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En defensa del glam: tetas al aire, androginia y excesos
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En defensa del glam: tetas al aire, androginia y excesos

El glam resiste como género musical excéntrico y provocador más allá de la mesura

Foto: Mötley Crüe es un grupo célebre por sus fiestas sexuales, y su batería Tommy Lee se casó con Pamela Anderson.
Mötley Crüe es un grupo célebre por sus fiestas sexuales, y su batería Tommy Lee se casó con Pamela Anderson.

Corrían tiempos que estos ojos no llegaron ni a rozar. Los años 60 y 70 habían colmado las orejas occidentales de hippiosas composiciones lisérgicas. Un melange de folk y psicodelia que por buena no dejaba de oler a pastel. La sobriedad de su vestimenta, la pretendida trascendencia de su emocionalidad musical, romper la rueda del dharma y todo aquello del orientalismo místico, así como el hormigonado metafórico de las letras, se hacía pesado para una juventud que se envalentonaba explosiva. Ácida. Provocadora…

Los cachorros británicos, hasta hace no mucho siempre a la vanguardia de la novedad y el experimento cultural, se rebelaron a la flema motivacional. Peleando a la contra, inventaron -si es que se puede decir algo semejante de un género musical- el glam. ¡A mamarla tanta intelectualidad! Tanto tema de 9 minutos y erudito tripudio de letras bizarras.

Bienvenida sea la enérgica sencillez, la extravagancia estética que hace del escenario una performance entripada y el calor de las masas. Lo que a comienzos de los años 70 desvirgó T. Rex con el álbum Electric Warrior, pronto fue encontrando temerarios acólitos que llevaban el concepto cada vez más hacia los precipicios de la moral. David Bowie y su Ziggy Stardust, así como la sacrosanta portada del Aladdin Sane (inmortalizando el rayo facial con la cámara de Bryan Duffy), abrieron las aguas al despiporre imaginativo.

Descorchados los ochenta, el glam se había abierto camino de manera descarada, recibiendo en sus brazos de purpurina a grupos como Slade, Alice Cooper, W.A.S.P, Twisted Sister, los descaradísimos New York Dolls o Hanoi Rocks hasta el auge del glam metal, encarnado en los pajaritos que me traen a este artículo: Mötley Crüe. Los chicos malos de los Ángeles tuvieron el mes pasado, junto a Def Leppard, un bolo en Madrid que polinizó la capital de la idiosincrasia glam, así como de no pocas controversias.

Una vez aterricé en el bolo de los supervivientes del género, cabe decir que allí la cosa estaba al rojo vivo. El glam resistía/resiste en tíos con polo azul pringado, crestas de pollo violetas, pelucas rubias, bandanas, chalecos vaqueros, botas altas, pantacas de cuero y mucho joven infante dispuesto a la idolatría. El embrujo de la vieja locura infecta las aspiraciones de un tiempo en que todo cae en un minimalismo menos desparramado. Lo del glam es un disfraz con tanta pose, resulta tan wannabe, que nadie se lo puede tomar en serio. Entiendo que ahí reside ese atractivo que, tantos años después, todavía lo hace llenar estadios.

Lo del glam es un disfraz con tanta pose, resulta tan wannabe, que nadie se lo puede tomar en serio

El rollo era sexy, provocador, desmedido. Los dioses, los patriarcas que dominaban el escenario, ya estaban viejos, canosoteñidos y panzudos, pero guardaban la fuerza de su arte. La gloría de esos bafles reventones que ponían a todo el mundo en pie. Es la hipérbole por bandera y si funcionó hace 40 años, para quien se deja llevar, sigue estando de actualidad vital. Había cierto culto a la insalubridad moral de antaño. Hoy, me tienta decir, por fortuna, desfasada, que estos glameros seguían reivindicando desde su megalomanía cliché.

Gogós espectaculares a las que se hacía alusión en cada canción, desfilaban por ahí con bailes ininterrumpidos. Movimientos que, en su mayoría, tenían por objeto la sexualidad, la atracción, hasta el punto en que Tommy Lee -batería de la banda y famoso por haber protagonizado el video sexual filtrado con Pamela Anderson- iba de un lado al otro, motivado por el calor del momento, pidiendo a las asistentes que enseñasen los pechos. "¡Tetas! ¡Tetas!", reclamaba el baquetas y, mira tú, no tardaron nada en aparecer muchos pares que se decidieron a lucirse frente a los casi 30 mil asistentes.

Carlos Marcos, crítico de El País, tildó este gesto de puerilidad desfasada y machista. No vengo a contradecirlo (sobre todo lo de pueril) pero, vamos, ¿acaso no va la historia de desfase? ¿Hay una frivolidad cosificadora? ¡Por descontado! Pero, ¿qué mejor momento que el auge del twerking para hacer las paces con el culto a la hipersexualización femenina del glam? Tommy también pidió pechos masculinos y, si le hubieran ensañado un pito, seguro que hubiera dado volteretas. La filosofía del glam no denigra provocaciones. Al contrario. Pero siendo una panda de gachos heterosexuales los que tocan no me parece delirante que acaben demandando su vicio, sin que degraden los demás. Si Lil Nas X pidiese ojetes masculinos en su bolo lo vería divino, dado que es lo que le envicia. Lo mismo para cualquiera artista femenina heterosexual. La cosa, creo, no va de politizarse sino de dejarse llevar.

En términos femeninos, perrear con Chulo pt.2 de Bad Gyal, Tokischa y Young Niko hoy no tiene por qué ser menos empoderador que hacer barra americana sobre Girls Girls Girls de Mötley Crüe. La suciedad sexual del glam hizo de la mujer objeto de deseo, pero también abrió la veda para convertirla en jefa de él. Cuando, durante el pasado concierto de Mötley Crüe, en Madrid, varias chicas lucieron sus pechos subidas a hombros de anónimas atalayas humanas, lo hicieron con una felicidad que se respiró en los aplausos que recibieron con un cariño, no sólo admirativo y para nada invasivo, sino casi casto. No es que nadie vaya a ponerse cachondo por verle las aureolas a un grupo de tipas. Es más una cuestión de aventura. Recuerdo ver a Arca en el Sonar de 2022 enseñar su pulido ano jugando a la misma descreída provocación. Y me pareció fantástico. Y no por ser Arca transexual cambia el núcleo. Es el espectáculo, amigos. Quien lo conoce, quien lo vive, lo sabe.

El glam ha impregnado en muchos jóvenes más de lo que nos imaginaríamos. La cifra de asistencia y la media de edad de la velada dieron fe de ello. Supongo que la película The Dirt, en un mundo a veces quizás demasiado soft, ha impactado dando a luz a fans que no sabían lo que significaba el glam. Ese desparpajo hortera. El falsete comprometido. El éxtasis de las drogas que explotan hacia el exterior haciéndote lanzar teles por la ventana. Darse cuenta, mira tú qué sorpresa, que las uñas pintadas, el rímel y las botas de cuero hasta el muslo en hombres no las inventó Bab Bunny, si no que venían de antes. De mucho antes…

El glam es ese desparpajo hortera. El falsete comprometido. El éxtasis de las drogas que explotan hacia el exterior haciéndote lanzar teles por la ventana

El glam rock invita a un cadereo sensorial que es ley. Así como al pimple. A la desinhibición. A enseñar los pezones. A destapar los géneros ocultos sin pretender nada que no sea divertirse. Frivolizar. Porque todo es muy frívolo. Y en un mundo que se toma a sí mismo al pie de la letra, conviene abandonarse a la magia del impulso básico. El glam es sentirlo, no revisarlo. Darse el gusto sin atizarse demasiadas vueltas. Quizás por eso encuentra nuevos fans.

El mundo del rock, de la música en general, ha estado toda la vida lleno de pollos greñudos que la pisan fatal. Malos riffs, letras inofensivas y cutres, un embudo de hachas sin alma, francamente insustanciales, que han sido pasto de sueños frustrados en oficina o ferretería. Ahora, hay peña combativa, sarcástica y sincera que promete fidelidad y por eso filtran el olvido. Cada día nos pueblan más las exuberantes cañerías musicales que caen inevitablemente en los psicodramas narcisista-políticos a los que nos tienen acostumbrados la mayoría de nuevos bollitos con sobredosis de miramientos. Ellos, rendidos a las circunstancias, quizás acaben tan constreñidos por los cambios morales que nos depara el futuro, que se autocensurarán. En cambio, quienes hicieron lo que sintieron, quienes sabían que habitaban la rebeldía, quienes lo dieron todo por el impulso, quizás perduren.

El glam vendió mucho el sueño cretino de la choza kilométrico-playera plagada de pilinguis con cuerpo-reloj-de-arena. Hoy la música urbana hace lo mismo. Salvo que el glam, con sus pintas, su música alternativa, vívida hoy en grupos internacionales como Måneskin, sigue reivindicando el exceso, la estética, la androginia, la libertad de hacer lo que buenamente quiera cada cual. Porque si la música sirve para algo es para eso; para que todos seamos, de una forma u otra, quienes queremos ser.

Y en eso el glam rock abrió un camino que todavía hoy sigue ampliándose.

Corrían tiempos que estos ojos no llegaron ni a rozar. Los años 60 y 70 habían colmado las orejas occidentales de hippiosas composiciones lisérgicas. Un melange de folk y psicodelia que por buena no dejaba de oler a pastel. La sobriedad de su vestimenta, la pretendida trascendencia de su emocionalidad musical, romper la rueda del dharma y todo aquello del orientalismo místico, así como el hormigonado metafórico de las letras, se hacía pesado para una juventud que se envalentonaba explosiva. Ácida. Provocadora…

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