a todo el que quisiera oír, porque un trauma así es lo que encadena toda una vida a un solo momento que determina el antes y el después de todo lo demás.

Basada en el ensayo homónimo del periodista uruguayo Pablo Vierci, La sociedad de la nieve es ese saldo de cuentas de Bayona con el otro lado de un relato despojado de épica, descendido a la cotidianidad, como al parecer se ven las grandes tragedias cuando uno está dentro. El pensamiento inmediato, la unicidad del ahora. Por si no hubiera mañana. Para su película más depurada y menos melodramática, la más emocionante y menos emotiva, Bayona ha elegido un reparto de actores argentinos y uruguayos prácticamente desconocidos, y ha dado con el gran carisma que es Enzo Vogrincic, quien interpreta al protagonista, Numa Turcatti, dueño de la voz en off que hila la narración. El punto de vista que plantea Bayona es arriesgado, puede parecer tramposo, pero es coherente con su intención.

placeholder Enzo Vogrincic, quien interpreta al protagonista, Numa Turcatti. (Netflix)
Enzo Vogrincic, quien interpreta al protagonista, Numa Turcatti. (Netflix)

Nominada al Globo de Oro a Mejor película de habla no inglesa y con posibles de cara a los Oscars, La sociedad de la nieve se estrena este viernes en salas y el 4 de enero en Netflix. Existen las películas para ver en pantalla grande (todas) y las películas-experiencia en las que la pantalla grande, el sonido envolvente y la experiencia comunitaria no son un deber, sino una necesidad. Y esta es de las segundas. Después de más de dos horas encerrados y enterrados bajo la nieve con los pasajeros del avión siniestrado, el espectador siente cómo le baja la temperatura corporal. La sociedad de la nieve es un regalo, el de la empatía física, la posibilidad más cercana e indolora a estar allí, entre ellos y en medio de paisajes más allá de lo humano, gracias a los grandísimos planos generales de la película.

La película arranca en Uruguay y parte de la idea del azar: un grupo de estudiantes decide si acompañar o no a sus amigos del equipo de rugby Old Christians Club en un viaje a Santiago de Chile. Muchos de ellos no han salido nunca de Uruguay y la promesa de conocer un país diferente y, sobre todo, a chicas diferentes, de compartir un viaje que exaltación de la amistad, hace que muchos de ellos se embarquen en el vuelo 571. Bayona opta por una colorimetría deslavada, como de fotografía antigua, para trasladarnos emocionalmente a ese Uruguay de principios de los setenta. Antes de despegar, uno de ellos toma una fotografía, la cámara como una pistola en la ruleta rusa: ni el espectador ni los retratados saben quién vivirá y quién morirá. Una vez en el aire, el director dilata el suspense recreando la banalidad de las conversaciones y las pequeñas rutinas del vuelo. Luego llegan las primeras turbulencias, las bromas, las risas nerviosas y, finalmente, el desastre: los asientos se incrustan unos en otros, los tobillos se rompen, el caos se apodera del interior para dejar paso al silencio y la oscuridad. No sé cómo ha rodado Bayona el accidente, pero resulta apabullante, inédito. El excelente diseño de sonido de Oriol Tarragó, de nuevo centrado en lo material —el hueso, el metal— es absolutamente envolvente.

placeholder La reconstrucción del interior del avión. (Netflix)
La reconstrucción del interior del avión. (Netflix)

Bayona rueda desde lo físico, desde la proximidad, la cámara de Pedro Luque empotrada contra los personajes, como si quisiera atravesar su piel y parapetarse dentro de ellos, pero también desde lo trascendente, desde lo que va más allá de la carne y la piedra. Y a la emoción llega de forma calmada, sin estridencias, pero implacable. También hay mucho más pudor que en ¡Viven! y otras traslaciones al cine de los hechos. La sociedad de la nieve elude el morbo y la escabrosidad y representa los momentos de canibalismo primero como una cuestión pragmática, de mera supervivencia, y luego casi a modo ritual.

La decisión de rodar en Sierra Nevada y no plató, de que los actores trabajen desde la incomodidad de las bajas temperaturas y la falta de alimento —siguieron dietas de adelgazamiento controladas—, de un trabajo muy corporal en sus interpretaciones, consiguen transmitir una fisicidad extrema. También la decisión de confinarlos dentro del esqueleto del avión siniestrado, con el operador de cámara casi como uno más de ellos, nos sitúa como uno más entre los cuerpos. En un principio, los muertos y los vivos comparten el mismo limbo de incertidumbre, compartiendo espacio dentro del fuselaje. De nuevo entra el azar, antes que la ley del más fuerte: que un metal oxidado te atraviese un dedo puede ser más mortífero que una cara destrozada. Pero, poco a poco, se imponen la fortaleza psicológica y la cooperación: esto último, la defensa de la colectividad, la reafirmación de que somos más fuertes como sociedad que como individuos.

placeholder Los supervivientes atraviesan la montaña. (Netflix)
Los supervivientes atraviesan la montaña. (Netflix)

Dice el dicho que "a todo se acostumbra uno, menos a no comer". Bayona consigue también aligerar el peso de la tragedia con momentos de divertimento, incluso. Un rayo de sol puede ser la magdalena de Proust que te traslade a tu playa mental para aliviar el dolor y la incertidumbre. A partir de aquí, como los náufragos en una isla desierta, comienza la película de aventuras. Para quien no conozca a fondo los hechos reales, sorprende la torpeza de las autoridades, incapaces de encontrar los restos del avión, y la resistencia de unos hombres que sobrevivieron ¡72 días!, ¡tres meses!, sin comida ni bebida y con un frío extremo. Es más, la realidad roza lo inverosímil. Ninguna ficción hubiese soportado la saña de un guionista que hubiese planteado aquello que de verdad ocurrió. ¿Quién creería que, después de dos meses de aislamiento, dos de los supervivientes —mantengamos el misterio de los nombres— se atreviesen a cruzar los Andes prácticamente a pelo durante más de 10 días para encontrar ayuda?

Más allá de la gesta, Bayona consigue extraer una lección profundamente humanista, optimista, de fe en la bondad del otro, realmente emocionante: los actos de aquellos hombres trascendieron sus nombres y los propios hechos; ellos se convirtieron en símbolo de algo más grande, de algo eterno, y es de la solidaridad y de la empatía de la que —a veces— es capaz el hombre. Igual que en Lo imposible (2012), Bayona insiste en su fe en nosotros.

Explica Juan Antonio Bayona que las historias de catástrofes siempre honran a los supervivientes, a quienes lograron sobreponerse a su frágil e insustancial humanidad y convertirse en una versión anómala de sí mismos, ya sea la extraordinaria o la miserable, lo suficientemente disociada de su cotidianidad como para escapar de una muerte casi segura. Desde el magnate filántropo que soborna por un asiento en el bote salvavidas de "las mujeres y los niños primero" en el Titanic hasta el alpinista que se arranca su propio brazo tras quedar atrapado por una roca en un cañón en medio del desierto (127 horas, 2010). No hay quien no conozca la historia de aquel avión accidentado cuyos pasajeros supervivientes tuvieron que comerse a sus amigos muertos. Hollywood se encargó de convertir en espectáculo el horror en 1993 con ¡Viven!, protagonizada por un Ethan Hawke entonces barbilampiño.

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